lunes, 23 de diciembre de 2019

Iconos de la Natividad en Belén



Icono superior de la Natividad de Jesús. Interior de la gruta de la natividad, Belén
El ícono de la natividad representa no sólo la escena del nacimiento de Cristo sino una serie de hechos relacionados con la fiesta, enlazándolos unos con otros para aportar a la formación espiritual del creyente que ora frente a esta imagen. El icono contiene varios momentos de la narración evangélica, conformando así un evangelio expresado en formas y colores. Sin lugar a dudas, es la imagen central la que capta la atención del espectador y en ella se encuentra la Virgen con el niño en un pesebre. Las escenas secundarias muestran a los magos de viaje siguiendo la estrella, la anunciación a los pastores,  la duda de José y el lavado del niño.
El prototipo del ícono que aquí representamos está atestiguado en obras de arte de los siglos cinco y seis aunque no llegará a su forma final hasta el siglo nueve, un siglo después de la iconoclasia. En tal período el ícono de la natividad comenzó a sintetizar el texto del condaquio de la fiesta de Navidad:
“Hoy la Virgen da a luz al que supera toda esencia; y la tierra le ofrece una gruta a Aquel, a quien nadie puede acercarse. Los ángeles y los pastores le glorifican, y los magos guiados por la estrella vienen en camino. Hoy ha nacido para nosotros un Nuevo Niño que es el Dios Eterno.”
A los elementos mencionados en este condaquio se le han agregado algunas escenas inspiradas en escritos no bíblicos tales como el lavado del niño y la escena de la duda de José que fueron agregados en las esquinas inferiores del ícono indicando así su importancia secundaria por su procedencia exterior al canon bíblico.
A continuación vamos a comentar sobre los elementos bíblicos propios de este ícono y sobre la manera en que han sido representados. Cada escena será comentada por separado para facilitar su comprensión y finalmente diremos algunas palabras de las escenas provenientes de la tradición posterior a los evangelios.
Cristo y la Virgen
Jesucristo se encuentra en el centro de la imagen por lo que se le concede todo el protagonismo de la representación. Sus rasgos no destacan la ternura de un recién nacido sino que aparece con la cabeza sostenida y la apariencia de un niño maduro. De esta manera se expresa su función como el Cristo y el Maestro de sus discípulos. Tal es el caso en los evangelios donde el nacimiento de Cristo está representado como la venida de un salvador que guiará todo el pueblo y no como un niño que simplemente llenará el calor de un hogar. Sus vestimentas en pañales se basan en Lc 2:7 donde se dice que “dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre” como asegurando su naturaleza humana y ya también como símbolo de la sepultura que recibirá en una gruta similar en la que ahora está representado.
La virgen María es el personaje de mayor tamaño y el más cercano a Cristo. Esta proximidad habla no sólo de su rol como madre sino también su importancia en la realización del plan divino. María dijo sí al Señor cuando se le anunció la encarnación del Salvador en su vientre (Lc 1:26-35) y también es aquella que “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.” (Lc 2:19).  En este ícono la Madre aparece reposada con un rostro distendido señalando que no ha sufrido en el nacimiento y afirmando así su virginidad. Además reposa sobre una roca plana frente a la gruta. Este tipo de representación tiene sus orígenes en las escuelas de íconos de Creta y del Monte Athos y se la observa a partir de obras del s. XV. Esta roca representa las profecías de Daniel:
“Estabas mirando, hasta que una piedra se desprendió sin que la cortara mano alguna, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó” (Dan 2:34)
El ícono interpreta que esta visión de la roca se cumple cuando la Virgen da a luz a Cristo quien vencerá las fuentes de todo mal y sufrimiento tal como esa roca de Daniel hizo desplomar a los reyes de este mundo. La virgen tiene también este rol principal en el Hermos de la Cuarta Oda de Navidad:
“Ha surgido un vástago del tronco de Jesé, y Tú, Cristo Dios como un retoño has brotado de sus raíces, procedes de la montaña cubierta por el vergel, pues te  encarnaste de la Virgen que no conoció hombre. ¡Oh Dios, Tú que eres ajeno a la materia, gloria a Tu Poder, Señor!”
Este himno se encuentra en relación directa con Is 11:1-2 y señala a la Virgen como una montaña fértil de la que ha brotado el vástago de Jesé (el padre de David y el ancestro de Cristo según Mt 1:6 y Lc 3:31-32).
El color rojo es símbolo de martirio y sufrimiento y señala el sufrimiento por el que pasará la virgen al ver su propio hijo morir en la cruz. El anciano Simeón le dirá esta profecía en el evangelio de Lucas: “una espada traspasará tu misma alma” (Lucas 2:35, ver Ez 14:17 y Za 12:10). Es por ello que a la virgen se la representa con el rojo del martirio y el azul por otro lado es real y señala su nobleza al ser madre del Rey de los reyes y del Ungido que dará la salvación a todos los creyentes.
En Lc 2:12 El arcángel Gabriel le dice a los pastores: “Esto os servirá de señal: hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.” Y en Lc 2:16 se cumple tal anuncio: “Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.” El pesebre (en griego: fánte) es el recipiente en el cual se coloca el alimento de los animales domésticos. No es para nada el lugar habitual donde se coloca un recién nacido. La razón de tal suceso es que José y María no encontraron aposento donde dar a luz (“porque no había lugar para ellos en el mesón.” Lc 2:7) y tuvieron que vivir en un establo que generalmente en la zona de Belén era una gruta en la montaña.
Los Evangelios no mencionan la gruta como tal pero esta aparece en los escritos no canónicos como en el evangelio apócrifo (no canónico) de Santiago. La gruta es de color negro porque representa la oscuridad en la que está el ser humano que Jesucristo viene a iluminar con su blanca luz, por ello el color blanco de sus vestimentas. La profecía de Is 9:1 dice: “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; a los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos.”
El toro y el asno son también todo un símbolo que procede de la profecía de Isaías 1:3: “El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento.” Esta profecía denuncia la ignorancia del hombre de no reconocer quién es el verdadero Señor y amo de su vida. Aquí son ellos quienes acudieron en primer lugar en reconocimiento de su amo y señor. Además la versión griega de los Setenta de Habacuc 3:2 dice que “Tu, Señor, serás conocido por los dos seres vivientes”. En el siglo IV los grandes padres de la Iglesia tales como Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo ven en estos dos animales una representación simbólica de los judíos y las naciones. Los judíos están representados por el toro en el sentido de sus prácticas religiosas de ofrecer novillos en sacrificio mientras que el asno representa la ignorancia de las naciones acerca de toda la historia de revelación divina. Este paralelo se muestra en concordancia con el paralelo de los magos y los pastores en el que los pastores representan el pueblo judío mientras que los magos representan las naciones.
Los pastores
Los pastores están personificados como hombres humildes, tal como dice Lucas, que vivían a la intemperie (Lc 2:8).  Esta humildad les dio la posibilidad de estar en contacto directo con el mundo celestial y es así que son los primeros en recibir la noticia de la Buena Nueva por parte de los ángeles. El nacimiento no ha sido anunciado entre reyes ni tampoco entre las autoridades del Templo de Jerusalén ni siquiera aún entre los maestros de la Ley que conocen todas las profecías y las enseñan (Mt 2:4-6). Los pastores reciben la anunciación directamente de los ángeles en plena naturaleza abierta y creen sin dudas y por ello acuden a ver al recién nacido en Belén. La representación de las escenas de los pastores está en concordancia plena con la escena de Lucas 2:8-20.
Los magos
Los tres magos de oriente están representados en su camino a Belén guiados por el astro. Otra manera de representarlos es en adoración dando sus ofrendas. Tenemos imágenes muy antiguas de este tipo de escena que pueden atestiguarse desde el s. IV.
Los magos viajan señalando el cielo, y particularmente el astro que los guía. Esta estrella que avanza tiene sus orígenes en el relato del vidente Balaam hijo de Beor quien fue llamado por el rey de los moabitas Balac para que pronuncie maldiciones contra Israel pero éste no pudo más que pronunciar bendiciones a favor de Israel (Num 22-24). En Números 24:17 tenemos una de estas bendiciones en la cual se menciona la estrella que avanza y que en la historia de la interpretación judía pasó a ser una de los vaticinios mesiánicos más importantes: “Lo veo, aunque no por ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un hombre surge de Israel.” Así por ejemplo lo demuestran los escritos de Qumrán en CD 7:18-20 y los testamentos del patriarca Levi (18:3) y del patriarca Judá (24:1.5). También el texto del Tárgum de Onkelos dice en este párrafo “surge un rey de Jacob, el Cristo de Israel será ungido”. En este marco los críticos también mencionan a Rabí Aquiba (45-135 d.C.) quien dio el título de Cristo al líder revolucionario Simeón Ben Kosiba quien fue conocido por el pueblo con el nombre de Bar Kochba que significa hijo de la estrella en referencia directa al vaticinio de Num 24:17.
Finalmente el concepto de que los magos entreguen dones al nuevo niño rey está fuertemente inspirado en la profecía de Isaías 60:1-6 y en el salmo 72:10-11 que hablan a cerca de los dones que un día ofrecerán las naciones al rey de Israel. La profecía de Isaías dice: “¡Arriba, resplandece, (Jerusalén), que ha llegado tu luz y la gloria del Señor sobre ti ha amanecido!… entonces… las riquezas de las naciones vendrán a ti. Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá vienen, portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas al Señor.” Por su parte el salmo dice: “Los reyes de Tarsis y las islas traerán presentes. Los reyes de Sabá y de Seba ofrecerán tributo; todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las naciones.” La mención del oro y el incienso como ofrendas traídas a la nueva Jerusalén por parte de las naciones y la mención de la postración frente al rey justo son elementos que llaman la atención de todos aquellos que conocen el relato mateano y el Antiguo Testamento. El gran intérprete de la Biblia Orígenes (185-254) dio un significado a cada uno de los presentes sosteniendo que el oro confiesa el linaje real de Jesús, el incienso su divinidad y la mirra su humanidad con la cual habrá de sufrir la pasión. Orígenes fundamenta esta interpretación sin lugar a dudas en textos del Antiguo Testamento como los arriba nombrados y muchos otros más.
Las parteras y el baño del niño
Esta escena tiene sus raíces en los evangelios apócrifos de Santiago y Mateo. No tiene fundamentos ni en el evangelio canónico de san Mateo ni en el de san Lucas. Las mujeres que lavan al niño se llaman Salomé (la que porta al niño) y Zelomí (la que pone el agua). Estas representaciones son tardías y se registran desde el s. XIV. Según cuenta la historia Salomé dudó de la virginidad de María y por ello se secó su mano hasta que finalmente adoró a Cristo y confesó su fe; momento en el cual su mano fue curada (Protoevangelio de Santiago 18-20). Es un relato que confirma la singularidad de este nacimiento.
La duda de José
Es otra de las escenas propias de los evangelios apócrifos. Se lo representa a José como un anciano pensativo que escucha a otro hombre anciano apoyado en un bastón. Se trata de las dudas de José en el momento del nacimiento. Como todo hombre mortal le resulta difícil aceptar la grandeza de este evento. El anciano del bastón es el demonio que intenta tentarlo para rechazar a su desposada. El fundamento evangélico de esta escena se puede encontrar en la apresurada decisión de repudio de Mateo 1:19 y en su ausencia en el momento de la llegada de los magos según Mt 2:11. Los evangelios apócrifos relatan que el demonio le decía “si este bastón seco puede dar brotes, también es posible que una virgen dé a luz un hijo” y en ese mismo momento el bastón dio brotes confirmando así la fe de José.
Conclusiones
Tal como podemos ver el ícono de la navidad tiene fuertes raíces no sólo en los relatos evangélicos sino también en las profecías del Antiguo Testamento. La imagen da lugar a una interpretación detallada de las profecías mesiánicas y revela los misterios de la fe cristiana. Los íconos son un evangelio abierto que instan al orante a preguntar por cada uno de sus detalles que posteriormente quedan grabados en la memoria y el corazón de todos aquellos que rezan con fe y creen en el mensaje salvífico de la Palabra Encarnada.

