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miércoles, 8 de enero de 2020

La triple concupiscencia. I jn 2, 16-17. San Agustín



Elegir el amor a Dios eterno sobre el amor a las cosas temporales


10. Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición mundana. El Apóstol mencionó tres cosas que no vienen del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan, pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre como también él permanece para siempre30. ¿Por qué no voy a amar lo que hizo Dios? ¿Qué prefieres? ¿Amar lo temporal y pasar con el tiempo, o no amar el mundo y vivir para siempre con Dios? El río de las realidades temporales arrastra, pero nuestro Señor Jesucristo ha nacido como si fuera un árbol al borde del río. Tomó carne, murió, resucitó, subió al cielo. En cierto modo quiso plantarse al borde del río de las realidades temporales. ¿Te sientes arrastrado hacia el abismo? Agárrate al árbol. ¿Te envuelve el amor del mundo? Agárrate a Cristo. Por ti se hizo él temporal, para que tú te hagas eterno, puesto que él se hizo temporal, pero permaneciendo eterno. Se le adhirió algo temporal, pero sin desprenderse de la eternidad. Tú, por el contrario, has nacido temporal, pero, a causa del pecado, te hiciste temporal. Tú te hiciste temporal por el pecado, él por la misericordia que perdona los pecados. ¡Qué grande es la diferencia entre el reo y el que le rinde visita, aunque ambos se hallen en la cárcel! Pues, a veces, una persona llega a donde está el amigo y entra a visitarlo, y uno y otro parece que están en la cárcel, pero distan mucho el uno del otro; es distinta su situación. A uno le tiene allí hundido la causa que tiene pendiente con la justicia; al otro le llevó allí el amor al hombre. Lo mismo acontece en esta mortalidad: a nosotros nos tenía sujetos nuestra culpa, pero él descendió por misericordia; entró a donde estaba el cautivo para rescatarle, no para hundirle. El Señor derramó su sangre por nosotros, nos redimió, nos devolvió la esperanza. Todavía llevamos la mortalidad de la carne y damos por hecho la inmortalidad futura. Aunque fluctuamos en el mar, ya hemos clavado en tierra el ancla de la esperanza.




Actitud ante el mundo como obra de Dios


11. No amemos, pues, el mundo ni lo que hay en el mundo. Pues lo que hay en el mundo no es otra cosa que concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición mundana31. Son tres las realidades señaladas, no sea que alguien diga que lo que hay en el mundo lo hizo Dios, esto es, el cielo y la tierra, el mar, el sol, la luna, las estrellas, seres que adornan los cielos. ¿Qué es lo que embellece el mar? Todo cuanto repta. ¿Y qué adorna la tierra? Los animales, los árboles, las aves. Todos estos seres se hallan en el mundo y Dios los hizo. ¿Por qué no he de amar lo que hizo Dios? Que el Espíritu de Dios more en ti, para que veas que todos esos seres son buenos, pero ¡ay de ti si amas a la criatura y abandonas al creador! Son para ti realidades bellas, pero ¡cuánto más bello el que les dio forma! Preste atención vuestra caridad. Algunas semejanzas pueden servir para vuestra instrucción. No se os cuele Satanás diciendo lo que acostumbra: «Hallad vuestro bien en la criatura de Dios; ¿para qué las hizo, sino para que os halléis bien en ellas?». Y los hombres se embriagan y perecen y olvidan a su creador; al no usar con templanza sino con avidez las cosas creadas, desprecian al creador. De ellos dice el Apóstol: Rindieron culto y sirvieron a la criatura en vez de al creador que es bendito por los siglos32. Dios no te prohíbe amar estas cosas, sino que las ames poniendo en ellas tu felicidad; más bien, apruébalas y ámalas en modo de amar al creador. Pongamos un ejemplo, hermanos: un esposo hace a su esposa una sortija y ella ama más la sortija que al esposo que se la hizo. ¿No sería sorprendido su corazón como adúltero al amar el regalo del esposo, no obstante que ame lo que él le regaló? Sin duda alguna amaría lo que él le regaló; pero si dijese: «Me basta con esta sortija, ya no quiero volver a ver su rostro», ¿cuál sería la catadura moral de la esposa? ¿Quién no detestaría tal demencia? ¿Quién no detectaría un espíritu adulterino? En vez de amar al marido, amas el oro; amas el oro en vez de al esposo, si lo que hay en ti es el amor a la sortija en vez de a tu esposo y no quieres verlo. Entonces te donó esas arras, no para dejarte una prenda, sino para apartarte de sí. Tu esposo te entrega esa prenda para que, a través de ella, lo ames a él.


Así, pues, Dios te otorgó todas estas cosas; ámale a él que las hizo. Más es lo que quiere darte, esto es, a sí mismo que hizo tales cosas. Si, por el contrario, amas estas cosas, aunque las haya hecho Dios, y desprecias al creador y amas el mundo, ¿no habrá que tener por adúltero a tu amor?



Los amantes del mundo son también mundo


12[a]. Se denomina mundo no sólo a esta construcción levantada por Dios, es decir, el cielo y la tierra, el mar, el conjunto de seres visibles e invisibles. También se llama mundo a sus habitantes, igual que se llama casa tanto a las paredes como a quienes la habitan. A veces alabamos la casa y vituperamos a los que moran en ella. Efectivamente, no es lo mismo decir: «¡Buena casa!» refiriéndonos a la construida con mármol y con bellos artesonados, que decir: «¡Buena casa!», refiriéndonos a aquella en quien nadie sufre injusticia alguna y en la que no se dan ni rapiñas ni opresiones. Ahora no alabamos las paredes, sino a las personas que habitan en su interior aunque se llame casa a lo uno y a lo otro. Todos son, pues, amantes de este mundo porque habitan en él por amor a él; de igual manera son habitantes del cielo aquellos cuyos corazones están en lo alto, aunque con el cuerpo caminen por la tierra. Así, pues, a todos los que aman el mundo se les llama mundo. Éstos no tienen más que estas tres cosas: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la ambición del mundo.



Concupiscencia de la carne


[12b]. Desean, pues, comer, beber, concúbito, tener a mano esos placeres. ¿Acaso no hay en ellos una medida asumible? O, cuando se dice: «No améis esas cosas», ¿se dice mirando a que no comáis, no bebáis o no procreéis hijos? No es eso lo que se dice. Pero haya mesura en esas cosas en atención al creador, para que no os aten con ese amor. No améis para gozar de ello, algo que debéis tener sólo para usarlo. Sólo se os somete a prueba cuando se os propone esta alternativa: «¿Prefieres la justicia o acrecentar las ganancias?». «No tengo de qué vivir, no tengo qué comer ni qué beber». Pero ¿qué sucederá si no puedes conseguir eso que necesitas, si no es por el camino de la maldad? ¿No es mejor amar lo que no se puede perder que cometer una acción mala? Ves la ganancia en oro, no ves el daño que sufre la fe. En esto, nos dice [la carta], consiste la concupiscencia de la carne: en apetecer las cosas que pertenecen a la carne, como el alimento y la unión carnal y demás cosas semejantes.




La concupiscencia de los ojos


13. Y la concupiscencia de los ojos. Llama concupiscencia de los ojos a toda curiosidad. ¡En cuán numerosos ámbitos se manifiesta dicha curiosidad! Se halla en los espectáculos, en los teatros, en los ritos diabólicos, en las artes mágicas, en los maleficios. A veces tienta incluso a los siervos de Dios para que quieran hacer como un milagro y probar si Dios les oye gracias a los milagros: eso es curiosidad, es decir, concupiscencia de los ojos, que no viene del Padre. Si Dios te concedió el poder de hacer milagros, hazlos, pues te lo ofreció para que los hagas.Pero sabiendo que no dejarán de pertenecer al reino de los cielos quienes no los hicieron. Cuando los apóstoles se llenaron de gozo porque se les habían sometido los demonios, ¿qué les dijo el Señor? No os alegréis de eso; alegraos más bien de que vuestros nombres están inscritos en el cielo33. Quiso que los apóstoles se alegrasen de lo mismo de que te alegras tú. Pues ¡ay de ti, si tu nombre no está inscrito en el cielo! ¿Acaso hay que decir: ¡ay de ti si no resucitas muertos, si no caminas sobre el mar, si no expulsas demonios!? Si recibiste la facultad de hacer estos prodigios, usa de ella con humildad, sin orgullo. Pues el Señor dijo de algunos pseudoprofetas que habían de hacer signos y prodigios34.




Ambición mundana


No haya, pues, ambición mundana. La ambición mundana es el orgullo. Quiere jactarse en los honores. El hombre se cree grande o por sus riquezas o por cualquier otra forma de poder.




Cristo vencedor de las tres concupiscencias


14. Ha mencionado tres realidades y no hallarás ninguna otra cosa en que sea puesta a prueba la malsana apetencia humana que no sea la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos o la ambición mundana. De estas tres apetencias se sirvió el diablo para poner a prueba al Señor. Se sirvió de la concupiscencia de la carne para ponerlo a prueba cuando, al sentir hambre, tras el período de ayuno, le dijo: Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan35. Pero ¿cómo rechazó al que le ponía a prueba? ¿Cómo enseñó a combatir al soldado? Presta atención a lo que le respondió: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios36.


El Señor fue puesto a prueba también por medio de la concupiscencia de los ojos. El diablo reclamaba de él un milagro cuando le dijo: Arrójate abajo, pues está escrito: Mandará a sus ángeles, pensando en ti, para que te reciban, no sea que tu pie tropiece en alguna piedra37. El Señor ofrece resistencia al tentador. En efecto, si hubiese hecho el milagro, habría dado la impresión o de que cedió al tentador, o que actuó movido por el deseo de suscitar la curiosidad. El milagro lo hizo cuando quiso como Dios, mas para curar a los enfermos. Pues si lo hubiese hecho entonces se habría pensado que únicamente quiso hacer el milagro por el milagro. Mas considera con atención qué respondió para que los hombres no lo viesen así y, cuando te sobrevenga una tentación semejante, responde también tú lo mismo: Retírate, Satanás, pues está escrito: No pondrás a prueba al Señor tu Dios38. Es decir, si hiciera lo que me sugieres, pondría a prueba a Dios. Dijo él lo que quiso que dijeras tú. Cuando el enemigo te sugiere: «¡Vaya hombre! ¡Vaya cristiano más vulgar! No has hecho ni un simple milagro, ni han resucitado los muertos por tus oraciones ni has curado fiebres. Si en verdad tuvieses alguna categoría, harías algún milagro», respóndele con estas palabras: Está escrito: No pondrás a prueba al Señor tu Dios39; no solicitaré de Dios una prueba como si sólo perteneciera a él en el caso de hacer algún milagro y no perteneciera en caso de no hacerlo. Si la realidad fuera ésa, dónde quedan sus palabras: Alegraos de que vuestros nombres estén escritos en el cielo.


