viernes, 22 de septiembre de 2017

“Id también vosotros a mi viña.”



Autor anónimo, siglo IX, Italia
Homilía para la Septuagésima, 4-7; SC 161, pag 173

“Id también vosotros a mi viña.”

Queridos míos, perseverad en las buenas obras que habéis comenzado.... Hombres desdichados sirven a un rey terreno con peligro de sus vidas y mediante enormes dificultades para un beneficio pasajero. ¿Por qué no serviréis vosotros al rey del cielo para obtener la bienaventuranza del Reino? Ya que, por la fe, el Señor os ha llamado a su viña, es decir, a la unidad de la Iglesia santa ¡vivid, comportaos de tal manera que, gracias a la generosidad de Dios, recibáis la moneda de plata que es la felicidad del Reino de los cielos.

Que nadie desespere a causa de la gravedad de sus pecados. No diga: numerosos son los pecados que he cometido hasta la vejez y extrema vejez, ya no podré obtener el perdón, sobre todo porque no es que yo haya dejado de pecar sino que los pecados me han abandonado a mí. Que este tal no desespere para nada de la misericordia divina, porque unos son llamados a la viña de Dios a la primera hora, otros a la tercera, otros a la sexta, otros a la novena, otros a la postrera. Es decir: unos son conducidos al servicio de Dios en la infancia, otros en la adolescencia, otros en la juventud, otros en la vejez, otros en la extrema vejez.

Que nadie, pues, sea cual fuera su edad, desespere si quiere convertirse a Dios...Trabajad fielmente en la viña de la Iglesia para recibir el salario de felicidad eterna y reinar con Cristo por los siglos de los siglos.

domingo, 27 de agosto de 2017

Beato Francisco Javier Seelos (1819-1867).




Diez consejos prácticos para alcanzar la santidad

1. Ve a misa con la devoción más profunda.

2. Dedica media hora a reflexionar sobre tu principal debilidad y comprométete a evitarla.

3. Haz una lectura espiritual durante al menos 15 minutos al día, si no puedes media hora.

4. Di el Rosario todos los días.

5. También diariamente, si es posible, visita el Santo Sacramento; y al llegar la noche, medita sobre la Pasión de Cristo durante media hora.

6. Concluye el día con una oración nocturna y un examen de conciencia sobre todos tus fallos y pecados del día.

7. Todos los meses haz una revisión del mes en confesión.

8. Escoge un santo patrón especial cada mes e imita alguna virtud especial de ese patrón.

9. Precede toda gran fiesta con una novena, es decir, nueve días de devoción.

10. Intenta empezar y terminar toda actividad con un Ave María.




viernes, 25 de agosto de 2017

Oración de Therese. Comunidad El Arca. Jean Vanier.

Santa Catalina de Siena dijo: "Con esto y otros muchos modos, que no puedo contar, se consume y se destila mi vida en esta dulce Esposa: Yo por este camino, y los gloriosos mártires con su sangre".

Al escuchar a Therese en mitad de un retiro, me he dado cuenta de que la disponibilidad de algunos célibes puede ser un compromiso misterioso. Ella leyó esta oración:


Los que no nos hemos comprometido contigo, Jesús, en un celibato consagrado, ni en el matrimonio; los que no nos hemos comprometidos con nuestros hermanos en una comunidad, venimos a renovar nuestra alianza contigo.

Continuamos por este camino al que nos has llamado, pero al que no has dado nombre, llevamos esta pobreza de no saber donde nos conduces.

En este camino está la herida de no haber sido elegidos, ni amados, ni esperados, ni tocados; esta la herida de no elegir, ni amar, ni esperar, ni tocar. No pertenecemos a nadie. Nuestra casa no es un hogar, no tenemos donde reposar la cabeza.

Ante la opción de los demás solemos sentirnos impacientes, deprimidos, y malhumorados, ante su eficacia; sin embargo seguimos diciendo "si" a este camino. Creemos que es nuestra fecundidad, que hay que pasar por él para crecer en ti. Porque nuestros corazones son pobres y vacíos, están disponibles. Dejamos sitio para recibir a nuestros hermanos. Porque nuestros corazones son pobres y vacíos, están heridos. Dejamos que suba hacia ti el grito de nuestra sed.

Y te damos gracias, Señor, por el camino de fecundidad que has elegido para nosotros.

http://www.jean-vanier.org/es/sus_compromisos/las_fundaciones/el_arca

http://www.larche.org/fr/

martes, 1 de agosto de 2017

EL PERDON DE ASIS (indulgencia de la Porciúncula).

2 de agosto. Nuestra Señora de los Angeles.




Oprimido por el pensamiento de ser indigno ante la misión de fundar la orden religiosa, subió a una cueva en las montañas. Ahí, durante una tormenta se echó al piso y, con una perfecta contricción, rogó a su Salvador que le perdonara los pecados de su vida pasada. En la angustia de su alma el gritaba: "¿Quien eres tu mi querido Señor y Dios, y quien soy yo vuestro miserable gusano de siervo? Mi querido Señor quiero amarte. Mi Señor y mi Dios, te entrego mi corazón y mi cuerpo y yo quisiera, si tan solo supiera como, hacer mas por amor a ti!. Repetía: "Señor ten misericordia de mi que soy un pobre pecador."

Luego, una dulce y gentil paz, la maravillosa paz del Señor llegó a su pura y penitente alma y le dijo: "Francisco, tus pecados has sido borrados." Desde entonces, por la gratitud que sentía, ardía en un deseo apasionado de obtener el mismo favor celestial por todos los pecadores arrepentidos. Y por eso oraba y pedía fervientemente esa noche en la cueva del bosque.

De repente el sintió un impulso irresistible de ir a la pequeña Iglesia, la Porciúncula. En cuanto entró, como siempre, se arrodillo, inclinó su cabeza y dijo esta oración: "Te alabamos, Señor Jesucristo, en todas las iglesias del mundo entero. Y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo." Luego al alzar su mirada, en su asombro Francisco vio una luz brillante arriba del pequeño altar y en unos rayos misteriosos el vio al Señor con su Santísima Madre con muchos ángeles.

Con pleno gozo y profunda reverencia, Francisco se postró en el piso ante esta gloriosa visión y Jesús le dijo: "Francisco pide lo que quieras para la salvación de los hombres". Sobrecogido al escuchar estas palabras inesperadas y consumido por un amor angelical por su misericordioso Salvador y por su Santísima Madre, Francisco exclamo: "Aunque yo soy un miserable pecador, yo te ruego querido Jesús, que le des esta gracia a la humanidad: dale a cada uno de los que vengan a esta Iglesia con verdadera contricción y confiesen sus pecados, el perdón completo e indulgencias de todos sus pecados".

Viendo que el Señor se mantenía en silencio, Francisco se dirigio con un confiado amor a Maria, refugio de los pecadores, y le suplicó: "Te ruego, a Ti, Santísima Madre, la abogada de la raza humana, que intercedas conmigo, por esta petición". Entoces Jesús miro a Maria, y Francisco se alegró al ver a Ella sonreir a su Divino Hijo, como que si dijera: "por favor, concedele a Francisco lo que te pide, ya que esa petición me hace feliz a mi".

Inmediatamente Nuestro Señor le dijo a Francisco: "Te concedo lo que pides, pero debes de ir a mi Vicario, el Papa, y pídele que apruebe esta indulgencia". La visión, entonces, se desvaneció dejando a Francisco en el piso de la capilla, llorando de alegría, con profundo amor y agradecimiento.