martes, 17 de diciembre de 2019

S. Juan de la Cruz y la sanación del hombre

San Juan de la Cruz  nació en Fontiveros (Ávila – 1542) y murió en Úbeda (Jaén, el 14 de diciembre de 1591), fecha que conmemoramos en este año 2019. Es tenido como poeta y escritor místico genial, sobre todo por dos obras, el Cántico Espiritual y la Llama de amor viva, que después comentó ampliamente para conocimiento de los lectores de aquellos misteriosos versos que, sin su comentario en prosa, hubieran sido auténticos jeroglíficos. Los comentaristas y los lectores se admiran de la perfección literaria de los versos de los dos poemas en los que la mayoría de las palabras están transferidas a unos ultraconceptos en los que vuelca su altísima experiencia de Dios.
Aun respetando esa interpretación de los sabios sanjuanistas, encuentro más originalidad del Santo en los comentarios a otros dos poemas, la Subida del Monte Carmelo y la Noche oscura, dos títulos para una sola obra. Y es que hombres y mujeres con experiencias “místicas” parecidas a Cántico Llama las encontramos con frecuencia en la edad media y en el siglo XVI en las naciones de Europa y en la misma España. Pero un tratamiento tan amplio, tan rico en conceptos, tan “original” sobre la sanación y la transformación del ser humano en cristiano, no es fácil encontrarlo en la tradición espiritual de occidente anterior o posterior a san Juan de la Cruz. Y eso es lo que propone el Santo en las dos obras: el cambio del ser “humano” (hombre o mujer)  en “divinizado” al ejercitar las virtudes “teologales”, fe, esperanza y caridad. Veamos el proceso.
Comienza Juan de la Cruz analizando la psique humana en sus raíces más profundas y encuentra móviles o tendencias conscientes o inconscientes que llama “apetitos” cuyo cumplimiento exigen los sentidos exteriores (ver, oír, gustar, oler y tocar) o las potencias espirituales (entendimiento, memoria y voluntad). Pues bien, o es el hombre quien controla su práctica correcta (modo activo), como expone en la Subida; o Dios interviene con una sanación en raíz (modo pasivo), que expone en la Noche. Los dos modos afectan tanto a los sentidos como a las potencias espirituales. En ambos casos, el hombre se comportará de diferente manera si obra con criterios racionales o desde la fe en un Dios que guía su destino.
El lector poco formado en el pensamiento sanjuanista o informado de otras escuelas filosóficas o religiosas puede pensar que se trata de un simple proyecto ascético, de un mero control de las pasiones para conseguir la paz interior o un dominio completo de las pulsiones de los sentidos o de las potencias superiores; pero el proyecto de Juan de la Cruz es más profundo porque hace vivir al cristiano en fe, esperanza y caridad, virtudes que regulan las relaciones del hombre con Dios y son una mediación crítica de lo religioso y lo profano. Con esa propuesta Juan de la Cruz se convierte en un juez implacable del modo de vivir en su tiempo la religiosidad, especialmente la llamada “popular”, el culto a las imágenes, las romerías, las procesiones, las visitas a santuarios, y el mismo ejercicio de las prácticas ascéticas y corregiría los lamentos de muchos creyentes mediocres que se quejan de Dios porque no atiende a sus peticiones y lo abandonan “porque no les sirve para nada”.
Curiosamente, es en la Llama de amor viva -obra mística- donde el Santo condensa el proyecto corrector de la racionalidad del hombre con una operación divina: “Matando, muerte en vida la has trocado” (canción 2, 33-34). La “muerte” significa vivir con criterios meramente racionales; la “vida”, vivir en fe, esperanza y caridad, virtudes teologales, que tienen como objeto directo la relación con Dios. Aceptando el proyecto teologal, el cristiano se guiará en la vida con criterios no solo racionales, sino más allá de la razón, en un desvestimiento de sus propios criterios; amará y esperará no por motivos e intereses inmediatos, sino altruistas. Quiere decir que sus relaciones con Dios y con los seres humanos, serán más libres, más profundos, sin esperar compensaciones: los servirán no esperando una remuneración material.
En el ejercicio teologal el “hombre viejo” o “terreno” entra en crisis y aparece el “hombre nuevo” que propone san Pablo (1Cr, 15, 48; Ef, 2, 15 y 4, 24; Rm, 6, 6) y comentan los autores espirituales. La vida de relación con Dios cambia: el cristiano no espera de él el cumplimiento de la propia voluntad, sino que se abandonará en la de Dios con toda confianza. No abandonará a Dios porque “no le hace caso” cuando le pida ayuda, etc. Las estructuras de la psicología humana y sus operaciones quedan intactas, pero los criterios de acción son diferentes. Es el hombre, su racionalidad la que entra en crisis y en él nacen motivaciones nuevas para vivir en cristiano. Por el contrario, al cumplir las exigencias de los “apetitos”, de los deseos desordenados, el hombre obra aparentemente de modo racional, pero esclavizan al alma, oscurecen el pensamiento y perturban la acción. Y es aquí donde interviene la acción sanante de las virtudes teologales que ponen orden en el desorden de la razón.
Pero lo más original del proyecto de sanación sanjuanista es que lo fundamenta en un dogma de fe: la imagen de un Cristo crucificado en el momento de morir, despojado de todo consuelo divino y humano, “abandonado” del Padre, dolido en el cuerpo por los azotes, los clavos y las espinas, y en el alma por la traición de sus amigos y seguidores, menos las “tres Marías”. El diseño de ese Cristo moribundo en el Calvario que hace san Juan de la Cruz es uno de los espectáculos más dramáticos que pueden representar los pintores y los escultores de todos los tiempos. El Redentor en ese momento se siente morir a lo sensual, el amor de sus amigos, y a lo espiritual, la cercanía del Padre. Padece en el cuerpo y en el espíritu.
Y al final, sigue razonando el místico teólogo Juan de la Cruz, fundado en los relatos evangélicos y en la inspiración poética, que en ese momento Cristo “hizo la mayor obra que en toda su vida, con milagros y obras, había hecho […] que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios” (Subida, cap. 7, n. 11. Leer todo el capítulo).
Dicho esto en general, habría que descender a la práctica que desarrolla Juan de la Cruz en el libro II de la Subida, y en los dos libros de la Noche, en la que se realiza la obra de Dios consintiéndolo el hombre. Es en el libro II de la Subida donde plantea un problema fundamental en la vida de fe del cristiano: que Cristo, el Verbo Encarnado es la última y definitiva palabra del Padre después de la cual se quedó “mudo”: en él se cierra y concluye la revelación sustancial. Desde esta afirmación se pueden interpretar las “revelaciones privadas” que han tenido algunos cristianos.
Y en la segunda parte del libro III de la Subida explica cómo el cristiano tiene que purificar y dominar la pasión del gozo, según la nomenclatura de Boecio, con el ejercicio de la caridad teologal; gozos que proceden del disfrute de los distintos “bienes”: temporales, materiales, sensuales, morales, sobrenaturales y espirituales. Todos los tiene que controlar el hombre espiritual  no gozándolos indebidamente para que la sanación del espíritu se complete.

     Daniel de Pablo Maroto, ocd

ERO CRAS. Las 7 antífonas Oh, del adviento.



Desde hoy, 17 de diciembre, hasta la vigilia anterior a la de Navidad, en el momento que se recita el Magnificat, en la oración de Vísperas del rito romano, se cantan siete antífonas, una por día, cada una de las cuales comienza con una invocación a Jesús, quien en este caso nunca es llamado por su nombre.

Este septenario es muy antiguo, se remite a la época del papa Gregorio Magno, alrededor del año 600.

Al comienzo de cada antífona, en ese orden diario, Jesús es invocado como Sabiduría, Señor, Raíz, Llave, Sol, Rey, Emmanuel. En latín: Sapientia, Adonai, Radix, Clavis, Oriens, Rex, Emmanuel.



Leídas a partir de la última, las iniciales latinas de esas palabras forman un acróstico: «ERO CRAS”, es decir, “Estaré [aquí] mañana». Es el anuncio del Señor que viene. La última antífona, que completa el acróstico, se canta el 23 de diciembre y al día siguiente, con las primeras vísperas, comienza la fiesta de Navidad.

Las antífonas están en latín y se inspiran en textos del Antiguo Testamento que anuncian al Mesías. Pero con una particularidad: las tres últimas incluyen algunas expresiones que se explican únicamente a la luz del Nuevo Testamento.

La antífona «O Oriens» del 21 de diciembre incluye una clara referencia al «Benedictus», el cántico de Zacarías inserto en el capítulo 1 del Evangelio de san Lucas: «Nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombras de muerte».