¿Cómo se sirvió el diablo de la ambición mundana para poner a prueba al Señor? Lo llevó a un lugar elevado y le dijo: Todo esto te daré, si te postras ante mí y me adoras40. Quiso tentar al rey de los siglos recurriendo al encumbramiento que significa ser rey en la tierra. Pero el Señor, que hizo cielo y tierra, pisoteaba al diablo. ¿Qué le respondió entonces, sino lo que te enseñó a responderle? Está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y a él solo servirás41.


Observando este modo de proceder, careceréis de la concupiscencia del mundo; al carecer de la concupiscencia del mundo, no os dominará ni el deseo de la carne, ni el deseo de los ojos, ni la ambición mundana, y haréis espacio a la caridad que llega a vosotros para que améis a Dios. Puesto que, si estuviese allí presente el amor del mundo, no lo estará el amor de Dios. Aferrad más bien el amor de Dios a fin de que, como Dios es eterno, también vosotros permanezcáis eternamente, pues cada cual es según es su amor. ¿Amas la tierra? Eres tierra. ¿Amas a Dios? ¿Qué puedo decir? ¿Que serás Dios? No me atrevo a decirlo por mi propia autoridad. Escuchemos las Escrituras: Yo dije: dioses sois e hijos del Altísimo todos42. Por tanto, si queréis ser dioses e hijos del Altísimo, no améis el mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama el mundo, la caridad del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne y concupiscencia de los ojos y ambición mundana que no proviene del Padre, sino del mundo, es decir, de los hombres que aman el mundo. Pero el mundo y todas sus concupiscencias pasan, mas quien hace la voluntad de Dios permanece para siempre como también Dios permanece para siempre43.

jueves, 17 de octubre de 2019

SALMO 136. Sermon de san agustin.



1 [v.1]. Creo que no os habréis olvidado que os recordé, y es más, os recomendé, que todo instruido en la santa Escritura debe saber de dónde somos ciudadanos y en dónde peregrinamos; y que la causa de nuestra peregrinación o destierro es el pecado, y que el don de la vuelta se debe al perdón de los pecados y a la justificación de la gracia de Dios. Oísteis y sabéis que corren, en el desenvolvimiento de los siglos hasta el fin, dos ciudades, mezcladas ahora corporalmente entre sí, pero separadas espiritualmente: una para la cual el fin es la vida eterna, y se llama Jerusalén; otra para la cual todo su gozo es la vida temporal, y se llama Babilonia. Si no me engaño, recordáis la significación de los nombres; Jerusalén quiere decir visión de paz; Babilonia, confusión. Jerusalén se hallaba cautiva en Babilonia, aunque no toda, pues conciudadanos de ella son también los ángeles. Por lo que se refiere a los hombres predestinados a la gloria de Dios, a los futuros coherederos de Cristo por adopción, a los que redimió con su sangre de la misma cautividad, a esta parte de la ciudad de Jerusalén que se hallaba cautiva en Babilonia por causa del pecado, dice que comenzó a salir de Babilonia, primeramente con el corazón por la confesión de la iniquidad y el amor de la justicia, después también, al fin del siglo, por la separación del cuerpo, conforme os lo he recordado en aquel salmo 64, que primeramente expuse aquí a vuestra caridad, el cual empieza así: A ti, ¡oh Dios!, se debe el himno en Sión y a ti se cumplirá el voto en Jerusalén1; pero hoy día hemos cantado el salmo 136, que dice: Junto a los ríos de Babilonia, allí nos hemos sentado y llorado al acordarnos de Sión.Ved que en aquél se dijo: A ti, ¡oh Dios!, se debe el himno en Sión, y en éste: Junto a los ríos de Babilonia, allí nos hemos sentado y llorado recordando a Sión; a Sión, en la que se debe el himno a Dios.

2. ¿Cuáles son los ríos de Babilonia y qué es nuestro sentarse y llorar recordando a Sión? Pues si somos ciudadanos de ella, no sólo cantaremos esto, sino que obraremos; si somos ciudadanos de Jerusalén, es decir, de Sión, y durante esta vida no habitamos como ciudadanos en esta confusión del siglo, en esta Babilonia, sino que nos hallamos detenidos cautivos, conviene que no sólo cantemos estas cosas, sino que las ejecutemos con el piadoso afecto del corazón, con el anhelo religioso de la eterna ciudad. Esta ciudad que se llama Babilonia también tiene sus propios amadores, que atienden a la paz temporal, y, no esperando otra cosa, todo su gozo lo cifran y lo circunscriben a esto, y les vemos también que trabajan sobremanera en pro de la terrena república. Pues bien, cualquiera que se ocupe lealmente en ella, si allí no va en busca de la soberbia, y de la exaltación perecedera, y de la repugnante jactancia, sino que muestra una solicitud verdadera, la que puede, mientras puede, con quienes puede, tocante a las cosas terrenas, y se dedica, en cuanto puede, a lo que pertenece a la hermosura de la ciudad, Dios no le deja perecer en Babilonia, pues le predestinó para ser ciudadano de Jerusalén. Dios conoce perfectamente su cautividad, y les muestra otra ciudad por la que deben suspirar, por la que deben hacer los mayores esfuerzos y exhortar cuanto esté de su parte a sus ciudadanos, peregrinos en ella, a conseguirla. Por eso dice nuestro Señor Jesucristo: El que es fiel en lo poco, lo es en lo mucho; y también: Si no fuisteis fieles en lo de otro, lo vuestro, ¿quién os lo dará?2

3. Sin embargo, carísimos, atended a los ríos de Babilonia. Los ríos de Babilonia son todas las cosas que se aman aquí y pasan. Un individuo amó, por ejemplo, el ejercicio de la agricultura; por ella se enriquece, en ella pone todo su empeño, de ella recibe placer; atienda al éxito y vea que lo que amó no es cimiento de Jerusalén, sino río de Babilonia. Otro dijo: "Gran cosa es ser militar; todos los agricultores los temen, los obedecen y tiemblan ante ellos. Si fuese agricultor, temeré al militar; si fuese militar, seré temido del agricultor." ¡Oh insensato!, te precipitaste en otro río de Babilonia más turbulento y arrebatador. ¿Quieres ser temido por el menor? Teme al mayor. De repente se puede hacer mayor que tú aquel que te teme, pero jamás será menor aquel a quien debes temer. "Ser abogado —dice otro— es gran cosa; poderosísima es la elocuencia, pues tiene en todos los asuntos a sus amparados pendientes de la lengua de su elocuente y diestro defensor, y de su boca esperan el daño o la ganancia, la muerte o la vida, la ruina o la salvación." No sabes a dónde te arrojas; éste es otro río de Babilonia, y suena mucho, porque el tumulto del agua hiere las peñas. Ve que corre, ve que desaparece; y, si ves que corre y desaparece, precávete, porque arrastra. Otro quiere ser navegante; también es gran cosa el negocio. Quiere conocer muchas tierras, conseguir riquezas de todas las partes, no estar sometido a ningún poderoso en la ciudad, peregrinar siempre, distraerse con la diversidad de negocios y gentes, regresar rico con el aumento de las ganancias. También éste es río de Babilonia. Tus riquezas, ¿cuánto subsistirán? ¿Cuándo presumirás, cuándo estarás seguro de las cosas que adquieres? Cuanto más rico seas, tanto más temor tendrás. En un solo naufragio quedarás desnudo, y llorarás con razón en el río babilónico, porque no quisiste sentarte y llorar junto al río de Babilonia.

4. Por el contrario, otros ciudadanos de Jerusalén, comprendiendo la cautividad, contemplan los deseos humanos y los diversos anhelos de los hombres, que los llevan de aquí para allá, que los arrastran y los arrojan al mar; ven estas cosas y no se meten en el mar de Babilonia, sino que se sientan junto a los ríos de Babilonia y lloran junto a ellos, ya a los que son arrebatados, ya a sí mismos, porque merecieron estar en Babilonia. Sin embargo, están sentados, es decir, humillados: Junto a los ríos de Babilonia, allí nos hemos sentado y llorado al recordar a Sión. ¡Oh santa Sión, en donde todo permanece y nada fluye! ¿Quién nos arrojó aquí? ¿Por qué hemos abandonado a tu Creador y tu compañía? Henos aquí establecidos entre lo que corre y desaparece. Difícilmente será arrastrado alguno por el río si pudiere agarrarse al madero. ¿Qué digo? Se verá libre. Luego, humillados en nuestra cautividad, nos sentemos junto a los ríos de Babilonia; no nos atrevamos a arrojarnos a ellos ni nos atrevamos, en el mal y en la tristeza de nuestra cautividad, a engreírnos; nos sentemos y lloremos así. Nos sentemos junto a los ríos de Babilonia, no debajo de ellos; nuestra humildad debe ser tal, que no nos sumerja; sin embargo, siéntate humilde y habla, mas no como en Jerusalén, pues allí estarás de pie; de esta esperanza habla y canta otro salmo, diciendo: Nuestros pies están firmes en los atrios de Jerusalén3. Allí serás ensalzado si aquí, arrepintiéndote y alabando, te humillas. Luego nuestros pies están firmes en los atrios de Jerusalén, pero junto a los ríos de Babilonia nos hemos sentado y llorado recordando a Sión. Por esto conviene que llores recordando a Sión.