Temprano en la mañana, Francisco salio con el Hermano Maceo, a la cercana ciudad de Perugia, donde un nuevo Papa había sido electo, Honorio III. En el camino, Francisco empezó a preocuparse, ya que iba a pedirle al Papa, un privilegio muy grande para una capilla desconocida. Ese tipo de indulgencia solo se le había concedido a la tumba de Cristo, a la de San Pedro y San Pablo y a los que participaban en las cruzadas. Entonces Francisco oró arduamente a Nuestra Señora de los Angeles.

Cuando llegó el turno de hablar con el Papa, Francisco se dirigió con gran humildad: "Su santidad, unos años atrás reparé una pequeña Iglesia en honor a la Santísima Virgen. Le suplico le conceda recibir indulgencias, pero sin tener que dar ninguna ofrenda" (Francisco pensaba en los pobres).

-El Papa replicó:"No es muy razonable lo que pides, pues quien desea una indulgencia debe hacer un sacrificio. Pero, bueno, ¿de cuantos años quieres que sea esta indulgencia?
-Francisco respondió: "Santo Padre, podría usted no darle años específicos, sino almas?
-¿Que significa eso de almas, Francisco?

Ahora Francisco tuvo que elevar una oración ferviente a Nuestra Señora, ya que debía explicarle al Papa lo que significaba su petición. Con mucha humildad pero con firmeza hizo su extraordinaria petición, la que ha sido conocida como la indulgencia de la Porciúncula.

-"Yo deseo, si le parece a su Santidad, por las gracias que Dios concede en esa pequeña Iglesia, que todo el que entre en ella, habiéndose arrepentido sinceramente, confesado y habiendo recibido la absolución, que se le borren todos los pecados y las penas temporales de ellos en este mundo y en el purgatorio, desde el día de su Bautismo hasta la hora en que entren en esa iglesia."

Impresionado por esta firme y sincera petición, el Papa exclamo: "Estas pidiendo algo muy grande Francisco, ya que no es la costumbre de la Corte Romana conceder ese tipo de indulgencia"

Reconociendo que esta oportunidad de traer gracias a la humanidad, podía desvanecerse en aquel instante, Francisco añadió con fervor y vehemencia, y con una serenidad devastadora: "Reverendísimo Santo Padre, yo no le pido esto por mi mismo, lo pido en nombre de Aquel que me ha enviado, Nuestro Señor Jesucristo".

En ese momento el Papa recordó que su gran predecesor Inocencio III, estaba convencido que Cristo se le aparecía y guiaba de manera especial a este pequeño y santo poverelo. Movido, por el Espíritu Santo, el vicario de Cristo solemnemente declaró tres veces: es mi deseo que se te sea concedida tu petición. Pero los cardenales que estaban presente al escuchar esta innovación revolucionaria, protestaron y reclamaron al Papa que esta rica y nueva indulgencia debilitaría las cruzadas. En términos fuertísimos le exigieron que la cancelara. Pero el Papa les dijo, "yo no cancelo lo que he concedido". -"Entonces restríngela lo mas posible".

El Santo Padre llamó a Francisco y le dijo: "nosotros te concedemos esta indulgencia y debe ser válida perpetuamente, pero solo en un día cada año, desde las vísperas, a través de la noche, hasta las vísperas del siguiente día."

Francisco sumisamente bajo la cabeza y después de agradecer al Papa, se levanto y comenzó a salir. Pero el Papa le llamo: "¿Adonde vas, tu pequeño poverelo? No tienes garantía sobre esta indulgencia". Francisco se volvió hacia el y con su simpática y confiada sonrisa le dijo: "Santo Padre su Palabra es suficiente para mi, si esta es la obra de Dios es El quien hará su obra manifiesta. No necesito ningún otro documento. La Santísima Virgen María habrá de ser la garantía, Cristo el notario, y los ángeles los testigos." (recordando la visión)

Francisco escucho estas palabras en su oración: "Francisco quiero que sepas que esta indulgencia, que ha sido concedida a ti en la tierra, ha sido confirmada en el cielo". Con gran gozo compartió esta revelación al hno. Maceo, y juntos aligeraron el paso para ir a darle gracias a Nuestra Señora de los Angeles en la Porciúncula.

Para la solemne inauguración de este perdón en la Porciúncula, Francisco escogió Agosto 2, porque fue el primer aniversario de la consagración de esta santa capilla, y porque Agosto 1, era la fiesta de la liberación de San Pedro de las cadenas que tenía en la cárcel (Agosto 2, es el día de Nuestra Señora de los Angeles).

En presencia de los obispos de Asís, Perugia, Todi, Spoleto, Gubbio, Nocera y Foligno, anunció Francisco a la multitud la gran noticia: «Quiero mandaros a todos al paraíso anunciándoos la indulgencia que me ha sido otorgada por el Papa Honorio. Sabed, pues, que todos los aquí presentes, como también cuantos vinieren a orar en esta iglesia, obtendrán la remisión de todos sus pecados».

Jesús y María confirmaron su aprobación del Gran Perdón de la Porciúncula. Una vez a un santo fraile franciscano, Beato Conrado de Ofida, la Virgen Santísima se le apareció envuelta en un rallo de luz, con el niño Jesús en sus brazos, en la puerta de la Porciúncula. El niño bendecía a todos los peregrinos que entraban en la capilla de su Madre para adquirir el perdón de los pecados.

Mas tarde los obispos de Asis y otros Papas promulgaron documentos confirmando "El gran Perdón de la Porciúncula". La pequeña iglesia dedicada a la Santísima Virgen se convirtió en uno de los mas famosos santuarios de peregrinación de toda Europa. Mas tarde Gregorio XV hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las Iglesias Franciscanas del mundo. En 1921, el Papa Benedicto XV canceló la restricción de manera que se pueda obtener indulgencias cualquier día. Según el decreto de la Penitenciaría Apostólica del 15 de julio de 1988 («Portiuncolae sacrae aedes»), se puede ganar la indulgencia en La Porciúncula durante todo el año, una sola vez al día. Cada año una multitud de fieles acude allí para recibir el «Perdón de Asís» también llamado «Indulgencia de la Porciúncula». Sin embargo, a partir de

Condiciones para obtener la indulgencia
El Perdón de Asís se puede obtener para uno mismo o por los difuntos. Las condiciones son las prescritas para las indulgencias plenarias.
1) Visita al Santuario con la recitación de un Padrenuestro y un Credo
2) Confesión sacramental y Santa Comunión
3) Rezar según las intenciones del Sumo Pontífice.

Los peregrinos pueden obtener la indulgencia todos los días del año.




lunes, 19 de junio de 2017

He aquí, estoy a la puerta y llamo.



San Pablo nos dice que "el amor es paciente". Usualmente interpretamos eso como la comprensión de nuestros amigos y familiares, para abstenerse con sus deficiencias particulares. Pero creo que parte de la paciencia del amor está esperando. Lo vemos en la paciente búsqueda de Cristo hacia nosotros:

He aquí, estoy a la puerta y llamo; Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo.

Iconos y pinturas de esta escena siempre tienden a imaginar una puerta sin mango. La puerta que Jesús llama, la puerta del corazón humano, sólo se abre desde dentro. Él nunca nos obliga. Él invita, El golpea, El llama.

Y él espera.






El pasaje de San. Juan Crisostomo, hoy resonó con esta paciente llamada de amor:


Así que también nos ocupemos de los pecadores: con condescendencia, con amor. Porque el amor es un gran maestro, capaz de apartar al hombre del error, de reformar el carácter y de conducirlo por la mano a la abnegación, y de piedras para hacer hombres.