La antífona «O Rex» del 22 de diciembre incluye un pasaje del himno a Jesús del capítulo 2 de la epístola de san Pablo a los Efesios: «El que de dos [es decir, judíos y paganos] ha hecho una sola cosa».

La antífona «O Emmanuel» del 23 de diciembre se concluye al final con la invocación «Dominus Deus noster»: una invocación exclusivamente cristiana,

Aquí entonces, a continuación, los textos íntegros de las siete antífonas, en latín y en español, con entre paréntesis las principales referencias al Antiguo y al Nuevo Testamento:



I – 17 de diciembre

O SAPIENTIA, quae ex ore Altissimi prodiisti,
attingens a fine usque ad finem fortiter suaviterque disponens omnia:
veni ad docendum nos viam prudentiae.



Oh Sabiduría que sales de la boca del Altísimo (Eclesiástico 24, 3),
te extiendes hasta los confines del mundo y dispones todo con suavidad y firmeza (Sabiduría 8, 1):
ven a enseñarnos el camino de la prudencia (Proverbios 9, 6).

II – 18 de diciembre

O ADONAI, dux domus Israel,
qui Moysi in igne flammae rubi apparuisti, et in Sina legem dedisti:
veni ad redimendum nos in brachio extenso.

Oh Señor (Éxodo 6, 2 Vulgata), guía de la casa de Israel, que apareciste ante Moisés en la zarza ardiente (Éxodo 3, 2) y en el Monte Sinaí le diste la Ley (Éxodo 20): ven a liberarnos con brazo poderoso (Éxodo 15, 12-13).

III – 19 de diciembre

O RADIX Iesse, qui stas in signum populorum,
super quem continebunt reges os suum, quem gentes deprecabuntur:
veni ad liberandum nos, iam noli tardare.

Oh Raíz de Jesé, que te elevas como bandera de los pueblos (Isaías 11, 10), callan ante ti los reyes de la tierra (Isaías 52, 15) y las naciones te invocan: ven a liberarnos, no tardes (Habacuc 2, 3).

IV – 20 de diciembre

O CLAVIS David et sceptrum domus Israel,
qui aperis, et nemo claudit; claudis, et nemo aperit:
veni et educ vinctum de domo carceris, sedentem in tenebris et umbra mortis.

Oh Llave de David (Isaías 22, 22), cetro de la casa de Israel (Génesis 49, 10), que abres y nadie puede cerrar; que cierras y nadie puede abrir: ven, libera de la cárcel al hombre prisionero, que yace en tinieblas y en sombras de muerte (Salmo 107, 10.14).

V – 21 de diciembre

O ORIENS, splendor lucis aeternae et sol iustitiae:
veni et illumina sedentem in tenebris et umbra mortis.

Oh Sol que naces de lo alto (Zacarías 3, 8; Jeremías 23, 5), esplendor de la luz eterna (Sabiduría 7, 26) ysol de justicia (Malaquías 3, 20): ven e ilumina a quien yace en tinieblas y en sombras de muerte (Isaías 9, 1; Evangelio según san Lucas 1, 79).

VI – 22 de diciembre

O REX gentium et desideratus earum,
lapis angularis qui facis utraque unum:
veni et salva hominem quem de limo formasti.

Oh Rey de los gentiles (Jeremías 10, 7), esperado por todas las naciones (Ageo 2, 7), piedra angular(Isaías 28, 16) que reúnes en uno a judíos y paganos (Epístola a los Efesios 2, 14): ven y salva al hombre que has creado usando el polvo de la tierra (Génesis 2, 7).

VII – 23 de diciembre

O EMMANUEL, rex et legifer noster,
expectatio gentium et salvator earum:
veni ad salvandum nos, Dominus Deus noster.

Oh Emmanuel (Isaías 7, 14), nuestro rey y legislador (Isaías 33, 22), esperanza y salvación de los pueblos (Génesis 49, 10; Evangelio según san Juan 4, 42): ven a salvarnos, oh Señor Dios nuestro (Isaías 37, 20).

viernes, 8 de noviembre de 2019

San Ildefonso de Toledo. (607-667). Defensor de la perpetua virginidad de María.




Oh clementísima Virgen!, que con mano piadosa repartes vida a los muertos, salud a los enfermos, luz a los ciegos, solaz a los desesperados
y consuelo a los que lloran.
Saca de los tesoros de tu misericordia refrigerio para mi ánimo quebrantado, alegría para mi entendimiento y llamas de caridad para mi durísimo pecho.
Sé vida y salud de mi alma, dulzura y paz de mi corazón y suavidad y regocijo de mi espíritu.
Y, pues, tú eres estrella clarísima del mar, madre llena de compasión,
endereza mis pasos, defiéndeme de riesgos de enemigos, aléjame de todo mal y maldad, hasta aquella postrera y suspirada hora en la cual,
asistido de tu auxilio, enriquecido con tu gracia, vencidas las enemistades del infernal dragón, salga de este mundo para los eternos y seguros gozos de la vida bienaventurada.
Amén.

jueves, 17 de octubre de 2019

SALMO 136. Sermon de san agustin.



1 [v.1]. Creo que no os habréis olvidado que os recordé, y es más, os recomendé, que todo instruido en la santa Escritura debe saber de dónde somos ciudadanos y en dónde peregrinamos; y que la causa de nuestra peregrinación o destierro es el pecado, y que el don de la vuelta se debe al perdón de los pecados y a la justificación de la gracia de Dios. Oísteis y sabéis que corren, en el desenvolvimiento de los siglos hasta el fin, dos ciudades, mezcladas ahora corporalmente entre sí, pero separadas espiritualmente: una para la cual el fin es la vida eterna, y se llama Jerusalén; otra para la cual todo su gozo es la vida temporal, y se llama Babilonia. Si no me engaño, recordáis la significación de los nombres; Jerusalén quiere decir visión de paz; Babilonia, confusión. Jerusalén se hallaba cautiva en Babilonia, aunque no toda, pues conciudadanos de ella son también los ángeles. Por lo que se refiere a los hombres predestinados a la gloria de Dios, a los futuros coherederos de Cristo por adopción, a los que redimió con su sangre de la misma cautividad, a esta parte de la ciudad de Jerusalén que se hallaba cautiva en Babilonia por causa del pecado, dice que comenzó a salir de Babilonia, primeramente con el corazón por la confesión de la iniquidad y el amor de la justicia, después también, al fin del siglo, por la separación del cuerpo, conforme os lo he recordado en aquel salmo 64, que primeramente expuse aquí a vuestra caridad, el cual empieza así: A ti, ¡oh Dios!, se debe el himno en Sión y a ti se cumplirá el voto en Jerusalén1; pero hoy día hemos cantado el salmo 136, que dice: Junto a los ríos de Babilonia, allí nos hemos sentado y llorado al acordarnos de Sión.Ved que en aquél se dijo: A ti, ¡oh Dios!, se debe el himno en Sión, y en éste: Junto a los ríos de Babilonia, allí nos hemos sentado y llorado recordando a Sión; a Sión, en la que se debe el himno a Dios.

2. ¿Cuáles son los ríos de Babilonia y qué es nuestro sentarse y llorar recordando a Sión? Pues si somos ciudadanos de ella, no sólo cantaremos esto, sino que obraremos; si somos ciudadanos de Jerusalén, es decir, de Sión, y durante esta vida no habitamos como ciudadanos en esta confusión del siglo, en esta Babilonia, sino que nos hallamos detenidos cautivos, conviene que no sólo cantemos estas cosas, sino que las ejecutemos con el piadoso afecto del corazón, con el anhelo religioso de la eterna ciudad. Esta ciudad que se llama Babilonia también tiene sus propios amadores, que atienden a la paz temporal, y, no esperando otra cosa, todo su gozo lo cifran y lo circunscriben a esto, y les vemos también que trabajan sobremanera en pro de la terrena república. Pues bien, cualquiera que se ocupe lealmente en ella, si allí no va en busca de la soberbia, y de la exaltación perecedera, y de la repugnante jactancia, sino que muestra una solicitud verdadera, la que puede, mientras puede, con quienes puede, tocante a las cosas terrenas, y se dedica, en cuanto puede, a lo que pertenece a la hermosura de la ciudad, Dios no le deja perecer en Babilonia, pues le predestinó para ser ciudadano de Jerusalén. Dios conoce perfectamente su cautividad, y les muestra otra ciudad por la que deben suspirar, por la que deben hacer los mayores esfuerzos y exhortar cuanto esté de su parte a sus ciudadanos, peregrinos en ella, a conseguirla. Por eso dice nuestro Señor Jesucristo: El que es fiel en lo poco, lo es en lo mucho; y también: Si no fuisteis fieles en lo de otro, lo vuestro, ¿quién os lo dará?2

3. Sin embargo, carísimos, atended a los ríos de Babilonia. Los ríos de Babilonia son todas las cosas que se aman aquí y pasan. Un individuo amó, por ejemplo, el ejercicio de la agricultura; por ella se enriquece, en ella pone todo su empeño, de ella recibe placer; atienda al éxito y vea que lo que amó no es cimiento de Jerusalén, sino río de Babilonia. Otro dijo: "Gran cosa es ser militar; todos los agricultores los temen, los obedecen y tiemblan ante ellos. Si fuese agricultor, temeré al militar; si fuese militar, seré temido del agricultor." ¡Oh insensato!, te precipitaste en otro río de Babilonia más turbulento y arrebatador. ¿Quieres ser temido por el menor? Teme al mayor. De repente se puede hacer mayor que tú aquel que te teme, pero jamás será menor aquel a quien debes temer. "Ser abogado —dice otro— es gran cosa; poderosísima es la elocuencia, pues tiene en todos los asuntos a sus amparados pendientes de la lengua de su elocuente y diestro defensor, y de su boca esperan el daño o la ganancia, la muerte o la vida, la ruina o la salvación." No sabes a dónde te arrojas; éste es otro río de Babilonia, y suena mucho, porque el tumulto del agua hiere las peñas. Ve que corre, ve que desaparece; y, si ves que corre y desaparece, precávete, porque arrastra. Otro quiere ser navegante; también es gran cosa el negocio. Quiere conocer muchas tierras, conseguir riquezas de todas las partes, no estar sometido a ningún poderoso en la ciudad, peregrinar siempre, distraerse con la diversidad de negocios y gentes, regresar rico con el aumento de las ganancias. También éste es río de Babilonia. Tus riquezas, ¿cuánto subsistirán? ¿Cuándo presumirás, cuándo estarás seguro de las cosas que adquieres? Cuanto más rico seas, tanto más temor tendrás. En un solo naufragio quedarás desnudo, y llorarás con razón en el río babilónico, porque no quisiste sentarte y llorar junto al río de Babilonia.