5. Muchos, sin duda, gimen con llanto babilónico, porque se alegran también con gozo babilónico. Quienes se gozan por el lucro y lloran por la pérdida, ambos pertenecen a la ciudad de Babilonia. Tú debes llorar, pero recordando a Sión. Si lloras recordando a Sión, te conviene que llores también cuando te va bien en lo referente a Babilonia. Por eso se dice en el salmo: Hallé tribulación y dolor, e invoqué el nombre del Señor4. ¿Qué quiere decir hallé? Que hallé como buscada cierta tribulación que casi debía buscarse. Y al encontrarla, ¿con qué ganancia la hallé? Invoqué el nombre del Señor. Hay una gran diferencia entre encontrar la tribulación y ser encontrado por ella, pues en otro lugar dice: Dolores de infierno me encontraron5. ¿Qué significa dolores de infierno me encontraron y qué hallé tribulación y dolor? Cuando de repente se apodera de ti la tristeza al perder los bienes temporales con los que te deleitabas, cuando la repentina tristeza te encuentra, sin pensar que pudieras entristecerte, al sobrevenirte el entristecimiento, te encontró el dolor del infierno. Te creías estar arriba, y, sin embargo, estabas abajo; y, al encontrarte el dolor del infierno, te encontraste allí abajo tú que creías que estabas arriba, pues te hallaste afectado gravemente con el dolor, con la tristeza de algún mal que quizá presumías que no había de entristecerte: te halló el dolor del infierno. Por el contrario, cuando te va bien, es decir, cuando te sonríen todas las cosas mundanas, cuando ninguno de los tuyos murió, nada se secó, o se apedreó, o apareció estéril en tu viña, no se avinagró tu cuba, no abortó ningún ganado tuyo, no fuiste destituido de alguna dignidad de la que estabas investido en el siglo, en todas partes encuentras a tus amigos y conservan tu amistad, no te faltan protegidos, los hijos te obedecen, los siervos te temen, la esposa va acorde contigo, la casa se muestra feliz, entonces debes decir: "Aquí encontré la tribulación", para que, si algo puedes, habiendo encontrado la tribulación, invoques el nombre del Señor. La palabra divina parece enseñar algo contrario al decir: "Llora en la alegría y alégrate en la tristeza." Oye al que se alegra en la tristeza: Nos gloriamos en las tribulaciones6. Ve al que llora en la alegría si encontró la tribulación. Atienda cada uno a su felicidad, por la que se regocijó su alma y se hinchó en cierto modo por el gozo, y se engrió y dijo: "Soy feliz"; atienda y vea si no se desliza aquella felicidad, si puede estar seguro de que ella permanezca eternamente. Si no lo está y ve que corre aquello de lo que se goza, es río de Babilonia; siéntese junto a él y llore. Se sentará y llorará si se acordó de Sión. ¡Oh paz!, aquella que veremos junto a Dios; ¡oh santa igualdad!, la que tendremos con los ángeles; ¡oh visión y espectáculo sublime!: he aquí las cosas bellas que tienen en Babilonia; no retengan, no engañen. Una cosa es el solaz de los cautivos y otra el gozo de los libres. Junto a los ríos de Babilonia, allí nos hemos sentado y llorado al recordar a Sión.

6 [v.2]. En medio de ella hemos colgado en los sauces nuestros instrumentos músicos. Los ciudadanos de Jerusalén tienen propios instrumentos músicos: la Escritura, los preceptos, las promesas de Dios, la meditación de la vida futura; pero mientras se hallan en medio de Babilonia cuelgan sus instrumentos en los sauces de ella. Los sauces son árboles sin fruto, y en este lugar se aducen en mal sentido, aunque quizá en otros lugares puedan consignarse en bueno. Ahora consideradlos como árboles estériles que nacen junto a los ríos de Babilonia. Estos árboles se riegan con los ríos de Babilonia y no llevan fruto. Así como hay hombres ansiosos, avaros y estériles de toda obra buena, así los ciudadanos de Babilonia, como árboles propios de aquella región, se alimentan de los placeres de las cosas mundanas, como regados por los ríos de Babilonia. Buscas en ellos fruto, y jamás lo encuentras. Al soportar a éstos, nos encontramos con aquellos que están en medio de Babilonia. Hay mucha diferencia entre estar en medio de Babilonia y a las afueras de Babilonia. Hay quienes no están en medio de Babilonia, es decir, que no se hallan envueltos por tanta codicia y deleite mundano. Pero quienes, lo diré clara y brevemente, son perversos, se hallan en medio de Babilonia y son árboles estériles, como sauces de Babilonia. Cuando los vemos y los encontramos tan estériles que difícilmente se ve en ellos algo por donde podamos conducirlos a la verdadera fe, o a las buenas costumbres, o a la esperanza del siglo futuro, o al deseo de la liberación de la cautividad de la muerte, aun cuando conocemos la Escritura que hemos de enseñarles, como no encontramos en ellos fruto alguno por donde podamos comenzar, apartamos nuestro rostro de ellos y decimos; "Aún éstos no perciben, no comprenden; cuanto les digamos lo tendrán por funesto y adverso." Luego, retardando el toque de la Escritura, colgamos en los sauces nuestros instrumentos músicos, pues no los juzgamos dignos de llevar nuestros instrumentos. No les obligamos a llevar con ellos nuestros instrumentos músicos, sino que, retrasando, los colgamos, pues los sauces son árboles babilónicos sin fruto, alimentados con los placeres terrenos, como con los ríos de Babilonia.

7 [v.3]. Y ved si a continuación no dice esto el salmo: En medio de ella hemos colgado en los sauces nuestros instrumentos músicos. Porque allí nos pidieron quienes nos llevaron cautivos palabras de cánticos, y quienes nos llevaron forzados, himnos. Se sobrentiende nos pidieron. Cánticos e himnos de alegría nos pidieron quienes nos condujeron cautivos. ¿Quiénes nos llevaron cautivos, hermanos? ¿A qué cautivadores nuestros percibimos algunas veces? Jerusalén, sin duda, soportó a los babilónicos, a los persas, a los caldeos y a los hombres esclavizadores de aquellas gentes y regiones; pero esto aconteció después, no cuando se cantaba este salmo. Mas ya he dicho a vuestra caridad que todas las cosas que acontecían en aquella ciudad en la realidad, eran prefiguraciones nuestras, pues fácilmente puede demostrarse que nosotros estamos cautivos. Porque no respiramos ya el aire de aquella libertad, no gozamos de la pureza de la verdad y de aquella sabiduría que, permaneciendo en sí misma, renueva todas las cosas7. Somos tentados con los deleites de las cosas temporales y luchamos diariamente contra las sugestiones de los ilícitos placeres. Apenas respiramos en la oración y vemos que nos hallamos cautivos. Pero ¿quiénes nos cautivaron? ¿Qué hombre? ¿Qué nación? ¿Qué rey? Si somos redimidos, éramos cautivos. ¿Quién nos redimió? Cristo. ¿De quién nos redimió? Del diablo. Luego el diablo y sus ángeles nos hicieron cautivos, pero no nos hubieran apresado si no hubiéramos querido. Nosotros fuimos llevados cautivos. Dije quiénes son nuestros esclavizadores. Ellos son, pues, los ladrones que hirieron al viajero que bajaba de Jerusalén a Jericó, al que, maltratado, abandonaron semivivo. Viendo a este herido aquel nuestro Guardián, es decir, el Samaritano, pues samaritano significa guardián, a quien vituperaron los judíos, diciéndole: ¿No decimos nosotros que eres samaritano y que estás poseído del demonio?; pero El, rechazando uno de los dos ultrajes, retuvo el otro y dijo: Yo no tengo demonio8. No dijo: " Yo no soy samaritano"; pues, si este samaritano no custodiase, pereceríamos. Luego, pasando el samaritano, vio al maltratado y al herido abandonado por los ladrones; y, como sabéis, lo recogió9. Como alguna vez son denominados con el nombre de ladrón los que nos infligen heridas de pecados debido al consentimiento de nuestra cautividad, por lo mismo, éstos se llaman esclavizadores nuestros.

8. Luego ¿quiénes nos llevaron cautivos? El diablo y sus ángeles. ¿Cuándo nos hablaron y cuándo nos pidieron éstos palabras de cánticos? Luego por esto, ¿qué hemos de entender? Que, cuando nos piden aquellos en quienes obra el diablo, hemos de entender que nos pide el mismo diablo que obra en ellos. Pues el Apóstol dice: Y vosotros, que estabais muertos por vuestros delitos y pecados, cuando vivíais en ellos conforme a la corriente del mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, del espíritu que obra en los hijos de la incredulidad, entre los cuales también nosotros —dice— nos hallamos en otro tiempo10. Por esto demostró que, redimido de Babilonia, comenzó a salir de ella. Pero, sin embargo, ¿qué dice aún? Que todavía combatimos con nuestros enemigos. Y para que no nos airemos contra los hombres que nos proporcionan persecuciones, el Apóstol aparta nuestro ánimo del odio hacia los hombres y le endereza hacia la lucha de algunos espíritus que no vemos, pero que contra ellos combatimos, pues dice : Vuestra lucha no es contra la carne y la sangre, es decir, contra los hombres que veis, y de quienes os parece que soportáis males porque os persiguen (o suscitan persecuciones contra vosotros), ya que se nos manda rogar por ellos: Vuestra lucha no es contra la carne y la sangre, es decir, contra los hombres, sino contra los príncipes, y las potestades, y los rectores de este mundo de tinieblas11. ¿A qué llamó mundo? A los amadores del mundo. A éstos llamó también tinieblas, a saber, a los inicuos, a los carnales, a los incrédulos, a los pecadores. A éstos, ya creyentes, congratula, diciéndoles así: En otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora luz en el Señor12. Luego nos colocó para luchar con aquellos príncipes, pues ellos nos cautivaron.