El Amor divino que de piedras,  porque estan endurecidos por el pecado, hace hombres.


domingo, 18 de junio de 2017

Mártir por amor a la Eucaristía. La pequeña Li.

https://www.youtube.com/watch?v=MUuwn7qYpX8

Cuando en 1979 Dios llamó a su servidor, Fulton Sheen, millones de americanos lo lloraron y se sintieron huérfanos. Durante años, por todos los instrumentos mediáticos posibles, habían estado pendientes de sus palabras. Provisto de un carisma especialísimo, monseñor Sheen combinaba a la vez la elocuencia natural con el poder del Espíritu Santo. Al escucharlo se sabía entonces que Dios estaba vivo, que era magnífico y deseable. El obispo Sheen propagaba tal luz que todas las radios se lo peleaban, seguras que él les haría sobrepasar por mucho sus ratings de audiencia registrados hasta entonces. Su famosa serie televisiva "La vida vale la pena de ser vivida”­ contaba con unos treinta millones de telespectadores por semana.

Este gran arzobispo, este gigante de la evangelización, tenía un secreto. Como todos los grandes hombres, los verdaderos, conservaba en su fuero íntimo un episodio de su vida en que la gracia lo había fulminado; y ni por todo m del mundo se desviaba del compromiso asumido entonces. Pero para prender este episodio tenemos que trasladarnos a China, en la época más dura de la represión comunista, en los años cincuenta...

Pasitos de chinita…

En una escuela parroquial, los niños recitan a conciencia sus oraciones. La hermana Euphrasie está contenta: muchos pudieron hacer su primera comunión dos meses atrás y la han hecho con seriedad, desde lo profundo del corazón. Sonríe ante la pregunta de la pequeña Li, de diez años:

¿Por qué el Señor Jesús no nos ha enseñado a decir: "Danos arroz de cada día"?

Los niños comen arroz mañana, tarde y noche; ¿cómo responder a tal pregunta?

- Es que... pan quiere decir Eucaristía –había respondido religiosa. ¡Por cierto, la hermana Euphrasie brillaba más por su corazón que por su teología!

–Le pides al buen Jesús la Comunión cotidiana. Para tu cuerpo arroz. ¡Pero tu alma, que vale más que tu cuerpo, tiene hambre de ese pan que es el Pan de Vida!

En el mes de mayo, cuando Li hizo su primera Comunión le dijo a Jesús en su corazón:

"Dame siempre ese Pan de cada día, ¡para que mi alma viva y goce de buena salud!"

Desde entonces, Li comulga a diario. Pero es consciente que “los malos" (los comunistas sin Dios) pueden impedirle en cualquier momento que reciba a Jesús en la Comunión. Entonces ora ardientemente para que eso no ocurra jamás. Un día entraron en el aula y de inmediato se dirigieron a los niños:

- ¡Entréguennos enseguida todos sus ídolos!

Li sabía bien a qué se referían. Aterrados, los niños habían entregado sus imágenes piadosas cuidadosamente pintadas. Luego con un gesto de cólera, el comisario había arrancado el crucifijo de la pared y lo había arrojado al piso, pisoteándolo a la vez que gritaba:

- ¡La nueva China no tolerará más estas groseras supersticiones!

La pequeña Li, que amaba tanto su estampita del Buen Pastor, intentó esconderla dentro de su blusa; ¡era la estampita de su primera comunión! Una sonora cachetada la hizo tambalear y cayó a tierra. El comisario llamó al padre de la niña, poniendo empeño en humillarlo antes de maniatarlo-

Aquel mismo día, toda la gente del pueblo, llevada a la fuerza por la policía, se abarrotó en la iglesia para una nueva clase de “sermón” por el comisario, que ridiculizaba a los misioneros y a los “agentes del imperialismo americano"... Luego, con voz de trueno ordenó a que forzaran el tabernáculo. La asamblea contuvo el aliento y oró ardientemente.

De cara a la gente, el hombre gritó:

- Ahora vamos a ver si su Cristo sabe defenderse. Esto es lo que hago con su "Presencia Real". ¡Trucos del Vaticano para explotarlos mejor!

Mientras hablaba, tomó el copón y arrojó todas las hostias sobre las bal­sas. Los fieles, atónitos, retrocedieron ahogando un grito.

La pequeña Li queda tiesa en su lugar. ¡Oh! ¿Qué hicieron con el Pan? Su corazoncito recto e inocente comienza a sangrar ante las hostias diseminadas por el suelo. ¿Nadie va a defender a Jesús? El comisario se burla; una burda risa entrecorta sus blasfemias. Li llora silenciosamente.

–Y ahora todos afuera; ¡lárguense de aquí!, –aúlla el comisario. ¡Y guay el que se atreva a volver a este antro de supersticiones!

La iglesia se vacía. Pero además de los ángeles adoradores que están siempre en torno a Jesús Hostia, un testigo permanece en el lugar, sin perderse nada de la escena que se desenvuelve ante sus ojos. Es el padre Luc, de las Misiones Extranjeras, escondido por los parroquianos en un reducto del coro, provisto de un tragaluz que da sobre la iglesia. Está sumido en oración reparadora y sufre por no poder moverse de allí: un gesto de su parte y los parroquianos que lo han camuflado serían arrestados por traición.

"Señor Jesús, ten piedad de ti mismo, oraba, angustiado, ¡impide este sacrilegio! ¡Señor Jesús!".

De repente, un crujido quiebra el pesado silencio de la iglesia. La puerta se abre con suavidad. ¡Es la pequeña Li! Tiene apenas diez años y hela aquí que se acerca al altar, con sus pasitos de chinita... El padre Luc tiembla por ella, ¡pueden matarla en cualquier momento! Pero, imposibilitado de hablarle, puede tan sólo mirar y suplicar a todos los santos del Cielo que protejan a la criatura. La pequeña se arrodilla y adora en silencio, como sor Euphrasie le ha enseñado. Sabe que debe preparar su corazón antes de recibir a Jesús. Con las manos juntas dirige una misteriosa plegaria a su querido Jesús mal­tratado y abandonado. Luego el padre Luc ve que se inclina y a gatas, toma una hostia con su lengua. Ahora está nuevamente de rodillas, con los ojos cerrados, dirigiendo una mirada interior hacia su visitante celestial. Cada segundo pesa una enormidad; el padre Luc teme lo peor... ¡Si solamente pudiera hablarle! Pero la niña se retira tan suavemente como había venido, casi dando saltitos.

Las "depuraciones" continúan y la brigada volante de los servicios del orden requisa todo el pueblo y sus alrededores. Tal es la suerte de la "nueva China". Entre los campesinos, nadie se atreve a moverse. Confinados en sus cabañas de bambú, lo ignoran todo sobre el porvenir.

Sin embargo, todas las mañanas, nuestra pequeña Li se escapa para ir al encuentro de su Pan Vivo en la iglesia y, reproduciendo con exactitud la escena del día anterior, toma una hostia con la lengua y desaparece. El padre Luc contiene su congoja con dificultad, ¿por qué no las toma todas de una vez? Él conoce la cantidad de hostias: treinta y dos. ¿No sabe que puede tomar varias de ellas a la vez? No, no lo sabe. Sor Euphrasie había sido clara: "Una sola hostia por día es suficiente. Y no se toca la hostia; ¡se la reci­be en la lengua!". La pequeña respeta las reglas.

Ya no queda más que una sola hostia. Aquel día, al alba, la niña se escabulle como de costumbre y se aproxima al altar. Se arrodilla y ora muy cerca de la hostia. Entonces el padre Luc ahoga un grito.

