domingo, 6 de mayo de 2018
Alegrarse en el Señor. San Agustín.
SERMÓN 171
Traductor: Pío de Luis, OSA
Alegrarse en el Señor (Flp 4,4-6)
1. 1. El Apóstol nos manda alegrarnos, pero en el Señor, no en el mundo1. Pues —como dice la Escritura— todo el que quiera ser amigo de este mundo, será tenido por enemigo de Dios2. Como el hombre no puede servir a dos señores3, así tampoco puede gozarse al mismo tiempo en el mundo y en el Señor. Estos dos gozos son muy diferentes y hasta totalmente opuestos. Cuando uno se goza en el mundo, no se goza en el Señor, y cuando se goza en el Señor, no se goza en el mundo. Venza el gozo en el Señor hasta que desaparezca el gozarse en el mundo. Aumente siempre el gozo en el Señor y disminuya continuamente el gozo en el mundo, hasta que desaparezca. Si se dice esto, no es porque no debamos alegrarnos mientras vivimos en este mundo, sino para que, incluso mientras nos hallamos en él, nos alegremos ya en el Señor. Pero dirá alguien: «Estoy en el mundo, y sí me alegro, me alegro donde estoy». Entonces, ¿qué? ¿Acaso porque estás en el mundo ya no estás en el Señor? Escucha lo que dice el Apóstol mismo en los Hechos de los Apóstoles dirigiéndose a los atenienses y hablando de Dios, Señor y Creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos4. En efecto, ¿dónde no está el que está en todas partes? ¿No era esto a lo que nos exhortaba? El Señor está cerca, no os inquietéis por nada5. Cosa grande es ésta: que haya ascendido por encima de todos los cielos y que esté cerca de los que viven en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y cercano a la vez, sino el que por misericordia se hizo próximo a nosotros?
2. 2. Aquel hombre que yacía en el camino, abandonado medio muerto por los salteadores, a quien despreciaron el sacerdote y el levita que por allí pasaron y a quien curó y auxilió un samaritano que iba también de paso, es el género humano. ¿Cómo se llegó a esta narración? A cierta persona que le preguntó cuáles eran los mandamientos más excelentes y supremos de la ley, el Señor respondió que eran dos: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo6. Ella le replicó: ¿Y quién es mi prójimo?7 Y el Señor le narró que un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. En cierto modo ya manifestó que se trataba de un israelita. Y cayó en manos de unos salteadores. Tras haberlo despojado de todo y haberlo golpeado duramente, le abandonaron medio muerto en el camino. Pasó un sacerdote, sin duda cercano por raza al que yacía, y pasó de largo. Pasó un levita, también éste cercano por raza, e igualmente despreció al que yacía en el camino. Pasó un samaritano, lejano por raza, pero cercano por la misericordia, e hizo lo que sabéis8. Jesucristo, el Señor, quiso que le viésemos a él representado en aquel samaritano. Samaritano, en efecto, quiere decir custodio, guardián. Por eso, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere, y la muerte ya no tiene dominio sobre él9, puesto que no duerme ni dormita el guardián de Israel10. Finalmente, cuando los judíos, blasfemando, lo injuriaban, le dijeron: ¿No decimos con verdad que eres samaritano y tienes un demonio?11 Siendo dos las palabras injuriosas lanzadas contra el Señor al decirle: ¿No decimos con verdad que eres samaritano y tienes un demonio?, podía haber respondido: «Ni soy samaritano ni tengo demonio», pero respondió: Yo no tengo ningún demonio12. En su respuesta hay una refutación; en su silencio, una confirmación. Negó tener un demonio quien sabía que expulsaba a los demonios; no negó ser guardián del débil. Por tanto, el Señor está cerca, porque el Señor se nos hace cercano en el prójimo.