9. Cuando entró el diablo en el corazón de Judas13 con el fin de que entregara al Señor, no hubiera entrado si Judas no se lo hubiera permitido; cabalmente por esto muchos hombres malos que se hallan en medio de Babilonia a causa de los carnales e ilícitos deseos, concediendo un puesto al diablo y a sus ángeles en sus corazones para que obre en ellos y por ellos, nos preguntan algunas veces y nos dicen: "Dadnos la razón de esto." Con frecuencia nos dicen esto los paganos: "Explícanos el motivo de la venida de Cristo y qué aprovechó Cristo al género humano ¿Por ventura desde que vino Cristo no han empeorado los asuntos humanos? ¿No eran antes más propicios y felices que ahora? Nos digan los cristianos qué bien proporcionó Cristo". ¿Cómo piensan que han venido a ser más prósperos los sucesos humanos con la venida de Cristo? Juzgan que, si los teatros, los anfiteatros y los circos permaneciesen incólumes; que, si nada se derribase de Babilonia; que, si afluyesen por todas partes placeres debido a los hombres que habían de cantar y de danzar al compás de cánticos lascivos; que, si la sensualidad de los entregados a las deshonestidades y a las meretrices gozase de paz y de seguridad; que, si no temiese el hambre en su casa el que clama: "Se vistan los pantomimos", y, por fin, que, si todas estas cosas se deslizasen sin ruina y sin perturbación alguna y hubiera gran seguridad en las frivolidades, entonces serían felices los tiempos y dirían que Cristo ofreció gran felicidad a los asuntos humanos. Pero como se persigue la iniquidad para que, extirpada la codicia, se implante la caridad de Jerusalén; como se mezclan amarguras a la vida temporal para que se deseen las cosas eternas; como los hombres son adoctrinados en los azotes, aceptando la corrección paterna para no recibir la sentencia penal del juez, nada bueno trajo Cristo; Cristo trajo sufrimiento y dolor. Comienzas a decir al hombre las cosas buenas que hizo Cristo, y no llega a comprenderlo. Le presentas a aquellos que hacen lo que poco ha oísteis en el evangelio; que vendieron todos sus bienes y se los dieron a los pobres con el fin de seguir al Señor14 y tener un tesoro en el reino de los cielos; le dices; "Ve lo que trajo Cristo, ve cuántos distribuyen sus bienes a los pobres y se hacen pobres no por necesidad, sino voluntariamente siguiendo al Señor, esperando el reino de los cielos", y se ríen de ellos, como si fuesen necios, pues dicen: "¿Estos bienes trajo Cristo, que el hombre pierda su hacienda y, dándola a los pobres, quede él pobre?" Pero tú, ¿qué has de pensar? No comprendes los bienes de Cristo; otro a quien aposentaste en tu corazón te llenó y es enemigo de Cristo. Diriges la mirada a los tiempos pasados, y te parecen más venturosos que los presentes, los cuales eran como aceitunas pendientes del árbol, agitadas por el viento, que gozaban, por un inconstante y peculiar deseo, de cierta libertad de la brisa. Pero llegó el tiempo de ser echada la aceituna al lagar. No siempre había de estar pendiente del árbol; ya terminó el tiempo. No sin motivo se intitulan algunos salmos Para los lagares15. En el árbol se hallaba en libertad; en la almazara, prensada. Cuando los intereses humanos se destruyen y hunden, atiendes a que crece la avaricia, atiende también a que crece la templanza. ¿Por qué eres tan ciego que ves únicamente correr por el albañal el alpechín y no ves el aceite en las tinajas o zafras? Los que obran mal son públicamente conocidos; por el contrario, los que se convierten a Dios y se purifican de las inmundicias de los malos deseos, están ocultos; como también en la misma o de la misma almazara corre a la vista el alpechín y ocultamente se licúa el aceite.

10. Aclamasteis y os alegrasteis antes estas cosas, porque ya podéis sentaros junto a los ríos de Babilonia y llorar. Pues bien, cuando entran en el corazón de los hombres los que nos llevaron cautivos y nos preguntan, valiéndose de las lenguas de aquellos a quienes poseen, y nos dicen: "Cantadnos palabras de cánticos, declaradnos el motivo de la venida de Cristo y qué es la otra vida; quiero creer. Declárame el motivo por que me mandas que crea", le respondo y le digo: "¡Oh hombre! ¿Cómo no quieres que te mande que creas? Estás repleto de malos deseos; si te declaro los bienes de Jerusalén, no los comprendes; conviene que te vacíes de lo que estás lleno para que puedas llenarte de lo que careces". Luego no le digas algo agradable; es un sauce, es un árbol estéril; no toques el órgano para que suene; más bien cuélgale. Pero él ha de decir: "Háblame, cántame, explícame la razón; ¿tú no quieres que aprenda?" No oyes con buen ánimo, no llamas de suerte que merezcas se te abra. Te llena el que a mí me hizo cautivo; él me pregunta por ti; es astuto, falazmente pregunta; no busca aprender, sino qué reprender. Luego yo no hablaré; colgaré mis instrumentos músicos.

11 [v.4]. Pero ¿qué ha de decir aún? Cantadnos palabras de cánticos; cantadnos un himno, cantadnos cánticos de Sión. ¿Qué responderemos? Babilonia te sostiene, te alimenta, te sujeta; por ti habla Babilonia. Sólo eres capaz de percibir lo que brilla temporalmente, no sabes meditar en lo eterno; no comprendes aquello que preguntas. ¿Cómo cantaremos el cántico del Señor en tierra extraña? Así es verdaderamente, hermanos. Comenzad a querer predicar la verdad más insignificante que sepáis y ved que infaliblemente soportáis a estos mofadores, falsarios y fiscalizadores de la verdad. Responded a estos que os piden lo que no pueden entender y decidles respaldados por la seguridad que proporciona vuestro cántico santo: ¿Cómo cantaremos el cántico del Señor en tierra extraña?

12. Pero ve cómo has de portarte entre ellos, ¡oh pueblo de Dios, oh Cuerpo de Cristo, oh animosa peregrinación!, pues no eres de aquí, eres de otro lugar, no sea que, cuando ellos te dicen: Cantadnos palabras de cánticos, cantadnos un himno, cantadnos cánticos de Sión, aparezca como si fuesen amados por ti, y que deseas su amistad, y que temes desagradarles; y, por tanto, comience a deleitarte Babilonia y te olvides de Jerusalén. Luego, sobrecogido por este temor, ve lo que añade, ve lo que sigue. El hombre que cantaba se vio agobiado por el peso del sufrimiento ; este hombre, si queremos, somos nosotros; este hombre soportó de todas partes a los que preguntaban tales cosas, a los lisonjeros aduladores, a los mordaces reprensores, a los falsos encomiadores, a los que piden lo que no comprenden, a los que no quieren derramar aquello de lo que están llenos; y, hallándose en peligro entre la turba de tales nombres, levantó el ánimo recordando a Sión, y se obligó con cierto juramento, diciendo entre las palabras de los que le habían cautivado, entre las voces de los aduladores, entre los gritos de los que pedían malamente, entre el murmullo de los que buscaban y no querían aprender: Si me olvidare de ti, Jerusalén...

13. Ved de dónde era el rico aquel que preguntó al Señor: Maestro bueno, ¿qué haré para conseguir la vida eterna? ¿Por ventura, al indagar acerca de la vida eterna, no pedía el cántico de Sión? Guarda —le dice el Señor— los mandamientos. Él, habiendo oído esto, con altanería dijo: Desde mi juventud los cumplí todos. El Señor le dijo algo que pertenecía a los cánticos de Sión, aunque conocía que no los comprendía; pero nos ofreció un ejemplo de cómo muchos que han de pedirnos un consejo para la vida eterna nos alabarán cuando les respondemos lo que ellos pretenden. Por Él nos dio una prueba, enseñándonos lo que debemos contestar algunas veces a estos hombres: ¿Cómo cantaremos el cantico del Señor en tierra extraña? Ved qué dice: ¿Quieres ser perfecto? Vete, vende lo que tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; ven y sígueme. Para que aprenda algunos cánticos de los cánticos de Sión, se despoje primeramente de los impedimentos, ande desembarazado, no cargue peso, y así aprenderá algo de los cánticos de Sión. Pero él, entristecido, se alejó. Digamos a su espalda: ¿Cómo cantaremos el cántico del Señor en tierra extraña? El ciertamente se apartó; sin embargo, el Señor dio esperanza a los ricos. Porque, perturbados los discípulos, dijeron: ¿Quién podrá salvarse? Mas Jesús les respondió: Lo que es imposible a los hombres, es fácil a Dios16. También tienen los ricos un módulo propio, pues recibieron el cántico de Sión, el cántico sobre el cual dice San Pablo a Timoteo: Ordena a los ricos de este mundo que no se ensoberbezcan ni pongan la esperanza en lo incierto de las riquezas, sino en Dios vivo, que nos da todas las cosas abundantemente para disfrutarlas. Y, añadiendo lo que deben hacer, toca ya el órgano, no le cuelga, pues prosigue: Sean ricos en buenas obras, sean dadivosos y limosneros; atesoren un hermoso fundamento para el futuro a fin de que consigan la verdadera vida17. Los ricos recibieron primeramente este cántico de los cantos de Sión: que no se ensoberbezcan. Las riquezas engríen, y a los que se engríen, como ríos, los arrastran. ¿Qué se manda a éstos? Ante todo, no ensoberbecerse. Eviten en las riquezas lo que engendran las riquezas; eviten en las riquezas la soberbia. Lo que primeramente ocasionan las riquezas a los hombres incautos es este mal. Pues el oro, que Dios creó, no es malo; lo que es malo es el hombre avaro, que abandona al Creador, volviéndose a la criatura. Luego evite en las riquezas ser soberbio y se siente junto a los ríos de Babilonia. Pues se le dijo que no se ensoberbezca; luego siéntese; y que no ponga la esperanza en lo incierto de las riquezas; luego siéntese junto a los ríos de Babilonia. Si pone la esperanza en lo incierto de la riqueza, es arrastrado por el río de Babilonia; si se humilla y no se ensoberbece y no pone la esperanza en lo incierto de las riquezas, se halla sentado junto al río, suspira recordando a Sión por la eterna Jerusalén; y para llegar a Sión da sus bienes. Aquí tenéis el cántico que los ricos recibieron de los cánticos de Sión. Obren, toquen el órgano, no se crucen de brazos al hallar a un hombre que le dice: "¿Qué haces? Pierdes tus cosas erogando tanto; atesora para tus hijos". Cuando ven que no comprenden y se dan cuenta que son sauces, no les digan al instante por qué obran y qué hacen, cuelguen sus instrumentos músicos en los sauces de Babilonia. Sin hacer caso de los sauces, canten, no cesen, obren, pues no pierden lo que distribuyen. ¿Lo entregan a un siervo, y está seguro; lo entregan a Cristo, y perece?