Un miliciano, parado en el dintel de la puerta, carga su revólver. Se oye un golpe seco, seguido de una gran carcajada. La niña se desploma de inmediato.

El padre Luc la cree muerta, pero no, la ve reptar con dificultad hacia la hostia y pegarla a la boca. Algunos sobresaltos convulsivos, seguidos de una repentina distensión. La pequeña Li está muerta. ¡Ha salvado todas las hostias!

Cada día una "hora santa"

Dos meses antes de morir, a los ochenta y cuatro años de edad, Fulton Sheen revela finalmente su secreto al gran público, en ocasión de entrevista de un canal de televisión nacional.

–Su Excelencia, –le pregunta el periodista, –usted ha inspirado a miles de personas en el mundo entero. Pero usted mismo, ¿por quién ha sido inspirado? ¿Por un Papa?

–Ni por un Papa, –respondió, –ni por un cardenal ¡Ni siquiera por un sacerdote o una religiosa! Una chinita de diez fue quien me ha inspirado.

Fue entonces cuando monseñor Sheen contó la historia de la pequeña Li. Nos estaba entregando su testamento íntimo. El amor de esta criatura a Jesús en la Eucaristía, agregó, lo había impresionado tanto que el día en que la descubrió le hizo la siguiente promesa al Señor: cada día de su vida, hasta su muerte, pasare lo que pasare, haría una hora de adoración ante el Santísimmo. Y monseñor Sheen no sólo cumplió con su promesa, sino que no perdió oportunidad alguna para promover el amor de Jesús en la Eucaristía. Sin tomarse tregua, invitaba a los creyentes a hacer diariamente "una hora santa” ante el Santísimo.

viernes, 9 de junio de 2017

La Oración de Cuaresma de San Efrén el Sirio.

«La Oración de Cuaresma de San Efrén el Sirio»

Alexander Schmemann

De todos los himnos y oraciones de la cuaresma, una corta oración puede ser calificada como la oración de cuaresma. La tradición la atribuye a uno de los grandes maestros de la vida espiritual- San Efrén el Sirio. Aquí está su texto:

Señor y Soberano de mi vida.
Líbrame del espíritu de indolencia,
desaliento, vanagloria y palabra inútil.
Y concédeme a mí, tu siervo pecador
el espíritu de castidad, humildad, paciencia y amor.

Si, Rey mío y Dios mío,
concédeme de conocer mis faltas
y no juzgar a mis hermanos
porque eres bendito por siempre. Amén.

Esta oración es leída dos veces al final de cada servicio de Cuaresma de Lunes a Viernes (no los Sábados y Domingos, porque, como veremos luego, los servicios de estos días no siguen el patrón de la Cuaresma). En la primera lectura, una postración sucede a cada petición. Luego nos inclinamos doce veces diciendo: “Oh Dios purifícame a Mi pecador”. La oración completa es repetida con una última postración al final. ¿Por qué esta corta y simple oración ocupa un lugar tan importante en toda la adoración de Cuaresma? Porque enumera de un modo único todos los elementos positivos y negativos del arrepentimiento y constituye, por decirlo de algún modo, una “lista de chequeo” de nuestro esfuerzo de Cuaresma individual. Este esfuerzo apunta primero a nuestra liberación de algunas enfermedades espirituales fundamentales que dan forma a nuestra vida y que hacen virtualmente imposible para nosotros incluso comenzar a volvernos hacia Dios.

La enfermedad básica es la indolencia. Es esa extraña pereza y pasividad de nuestro completo ser que siempre nos empuja hacia “abajo” en vez de hacia “arriba” – que constantemente nos convence de que ningún cambio es posible y por lo tanto deseable. Es de hecho un cinismo profundamente enraizado el cual a cada reto espiritual responde “¿Para qué?” y hace de nuestra vida un enorme desperdicio espiritual. Es la raíz de todo pecado porque envenena la energía espiritual en su misma fuente.

El resultado de la indolencia es la pusilanimidad. Es el estado de desaliento el cual es considerado por todos los santos padres como el mayor peligro para el alma. El desaliento es la imposibilidad del hombre de ver cualquier cosa buena o positiva; es la reducción de todo al negativismo y pesimismo. Es verdaderamente un poder demoníaco en nosotros porque el Diablo es fundamentalmente un mentiroso. Él le miente al hombre sobre Dios y sobre el mundo; él llena la vida con oscuridad y negación. El desaliento es el suicidio del alma porque cuando el hombre es poseído por él es absolutamente incapaz de ver la luz y desearla.

¡Vanagloria! Por extraño que pueda parecer, es precisamente la indolencia y el desaliento los que llenan nuestra vida de vanagloria. Al viciar toda la actitud hacia la vida y hacerla sin sentido y vacía, nos fuerzan a buscar compensación en una actitud radicalmente equivocada hacia otras personas. Si mi vida no está orientada hacia Dios, no apunta hacia valores eternos, inevitablemente se volverá egoísta y egocéntrica y esto significa que todos los otros seres se volverán medios de mi propia auto-destrucción.

Si Dios no es el Señor y Maestro de mi vida, entonces yo me vuelvo mi propio señor y maestro- el centro absoluto de mi mundo, y yo comienzo a evaluar todo en términos de mis necesidades, mis ideas, mis deseos, y mis juicios.

La vanagloria es entonces una depravación fundamental en mi relación con otros seres, una búsqueda de su subordinación a mí. No es necesariamente expresada en una verdadera impulso de mandar y dominar a los “otros”.

Puede resultar también en indiferencia, desprecio, falta de interés, consideración y respeto. Es verdaderamente indolencia y desaliento dirigido esta vez a otros; completa el suicidio espiritual con el asesinato espiritual. Finalmente, palabra inútil. De todos los seres creados, solo el hombre ha sido dotado con el don de la palabra.

Todos los Padres ven en ella el verdadero “sello” de la Imagen Divina en el hombre porque Dios Mismo es revelado como Verbo (Juan 1:1).

Pero siendo el don supremo, es igualmente prueba de peligro supremo.

Siendo la misma expresión del hombre, el medio de su auto-realización, es por esta misma razón el medio de su caída y auto-destrucción, de traición y pecado. La palabra salva y la palabra mata; la palabra inspira y la palabra envenena. La palabra es el medio de la Verdad y la palabra es el medio de la mentira demoníaca. Teniendo una al al final un poder positivo, tiene por tanto un tremendo poder negativo. Verdaderamente crea positiva y negativamente. Cuando es desviada de su propósito y origen divino, la palabra se vuelve inútil. Refuerza la “indolencia”, desaliento, y la vanagloria, y transforma la vida en un infierno. Se vuelve el mismo poder del pecado.

Estos cuatro son entonces “objetos” negativos del arrepentimiento. Son los obstáculos a ser removidos. Pero solo Dios puede removerlos. Por lo tanto, es la primera parte de la oración de Cuaresma- este grito del fondo del desamparo humano. Luego la oración se mueve a las miras positivas del arrepentimiento que también son cuatro.

¡Castidad! Si uno no reduce este término, y es tan a menudo hecho de forma errónea, solo a sus connotaciones sexuales, es entendido como la contraparte positiva de la indolencia. La indolencia es, primero que todo, disipación, el rompimiento de nuestra visión y energía, la discapacidad de ver el todo. Su opuesto es precisamente plenitud. Si usualmente nos referimos a castidad como la virtud opuesta a la depravación sexual, es porque el carácter destruido de nuestra existencia es aquí mejor manifestado que en la lujuria sexual. – la alienación del cuerpo de la vida y control del espíritu.