3. 3. ¿Qué hay más alejado y más separado entre sí que Dios y los hombres, el inmortal y los mortales, el justo y los pecadores? Lejanía que no resulta de la distancia, sino de la desemejanza. Es la misma forma de hablar que usamos cuando decimos de dos hombres de diversas costumbres: «Éste está muy lejos de aquel». Aunque esté uno junto al otro, aunque habiten más cerca todavía uno del otro, aunque se hallen atados con una misma cadena, el piadoso está lejos del impío, el inocente lejos del culpable y el justo lejos del injusto. Si esto se dice de dos hombres, ¿qué decir respecto a Dios y los hombres? A pesar de estar el inmortal y el justo lejos de nosotros en cuanto mortales y pecadores, descendió hasta nosotros para hacerse cercano a nosotros el que estaba lejano. ¿Y qué hizo? Él tenía dos bienes y nosotros dos males; sus dos bienes eran la justicia y la inmortalidad; nuestros dos males, la iniquidad y la mortalidad; si hubiese asumido nuestro doble mal, se hubiese hecho igual a nosotros y con nosotros hubiese necesitado liberador. ¿Qué hizo, pues, para estar próximo a nosotros? Próximo, es decir, no lo que nosotros, sino cerca de nosotros. Considera estas dos cosas: es justo e inmortal; en tus dos males, una cosa es la culpa y otra la pena; la culpa es lo que te hace injusto, y la pena lo que te hace mortal. Él, para estar próximo a ti, asumió tu pena, pero no tu culpa, y si la asumió fue para borrarla, no para perpetrarla. Siendo justo e inmortal, estaba lejos de los injustos y mortales. Tú, en cuanto pecador y mortal, estabas lejos del justo e inmortal. Él no se hizo pecador como lo eras tú, pero se hizo mortal como tú. Permaneciendo justo, se hizo mortal. Asumiendo la pena, sin la culpa, destruyó culpa y pena. Por tanto, el Señor está cerca, no os inquietéis por nada13. Aunque corporalmente ascendió por encima de todos los cielos, con su majestad no se alejó. Quien hizo todo está presente en todas partes.
4. 4. Alegraos siempre en el Señor14. ¿Qué es gozarse en el mundo? Gozarse en la maldad, en la liviandad, en cosas que deshonran y deforman. En todas estas cosas encuentra su gozo el mundo. Cosas todas que no existirían si los hombres no las hubiesen querido. Hay cosas que hacen los hombres, y cosas que las sufren y, aunque no quieran, las soportan. ¿Qué es, pues, este mundo y cuál el gozo del mundo? Os lo voy a decir, hermanos, brevemente, en la medida de mis posibilidades y de la ayuda divina. Os lo diré con celeridad y en pocas palabras. La alegría del mundo consiste en la maldad impune. Entréguense los hombres al derroche, a la fornicación, a las bagatelas de los espectáculos; anéguense en borracheras, mancíllense con la lascivia, no sufran mal alguno: ved el gozo del mundo. Que ninguno de los males mencionados sea castigado con el hambre, o el temor de la guerra o algún otro temor, ni con ninguna enfermedad o cualquier otra adversidad; antes bien, haya abundancia de todo, paz para la carne y seguridad para la mente perversa: ved aquí el gozo del mundo. Pero Dios piensa de manera distinta al hombre; uno es el pensamiento de Dios y otro el del hombre. Fruto de una gran misericordia es no dejar impune la maldad: mas, para no verse obligada a condenar a la gehenna al final, se digna castigar ahora con el azote.
5. 5. En efecto, ¿quieres conocer cuán gran castigo es la falta de castigo, pero no para el justo, sino para el pecador, a quien se le aplica el castigo temporal para que no le sobrevenga el eterno? ¿Quieres, pues, conocer cuán gran castigo es la falta de castigo? Interroga al salmo: El pecador irritó al Señor15. ¡Impetuosa exclamación! Puso atención, reflexionó y exclamó: El pecador irritó al Señor. «¿Por qué?», te suplico. «¿Qué viste?». Quien así exclamó vio al pecador entregado impunemente al derroche, a hacer el mal, abundante en bienes, y gritó: El pecador irritó al Señor. ¿Por qué dijiste esto? ¿Qué fue lo que viste? Es tan grande su ira que no le pide cuentas16. Comprended, hermanos cristianos, la misericordia de Dios. Cuando castiga al mundo, no quiere condenarlo. Es tan grande su ira que no le pide cuentas. Y el no pedirle cuentas se debe a la magnitud de su ira. Grande es su ira. Su justa severidad es indicadora de perdón. Pues la severidad es como una verdad cruel. Si, pues, alguna vez perdona mostrándose duro, buena cosa es para nosotros el que nos socorra castigándonos. Y, con todo, si consideramos las acciones del género humano, ¿qué es lo que padecemos? No nos ha tratado en conformidad con nuestras obras17. En efecto, somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo único, para no seguir siendo único, murió por nosotros. No quiso ser único quien murió siendo único. A muchos hizo hijos de Dios el Hijo único de Dios. Con su sangre se compró hermanos; siendo él reprobado los aprobó, vendido los rescató, ultrajado los honró, muerto los vivificó. ¿Dudas de que ha de darte sus bienes quien se dignó asumir tus males? Por tanto, hermanos, alegraos en el Señor18, no en el mundo; es decir, gozaos en la verdad, no en la maldad; gozad con la esperanza de la eternidad, no en la flor de la vanidad. Sea ése vuestro gozo, y dondequiera y por todo el tiempo que os halléis aquí, el Señor está cerca, no os inquietéis por nada19.
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