14. Oísteis el cántico de los ricos, de los cánticos de Sión; oíd el cántico de los pobres: Nada —dice el apóstol San Pablo— trajimos a este mundo, y claro es que no podemos llevar de él cosa alguna; teniendo comida y vestido, con eso nos baste. Porque los que quieren enriquecerse caen en la tentación, y en muchos deseos necios y perjudiciales, que sumergen al hombre en la ruina y perdición. Estos son los ríos de Babilonia. La raíz de todos los males es la avaricia, por la cual algunos que se prendaron de ella naufragaron en la fe y a sí mismos se echaron a cuestas dolores sin número18. Luego ¿son entre sí opuestos estos cánticos? No. Ved qué se dijo a los ricos: No os ensoberbezcáis ni pongáis la esperanza en lo incierto de las riquezas; obrad bien, distribuid, atesoraos un buen fundamento para el futuro. ¿Y qué se dijo a los pobres? Los que quieren enriquecerse caen en la tentación. No dijo: "Los que son ricos", sino: Los que quieren enriquecerse; porque, si fuesen ya ricos, oirían otro cántico. El rico oye: que distribuya; el pobre: que no desee.

15 [v.5]. Cuando os halléis entre estos que no perciben el cántico de Sión, colgad, como dije, los instrumentos músicos en los sauces en medio de Babilonia. Diferid lo que habíais de decir. Comienzan a ser árboles fructíferos, se mudan los árboles, y llevan fruto bueno; allí ya nos es lícito cantar al oído de los que escuchan. Pero, cuando os halléis entre estos atronadores, ladinos, inquisidores y opositores de la verdad, retraeos; no queráis agradarles para que no os olvidéis de Jerusalén y diga a una nuestra alma, hecha, de muchos, una sola por la paz de Cristo; diga la misma cautiva Jerusalén, que se halla aquí en la tierra: Si me olvidare de ti, Jerusalén, se olvide de mi derecha. Severamente se ata, hermanos míos; se olvide de mí mi derecha; cruelmente se obliga. Nuestra derecha es la vida eterna; nuestra izquierda, la vida temporal. Cuanto haces por la vida eterna, lo ejecuta la derecha. Si al amor de la vida eterna mezclas en tus obras el deseo de la vida temporal, o de la alabanza humana, o de algún bien pasajero, conoce tu izquierda lo que hace tu derecha. Y sabéis que existe un precepto en el Evangelio que dice: No sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha19. Si me olvidare —dice— de ti, Jerusalén, se olvide de mí mi derecha. Verdaderamente así acontece. Lo predijo, no lo deseó. A los que se olvidan de Jerusalén, les sucede esto que dijo: se olvida de ellos su derecha, pues la vida eterna permanece en sí; ellos son los que se quedan en el deleite temporal y se hacen derecho lo que es izquierdo.

16. Atended a esto, hermanos, os insinuaré, en atención a la derecha, cuanto el Señor me conceda para salud de todos. Quizá recordáis ahora que yo alguna vez traté de algunos que hacen derecho lo que es izquierdo; es decir, que tienen grandes riquezas temporales, y en ellas colocan la felicidad, ignorando cuál sea la verdadera felicidad, la verdadera derecha. La Escritura llama a éstos hijos extraños, como ciudadanos que son no de Jerusalén, sino de Babilonia; pues dice en cierto lugar un salmo: Señor, líbrame de la mano de los hijos de los extraños, cuya boca habló vanidad, y su derecha es derecha de iniquidad; y prosiguiendo añade: cuyos hijos son como fuertes retoños; y sus hijas, adornadas como simulacros del templo; sus despensas, repletas, se desbordan de una en otra; sus ovejas, fecundas, que se multiplican en cada parto; sus bueyes, gordos; no hay brecha en su cerca ni gritería en sus plazas. ¿Acaso tener esta felicidad es pecado? No, sino hacerla derecha siendo izquierda. Por eso, ¿qué dice a seguida? Bienaventurado llamaron al pueblo que posee estas cosas. Ved cómo su lengua habló vanidad, puesto que llamaron bienaventurado al pueblo que posee estas cosas. Tú eres ciudadano de Jerusalén que no te olvidas de Jerusalén para que no te olvides de tu derecha. Ve que los que hablaron vanidad llamaron bienaventurado al pueblo que posee estas cosas. Tú cántame el cántico de Sión: Bienaventurado el pueblo que tiene a Dios por Señor20. Hermanos, vosotros preguntad a vuestros corazones si deseáis los bienes de Dios, si anheláis la ciudad de Jerusalén, si codiciáis la vida eterna. Sea para vosotros izquierda toda esta felicidad terrena y sea derecha aquella que tendréis siempre; con todo, si tuvieseis izquierda, no presumáis de ella. ¿Por ventura no corriges a quien desea alimentarse de la izquierda? Si piensas que injuria tu mesa el que come alimentos de la izquierda, ¿cómo no se injuriará la mesa de Dios si lo que es derecha lo haces izquierda, y lo que es izquierda lo haces derecha? Luego ¿qué resta? Que, si me olvidare de Jerusalén, se olvide de mí mi derecha.

17 [v.6]. Péguese mi lengua a mi paladar si no me acordase de ti. Es decir, enmudezca, dice, si no me acordase de ti. ¿Para qué habla, para qué toca, si no suena el cántico de Sión? Nuestra lengua es el cántico de Jerusalén. El cántico del amor de este mundo es la lengua ajena, la lengua extraña que aprendimos en la cautividad. Luego estará mudo para con Dios el que se olvidare de Jerusalén. Poco es acordarse, pues también los enemigos se acordaron de ella intentando destruirla. "¿Qué es esta ciudad —dicen—. ¿Qué son los cristianos? ¿Y cuáles son los cristianos?" ¡Oh si no hubiese cristianos! Venció la turba cautiva a sus cautivadores, y, sin embargo, murmuran, se ensañan, quieren destruir la santa ciudad que peregrina junto a ellos, así como quiso Faraón aniquilar al pueblo de Dios matando a los niños recién nacidos y dejando a las niñas: sofocando las virtudes y fomentando los vicios. Luego poco es acordarse; ve cómo te acuerdes. Recordamos algunas cosas con odio, otras con amor. Luego cuando dijo: Si me olvidare de ti, Jerusalén, se olvide de mí mi derecha. Péguese mi lengua a mi paladar si no me acordare de ti, al momento añadió: si no antepusiese a Jerusalén como principio de mi regocijo. Se da el sumo regocijo en donde nos gozamos con Dios, en donde nos hallamos seguros con la fraternidad inquebrantable y la compañía cívica. Allí ningún tentador nos corromperá, nadie podrá caer por algún hechizo; allí nada deleitará sino el bien. Allí desaparecerá toda necesidad y aparecerá la suma felicidad. Si no antepusiese a Jerusalén como principio de mi regocijo.

18 [v.7]. Dirigiéndose al Señor contra los enemigos de su ciudad, dice: Acuérdate, Señor, de los hijos de Edén. Edón es el mismo Esaú; y oísteis ahora cuando se leía el Apóstol: Amó a Jacob y odió a Esaú. Eran dos hijos gemelos que se hallaban en el mismo vientre, en el de Rebeca; hijos de Isaac y nietos de Abrahán. Nacieron ambos: el uno para heredar, el otro para ser desheredado. Esaú fue enemigo de su hermano, porque, siendo hijo menor, se antepuso por la bendición, y así se cumplió en él el mayor servirá al menor21. Luego ahora entendemos quién es el mayor y quién el menor, y quién es el mayor que sirve al menor. El pueblo judío parecía a primera vista el mayor, y el pueblo cristiano el menor. Pero ved cómo el mayor sirve al menor. Ellos son nuestros libreros, nosotros vivimos de sus códices. Pero, hermanos, para que entendáis de todos en general quién es el mayor y el menor, diré que se llama mayor el hombre carnal, y menor el hombre espiritual, porque primero es el carnal y después el espiritual. Así claramente lo atestigua el Apóstol, diciendo: El primer hombre de la tierra, terreno; el segundo del cielo, celeste. Cual es el terreno, así son los terrenos, y cual es el celeste, asimismo son los celestes. Como llevamos la imagen del hombre terreno, llevemos también la imagen de Aquel que es del cielo. Sin embargo, allí había dicho un poco antes: Pero no es primero lo espiritual, sino lo animal, y después lo espiritual22. Llama animal a lo mismo que presentó como carnal. El hombre al nacer comienza siendo animal, comienza siendo carnal. Si se encamina de la cautividad de Babilonia hacia Jerusalén, se renueva; y, haciéndose esta renovación según el nuevo hombre interior, éste se hace menor por el tiempo, pero mayor por el poder. Luego Esaú simboliza a todos los carnales, y Jacob a todos los espirituales. Los menores son elegidos, los mayores reprobados. ¿Quiere también él ser elegido? Se haga menor. Se llamó Edón por ciento alimento lenticular rojo; es decir, por ciento alimento rosáceo. Estando bien guisadas aquellas suculentas lentejas, Esaú, vencido por el deseo de comerlas, se las pidió a su hermano Jacob, cediéndole por ellas el derecho de la primogenitura. Jacob cedió el alimento del placer y percibió la dignidad del honor. Así, por pacto entre ellos, aconteció que, siendo Esaú el mayor y Jacob el menor, el mayor sirvió al menor y fue llamado el mayor Edón23. Edón significa, según dicen los que conocen la lengua hebrea, sangre; también en púnico sangre se dice Edón. No hay que extrañarse, todos los carnales pertenecen a la sangre. Y la carne y la sangre no poseerán el reino de los cielos24. Edón no pertenece a él; pertenece Jacob, que se desprendió del alimento carnal y tomó la dignidad espiritual. Edón se hizo enemigo. Todos los carnales son enemigos de los espirituales. Todos los que anhelan las cosas presentes persiguen a los que ven que meditan en las cosas eternas. Contra éstos, mirando a Jerusalén este hombre del salmo y rogando a Dios que le saque de la cautividad, ¿qué dice? Acuérdate, Señor, de los hijos de Edón. Líbranos de los carnales, y de los que imitan a aquel Edón, que son hermanos mayores y nuestros enemigos. Nacieron primero; pero los nacidos después se anticiparon en cuanto al derecho de primogenitura, porque la concupiscencia de la carne derribó a los primeros y el desprecio de ella ensalzó a los segundos. Viven, envidian y persiguen.