4. Por el contrario, otros ciudadanos de Jerusalén, comprendiendo la cautividad, contemplan los deseos humanos y los diversos anhelos de los hombres, que los llevan de aquí para allá, que los arrastran y los arrojan al mar; ven estas cosas y no se meten en el mar de Babilonia, sino que se sientan junto a los ríos de Babilonia y lloran junto a ellos, ya a los que son arrebatados, ya a sí mismos, porque merecieron estar en Babilonia. Sin embargo, están sentados, es decir, humillados: Junto a los ríos de Babilonia, allí nos hemos sentado y llorado al recordar a Sión. ¡Oh santa Sión, en donde todo permanece y nada fluye! ¿Quién nos arrojó aquí? ¿Por qué hemos abandonado a tu Creador y tu compañía? Henos aquí establecidos entre lo que corre y desaparece. Difícilmente será arrastrado alguno por el río si pudiere agarrarse al madero. ¿Qué digo? Se verá libre. Luego, humillados en nuestra cautividad, nos sentemos junto a los ríos de Babilonia; no nos atrevamos a arrojarnos a ellos ni nos atrevamos, en el mal y en la tristeza de nuestra cautividad, a engreírnos; nos sentemos y lloremos así. Nos sentemos junto a los ríos de Babilonia, no debajo de ellos; nuestra humildad debe ser tal, que no nos sumerja; sin embargo, siéntate humilde y habla, mas no como en Jerusalén, pues allí estarás de pie; de esta esperanza habla y canta otro salmo, diciendo: Nuestros pies están firmes en los atrios de Jerusalén3. Allí serás ensalzado si aquí, arrepintiéndote y alabando, te humillas. Luego nuestros pies están firmes en los atrios de Jerusalén, pero junto a los ríos de Babilonia nos hemos sentado y llorado recordando a Sión. Por esto conviene que llores recordando a Sión.

5. Muchos, sin duda, gimen con llanto babilónico, porque se alegran también con gozo babilónico. Quienes se gozan por el lucro y lloran por la pérdida, ambos pertenecen a la ciudad de Babilonia. Tú debes llorar, pero recordando a Sión. Si lloras recordando a Sión, te conviene que llores también cuando te va bien en lo referente a Babilonia. Por eso se dice en el salmo: Hallé tribulación y dolor, e invoqué el nombre del Señor4. ¿Qué quiere decir hallé? Que hallé como buscada cierta tribulación que casi debía buscarse. Y al encontrarla, ¿con qué ganancia la hallé? Invoqué el nombre del Señor. Hay una gran diferencia entre encontrar la tribulación y ser encontrado por ella, pues en otro lugar dice: Dolores de infierno me encontraron5. ¿Qué significa dolores de infierno me encontraron y qué hallé tribulación y dolor? Cuando de repente se apodera de ti la tristeza al perder los bienes temporales con los que te deleitabas, cuando la repentina tristeza te encuentra, sin pensar que pudieras entristecerte, al sobrevenirte el entristecimiento, te encontró el dolor del infierno. Te creías estar arriba, y, sin embargo, estabas abajo; y, al encontrarte el dolor del infierno, te encontraste allí abajo tú que creías que estabas arriba, pues te hallaste afectado gravemente con el dolor, con la tristeza de algún mal que quizá presumías que no había de entristecerte: te halló el dolor del infierno. Por el contrario, cuando te va bien, es decir, cuando te sonríen todas las cosas mundanas, cuando ninguno de los tuyos murió, nada se secó, o se apedreó, o apareció estéril en tu viña, no se avinagró tu cuba, no abortó ningún ganado tuyo, no fuiste destituido de alguna dignidad de la que estabas investido en el siglo, en todas partes encuentras a tus amigos y conservan tu amistad, no te faltan protegidos, los hijos te obedecen, los siervos te temen, la esposa va acorde contigo, la casa se muestra feliz, entonces debes decir: "Aquí encontré la tribulación", para que, si algo puedes, habiendo encontrado la tribulación, invoques el nombre del Señor. La palabra divina parece enseñar algo contrario al decir: "Llora en la alegría y alégrate en la tristeza." Oye al que se alegra en la tristeza: Nos gloriamos en las tribulaciones6. Ve al que llora en la alegría si encontró la tribulación. Atienda cada uno a su felicidad, por la que se regocijó su alma y se hinchó en cierto modo por el gozo, y se engrió y dijo: "Soy feliz"; atienda y vea si no se desliza aquella felicidad, si puede estar seguro de que ella permanezca eternamente. Si no lo está y ve que corre aquello de lo que se goza, es río de Babilonia; siéntese junto a él y llore. Se sentará y llorará si se acordó de Sión. ¡Oh paz!, aquella que veremos junto a Dios; ¡oh santa igualdad!, la que tendremos con los ángeles; ¡oh visión y espectáculo sublime!: he aquí las cosas bellas que tienen en Babilonia; no retengan, no engañen. Una cosa es el solaz de los cautivos y otra el gozo de los libres. Junto a los ríos de Babilonia, allí nos hemos sentado y llorado al recordar a Sión.

6 [v.2]. En medio de ella hemos colgado en los sauces nuestros instrumentos músicos. Los ciudadanos de Jerusalén tienen propios instrumentos músicos: la Escritura, los preceptos, las promesas de Dios, la meditación de la vida futura; pero mientras se hallan en medio de Babilonia cuelgan sus instrumentos en los sauces de ella. Los sauces son árboles sin fruto, y en este lugar se aducen en mal sentido, aunque quizá en otros lugares puedan consignarse en bueno. Ahora consideradlos como árboles estériles que nacen junto a los ríos de Babilonia. Estos árboles se riegan con los ríos de Babilonia y no llevan fruto. Así como hay hombres ansiosos, avaros y estériles de toda obra buena, así los ciudadanos de Babilonia, como árboles propios de aquella región, se alimentan de los placeres de las cosas mundanas, como regados por los ríos de Babilonia. Buscas en ellos fruto, y jamás lo encuentras. Al soportar a éstos, nos encontramos con aquellos que están en medio de Babilonia. Hay mucha diferencia entre estar en medio de Babilonia y a las afueras de Babilonia. Hay quienes no están en medio de Babilonia, es decir, que no se hallan envueltos por tanta codicia y deleite mundano. Pero quienes, lo diré clara y brevemente, son perversos, se hallan en medio de Babilonia y son árboles estériles, como sauces de Babilonia. Cuando los vemos y los encontramos tan estériles que difícilmente se ve en ellos algo por donde podamos conducirlos a la verdadera fe, o a las buenas costumbres, o a la esperanza del siglo futuro, o al deseo de la liberación de la cautividad de la muerte, aun cuando conocemos la Escritura que hemos de enseñarles, como no encontramos en ellos fruto alguno por donde podamos comenzar, apartamos nuestro rostro de ellos y decimos; "Aún éstos no perciben, no comprenden; cuanto les digamos lo tendrán por funesto y adverso." Luego, retardando el toque de la Escritura, colgamos en los sauces nuestros instrumentos músicos, pues no los juzgamos dignos de llevar nuestros instrumentos. No les obligamos a llevar con ellos nuestros instrumentos músicos, sino que, retrasando, los colgamos, pues los sauces son árboles babilónicos sin fruto, alimentados con los placeres terrenos, como con los ríos de Babilonia.

7 [v.3]. Y ved si a continuación no dice esto el salmo: En medio de ella hemos colgado en los sauces nuestros instrumentos músicos. Porque allí nos pidieron quienes nos llevaron cautivos palabras de cánticos, y quienes nos llevaron forzados, himnos. Se sobrentiende nos pidieron. Cánticos e himnos de alegría nos pidieron quienes nos condujeron cautivos. ¿Quiénes nos llevaron cautivos, hermanos? ¿A qué cautivadores nuestros percibimos algunas veces? Jerusalén, sin duda, soportó a los babilónicos, a los persas, a los caldeos y a los hombres esclavizadores de aquellas gentes y regiones; pero esto aconteció después, no cuando se cantaba este salmo. Mas ya he dicho a vuestra caridad que todas las cosas que acontecían en aquella ciudad en la realidad, eran prefiguraciones nuestras, pues fácilmente puede demostrarse que nosotros estamos cautivos. Porque no respiramos ya el aire de aquella libertad, no gozamos de la pureza de la verdad y de aquella sabiduría que, permaneciendo en sí misma, renueva todas las cosas7. Somos tentados con los deleites de las cosas temporales y luchamos diariamente contra las sugestiones de los ilícitos placeres. Apenas respiramos en la oración y vemos que nos hallamos cautivos. Pero ¿quiénes nos cautivaron? ¿Qué hombre? ¿Qué nación? ¿Qué rey? Si somos redimidos, éramos cautivos. ¿Quién nos redimió? Cristo. ¿De quién nos redimió? Del diablo. Luego el diablo y sus ángeles nos hicieron cautivos, pero no nos hubieran apresado si no hubiéramos querido. Nosotros fuimos llevados cautivos. Dije quiénes son nuestros esclavizadores. Ellos son, pues, los ladrones que hirieron al viajero que bajaba de Jerusalén a Jericó, al que, maltratado, abandonaron semivivo. Viendo a este herido aquel nuestro Guardián, es decir, el Samaritano, pues samaritano significa guardián, a quien vituperaron los judíos, diciéndole: ¿No decimos nosotros que eres samaritano y que estás poseído del demonio?; pero El, rechazando uno de los dos ultrajes, retuvo el otro y dijo: Yo no tengo demonio8. No dijo: " Yo no soy samaritano"; pues, si este samaritano no custodiase, pereceríamos. Luego, pasando el samaritano, vio al maltratado y al herido abandonado por los ladrones; y, como sabéis, lo recogió9. Como alguna vez son denominados con el nombre de ladrón los que nos infligen heridas de pecados debido al consentimiento de nuestra cautividad, por lo mismo, éstos se llaman esclavizadores nuestros.