Cristo restaura la plenitud en nosotros y El hace esto al restaurar en nosotros la verdadera escala de valores al llevarnos de vuelta a Dios.

El primer y maravilloso fruto de esta plenitud o castidad es la humildad.

Ya hablamos de ella. Está sobre todo lo demás la victoria de la verdad en nosotros, la eliminación de todas las mentiras en las que usualmente vivimos.

La humildad sola es capaz de verdad, de ver y aceptar cosas como son y por lo tanto de ver la majestad y bondad y amor de Dios en todo. Es por esto que se nos dice que Dios de gracia al humildad y se opone al orgulloso.

La castidad y la humildad nos naturalmente seguidas por la paciencia.

El hombre “natural” o “caído” es impaciente, porque al ser ciego para sí mismo es rápido para juzgar y para condenar a los otros. Habiendo puesto un conocimiento destruido, incompleto y distorsionado de todo, él mide todas las cosa por sus gustos e ideas. Siendo indiferente a todos excepto a sí mismo, él quiere que la vida sea exitosa aquí mismo y ahora. La paciencia, sin embargo, es realmente una virtud divina. Dios es paciente no porque El es “indulgente”, pero porque El ve la profundidad de todo lo que existe, porque la realidad interna de las cosa, que en nuestra ceguera no vemos, está abierta a El. Mientras más nos acercamos a Dios, más pacientes nos volvemos y más reflejamos ese infinito respeto por todos los seres que es la cualidad propia de Dios.

Finalmente, la corona y fruto de todas las virtudes, de todo crecimiento y esfuerzo, es el amor –el amor que, como ya hemos dicho, solo puede ser dado por Dios- ese don que tiene la meta de toda la preparación y práctica espiritual.

Todo esto es resumido y juntado en la concluyente petición de la oración de Cuaresma en la cual pedimos “conocer mis faltas y no juzgar a mis hermanos”. Porque en último caso solo hay un peligro: el orgullo. El orgullo es la fuente del mal, y todo mal es orgullo. Los escritos espirituales están llenos de advertencias contra las sutiles formas de seudo-piedad las cuales, en realidad, bajo la apariencia de humildad y auto-acusación pueden llevar a un orgullo verdaderamente demoníaco. Pero cuando nosotros “conocemos nuestros propios errores” y “no juzgamos a nuestros hermanos”, cuando, en otros términos, la castidad, la humildad, la paciencia, y el amor son uno solo en nosotros, entonces y solo entonces el último enemigo-el orgullo- habrá sido destruido en nosotros.

Luego de cada petición de la oración realizamos una postración.

Las postraciones no están limitadas a la oración de San Efrén sino constituyen una de las características distintivas de la adoración de cuaresma. Aquí, sin embargo, su significado es dado a conocer mejor. En el largo y difícil esfuerzo de la recuperación espiritual, la Iglesia no separa el alma del cuerpo. El hombre completo ha caído lejos de Dios; el hombre completo ha sido restaurado, el hombre completo debe regresar. La catástrofe del pecado yace precisamente en la victoria de la carne – lo animal, lo irracional, la lujuria en nosotros –sobre lo espiritual y lo divino. Pero el cuerpo es glorioso, el cuerpo es sagrado, tan sagrado que Dios Mismo se “hizo carne”.

La salvación y el arrepentimiento no son desprecio para el cuerpo o negación de éste, sino la restauración del cuerpo a su verdadera función como la expresión y la vida del espíritu, como el templo de la invaluable alma humana. El ascetismo Cristiano es una lucha, no contra pero para el cuerpo.

Por esta razón, el hombre completo –alma y cuerpo- se arrepiente. El cuerpo participa en la oración del alma así como el alma ora a través y dentro del cuerpo. Las postraciones, el signo “psico-somático” del arrepentimiento y de la humildad, de adoración y obediencia, son de esta forma el rito de Cuaresma par exellence.

miércoles, 7 de junio de 2017

Jesucristo EL Puente.

                                                                     

 


Jesucristo Puente.


Imagina el pecado de Adán como un río impetuoso que separó el cielo de la tierra. En la parte de acá desde entonces todo son males y desgracias. Dios ha sido tan bueno que para salvarnos ha tendido un puente por encima de esa impetuosa corriente. Ese puente es la gran oportunidad que se nos da para salvarnos pero debemos pasar por él, porque si no, permanecemos en nuestro pecado.

No es un puente horizontal, sino que sube en escalones, como el de Mostar, para entrar ya en directo por la otra parte. El puente es Cristo crucificado. Los que quieren subir por el puente se encuentran en el primer escalón con los pies de Cristo. En este peldaño se vive bajo la ley, se tienen buenos deseos pero no es suficiente para librarse del pecado. Hay que ejercitarse en la penitencia y en el dominio de sí. Conviene también meditar mucho en este estado para darse cuenta de la gravedad del pecado. Con ello se da un paso importante hacia la salvación.

El segundo peldaño es el corazón. Aquí ya se entra en el amor. El alma se llena de amor porque se siente amada. Lo que pasa es que las pruebas y tribulaciones son todavía capaces de enfriar este amor. Le dice el Padre: los que están en este peldaño aflojan a veces en mi servicio cuando para sacarlos de la imperfección y ejercitarlos en la virtud retiro mis consuelos y permito en ellos combates y trabajos. Obro así para que vengan a un conocimiento perfecto de sí mismos y reconozcan que sin mi ni son ni pueden hacer nada.

El tercer grado o escalón que corresponde a la intimidad de la boca es el del amor desinteresado de los hijos y amigos verdaderos. Estos ya son capaces de acoger los grandes secretos. La intimidad será muy grande. El alma aquí, aun cuando siente que yo me retiro de ella no retrocede. Persevera con humildad en la práctica de las virtudes y permanece encerrada en la casa del conocimiento de sí misma. Y allí, llena de fe viva, espera la venida del Espíritu Santo que es fuego de caridad.

Este tercer grado culmina con el amor al prójimo. Yo os pido que me améis con el mismo amor con que yo os amo. Como esto es imposible porque yo os amé sin ser amado yo os ofrezco para que compenséis mi amor a vuestros prójimos para que amándolos a ellos deis lo que no me podéis dar a mí.

Quien no pasa por este puente tiene debajo de él, el río. El agua pasa y desaparece y viene otra nueva con lo que todo se torna inestable. Nadie puede andar o permanecer en ella sin ahogarse. Es muy difícil comprender la mentalidad del que voluntariamente se ahoga en el río. Para Catalina la alternativa justos o inicuos, salvados o réprobos continúa en mil modulaciones. Reprocharé al mundano sus injusticias con los demás pero, sobre todo, consigo mismo al haber creído que su miseria es más grande que mi misericordia. Este es el pecado que no se perdona ni aquí ni allá, pues por menosprecio no ha deseado mi misericordia. Este pecado es más grave para mí que todos los demás que cometió (Diálogo, 118, cap. 37).


Doctrina del Puente en Santa Catalina de Siena.

                                                                        

jueves, 25 de mayo de 2017

San Beda, el venerable. Presbítero y doctor de la Iglesia. +735.