19. Acuérdate, Señor, de los hijos de Edón en el día de Jerusalén. ¿En el día de Jerusalén en que sufrió, en que fue hecha cautiva, o en el día de la felicidad de Jerusalén, en el que fue librada, en el que arribó y fue asociada a la eternidad? Acuérdate, Señor, dice, no te olvides de los hijos de Edón. ¿De quiénes? De los que dicen: "Suprimid, suprimid en ella hasta los cimientos". Luego acuérdate de este día, cuando querían destruir a Jerusalén. ¡Cuántas persecuciones padeció la Iglesia! ¡Cómo decían los hijos de Edón, es decir, los hombres carnales, los sometidos al diablo y a sus ángeles, los que adoraban a las piedras y a la madera, los que seguían en pos de los deseos carnales: "Extinguid a los cristianos, destronad a Cristo, no quede ni uno; arrasad hasta los cimientos!" ¿Por ventura no dijeron esto? Y, al decir esto los perseguidores, fueron reprobados, y los mártires coronados. De los que dicen: "Suprimid, suprimid en ella hasta los cimientos". Dios dice; "Servid"; los hijos de Edón dicen: Suprimid, suprimid. ¿Y qué palabras pueden sobreponerse sino las de Dios, que dijo: El mayor servirá al menor? Suprimid, suprimid en ella hasta el cimiento.

20 [v.8]. Ahora se dirige a ella el salmista y dice: Hija de Babilonia, infeliz. Eres infeliz por tu exaltación, infeliz por tu presunción, eres infeliz por tu aborrecimiento. Hija de Babilonia, infeliz. La misma ciudad se denomina Babilonia e hija de Babilonia. Como a Jerusalén se la llama Jerusalén e hija de Jerusalén, y a Sión, Sión e hija de Sión, de la misma manera se llama a la Iglesia Iglesia e hija de la Iglesia; por la sucesión se denomina hija, y por la antelación, madre. Existió una primera Babilonia. Pero ¿acaso permaneció siempre en ella el mismo pueblo o la misma gente? Por la sucesión de Babilonia se hizo hija de Babilonia. ¡Oh hija de Babilonia!, (tú eres) infeliz. Bienaventurado el que te pague tu retribución. Tú eres infeliz, él es bienaventurado.

21. [v.9]. Tú, ¿qué hiciste y qué se te dará? Oye: Bienaventurado el que te diere el pago que tú nos diste. ¿Qué pago o retribución anuncia? Con ella termina el salmo: Bienaventurado el que tomare y estrellase tus pequeñuelos contra la piedra. A ella, a Babilonia, la llama infeliz, y dichoso al que le diese el pago que ella nos dio a nosotros. Preguntamos qué pago, y dice: Bienaventurado el que tomare y estrellase a tus pequeños contra la piedra. Este es el pago. ¿Qué nos hizo esta Babilonia? Ya hemos cantado en el salmo que las palabras de los inicuos prevalecieron contra nosotros25. Al nacer nos encontró párvulos la confusión de este mundo, y nos ahogó, aún niños, con los vanos pareceres de los diversos errores. Nacido el niño, el futuro ciudadano de Jerusalén, ciudadano ya en la predestinación de Dios e interinamente cautivo, ¿qué aprende a amar? Lo que al oído le susurran sus padres. Le instruyen y le enseñan la avaricia, el robo, la mentira cotidiana, los distintos cultos de los dioses y demonios, los ilícitos preservativos de los encantamientos y amuletos. ¿Qué ha de hacer el niño, alma tierna, atendiendo a lo que hacen los mayores, sino hacer lo que ellos hacen? Luego Babilonia nos persiguió siendo niños, pero Dios nos dio ya de mayores su conocimiento para no seguir los errores de nuestros padres. Esto ya lo recordé, en el salmo 64, como anunciado por el profeta: Vendrán a ti las gentes del extremo de la tierra y dirán: "Nuestros padres ciertamente dieron culto a la mentira, a la vanidad, que de nada les sirvió.26" Los que fueron matados niños siguiendo estas vanidades, ya jóvenes demuestran, desechando estas inicuas vanidades, que aprovechan reviviendo en Dios y que retribuyen su merecido a Babilonia. ¿Qué pago le dan? El que nos dio a nosotros. Por vuelta, sean ahogados sus pequeñuelos. ¿Qué digo? En pago sean estrellados y mueran. ¿Quiénes son los pequeñuelos de Babilonia? Los malos deseos nacientes, pues hay otros que luchan contra la vieja codicia. Cuando comienza a nacer la codicia, antes de que adquiera fortaleza contra ti la mala costumbre, cuando es débil, no la dejes tomar fuerza por la mala costumbre; cuando es pequeña, estréllala. ¿Temes que estrellada no muera? Estréllala contra la piedra. La piedra era Cristo27, dice el Apóstol.

22. Hermanos, no cesen los instrumentos músicos en su obra. Cantaos mutuamente cánticos de Sión. Con el mismo buen agrado que oísteis, ejecutad lo que oísteis; si no queréis ser de los sauces infructuosos de Babilonia, no os alimentéis con sus ríos. Suspirad por la eterna Jerusalén; allí en donde está puesta vuestra esperanza, siga también vuestra vida. Allí estaremos con Cristo. Cristo ahora es nuestra Cabeza, ahora nos gobierna desde arriba. Con Él nos abrazaremos en aquella ciudad; en ella seremos iguales a los ángeles de Dios. Esto no nos atreveríamos por nuestra parte ni a sospecharlo siquiera si no nos lo hubiera prometido la Verdad. Anhelad esto, hermanos; pensad día y noche en ello. Por mucho que os sonría la felicidad del mundo, no presumáis de ella; no queráis trabar con agrado conversación con vuestras codicias. Se presenta un enemigo grande; matadle contra la piedra. A los grandes matadlos contra la piedra, a los pequeños estrelladlos contra la piedra. Venza la piedra. Edificad sobre la piedra si no queréis ser arrastrados por el torrente, o el viento, o la lluvia. Si queréis hallaros armados contra las tentaciones en el mundo, crezca y se robustezca el deseo de la eterna Jerusalén en vuestros corazones. Pasará la cautividad y vendrá la felicidad. El último enemigo será condenado y triunfaremos con el Rey, sin morir.

SALMO 136. Extracto de comentario de san agustin.

Caducidad de lo temporal.


Diriges la mirada a los tiempos pasados, y te parecen más venturosos que los presentes, los cuales eran como aceitunas pendientes del árbol, agitadas por el viento, que gozaban, por un inconstante y peculiar deseo, de cierta libertad de la brisa. Pero llegó el tiempo de ser echada la aceituna al lagar. No siempre había de estar pendiente del árbol; ya terminó el tiempo. No sin motivo se intitulan algunos salmos Para los lagares15. En el árbol se hallaba en libertad; en la almazara, prensada. Cuando los intereses humanos se destruyen y hunden, atiendes a que crece la avaricia, atiende también a que crece la templanza. ¿Por qué eres tan ciego que ves únicamente correr por el albañal el alpechín y no ves el aceite en las tinajas o zafras? Los que obran mal son públicamente conocidos; por el contrario, los que se convierten a Dios y se purifican de las inmundicias de los malos deseos, están ocultos; como también en la misma o de la misma almazara corre a la vista el alpechín y ocultamente se licúa el aceite.

sábado, 28 de septiembre de 2019

El rico y lázaro. Lc 16,19-31



Tú te jactas de ser pobre, yo te pregunto si eres fiel

¡Oh infiel, que te fijas en lo presente y sólo lo presente te aterroriza! Piensa alguna vez en lo futuro. Tras un mañana y otro, llegará alguna vez el último mañana; un día empuja a otro, pero no arrastra a quien hizo el día. En él se da el día sin ayer ni mañana; en él se da el día sin nacimiento ni ocaso; en él se halla la luz sempiterna, donde está la fuente de la vida y en cuya luz veremos la luz. Esté allí, al menos, el corazón, mientras sea necesario que la carne esté aquí; hállese allí el corazón. Si el corazón está allí, allí estará todo. Al rico vestido de púrpura y lino finísimo se le terminaron sus placeres; al pobre lleno de llagas se le acabaron sus miserias. Aquél temía el último día, éste lo deseaba. Llegó para los dos, pero no los encontró a ambos igual; y, como no los encontró a ambos igual, no vino igual para los dos. El morir fue igual en uno y otro; el acabar esta vida fue condición común para ambos. Escuchaste lo que les unió; pon atención ahora a lo que los separa: Aconteció, pues, que murió aquel pobre, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado (Lc 16,22). Aquél, quizá, hasta ni fue sepultado.

Ya conocéis lo restante. El rico era atormentado en los infiernos, el pobre descansaba en el seno de Abrahán. Pasaron los placeres y las miserias. Todo se acabó y se trasformó. Uno pasó de los placeres a los tormentos; el otro de las miserias a los placeres. Efectivamente, tanto los placeres como las miserias habían sido pasajeros; los tormentos y placeres que les siguieron no tienen fin. Ni se condena a las riquezas en la persona del rico ni se alaba la pobreza en la persona del pobre; pero en el primero se condenó la impiedad y en el segundo se alabó la piedad. Sucede a veces que los hombres escuchan estas cosas en el evangelio, y quienes nada tienen se llenan de gozo y hasta el mendigo exulta ante estas palabras. «En el seno de Abrahán -dice- estaré yo, no aquel rico». Respondamos al pobre: «Te faltan las llagas. Aplícate a conseguir méritos; desea hasta las lenguas de los perros. Tú te jactas de ser pobre, yo te pregunto si eres fiel; en efecto, la pobreza en un infiel significa tormento aquí y condenación allí».

Dirijámonos ahora al rico: «Cuando escuchaste lo que se dice en el evangelio de aquel que se vestía con púrpura y lino purísimo y que banqueteaba a diario espléndidamente, te llenaste de temor; pero has de temer más lo que allí se desaprueba. Aquél despreciaba al pobre que yacía a la puerta de su casa esperando las migas que caían de su mesa; no se le otorgaba ni abrigo, ni techo, ni misericordia alguna. Esto es lo que se castigó en la persona del rico: la crueldad, la impiedad, la soberbia, el orgullo, la infidelidad; éstas son las cosas castigadas en la persona del rico». Me dirá alguien: «¿Cómo pruebas eso? Se ha condenado precisamente a las riquezas». Si no soy capaz de probarlo, sirviéndome del mismo capítulo evangélico, que nadie me haga caso.