8. Luego ¿quiénes nos llevaron cautivos? El diablo y sus ángeles. ¿Cuándo nos hablaron y cuándo nos pidieron éstos palabras de cánticos? Luego por esto, ¿qué hemos de entender? Que, cuando nos piden aquellos en quienes obra el diablo, hemos de entender que nos pide el mismo diablo que obra en ellos. Pues el Apóstol dice: Y vosotros, que estabais muertos por vuestros delitos y pecados, cuando vivíais en ellos conforme a la corriente del mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, del espíritu que obra en los hijos de la incredulidad, entre los cuales también nosotros —dice— nos hallamos en otro tiempo10. Por esto demostró que, redimido de Babilonia, comenzó a salir de ella. Pero, sin embargo, ¿qué dice aún? Que todavía combatimos con nuestros enemigos. Y para que no nos airemos contra los hombres que nos proporcionan persecuciones, el Apóstol aparta nuestro ánimo del odio hacia los hombres y le endereza hacia la lucha de algunos espíritus que no vemos, pero que contra ellos combatimos, pues dice : Vuestra lucha no es contra la carne y la sangre, es decir, contra los hombres que veis, y de quienes os parece que soportáis males porque os persiguen (o suscitan persecuciones contra vosotros), ya que se nos manda rogar por ellos: Vuestra lucha no es contra la carne y la sangre, es decir, contra los hombres, sino contra los príncipes, y las potestades, y los rectores de este mundo de tinieblas11. ¿A qué llamó mundo? A los amadores del mundo. A éstos llamó también tinieblas, a saber, a los inicuos, a los carnales, a los incrédulos, a los pecadores. A éstos, ya creyentes, congratula, diciéndoles así: En otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora luz en el Señor12. Luego nos colocó para luchar con aquellos príncipes, pues ellos nos cautivaron.

9. Cuando entró el diablo en el corazón de Judas13 con el fin de que entregara al Señor, no hubiera entrado si Judas no se lo hubiera permitido; cabalmente por esto muchos hombres malos que se hallan en medio de Babilonia a causa de los carnales e ilícitos deseos, concediendo un puesto al diablo y a sus ángeles en sus corazones para que obre en ellos y por ellos, nos preguntan algunas veces y nos dicen: "Dadnos la razón de esto." Con frecuencia nos dicen esto los paganos: "Explícanos el motivo de la venida de Cristo y qué aprovechó Cristo al género humano ¿Por ventura desde que vino Cristo no han empeorado los asuntos humanos? ¿No eran antes más propicios y felices que ahora? Nos digan los cristianos qué bien proporcionó Cristo". ¿Cómo piensan que han venido a ser más prósperos los sucesos humanos con la venida de Cristo? Juzgan que, si los teatros, los anfiteatros y los circos permaneciesen incólumes; que, si nada se derribase de Babilonia; que, si afluyesen por todas partes placeres debido a los hombres que habían de cantar y de danzar al compás de cánticos lascivos; que, si la sensualidad de los entregados a las deshonestidades y a las meretrices gozase de paz y de seguridad; que, si no temiese el hambre en su casa el que clama: "Se vistan los pantomimos", y, por fin, que, si todas estas cosas se deslizasen sin ruina y sin perturbación alguna y hubiera gran seguridad en las frivolidades, entonces serían felices los tiempos y dirían que Cristo ofreció gran felicidad a los asuntos humanos. Pero como se persigue la iniquidad para que, extirpada la codicia, se implante la caridad de Jerusalén; como se mezclan amarguras a la vida temporal para que se deseen las cosas eternas; como los hombres son adoctrinados en los azotes, aceptando la corrección paterna para no recibir la sentencia penal del juez, nada bueno trajo Cristo; Cristo trajo sufrimiento y dolor. Comienzas a decir al hombre las cosas buenas que hizo Cristo, y no llega a comprenderlo. Le presentas a aquellos que hacen lo que poco ha oísteis en el evangelio; que vendieron todos sus bienes y se los dieron a los pobres con el fin de seguir al Señor14 y tener un tesoro en el reino de los cielos; le dices; "Ve lo que trajo Cristo, ve cuántos distribuyen sus bienes a los pobres y se hacen pobres no por necesidad, sino voluntariamente siguiendo al Señor, esperando el reino de los cielos", y se ríen de ellos, como si fuesen necios, pues dicen: "¿Estos bienes trajo Cristo, que el hombre pierda su hacienda y, dándola a los pobres, quede él pobre?" Pero tú, ¿qué has de pensar? No comprendes los bienes de Cristo; otro a quien aposentaste en tu corazón te llenó y es enemigo de Cristo. Diriges la mirada a los tiempos pasados, y te parecen más venturosos que los presentes, los cuales eran como aceitunas pendientes del árbol, agitadas por el viento, que gozaban, por un inconstante y peculiar deseo, de cierta libertad de la brisa. Pero llegó el tiempo de ser echada la aceituna al lagar. No siempre había de estar pendiente del árbol; ya terminó el tiempo. No sin motivo se intitulan algunos salmos Para los lagares15. En el árbol se hallaba en libertad; en la almazara, prensada. Cuando los intereses humanos se destruyen y hunden, atiendes a que crece la avaricia, atiende también a que crece la templanza. ¿Por qué eres tan ciego que ves únicamente correr por el albañal el alpechín y no ves el aceite en las tinajas o zafras? Los que obran mal son públicamente conocidos; por el contrario, los que se convierten a Dios y se purifican de las inmundicias de los malos deseos, están ocultos; como también en la misma o de la misma almazara corre a la vista el alpechín y ocultamente se licúa el aceite.

10. Aclamasteis y os alegrasteis antes estas cosas, porque ya podéis sentaros junto a los ríos de Babilonia y llorar. Pues bien, cuando entran en el corazón de los hombres los que nos llevaron cautivos y nos preguntan, valiéndose de las lenguas de aquellos a quienes poseen, y nos dicen: "Cantadnos palabras de cánticos, declaradnos el motivo de la venida de Cristo y qué es la otra vida; quiero creer. Declárame el motivo por que me mandas que crea", le respondo y le digo: "¡Oh hombre! ¿Cómo no quieres que te mande que creas? Estás repleto de malos deseos; si te declaro los bienes de Jerusalén, no los comprendes; conviene que te vacíes de lo que estás lleno para que puedas llenarte de lo que careces". Luego no le digas algo agradable; es un sauce, es un árbol estéril; no toques el órgano para que suene; más bien cuélgale. Pero él ha de decir: "Háblame, cántame, explícame la razón; ¿tú no quieres que aprenda?" No oyes con buen ánimo, no llamas de suerte que merezcas se te abra. Te llena el que a mí me hizo cautivo; él me pregunta por ti; es astuto, falazmente pregunta; no busca aprender, sino qué reprender. Luego yo no hablaré; colgaré mis instrumentos músicos.

11 [v.4]. Pero ¿qué ha de decir aún? Cantadnos palabras de cánticos; cantadnos un himno, cantadnos cánticos de Sión. ¿Qué responderemos? Babilonia te sostiene, te alimenta, te sujeta; por ti habla Babilonia. Sólo eres capaz de percibir lo que brilla temporalmente, no sabes meditar en lo eterno; no comprendes aquello que preguntas. ¿Cómo cantaremos el cántico del Señor en tierra extraña? Así es verdaderamente, hermanos. Comenzad a querer predicar la verdad más insignificante que sepáis y ved que infaliblemente soportáis a estos mofadores, falsarios y fiscalizadores de la verdad. Responded a estos que os piden lo que no pueden entender y decidles respaldados por la seguridad que proporciona vuestro cántico santo: ¿Cómo cantaremos el cántico del Señor en tierra extraña?

12. Pero ve cómo has de portarte entre ellos, ¡oh pueblo de Dios, oh Cuerpo de Cristo, oh animosa peregrinación!, pues no eres de aquí, eres de otro lugar, no sea que, cuando ellos te dicen: Cantadnos palabras de cánticos, cantadnos un himno, cantadnos cánticos de Sión, aparezca como si fuesen amados por ti, y que deseas su amistad, y que temes desagradarles; y, por tanto, comience a deleitarte Babilonia y te olvides de Jerusalén. Luego, sobrecogido por este temor, ve lo que añade, ve lo que sigue. El hombre que cantaba se vio agobiado por el peso del sufrimiento ; este hombre, si queremos, somos nosotros; este hombre soportó de todas partes a los que preguntaban tales cosas, a los lisonjeros aduladores, a los mordaces reprensores, a los falsos encomiadores, a los que piden lo que no comprenden, a los que no quieren derramar aquello de lo que están llenos; y, hallándose en peligro entre la turba de tales nombres, levantó el ánimo recordando a Sión, y se obligó con cierto juramento, diciendo entre las palabras de los que le habían cautivado, entre las voces de los aduladores, entre los gritos de los que pedían malamente, entre el murmullo de los que buscaban y no querían aprender: Si me olvidare de ti, Jerusalén...