Escribió así:

Y es así que, muy interesado en la historia eclesiástica de Bretaña, especialmente en la raza de los ingleses, yo, Beda, sirviente de Cristo y sacerdote del monasterio de los benditos apóstoles San Pedro y San Pablo, el cual se encuentra en Wearmouth y Jarrow (en Northumbria), con la ayuda del Señor he compuesto, cuanto he logrado recabar de documentos antiguos, de las tradiciones de los ancianos y de mi propio conocimiento. Nací en el territorio del monasterio ya mencionado, y a la edad de siete años fui dado, por el interés de mis familiares, al reverendísimo abad benedictino Biscop, y después a Ceolfrid, para recibir educación. Desde entonces he permanecido toda mi vida en dicho monasterio, dedicando todas mis penas al estudio de las Escrituras, a observar la disciplina monástica y a cantar diariamente en la iglesia, siendo siempre mi deleite el aprender, enseñar o escribir. A los diecinueve años, fui admitido al diaconado, a los treinta al sacerdocio, ambas veces mediante las manos del reverendísimo obispo Juan [san Juan de Beverley], y a las órdenes del abad Ceolfrid. Desde el momento de mi admisión al sacerdocio hasta mis actuales 59 años me he esforzado por hacer breves notas sobre las sagradas Escrituras, para uso propio y de mis hermanos, ya sea de las obras de los venerables Padres de la Iglesia o de su significado e interpretación.


Después de esto, Beda inserta una lista de Indiculus, de sus anteriores escritos y, finalmente, termina su gran obra con las siguientes palabras:


Y os ruego, amoroso Jesús, que así como me habéis concedido la gracia de tomar con deleite las palabras de vuestro conocimiento, me concedáis misericordiosamente llegar a ti, la fuente de toda sabiduría, y permanecer para siempre delante de vuestro rostro.


Es evidente, en la carta de Beda al obispo Egberto, que el historiador visitaba ocasionalmente a sus amigos durante algunos días, alejándose del monasterio de Jarrow; pero salvo esas raras excepciones, su vida parece haber transcurrido como una pacífica ronda de estudios y oración dentro de su propia comunidad. El cariño que ésta le tenía queda manifiesto en el conmovedor relato de la última enfermedad y la muerte del santo, legada a nosotros por Cuthbert, uno de sus discípulos. Su búsqueda del conocimiento no fue interrumpida por su enfermedad y los hermanos le leían mientras él estaba en cama, pero la lectura era reemplazada constantemente por las lágrimas. "Puedo declarar con toda verdad," escribe Cuthbert sobre su amado maestro, "que nunca vi con mis ojos, ni oí con mis oídos a nadie que agradeciera tan incesantemente al Dios vivo. Incluso el día de su muerte (la vigilia de la Ascensión de 735) el santo estaba ocupado dictando una traducción del Evangelio de San Juan. Al atardecer, el muchacho Wilbert, que la estaba escribiendo, le dijo: "Hay todavía una oración, querido maestro, que no está escrita." Y cuando la hubo entregado, y el muchacho le dijo que estaba terminada, "Habéis hablado con verdad…", contestó Beda, "…está terminada. Tomad mi cabeza entre vuestras manos, pues es de gran placer sentarme frente a cualquier lugar sagrado donde haya orado, así sentado puedo llamar a mi Padre." Y así, sobre el suelo de su celda, cantando "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo", y el resto, exhaló su último aliento.


El calificativo Venerabilis parece haber sido agregado al nombre de Beda antes de haber transcurrido las dos generaciones posteriores a su muerte. Por supuesto, no existe una autoridad anterior que corrobore la leyenda repetida por Fuller acerca del “monje torpe” que al componer un epitafio sobre Beda se quedó sin palabras para completar la frase Hac sunt in fossa Bedae… ossa y a la mañana siguiente se encontró con que los ángeles habían llenado el espacio con la palabra venerabilis. El calificativo es utilizado por Alcuin, Amalarius y al parecer por Paulo el Diácono, y el importante Consejo de Aachen de 835 lo describe como venerabilis et modernis temporibus doctor admirabilis Beda. Este decreto se mencionaba especialmente en la petición que el Cardenal Wiseman y los obispos ingleses enviaron a la Santa Sede en 1859, rogando que Beda fuera declarado Doctor de la Iglesia. El tema ya había sido discutido antes de la época de Benedicto XIV, pero no fue hasta el 13 de noviembre de 1899 que León XIII decretó que el 27 de mayo toda la Iglesia debía celebrar la fiesta del Venerable Beda, con el título de Doctor Ecclesiae. Durante toda la Edad Media se había celebrado en York y en el Norte de Inglaterra el culto local al Santo Beda, pero la fiesta no era tan popular en el sur, donde se seguía la Liturgia de Sarum.


La influencia de Beda entre los eruditos ingleses y extranjeros fue muy grande, y probablemente habría sido mayor si los monasterios del norte no hubieran sido devastados por las invasiones Danesas menos de un siglo después de la muerte de Beda. En innumerables formas, pero especialmente por su moderación, amabilidad y gran visión, Beda se distingue entre sus contemporáneos. En lo referente a erudición, indudablemente fue el hombre más sabio de su tiempo. Una característica muy notable, observada por Plummer (I, p. xxiii), es su sentido de propiedad literaria, una particularidad extraordinaria en esa época. Él mismo anotaba escrupulosamente en sus escritos los pasajes que había tomado prestados de otros e incluso rogaba a los copistas de sus obras que conservaran las referencias, una recomendación a la que ellos pusieron muy poca atención. A pesar de lo elevado de su cultura, Beda aclara repetidamente que sus estudios están subordinados a la interpretación de las Escrituras. En su "De Schematibus" lo dice así: "Las Sagradas Escrituras están sobre todos los demás libros, no sólo por su autoridad Divina, o por su utilidad pues son una guía hacia la vida eterna, sino también por su antigüedad y su forma literaria” (positione dicendi). Tal vez el mayor tributo al genio de Beda es que con una convicción tan desprovista de compromiso y tan sincera de que la sabiduría humana es inferior, haya podido adquirir tanta cultura verdadera. Aunque el Latín fue para él una lengua todavía viva, y aunque no parece haber volteado conscientemente hacia la Era de Augusto de la Literatura Romana que preservaba modelos más puros de estilo literario que la época de Fortunato o San Agustín, ya sea por genio natural o por el contacto con los clásicos, Beda es extraordinario por la relativa pureza de su lenguaje y también por su lucidez y sobriedad, especialmente en temas de crítica histórica. En todos estos aspectos presenta un marcado contraste con san Aldhelm quien se aproxima más al tipo Celta.
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Avisos espirituales de Santa Teresa de Jesús.

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La tierra que no es labrada, llevará abrojos y espinas aunque sea fértil, así el entendimiento del hombre.
1. De todas las cosas espirituales decir bien, como de religiosos, sacerdotes y ermitaños.
2. Entre muchos siempre hablar poco.
3. Ser modesto en todas las cosas que hiciere y tratare.
4. Nunca porfiar mucho, especial en cosas que va poco.
5. Hablar a todos con alegría moderada.
6. De ninguna cosa hacer burla.
7. Nunca reprender a nadie sin discreción y humildad y confusión propia de sí mismo.
8. Acomodarse a la complexión de aquel con quien trata, en el alegre alegre, y con el triste triste, en fin hacerse todo a todos para ganarlos a todos.
9. Nunca hablar sin pensarlo bien y encomendarlo mucho a nuestro Señor, para que no hable cosa que le desagrade.
10. Jamás excusarse sino en muy probable causa.
11. Nunca decir cosa suya digna de loor, como de su ciencia, virtudes, linaje, si no tiene esperanza que habrá provecho y entonces sea con humildad, y con consideración que aquellos son dones de la mano de Dios.
12. Nunca encarecer mucho las cosas, sino con moderación decir lo que siente.
13. En todas las pláticas y conversaciones siempre mezcle algunas cosas espirituales, y con esto se evitarán palabras ociosas y murmuraciones.
14. Nunca afirme cosa sin saberla primero.
15. Nunca se entremeta a dar su parecer en todas las cosas, si no se lo piden, o la caridad lo demanda.
16. Cuando alguno hablare cosas espirituales, óigalas con humildad y como discípulo, y tome para sí lo bueno que dijere.
17. A tu superior y confesor, descubre todas tus tentaciones e imperfecciones y repugnancias para que te dé consejo y remedio para vencerlas.