Cuando aquel rico se hallaba en medio de los tormentos del infierno, deseó que una gota de agua cayese en su lengua del dedo de quien había deseado las migas de su mesa. Mas fácilmente, quizá, hubiese llegado éste a las migas que aquél a la gota de agua. En efecto, se le negó esa gota. Le respondió Abrahán en cuyo seno se hallaba el pobre: Recuerda hijo que recibiste tus bienes en tu vida (Lc 16,25). Lo que me he propuesto demostrar es que en él se condenó la impiedad y la infidelidad y no las riquezas ni la abundancia de bienes temporales. Recibiste -le dijo- tus bienes en tu vida ¿Qué significa tus bienes? Los otros no los consideraste como bienes. ¿Qué significa en tu vida? No creíste que hubiera otra. Tus bienes, pues, no los de Dios; en tu vida, no en la de Cristo. Recibiste tus bienes en tu vida. Se acabó aquello en que creíste, y, en consecuencia, no recibiste los bienes mejores, puesto que, cuando te hallabas en los inferiores no quisiste creer en ellos.

Quizá estemos agraviando a este rico e interpretemos a nuestra manera el seno del padre Abrahán. Para decir algo con mayor claridad, desenvolvamos lo envuelto, iluminemos lo oscuro, abramos a los que llaman. Cuando se le negó el socorro, aquella mínima misericordia, para que se cumpliese lo escrito: El juicio será sin misericordia para quien no practicó misericordia (Sant 2,13), suplicó que fuera enviado Lázaro a sus hermanos a fin de que les informase de lo que había tras esta vida. Se le respondió que no era posible, y que, si no querían ir a parar a aquel lugar de tormentos, que escuchasen a Moisés y a los profetas. Tienen -dijo- a Moisés y a los profetas, escúchenlos (Lc 16,29). Él se conocía a sí mismo y a sus hermanos.

En efecto, los hermanos incrédulos solían charlar entre sí y mofarse de las palabras divinas. Cuando escuchaban que en la ley o los profetas se decía algo sobre los castigos eternos que debían evitarse o sobre los premios, también eternos, que habían de desearse, solían musitar entre sí: «¿quién ha resucitado? ¿Quién ha podido contarnos lo que allí se cuece? Desde que enterré a mi padre no he vuelto a oír su voz». Sabiendo él que acostumbraba a charlotear estas cosas con corazón y boca de incrédulo en compañía de sus hermanos, pedía que se realizara lo que nunca había tenido lugar, razón por la que despreciaban las palabras divinas. Dijo él: «Vaya alguien de aquí y dígales». Y el padre Abrahán: Tienen allí a Moisés y a los profetas; escúchenlos. Pero él, acordándose de sus diálogos, replicó: No, padre Abrahán. Como si dijera: «Yo sé lo que acostumbrábamos a hablar. No, padre Abrahán; sé lo que digo y lo que pido». Y el que despreció al pobre quiso, con tardía misericordia, que se hiciese a sus hermanos la misericordia que no se hizo a él mismo.
Sermón 299 E, 3-4 (Sigue)



“Dios mira el corazón” (1S 16,7)

¿Acaso aquel pobre fue transportado por los ángeles recompensando su pobreza y por el contrario, el rico fue enviado al tormento por el pecado de sus riquezas? En el pobre se patentiza glorificada la humildad, y en el rico condenada la soberbia.


 Brevemente pruebo que no fue atormentada en el rico la riqueza, sino la soberbia. Sin duda que el pobre fue llevado al seno de Abraham; pero del mismo Abraham dice la Escritura que poseyó en este mundo abundante oro y plata y que fue rico en la tierra. Si el rico es llevado a los tormentos ¿cómo Abraham había precedido al pobre a fin de recibirlo en su seno? Porque Abraham en medio de las riquezas era pobre, humilde, cumplidor de todos los mandamientos y obediente. Hasta tal punto tuvo en nada las riquezas que se le ordenó por Dios inmolar a su hijo para quien las conservaba (Gn 22,4). 

 Aprended a ser ricos y pobres tanto los que tenéis algo en este mundo, como los que no tenéis nada. Pues también encontráis al mendigo que se ensoberbece y al acaudalado que se humilla. Dios resiste a los soberbios, ya estén vestidos de seda o de andrajos; pero da su gracia a los humildes ya tengan algunos haberes mundanos, ya carezcan de ellos. Dios mira al interior; allí pesa, allí examina.


San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Discurso sobre los salmos, Sal. 85; CCL 39, 1178

domingo, 6 de mayo de 2018

Alegrarse en el Señor. San Agustín.


SERMÓN 171
Traductor: Pío de Luis, OSA

Alegrarse en el Señor (Flp 4,4-6)

1. 1. El Apóstol nos manda alegrarnos, pero en el Señor, no en el mundo1. Pues —como dice la Escritura— todo el que quiera ser amigo de este mundo, será tenido por enemigo de Dios2. Como el hombre no puede servir a dos señores3, así tampoco puede gozarse al mismo tiempo en el mundo y en el Señor. Estos dos gozos son muy diferentes y hasta totalmente opuestos. Cuando uno se goza en el mundo, no se goza en el Señor, y cuando se goza en el Señor, no se goza en el mundo. Venza el gozo en el Señor hasta que desaparezca el gozarse en el mundo. Aumente siempre el gozo en el Señor y disminuya continuamente el gozo en el mundo, hasta que desaparezca. Si se dice esto, no es porque no debamos alegrarnos mientras vivimos en este mundo, sino para que, incluso mientras nos hallamos en él, nos alegremos ya en el Señor. Pero dirá alguien: «Estoy en el mundo, y sí me alegro, me alegro donde estoy». Entonces, ¿qué? ¿Acaso porque estás en el mundo ya no estás en el Señor? Escucha lo que dice el Apóstol mismo en los Hechos de los Apóstoles dirigiéndose a los atenienses y hablando de Dios, Señor y Creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos4. En efecto, ¿dónde no está el que está en todas partes? ¿No era esto a lo que nos exhortaba? El Señor está cerca, no os inquietéis por nada5. Cosa grande es ésta: que haya ascendido por encima de todos los cielos y que esté cerca de los que viven en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y cercano a la vez, sino el que por misericordia se hizo próximo a nosotros?

2. 2. Aquel hombre que yacía en el camino, abandonado medio muerto por los salteadores, a quien despreciaron el sacerdote y el levita que por allí pasaron y a quien curó y auxilió un samaritano que iba también de paso, es el género humano. ¿Cómo se llegó a esta narración? A cierta persona que le preguntó cuáles eran los mandamientos más excelentes y supremos de la ley, el Señor respondió que eran dos: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo6. Ella le replicó: ¿Y quién es mi prójimo?7 Y el Señor le narró que un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. En cierto modo ya manifestó que se trataba de un israelita. Y cayó en manos de unos salteadores. Tras haberlo despojado de todo y haberlo golpeado duramente, le abandonaron medio muerto en el camino. Pasó un sacerdote, sin duda cercano por raza al que yacía, y pasó de largo. Pasó un levita, también éste cercano por raza, e igualmente despreció al que yacía en el camino. Pasó un samaritano, lejano por raza, pero cercano por la misericordia, e hizo lo que sabéis8. Jesucristo, el Señor, quiso que le viésemos a él representado en aquel samaritano. Samaritano, en efecto, quiere decir custodio, guardián. Por eso, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere, y la muerte ya no tiene dominio sobre él9, puesto que no duerme ni dormita el guardián de Israel10. Finalmente, cuando los judíos, blasfemando, lo injuriaban, le dijeron: ¿No decimos con verdad que eres samaritano y tienes un demonio?11 Siendo dos las palabras injuriosas lanzadas contra el Señor al decirle: ¿No decimos con verdad que eres samaritano y tienes un demonio?, podía haber respondido: «Ni soy samaritano ni tengo demonio», pero respondió: Yo no tengo ningún demonio12. En su respuesta hay una refutación; en su silencio, una confirmación. Negó tener un demonio quien sabía que expulsaba a los demonios; no negó ser guardián del débil. Por tanto, el Señor está cerca, porque el Señor se nos hace cercano en el prójimo.

3. 3. ¿Qué hay más alejado y más separado entre sí que Dios y los hombres, el inmortal y los mortales, el justo y los pecadores? Lejanía que no resulta de la distancia, sino de la desemejanza. Es la misma forma de hablar que usamos cuando decimos de dos hombres de diversas costumbres: «Éste está muy lejos de aquel». Aunque esté uno junto al otro, aunque habiten más cerca todavía uno del otro, aunque se hallen atados con una misma cadena, el piadoso está lejos del impío, el inocente lejos del culpable y el justo lejos del injusto. Si esto se dice de dos hombres, ¿qué decir respecto a Dios y los hombres? A pesar de estar el inmortal y el justo lejos de nosotros en cuanto mortales y pecadores, descendió hasta nosotros para hacerse cercano a nosotros el que estaba lejano. ¿Y qué hizo? Él tenía dos bienes y nosotros dos males; sus dos bienes eran la justicia y la inmortalidad; nuestros dos males, la iniquidad y la mortalidad; si hubiese asumido nuestro doble mal, se hubiese hecho igual a nosotros y con nosotros hubiese necesitado liberador. ¿Qué hizo, pues, para estar próximo a nosotros? Próximo, es decir, no lo que nosotros, sino cerca de nosotros. Considera estas dos cosas: es justo e inmortal; en tus dos males, una cosa es la culpa y otra la pena; la culpa es lo que te hace injusto, y la pena lo que te hace mortal. Él, para estar próximo a ti, asumió tu pena, pero no tu culpa, y si la asumió fue para borrarla, no para perpetrarla. Siendo justo e inmortal, estaba lejos de los injustos y mortales. Tú, en cuanto pecador y mortal, estabas lejos del justo e inmortal. Él no se hizo pecador como lo eras tú, pero se hizo mortal como tú. Permaneciendo justo, se hizo mortal. Asumiendo la pena, sin la culpa, destruyó culpa y pena. Por tanto, el Señor está cerca, no os inquietéis por nada13. Aunque corporalmente ascendió por encima de todos los cielos, con su majestad no se alejó. Quien hizo todo está presente en todas partes.