13. Ved de dónde era el rico aquel que preguntó al Señor: Maestro bueno, ¿qué haré para conseguir la vida eterna? ¿Por ventura, al indagar acerca de la vida eterna, no pedía el cántico de Sión? Guarda —le dice el Señor— los mandamientos. Él, habiendo oído esto, con altanería dijo: Desde mi juventud los cumplí todos. El Señor le dijo algo que pertenecía a los cánticos de Sión, aunque conocía que no los comprendía; pero nos ofreció un ejemplo de cómo muchos que han de pedirnos un consejo para la vida eterna nos alabarán cuando les respondemos lo que ellos pretenden. Por Él nos dio una prueba, enseñándonos lo que debemos contestar algunas veces a estos hombres: ¿Cómo cantaremos el cantico del Señor en tierra extraña? Ved qué dice: ¿Quieres ser perfecto? Vete, vende lo que tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; ven y sígueme. Para que aprenda algunos cánticos de los cánticos de Sión, se despoje primeramente de los impedimentos, ande desembarazado, no cargue peso, y así aprenderá algo de los cánticos de Sión. Pero él, entristecido, se alejó. Digamos a su espalda: ¿Cómo cantaremos el cántico del Señor en tierra extraña? El ciertamente se apartó; sin embargo, el Señor dio esperanza a los ricos. Porque, perturbados los discípulos, dijeron: ¿Quién podrá salvarse? Mas Jesús les respondió: Lo que es imposible a los hombres, es fácil a Dios16. También tienen los ricos un módulo propio, pues recibieron el cántico de Sión, el cántico sobre el cual dice San Pablo a Timoteo: Ordena a los ricos de este mundo que no se ensoberbezcan ni pongan la esperanza en lo incierto de las riquezas, sino en Dios vivo, que nos da todas las cosas abundantemente para disfrutarlas. Y, añadiendo lo que deben hacer, toca ya el órgano, no le cuelga, pues prosigue: Sean ricos en buenas obras, sean dadivosos y limosneros; atesoren un hermoso fundamento para el futuro a fin de que consigan la verdadera vida17. Los ricos recibieron primeramente este cántico de los cantos de Sión: que no se ensoberbezcan. Las riquezas engríen, y a los que se engríen, como ríos, los arrastran. ¿Qué se manda a éstos? Ante todo, no ensoberbecerse. Eviten en las riquezas lo que engendran las riquezas; eviten en las riquezas la soberbia. Lo que primeramente ocasionan las riquezas a los hombres incautos es este mal. Pues el oro, que Dios creó, no es malo; lo que es malo es el hombre avaro, que abandona al Creador, volviéndose a la criatura. Luego evite en las riquezas ser soberbio y se siente junto a los ríos de Babilonia. Pues se le dijo que no se ensoberbezca; luego siéntese; y que no ponga la esperanza en lo incierto de las riquezas; luego siéntese junto a los ríos de Babilonia. Si pone la esperanza en lo incierto de la riqueza, es arrastrado por el río de Babilonia; si se humilla y no se ensoberbece y no pone la esperanza en lo incierto de las riquezas, se halla sentado junto al río, suspira recordando a Sión por la eterna Jerusalén; y para llegar a Sión da sus bienes. Aquí tenéis el cántico que los ricos recibieron de los cánticos de Sión. Obren, toquen el órgano, no se crucen de brazos al hallar a un hombre que le dice: "¿Qué haces? Pierdes tus cosas erogando tanto; atesora para tus hijos". Cuando ven que no comprenden y se dan cuenta que son sauces, no les digan al instante por qué obran y qué hacen, cuelguen sus instrumentos músicos en los sauces de Babilonia. Sin hacer caso de los sauces, canten, no cesen, obren, pues no pierden lo que distribuyen. ¿Lo entregan a un siervo, y está seguro; lo entregan a Cristo, y perece?

14. Oísteis el cántico de los ricos, de los cánticos de Sión; oíd el cántico de los pobres: Nada —dice el apóstol San Pablo— trajimos a este mundo, y claro es que no podemos llevar de él cosa alguna; teniendo comida y vestido, con eso nos baste. Porque los que quieren enriquecerse caen en la tentación, y en muchos deseos necios y perjudiciales, que sumergen al hombre en la ruina y perdición. Estos son los ríos de Babilonia. La raíz de todos los males es la avaricia, por la cual algunos que se prendaron de ella naufragaron en la fe y a sí mismos se echaron a cuestas dolores sin número18. Luego ¿son entre sí opuestos estos cánticos? No. Ved qué se dijo a los ricos: No os ensoberbezcáis ni pongáis la esperanza en lo incierto de las riquezas; obrad bien, distribuid, atesoraos un buen fundamento para el futuro. ¿Y qué se dijo a los pobres? Los que quieren enriquecerse caen en la tentación. No dijo: "Los que son ricos", sino: Los que quieren enriquecerse; porque, si fuesen ya ricos, oirían otro cántico. El rico oye: que distribuya; el pobre: que no desee.

15 [v.5]. Cuando os halléis entre estos que no perciben el cántico de Sión, colgad, como dije, los instrumentos músicos en los sauces en medio de Babilonia. Diferid lo que habíais de decir. Comienzan a ser árboles fructíferos, se mudan los árboles, y llevan fruto bueno; allí ya nos es lícito cantar al oído de los que escuchan. Pero, cuando os halléis entre estos atronadores, ladinos, inquisidores y opositores de la verdad, retraeos; no queráis agradarles para que no os olvidéis de Jerusalén y diga a una nuestra alma, hecha, de muchos, una sola por la paz de Cristo; diga la misma cautiva Jerusalén, que se halla aquí en la tierra: Si me olvidare de ti, Jerusalén, se olvide de mi derecha. Severamente se ata, hermanos míos; se olvide de mí mi derecha; cruelmente se obliga. Nuestra derecha es la vida eterna; nuestra izquierda, la vida temporal. Cuanto haces por la vida eterna, lo ejecuta la derecha. Si al amor de la vida eterna mezclas en tus obras el deseo de la vida temporal, o de la alabanza humana, o de algún bien pasajero, conoce tu izquierda lo que hace tu derecha. Y sabéis que existe un precepto en el Evangelio que dice: No sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha19. Si me olvidare —dice— de ti, Jerusalén, se olvide de mí mi derecha. Verdaderamente así acontece. Lo predijo, no lo deseó. A los que se olvidan de Jerusalén, les sucede esto que dijo: se olvida de ellos su derecha, pues la vida eterna permanece en sí; ellos son los que se quedan en el deleite temporal y se hacen derecho lo que es izquierdo.

16. Atended a esto, hermanos, os insinuaré, en atención a la derecha, cuanto el Señor me conceda para salud de todos. Quizá recordáis ahora que yo alguna vez traté de algunos que hacen derecho lo que es izquierdo; es decir, que tienen grandes riquezas temporales, y en ellas colocan la felicidad, ignorando cuál sea la verdadera felicidad, la verdadera derecha. La Escritura llama a éstos hijos extraños, como ciudadanos que son no de Jerusalén, sino de Babilonia; pues dice en cierto lugar un salmo: Señor, líbrame de la mano de los hijos de los extraños, cuya boca habló vanidad, y su derecha es derecha de iniquidad; y prosiguiendo añade: cuyos hijos son como fuertes retoños; y sus hijas, adornadas como simulacros del templo; sus despensas, repletas, se desbordan de una en otra; sus ovejas, fecundas, que se multiplican en cada parto; sus bueyes, gordos; no hay brecha en su cerca ni gritería en sus plazas. ¿Acaso tener esta felicidad es pecado? No, sino hacerla derecha siendo izquierda. Por eso, ¿qué dice a seguida? Bienaventurado llamaron al pueblo que posee estas cosas. Ved cómo su lengua habló vanidad, puesto que llamaron bienaventurado al pueblo que posee estas cosas. Tú eres ciudadano de Jerusalén que no te olvidas de Jerusalén para que no te olvides de tu derecha. Ve que los que hablaron vanidad llamaron bienaventurado al pueblo que posee estas cosas. Tú cántame el cántico de Sión: Bienaventurado el pueblo que tiene a Dios por Señor20. Hermanos, vosotros preguntad a vuestros corazones si deseáis los bienes de Dios, si anheláis la ciudad de Jerusalén, si codiciáis la vida eterna. Sea para vosotros izquierda toda esta felicidad terrena y sea derecha aquella que tendréis siempre; con todo, si tuvieseis izquierda, no presumáis de ella. ¿Por ventura no corriges a quien desea alimentarse de la izquierda? Si piensas que injuria tu mesa el que come alimentos de la izquierda, ¿cómo no se injuriará la mesa de Dios si lo que es derecha lo haces izquierda, y lo que es izquierda lo haces derecha? Luego ¿qué resta? Que, si me olvidare de Jerusalén, se olvide de mí mi derecha.

17 [v.6]. Péguese mi lengua a mi paladar si no me acordase de ti. Es decir, enmudezca, dice, si no me acordase de ti. ¿Para qué habla, para qué toca, si no suena el cántico de Sión? Nuestra lengua es el cántico de Jerusalén. El cántico del amor de este mundo es la lengua ajena, la lengua extraña que aprendimos en la cautividad. Luego estará mudo para con Dios el que se olvidare de Jerusalén. Poco es acordarse, pues también los enemigos se acordaron de ella intentando destruirla. "¿Qué es esta ciudad —dicen—. ¿Qué son los cristianos? ¿Y cuáles son los cristianos?" ¡Oh si no hubiese cristianos! Venció la turba cautiva a sus cautivadores, y, sin embargo, murmuran, se ensañan, quieren destruir la santa ciudad que peregrina junto a ellos, así como quiso Faraón aniquilar al pueblo de Dios matando a los niños recién nacidos y dejando a las niñas: sofocando las virtudes y fomentando los vicios. Luego poco es acordarse; ve cómo te acuerdes. Recordamos algunas cosas con odio, otras con amor. Luego cuando dijo: Si me olvidare de ti, Jerusalén, se olvide de mí mi derecha. Péguese mi lengua a mi paladar si no me acordare de ti, al momento añadió: si no antepusiese a Jerusalén como principio de mi regocijo. Se da el sumo regocijo en donde nos gozamos con Dios, en donde nos hallamos seguros con la fraternidad inquebrantable y la compañía cívica. Allí ningún tentador nos corromperá, nadie podrá caer por algún hechizo; allí nada deleitará sino el bien. Allí desaparecerá toda necesidad y aparecerá la suma felicidad. Si no antepusiese a Jerusalén como principio de mi regocijo.