18. No estar fuera de la celda, ni salir sin causa, y a la salida pedir favor a Dios para no ofenderle.
19. No comer ni beber sino a las horas acostumbradas, y entonces dar muchas gracias a Dios.
20. Hacer todas las cosas como si realmente estuviese viendo a su Majestad, y por esta vía gana mucho un alma.
21. Jamás de nadie oigas ni digas mal, sino de ti mismo, y cuando holgares de esto, vas bien aprovechando.
22. Cada obra que hicieres dirígela a Dios ofreciéndosela, y pídele que sea para su honra y gloria.
23. Cuando estuvieres alegre no sea con risas demasiadas, sino con alegría humilde, modesta, afable y edificativa.
24. Siempre te imagina siervo de todos y en todos considera a Cristo nuestro Señor, y así le tendrás respeto y reverencia.
25. Está siempre aparejado al cumplimiento de la obediencia como si te lo mandase Jesucristo en tu prior o prelado.
26. En cualquier obra y hora examina tu conciencia y vistas tus faltas, procura la enmienda con divino favor, y por este camino alcanzarás la perfección.
27. No pienses faltas ajenas sino las virtudes, y tus propias faltas.
28. Andar siempre con grandes deseos de padecer por Cristo en cada cosa y ocasión.
29. Haga cada día cincuenta ofrecimientos a Dios de sí, y esto haga con grande fervor y deseos de Dios.
30. Lo que medita por la mañana traiga presente todo el día y en esto ponga mucha diligencia, porque hay grande provecho.
31. Guarde mucho los sentimientos que el Señor le comunicare, y ponga por obra los deseos que allí en la oración le dieren.
32. Huya siempre la singularidad cuanto le fuere posible, que es mal grande para la comunidad.
33. Las ordenanzas y regla de su religión lea muchas veces y guárdelas de veras.
34. En todas las cosas criadas mire la providencia de Dios y sabiduría, y en todas le alabe.

35. Despegue el corazón de todas las cosas y busque y hallará a Dios.
36. Nunca muestre devoción de fuera que no haya dentro, pero bien podrá encubrir la devoción.
37. La devoción interior no la muestre sino con grande necesidad; mi secreto para mí dice S. Francisco, y S. Bernardo.
38. De la comida si está bien o mal guisada no se aqueje, acordándose de la hiel y vinagre de Jesucristo.
39. En la mesa no hable a nadie ni levante los ojos a mirar a otro.
40. Considerar la mesa del cielo, y el manjar de ella que es Dios y los convidados, que son los ángeles: alce los ojos a aquella mesa deseando verse en ella.
41. Delante de su superior (en el cual debe mirar a Jesucristo), nunca hable sino lo necesario, y con gran reverencia.
42. Jamás hagas cosa que no puedas hacer delante de todos.
43. No hagas comparación de uno a otro porque es cosa odiosa.
44. Cuando algo te reprendieren: recíbelo con humildad interior y exterior, y ruega a Dios por quien te reprendió.
45. Cuando un superior manda una cosa, no digas que lo contrario manda otro, sino piensa que todos tienen santos fines, y obecede a lo que te manda.
46. En cosas que no le va ni le viene, no sea curioso en hablarlas ni preguntarlas.
47. Tenga presente la vida pasada, para llorarla, y la tibieza presente, y lo que le falta por andar de aquí al cielo para vivir con temor, que es causa de grandes bienes.
48. Lo que le dicen los de casa haga siempre si no es contra la obediencia, y respóndales con humildad y blandura.
49. Cosa particular de comida o vestido no lo pida sino con grande necesidad.
50. Jamás deje de humillarse y mortificarse hasta la muerte en todas las cosas.
51. Use siempre a hacer muchos actos de amor, porque encienden y enternecen el alma.
52. Haga actos de todas las demás virtudes.
53. Ofrezca todas las cosas al Padre eterno, juntamente con los méritos de su Hijo Jesucristo.

54. Con todos sea manso y consigo riguroso.
55. En las fiestas de los santos piense sus virtudes y pida al Señor se las dé.
56. Con el examen de cada noche tenga gran cuidado.
57. El día que comulgare, la oración sea de ver que siendo tan miserable ha recibido a Dios, y la oración de la noche, de que le ha recibido.
58. Nunca siendo superior reprenda a nadie con ira sino cuando sea pasada, y así aprovechará la reprensión.
59. Procura mucho la perfección y devoción y con ellas hacer todas las cosas.
60. Ejercitarse mucho en el temor del Señor, que trae el alma compungida y humillada.
61. Mirar bien cuán presto se mudan las personas y cuán poco hay que fiar de ellas, y así asirse a Dios que no se muda.
62. Las cosas de su alma procure tratar con su confesor espiritual y docto, a quien las comunique y siga en todo.
63. Cada vez que comulgare, pida a Dios algún don por la gran misericordia con que ha venido a su pobre alma.
64. Aunque tenga muchos santos por abogados, séalo particular de san José, que alcanza mucho de Dios.
65. En tiempo de tristeza y turbación no dejes las buenas obras que solías hacer, de oración y penitencia, porque el demonio procura inquietarte porque las dejes: antes tengas más que solías, y verás cuán presto el Señor te favorece.
66. Tus tentaciones e imperfecciones no comuniques con los más desaprovechados de casa, que te harás daño a ti y a los otros, sino con los más perfectos.
67. Acuérdate de que no tienes más de un alma, no has de morir más de una vez, ni tienes más de una vida breve y una que es particular, ni hay más de una gloria, y esta eterna, y darás de mano a muchas cosas.
68. Tu deseo sea de ver a Dios. Tu temor si le has de perder. Tu dolor que no lo gozas. Y tu gozo de que te puede llevar allá, y vivirás con gran paz.

martes, 9 de mayo de 2017

BEATO ISIDORO BAKANJA, Mártir del Escapulario del Carmen.

                                       
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Beato Isidoro Bankaja, catequista, mártir del escapulario. 12 de agosto. 

A principios del siglo xx, un joven africano permaneció fiel al escapulario hasta su sangrienta muerte. Isidoro Bakanja había nacido en Bokendela, en la actual República Democrática del Congo, hacia 1885. Su padre, Iyonzwa, procede de una familia de agricultores; la familia de su madre, Inyuka, vive de la pesca. Bakanja tiene un hermano mayor y una hermana menor. La familia es pagana, pero los valores de la moral natural, vehiculados por las mejores tradiciones africanas, ocupan un lugar de privilegio. Iyonzwa no practica la poligamia. Bakanja se muestra ejemplar en la obediencia a sus padres. Mucho después, el verdugo intentará justificar sus violencias hacia el joven acusándolo de haber robado botellas de vino, pero todos los testigos refutarán esa calumnia, ya que nadie sorprendió nunca a Isidoro Bakanja cometiendo el más mínimo robo.