4. 4. Alegraos siempre en el Señor14. ¿Qué es gozarse en el mundo? Gozarse en la maldad, en la liviandad, en cosas que deshonran y deforman. En todas estas cosas encuentra su gozo el mundo. Cosas todas que no existirían si los hombres no las hubiesen querido. Hay cosas que hacen los hombres, y cosas que las sufren y, aunque no quieran, las soportan. ¿Qué es, pues, este mundo y cuál el gozo del mundo? Os lo voy a decir, hermanos, brevemente, en la medida de mis posibilidades y de la ayuda divina. Os lo diré con celeridad y en pocas palabras. La alegría del mundo consiste en la maldad impune. Entréguense los hombres al derroche, a la fornicación, a las bagatelas de los espectáculos; anéguense en borracheras, mancíllense con la lascivia, no sufran mal alguno: ved el gozo del mundo. Que ninguno de los males mencionados sea castigado con el hambre, o el temor de la guerra o algún otro temor, ni con ninguna enfermedad o cualquier otra adversidad; antes bien, haya abundancia de todo, paz para la carne y seguridad para la mente perversa: ved aquí el gozo del mundo. Pero Dios piensa de manera distinta al hombre; uno es el pensamiento de Dios y otro el del hombre. Fruto de una gran misericordia es no dejar impune la maldad: mas, para no verse obligada a condenar a la gehenna al final, se digna castigar ahora con el azote.

5. 5. En efecto, ¿quieres conocer cuán gran castigo es la falta de castigo, pero no para el justo, sino para el pecador, a quien se le aplica el castigo temporal para que no le sobrevenga el eterno? ¿Quieres, pues, conocer cuán gran castigo es la falta de castigo? Interroga al salmo: El pecador irritó al Señor15. ¡Impetuosa exclamación! Puso atención, reflexionó y exclamó: El pecador irritó al Señor. «¿Por qué?», te suplico. «¿Qué viste?». Quien así exclamó vio al pecador entregado impunemente al derroche, a hacer el mal, abundante en bienes, y gritó: El pecador irritó al Señor. ¿Por qué dijiste esto? ¿Qué fue lo que viste? Es tan grande su ira que no le pide cuentas16. Comprended, hermanos cristianos, la misericordia de Dios. Cuando castiga al mundo, no quiere condenarlo. Es tan grande su ira que no le pide cuentas. Y el no pedirle cuentas se debe a la magnitud de su ira. Grande es su ira. Su justa severidad es indicadora de perdón. Pues la severidad es como una verdad cruel. Si, pues, alguna vez perdona mostrándose duro, buena cosa es para nosotros el que nos socorra castigándonos. Y, con todo, si consideramos las acciones del género humano, ¿qué es lo que padecemos? No nos ha tratado en conformidad con nuestras obras17. En efecto, somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo único, para no seguir siendo único, murió por nosotros. No quiso ser único quien murió siendo único. A muchos hizo hijos de Dios el Hijo único de Dios. Con su sangre se compró hermanos; siendo él reprobado los aprobó, vendido los rescató, ultrajado los honró, muerto los vivificó. ¿Dudas de que ha de darte sus bienes quien se dignó asumir tus males? Por tanto, hermanos, alegraos en el Señor18, no en el mundo; es decir, gozaos en la verdad, no en la maldad; gozad con la esperanza de la eternidad, no en la flor de la vanidad. Sea ése vuestro gozo, y dondequiera y por todo el tiempo que os halléis aquí, el Señor está cerca, no os inquietéis por nada19.

El nacimiento del Señor. San Agustín.

SERMÓN 369

Tema: El nacimiento del Señor.
Lugar: Cartago, basílica Restituta.
Fecha: Día de Navidad.

1. Nuestro Salvador, por quien fue hecho todo día y nacido del Padre sin día, quiso que este día que hoy celebramos fuera la fecha de su nacimiento en la tierra. Quienquiera que seas tú que te admiras de este día, admírate, más bien, del día eterno que permanece ante todo día, que crea todo día, que nace en el día y libra de la malicia del día1. Admírate aún más: la que lo dio a luz es madre y virgen; el nacido no habla, siendo la Palabra. Con razón hablaron los cielos, se congratularon los ángeles, se alegraron los pastores, se transformaron los magos, se turbaron los reyes y fueron coronados los niños. Amamanta, ¡oh madre!, a nuestro alimento; amamanta al pan que viene del cielo y ha sido puesto en un pesebre como vianda para los piadosos jumentos. Allí conoció el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo2, o sea, la circuncisión y el prepucio3, uniéndose en la piedra angular4, cuyas primicias fueron los pastores y los magos. Amamanta a quien te hizo tal que él mismo pudo hacerse en ti; a quien te otorgó el don de la fecundidad al concebirlo sin privarte al nacer de la honra de la virginidad; a quien ya antes de nacer eligió el seno y el día en que iba a nacer. El mismo creó lo que eligió, para salir de allí como esposo de su tálamo5 a fin de poder ser contemplado por ojos mortales y atestiguar, mediante el aumento de la luz en esos días del año, que había venido como luz de las mentes. Los profetas pregonaron que el creador de cielo y tierra iba a aparecer en la tierra entre los hombres6; el ángel anunció que el creador de la carne y del espíritu vendría en la carne. Juan saludó desde el seno al Salvador, que estaba también en el seno; el anciano Simeón reconoció a Dios en el niño que no hablaba; la viuda Ana, a la virgen madre. Estos son los testigos de tu nacimiento, señor Jesús, antes de que las olas se te sometiesen cuando las pisabas y las mandabas calmarse; antes de que el viento se callase por orden tuya, que el muerto volviese a la vida ante tu llamada, que el sol se oscureciese al morir tú, que la tierra se estremeciese al resucitar, que el cielo se abriese en tu ascensión; antes de que hicieses estas y otras maravillas en la edad juvenil de tu cuerpo. Aún te llevaban los brazos de tu madre y ya eras reconocido como Señor del orbe. Tú eras un niño pequeño de la raza de Israel, y tú también el Emmanuel, el Dios con nosotros7.

2. ¿Cómo será aquella generación de nuestro Salvador por la que es coeterno al Padre que lo engendra, si el mundo se llenó de pavor ante este nacimiento de la virgen que la fe piadosa reconoció y mantuvo, del que la incredulidad, en cambio, se río y al que la soberbia vencida temió? ¿Qué generación es aquella por la que en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios?8 ¿Qué palabra es aquella que, antes de pronunciarla yo, no enmudecía y, una vez dicha, no calló ante quien la pronunciaba? ¿Cómo es la palabra sin tiempo por la que fueron hechos los tiempos; la palabra para comenzar a pronunciar la cual nadie abrió los labios y nadie los cerró una vez pronunciada; la palabra que no comienza en la boca de los que hablan y abre las bocas de los mudos; la palabra que no crea las lenguas disertas de los gentiles y hace disertas las lenguas de quienes aún no hablan?9 ¿Cómo es, repito, aquel nacimiento al que el padre no cede el puesto al morir, porque no la precedió en el vivir? Levantemos nuestra alma hasta él, cuanto nos sea posible con su ayuda, desde cualquier intervalo de lugar o tiempo, desde cualquier distancia espacial que acostumbramos percibir ya en los días, ya en los cuerpos, por si podemos comprender cómo el que engendra no precede al engendrado y cómo el engendrado no sigue al que engendra, el Padre y el Hijo, sin ser ambos Padres ni ambos Hijos, pero sí ambos eternos; sin que engendren los dos, sin que los dos nazcan, pero sin que uno viva sin el otro. Consideremos, si somos capaces, que el Padre lo engendró desde siempre y que el Hijo nació también desde siempre; si no somos capaces, creámoslo. No está aquí la Palabra que queremos pronunciar, y, sin embargo, no está lejos de cada uno de nosotros: En él vivimos, nos movemos y existimos10. Trascendamos nuestra carne, en la que los padres preceden en la vida a los hijos, puesto que para que pudieran engendrarlos tuvieron que crecer, y, al crecer los hijos, ellos envejecen; los padres vivían antes de nacer los hijos, porque los hijos han de vivir aún después de que hayan muerto los padres. Trascendamos, asimismo, nuestras almas; también ellas, cuando piensan, paren algo, que conservan consigo mediante el saber; pero pueden perderlo por el olvido, porque no lo tenían antes, cuando lo ignoraban. Trascendamos todo lo corporal, temporal y mudable para ver por encima de todas las cosas al que las hizo a todas11. Nuestros ascensos se producen en el corazón, porque también está cerca aquel lugar adonde ascendemos. Estamos muy lejos de él en cuanto que somos desemejantes a él. Asciende, pues, a él su semejanza, creada y restaurada en nosotros, por la que, al no ser aún perfecta, parpadea la mirada débil y no puede contemplar el resplandor admirable de la luz eterna. ¿Quién narrará el nacimiento12 de aquel cuyo fulgor aún no lo capta la mirada de la mente? Pero la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros13.

3. Alabemos, amemos y adoremos este nacimiento, cuya fecha celebramos hoy; el nacimiento por el que se dignó venir a través de Israel y hacerse Emmanuel: Dios con nosotros en la debilidad de la carne, pero no en la maldad del corazón, acercándose a nosotros por medio de lo que tomó de nosotros y liberándonos por lo suyo en que permaneció —en efecto, el Señor visitó a sus siervos mediante la debilidad mortal para hacerlos libres mediante la inmutable verdad—; este nacimiento, capaz de ser comprendido por la fragilidad humana; no aquel que permanece sin tiempo y sin madre, por encima de todas las cosas, sino este que tuvo lugar en el tiempo, sin padre entre todas las cosas; alabemos, amemos y adoremos a este hijo de la virgen y esposo de las vírgenes nacido de madre intacta y que nutre con la incorruptible verdad, para triunfar por su misericordia de la astucia del diablo una vez vencida. El diablo se infiltró para engañarnos corrompiendo la mente de la mujer; Cristo, para librarnos, nació de carne incorrupta, también de mujer.