18 [v.7]. Dirigiéndose al Señor contra los enemigos de su ciudad, dice: Acuérdate, Señor, de los hijos de Edén. Edón es el mismo Esaú; y oísteis ahora cuando se leía el Apóstol: Amó a Jacob y odió a Esaú. Eran dos hijos gemelos que se hallaban en el mismo vientre, en el de Rebeca; hijos de Isaac y nietos de Abrahán. Nacieron ambos: el uno para heredar, el otro para ser desheredado. Esaú fue enemigo de su hermano, porque, siendo hijo menor, se antepuso por la bendición, y así se cumplió en él el mayor servirá al menor21. Luego ahora entendemos quién es el mayor y quién el menor, y quién es el mayor que sirve al menor. El pueblo judío parecía a primera vista el mayor, y el pueblo cristiano el menor. Pero ved cómo el mayor sirve al menor. Ellos son nuestros libreros, nosotros vivimos de sus códices. Pero, hermanos, para que entendáis de todos en general quién es el mayor y el menor, diré que se llama mayor el hombre carnal, y menor el hombre espiritual, porque primero es el carnal y después el espiritual. Así claramente lo atestigua el Apóstol, diciendo: El primer hombre de la tierra, terreno; el segundo del cielo, celeste. Cual es el terreno, así son los terrenos, y cual es el celeste, asimismo son los celestes. Como llevamos la imagen del hombre terreno, llevemos también la imagen de Aquel que es del cielo. Sin embargo, allí había dicho un poco antes: Pero no es primero lo espiritual, sino lo animal, y después lo espiritual22. Llama animal a lo mismo que presentó como carnal. El hombre al nacer comienza siendo animal, comienza siendo carnal. Si se encamina de la cautividad de Babilonia hacia Jerusalén, se renueva; y, haciéndose esta renovación según el nuevo hombre interior, éste se hace menor por el tiempo, pero mayor por el poder. Luego Esaú simboliza a todos los carnales, y Jacob a todos los espirituales. Los menores son elegidos, los mayores reprobados. ¿Quiere también él ser elegido? Se haga menor. Se llamó Edón por ciento alimento lenticular rojo; es decir, por ciento alimento rosáceo. Estando bien guisadas aquellas suculentas lentejas, Esaú, vencido por el deseo de comerlas, se las pidió a su hermano Jacob, cediéndole por ellas el derecho de la primogenitura. Jacob cedió el alimento del placer y percibió la dignidad del honor. Así, por pacto entre ellos, aconteció que, siendo Esaú el mayor y Jacob el menor, el mayor sirvió al menor y fue llamado el mayor Edón23. Edón significa, según dicen los que conocen la lengua hebrea, sangre; también en púnico sangre se dice Edón. No hay que extrañarse, todos los carnales pertenecen a la sangre. Y la carne y la sangre no poseerán el reino de los cielos24. Edón no pertenece a él; pertenece Jacob, que se desprendió del alimento carnal y tomó la dignidad espiritual. Edón se hizo enemigo. Todos los carnales son enemigos de los espirituales. Todos los que anhelan las cosas presentes persiguen a los que ven que meditan en las cosas eternas. Contra éstos, mirando a Jerusalén este hombre del salmo y rogando a Dios que le saque de la cautividad, ¿qué dice? Acuérdate, Señor, de los hijos de Edón. Líbranos de los carnales, y de los que imitan a aquel Edón, que son hermanos mayores y nuestros enemigos. Nacieron primero; pero los nacidos después se anticiparon en cuanto al derecho de primogenitura, porque la concupiscencia de la carne derribó a los primeros y el desprecio de ella ensalzó a los segundos. Viven, envidian y persiguen.

19. Acuérdate, Señor, de los hijos de Edón en el día de Jerusalén. ¿En el día de Jerusalén en que sufrió, en que fue hecha cautiva, o en el día de la felicidad de Jerusalén, en el que fue librada, en el que arribó y fue asociada a la eternidad? Acuérdate, Señor, dice, no te olvides de los hijos de Edón. ¿De quiénes? De los que dicen: "Suprimid, suprimid en ella hasta los cimientos". Luego acuérdate de este día, cuando querían destruir a Jerusalén. ¡Cuántas persecuciones padeció la Iglesia! ¡Cómo decían los hijos de Edón, es decir, los hombres carnales, los sometidos al diablo y a sus ángeles, los que adoraban a las piedras y a la madera, los que seguían en pos de los deseos carnales: "Extinguid a los cristianos, destronad a Cristo, no quede ni uno; arrasad hasta los cimientos!" ¿Por ventura no dijeron esto? Y, al decir esto los perseguidores, fueron reprobados, y los mártires coronados. De los que dicen: "Suprimid, suprimid en ella hasta los cimientos". Dios dice; "Servid"; los hijos de Edón dicen: Suprimid, suprimid. ¿Y qué palabras pueden sobreponerse sino las de Dios, que dijo: El mayor servirá al menor? Suprimid, suprimid en ella hasta el cimiento.

20 [v.8]. Ahora se dirige a ella el salmista y dice: Hija de Babilonia, infeliz. Eres infeliz por tu exaltación, infeliz por tu presunción, eres infeliz por tu aborrecimiento. Hija de Babilonia, infeliz. La misma ciudad se denomina Babilonia e hija de Babilonia. Como a Jerusalén se la llama Jerusalén e hija de Jerusalén, y a Sión, Sión e hija de Sión, de la misma manera se llama a la Iglesia Iglesia e hija de la Iglesia; por la sucesión se denomina hija, y por la antelación, madre. Existió una primera Babilonia. Pero ¿acaso permaneció siempre en ella el mismo pueblo o la misma gente? Por la sucesión de Babilonia se hizo hija de Babilonia. ¡Oh hija de Babilonia!, (tú eres) infeliz. Bienaventurado el que te pague tu retribución. Tú eres infeliz, él es bienaventurado.

21. [v.9]. Tú, ¿qué hiciste y qué se te dará? Oye: Bienaventurado el que te diere el pago que tú nos diste. ¿Qué pago o retribución anuncia? Con ella termina el salmo: Bienaventurado el que tomare y estrellase tus pequeñuelos contra la piedra. A ella, a Babilonia, la llama infeliz, y dichoso al que le diese el pago que ella nos dio a nosotros. Preguntamos qué pago, y dice: Bienaventurado el que tomare y estrellase a tus pequeños contra la piedra. Este es el pago. ¿Qué nos hizo esta Babilonia? Ya hemos cantado en el salmo que las palabras de los inicuos prevalecieron contra nosotros25. Al nacer nos encontró párvulos la confusión de este mundo, y nos ahogó, aún niños, con los vanos pareceres de los diversos errores. Nacido el niño, el futuro ciudadano de Jerusalén, ciudadano ya en la predestinación de Dios e interinamente cautivo, ¿qué aprende a amar? Lo que al oído le susurran sus padres. Le instruyen y le enseñan la avaricia, el robo, la mentira cotidiana, los distintos cultos de los dioses y demonios, los ilícitos preservativos de los encantamientos y amuletos. ¿Qué ha de hacer el niño, alma tierna, atendiendo a lo que hacen los mayores, sino hacer lo que ellos hacen? Luego Babilonia nos persiguió siendo niños, pero Dios nos dio ya de mayores su conocimiento para no seguir los errores de nuestros padres. Esto ya lo recordé, en el salmo 64, como anunciado por el profeta: Vendrán a ti las gentes del extremo de la tierra y dirán: "Nuestros padres ciertamente dieron culto a la mentira, a la vanidad, que de nada les sirvió.26" Los que fueron matados niños siguiendo estas vanidades, ya jóvenes demuestran, desechando estas inicuas vanidades, que aprovechan reviviendo en Dios y que retribuyen su merecido a Babilonia. ¿Qué pago le dan? El que nos dio a nosotros. Por vuelta, sean ahogados sus pequeñuelos. ¿Qué digo? En pago sean estrellados y mueran. ¿Quiénes son los pequeñuelos de Babilonia? Los malos deseos nacientes, pues hay otros que luchan contra la vieja codicia. Cuando comienza a nacer la codicia, antes de que adquiera fortaleza contra ti la mala costumbre, cuando es débil, no la dejes tomar fuerza por la mala costumbre; cuando es pequeña, estréllala. ¿Temes que estrellada no muera? Estréllala contra la piedra. La piedra era Cristo27, dice el Apóstol.

22. Hermanos, no cesen los instrumentos músicos en su obra. Cantaos mutuamente cánticos de Sión. Con el mismo buen agrado que oísteis, ejecutad lo que oísteis; si no queréis ser de los sauces infructuosos de Babilonia, no os alimentéis con sus ríos. Suspirad por la eterna Jerusalén; allí en donde está puesta vuestra esperanza, siga también vuestra vida. Allí estaremos con Cristo. Cristo ahora es nuestra Cabeza, ahora nos gobierna desde arriba. Con Él nos abrazaremos en aquella ciudad; en ella seremos iguales a los ángeles de Dios. Esto no nos atreveríamos por nuestra parte ni a sospecharlo siquiera si no nos lo hubiera prometido la Verdad. Anhelad esto, hermanos; pensad día y noche en ello. Por mucho que os sonría la felicidad del mundo, no presumáis de ella; no queráis trabar con agrado conversación con vuestras codicias. Se presenta un enemigo grande; matadle contra la piedra. A los grandes matadlos contra la piedra, a los pequeños estrelladlos contra la piedra. Venza la piedra. Edificad sobre la piedra si no queréis ser arrastrados por el torrente, o el viento, o la lluvia. Si queréis hallaros armados contra las tentaciones en el mundo, crezca y se robustezca el deseo de la eterna Jerusalén en vuestros corazones. Pasará la cautividad y vendrá la felicidad. El último enemigo será condenado y triunfaremos con el Rey, sin morir.

SALMO 136. Extracto de comentario de san agustin.

Caducidad de lo temporal.


Diriges la mirada a los tiempos pasados, y te parecen más venturosos que los presentes, los cuales eran como aceitunas pendientes del árbol, agitadas por el viento, que gozaban, por un inconstante y peculiar deseo, de cierta libertad de la brisa. Pero llegó el tiempo de ser echada la aceituna al lagar. No siempre había de estar pendiente del árbol; ya terminó el tiempo. No sin motivo se intitulan algunos salmos Para los lagares15. En el árbol se hallaba en libertad; en la almazara, prensada. Cuando los intereses humanos se destruyen y hunden, atiendes a que crece la avaricia, atiende también a que crece la templanza. ¿Por qué eres tan ciego que ves únicamente correr por el albañal el alpechín y no ves el aceite en las tinajas o zafras? Los que obran mal son públicamente conocidos; por el contrario, los que se convierten a Dios y se purifican de las inmundicias de los malos deseos, están ocultos; como también en la misma o de la misma almazara corre a la vista el alpechín y ocultamente se licúa el aceite.

Así se expresa un ermitaño rumano de 84 años que vive en su celda en los montes Cárpatos.

"Todos los demonios del infierno se han congregado sobre la faz de la tierra".


sábado, 28 de septiembre de 2019

El rico y lázaro. Lc 16,19-31



Tú te jactas de ser pobre, yo te pregunto si eres fiel

¡Oh infiel, que te fijas en lo presente y sólo lo presente te aterroriza! Piensa alguna vez en lo futuro. Tras un mañana y otro, llegará alguna vez el último mañana; un día empuja a otro, pero no arrastra a quien hizo el día. En él se da el día sin ayer ni mañana; en él se da el día sin nacimiento ni ocaso; en él se halla la luz sempiterna, donde está la fuente de la vida y en cuya luz veremos la luz. Esté allí, al menos, el corazón, mientras sea necesario que la carne esté aquí; hállese allí el corazón. Si el corazón está allí, allí estará todo. Al rico vestido de púrpura y lino finísimo se le terminaron sus placeres; al pobre lleno de llagas se le acabaron sus miserias. Aquél temía el último día, éste lo deseaba. Llegó para los dos, pero no los encontró a ambos igual; y, como no los encontró a ambos igual, no vino igual para los dos. El morir fue igual en uno y otro; el acabar esta vida fue condición común para ambos. Escuchaste lo que les unió; pon atención ahora a lo que los separa: Aconteció, pues, que murió aquel pobre, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado (Lc 16,22). Aquél, quizá, hasta ni fue sepultado.