En la época en que nace Bakanja, la conferencia de Berlín había reconocido la soberanía del rey de los belgas, Leopoldo II, sobre el territorio que más tarde se convertiría en el Estado independiente del Congo. A partir de ese momento, la región ha visto afluir misioneros, pero también aventureros en busca de riqueza a bajo coste. Desde entonces, diversos explotadores acumulan, a cuenta del rey, las riquezas de la cuenca congoleña, especialmente el caucho y el marfil, dirigiéndolas hacia la costa del Océano Atlántico. Las poblaciones locales suministran, para ese trabajo, una mano de obra barata. Como otros muchos jóvenes de su poblado, Bakanja sueña con ir a trabajar a Mbandaka, ciudad situada al sur, no muy lejos de allí. Poco después de cumplir la mayoría de edad, desciende el río y es contratado como albañil en Mbandaka. Allí tiene relación con unos monjes de la Trapa (cistercienses) en la misión de Bolokwa-Nsimba, descubriendo con admiración la fe cristiana. Impresionado por la acogida, la bondad y la dedicación de los misioneros para con los pobres y los enfermos, pide ser bautizado. Instruido por los padres trapenses, recibe el Bautismo en la parroquia de San Eugenio, en Bolokwa-Nsimba, el 6 de mayo de 1906, con el nombre de Isidoro. Ese mismo día es investido con el escapulario del Carmen. El 25 de noviembre siguiente, recibe la Confirmación y, el 8 de agosto de 1907, según las costumbres de la época, toma la primera Comunión. Isidoro profesa una gran devoción por el Rosario y el escapulario, que siempre lleva consigo, pues es el modo que tiene de manifestar su fe. Se constituye en apóstol de sus amigos y compañeros de trabajo, atrayéndolos a la fe cristiana mediante la palabra y el ejemplo.

Abandono de los amuletos

Una vez vencido el contrato de trabajo, Isidoro regresa a su poblado. Su padre le pregunta qué ha hecho de los amuletos que le había confiado antes de irse. Él contesta claramente que los ha abandonado porque, en adelante, goza de una protección mucho más eficaz: la de Cristo, el Hijo de Dios, y la de su Madre, la Virgen María. A pesar de las advertencias de sus amigos que temen a los europeos, Isidoro acepta un puesto de sirviente en Busira, en la casa de un vigilante de la plantación, llamado Reynders, de la S.A.B. (Sociedad Anónima Belga) que explota el caucho y el marfil. En ese puesto, es reconocido como obrero ejemplar, trabajador y concienzudo; impresionados por su cordura, muchos lo eligen como catequista. Al ser trasladado a Ikili, Reynders se lleva consigo a Isidoro, cuyas cualidades humanas aprecia. El gerente local de la S.A.B, Van Cauter, es conocido por su dureza y su feroz oposición al cristianismo y a los misioneros cristianos. Reynders aconseja a Isidoro que disimule su fe cristiana para evitar problemas. Sin embargo, Isidoro es el único cristiano en Ikili y no puede guardarse para él solo el gozo que le invade de conocer a Cristo. Van Cauter se percata de ello y le prohíbe que enseñe a rezar a sus compañeros de trabajo.

El 1 de febrero de 1909, Van Cauter ordena toscamente a Isidoro, que sirve la mesa, que se quite el escapulario. El joven responde: «Amo, exiges que me quite el hábito de la Virgen, pero no lo haré. Como cristiano que soy, tengo derecho a llevar el escapulario». Lleno de furia, el director de la plantación ordena que le propinen veinticinco azotes de chicote, látigo de cuero. Isidoro acepta con angelical paciencia ese injusto castigo, uniéndose en espíritu a Jesús en la Pasión. Más tarde, una investigación demostrará que el caso de Isidoro no era ni mucho menos aislado, pues los directivos de la S.A.B. habían organizado una verdadera persecución contra las misiones católicas. La consigna era impedir, por todos los medios, que los empleados africanos llevasen consigo un escapulario o un rosario.

Poco después, Van Cauter ordena a Isidoro que deje de difundir «las bazofias aprendidas con los padres», y añade: «¡Ya no quiero cristianos aquí! ¿Entendido?». Luego, arrancando el escapulario del cuello del joven, se lo lanza a su perro. Después, él mismo va en busca de un chicote de piel de elefante que lleva incorporados dos clavos y manda azotar a Isidoro hasta hacerlo sangrar. En un primer momento, los empleados encargados de ese cometido no quieren obedecer, pero, ante la amenaza de recibir el mismo suplicio, acaban sometiéndose mientras Van Cauter golpea a Isidoro a patadas. A pesar de todo, el joven cristiano continúa manifestando libre y abiertamente su fe, retirándose para rezar el Rosario y para meditar, ya sea solo o en compañía de algunos obreros deseosos de aprender el catecismo. Un día, durante una pausa, Van Cauter lo ve en actitud de rezar. Furioso, ordena fustigarlo en el acto. Isidoro recibe numerosos golpes de un látigo de piel de hipopótamo provisto de clavos, que le arrancan la piel y le cortan la carne. (Con motivo del proceso de beatificación, en 1913, los testigos hablarán de, al menos, doscientos golpes). A continuación, es arrastrado inconsciente hasta la prisión, donde permanece durante cuatro días, sin recibir curas ni alimentos, con los pies apretados en dos anillas metálicas cerradas con un candado y unidas a un enorme peso.

¿Qué has hecho?

En aquel momento, se anuncia en Ikili la noticia de la llegada de un inspector de la S.A.B. Aterrorizado, Van Cauter manda que trasladen a Isidoro a Isako para ocultarlo. Pero Isidoro escapa del verdugo, siendo descubierto muy pronto por un africano que lo conduce a su propio poblado. Allí lo encuentra un geólogo alemán empleado de la S.A.B, el doctor Dörpinghaus, quien intenta curarlo. El cuerpo de Isidoro no es más que una llaga; sus huesos, que están a vista, le provocan un enorme sufrimiento. «Vi a un hombre –testificará Dörpinghaus– con la espalda labrada de profundas llagas… ayudándose de dos bastones para acercarse a mí, reptando más que caminando. Interrogué al desdichado: “¿Qué has hecho para merecer semejante castigo?”. Me respondió que, como catequista de la misión católica de los trapenses de Bamanya, había querido convertir a los trabajadores de la factoría, y que por ello el blanco le había mandado azotar con una pesada fusta provista de clavos puntiagudos».

Sin embargo, la infección resultaba irreversible, declarándose una septicemia, por lo que llevan a Isidoro a casa de un primo, a Busira, para ser curado. Los días 24 y 25 de julio, dos padres trapenses acuden a administrarle los últimos sacramentos: Confesión, Unción de los enfermos y Comunión. Isidoro perdona a sus verdugos y reza por ellos. «Padre –dice a uno de los misioneros–, no estoy enfadado. El blanco me ha golpeado, pero es asunto suyo. Él sabrá lo que hace. En el Cielo rezaré por él, claro». El 15 de agosto, los cristianos del lugar se reúnen ante la casa donde yace el moribundo; éste resplandece de gozo de poder unirse a la comunidad para alabar a María en el misterio de su Asunción al Cielo. Ante el asombro de todos, se levanta y da algunos pasos, en silencio, con el rosario en la mano; luego, se vuelve a acostar, entra en agonía y se apaga, llevando en el cuello el escapulario.

El 7 de junio de 1919, sus restos se trasladan a la iglesia parroquial de la Inmaculada Concepción de Bokote. El 24 de abril de 1994, durante la asamblea especial del sínodo de los obispos para África, el Papa Juan Pablo II beatifica a Isidoro Bakanja, que será proclamado patrono de los laicos de la República Democrática del Congo en 1999.