Ya conocéis lo restante. El rico era atormentado en los infiernos, el pobre descansaba en el seno de Abrahán. Pasaron los placeres y las miserias. Todo se acabó y se trasformó. Uno pasó de los placeres a los tormentos; el otro de las miserias a los placeres. Efectivamente, tanto los placeres como las miserias habían sido pasajeros; los tormentos y placeres que les siguieron no tienen fin. Ni se condena a las riquezas en la persona del rico ni se alaba la pobreza en la persona del pobre; pero en el primero se condenó la impiedad y en el segundo se alabó la piedad. Sucede a veces que los hombres escuchan estas cosas en el evangelio, y quienes nada tienen se llenan de gozo y hasta el mendigo exulta ante estas palabras. «En el seno de Abrahán -dice- estaré yo, no aquel rico». Respondamos al pobre: «Te faltan las llagas. Aplícate a conseguir méritos; desea hasta las lenguas de los perros. Tú te jactas de ser pobre, yo te pregunto si eres fiel; en efecto, la pobreza en un infiel significa tormento aquí y condenación allí».

Dirijámonos ahora al rico: «Cuando escuchaste lo que se dice en el evangelio de aquel que se vestía con púrpura y lino purísimo y que banqueteaba a diario espléndidamente, te llenaste de temor; pero has de temer más lo que allí se desaprueba. Aquél despreciaba al pobre que yacía a la puerta de su casa esperando las migas que caían de su mesa; no se le otorgaba ni abrigo, ni techo, ni misericordia alguna. Esto es lo que se castigó en la persona del rico: la crueldad, la impiedad, la soberbia, el orgullo, la infidelidad; éstas son las cosas castigadas en la persona del rico». Me dirá alguien: «¿Cómo pruebas eso? Se ha condenado precisamente a las riquezas». Si no soy capaz de probarlo, sirviéndome del mismo capítulo evangélico, que nadie me haga caso.

Cuando aquel rico se hallaba en medio de los tormentos del infierno, deseó que una gota de agua cayese en su lengua del dedo de quien había deseado las migas de su mesa. Mas fácilmente, quizá, hubiese llegado éste a las migas que aquél a la gota de agua. En efecto, se le negó esa gota. Le respondió Abrahán en cuyo seno se hallaba el pobre: Recuerda hijo que recibiste tus bienes en tu vida (Lc 16,25). Lo que me he propuesto demostrar es que en él se condenó la impiedad y la infidelidad y no las riquezas ni la abundancia de bienes temporales. Recibiste -le dijo- tus bienes en tu vida ¿Qué significa tus bienes? Los otros no los consideraste como bienes. ¿Qué significa en tu vida? No creíste que hubiera otra. Tus bienes, pues, no los de Dios; en tu vida, no en la de Cristo. Recibiste tus bienes en tu vida. Se acabó aquello en que creíste, y, en consecuencia, no recibiste los bienes mejores, puesto que, cuando te hallabas en los inferiores no quisiste creer en ellos.

Quizá estemos agraviando a este rico e interpretemos a nuestra manera el seno del padre Abrahán. Para decir algo con mayor claridad, desenvolvamos lo envuelto, iluminemos lo oscuro, abramos a los que llaman. Cuando se le negó el socorro, aquella mínima misericordia, para que se cumpliese lo escrito: El juicio será sin misericordia para quien no practicó misericordia (Sant 2,13), suplicó que fuera enviado Lázaro a sus hermanos a fin de que les informase de lo que había tras esta vida. Se le respondió que no era posible, y que, si no querían ir a parar a aquel lugar de tormentos, que escuchasen a Moisés y a los profetas. Tienen -dijo- a Moisés y a los profetas, escúchenlos (Lc 16,29). Él se conocía a sí mismo y a sus hermanos.

En efecto, los hermanos incrédulos solían charlar entre sí y mofarse de las palabras divinas. Cuando escuchaban que en la ley o los profetas se decía algo sobre los castigos eternos que debían evitarse o sobre los premios, también eternos, que habían de desearse, solían musitar entre sí: «¿quién ha resucitado? ¿Quién ha podido contarnos lo que allí se cuece? Desde que enterré a mi padre no he vuelto a oír su voz». Sabiendo él que acostumbraba a charlotear estas cosas con corazón y boca de incrédulo en compañía de sus hermanos, pedía que se realizara lo que nunca había tenido lugar, razón por la que despreciaban las palabras divinas. Dijo él: «Vaya alguien de aquí y dígales». Y el padre Abrahán: Tienen allí a Moisés y a los profetas; escúchenlos. Pero él, acordándose de sus diálogos, replicó: No, padre Abrahán. Como si dijera: «Yo sé lo que acostumbrábamos a hablar. No, padre Abrahán; sé lo que digo y lo que pido». Y el que despreció al pobre quiso, con tardía misericordia, que se hiciese a sus hermanos la misericordia que no se hizo a él mismo.
Sermón 299 E, 3-4 (Sigue)



“Dios mira el corazón” (1S 16,7)

¿Acaso aquel pobre fue transportado por los ángeles recompensando su pobreza y por el contrario, el rico fue enviado al tormento por el pecado de sus riquezas? En el pobre se patentiza glorificada la humildad, y en el rico condenada la soberbia.


 Brevemente pruebo que no fue atormentada en el rico la riqueza, sino la soberbia. Sin duda que el pobre fue llevado al seno de Abraham; pero del mismo Abraham dice la Escritura que poseyó en este mundo abundante oro y plata y que fue rico en la tierra. Si el rico es llevado a los tormentos ¿cómo Abraham había precedido al pobre a fin de recibirlo en su seno? Porque Abraham en medio de las riquezas era pobre, humilde, cumplidor de todos los mandamientos y obediente. Hasta tal punto tuvo en nada las riquezas que se le ordenó por Dios inmolar a su hijo para quien las conservaba (Gn 22,4). 

 Aprended a ser ricos y pobres tanto los que tenéis algo en este mundo, como los que no tenéis nada. Pues también encontráis al mendigo que se ensoberbece y al acaudalado que se humilla. Dios resiste a los soberbios, ya estén vestidos de seda o de andrajos; pero da su gracia a los humildes ya tengan algunos haberes mundanos, ya carezcan de ellos. Dios mira al interior; allí pesa, allí examina.


San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Discurso sobre los salmos, Sal. 85; CCL 39, 1178

sábado, 21 de septiembre de 2019

No se puede servir a Dios y al Dinero. Lc 16,1-13.

Avergüéncese el cristiano que carece de determinación
Aquel siervo a quien su amo iba a mandarle salir de la administración, pensó en su futuro y se dijo: Mi amo me va a expulsar de la administración. ¿Qué he de hacer? Cavar no puedo, mendigar me da vergüenza. De una cosa le aparta el trabajo, de la otra la vergüenza; pero en esos apuros, no le faltó decisión. Ya sé -dijo- lo que he de hacer. Reunió a los deudores de su amo y les presentó los contratos firmados. Di tú, ¿cuál es tu deuda? Él responde:,«Cien medidas de aceite». Siéntate rápidamente y escribe cincuenta. Toma tu garantía. Y al otro: Tú, ¿cuánto debes? Cien medidas de trigo. Siéntate y escribe de prisa ochenta. Toma tu contrato (Lc 16,3-7). Éste era su razonamiento: cuando mi amo me expulse de la administración, ellos me recibirán y la necesidad no me obligará ni a cavar ni a mendigar.

¿Por qué propuso Jesucristo el Señor esta parábola? No le agradó aquel siervo fraudulento; defraudó a su amo y sustrajo cosas, no ciertamente de las suyas. Además le hurtó a escondidas, le causó daños a fin de prepararse un lugar de descanso y tranquilidad para cuando tuviera que abandonar la administración. ¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No porque el siervo aquel hubiera cometido un fraude, sino porque fue previsor para el futuro, a fin de que se avergüence el cristiano que carece de esta determinación, al ver alabado hasta el ingenio de un fraudulento. Así continuó: Ved que los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz. Cometen fraudes mirando por su futuro. ¿Mirando a qué vida tomó precauciones aquel mayordomo? Mirando a aquella vida de la que tendría que salir cuando se lo mandasen. Él se preocupó por la vida que tiene un fin y ¿no te preocupas tú por la eterna? Así, pues, no améis el fraude, sino lo que dice: Haceos amigos; haceos amigos con la mammona de iniquidad.

Mammona es el nombre hebreo de las riquezas; por eso en púnico se las llama manon., ¿Qué hemos de hacer, pues? ¿Lo que mandó el Señor? Haceos amigos con la mammona de iniquidad, para que también ellos os reciban en los tabernáculos eternos cuando comencéis a desfallecer. A partir de estas palabras, es fácil de entender que hay que hacer limosnas, que hay que dar a los necesitados, puesto que es Cristo quien recibe en ellos. Él mismo dijo: Cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. En otro lugar dijo también: Quien dé a uno de mis discípulos un vaso de agua fría sólo por ser mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa (Mt 10,42). Comprendemos que hay que dar limosnas y que no hay que perder tiempo en elegir a quién se las hemos de dar, puesto que no podemos examinar los corazones. Cuando las das a todos, entonces las das a los pocos que son dignos de ellas. Eres hospitalario; ofreces tu casa a los peregrinos; admite también al que no lo merece, para no excluir al que lo merece. No puedes juzgar ni examinar los corazones...

En aquellas palabras vemos indicado esto, porque quienes así obran se adquieren amigos que los reciban en los tabernáculos eternos, una vez que sean expulsados de esta administración. En efecto, todos somos mayordomos; a todos se nos ha confiado en esta vida algo de lo que tendremos que rendir cuentas al gran padre de familia. Y a quien más se le ha confiado, mayor cuenta tendrá que dar. El primer texto que se leyó llenó de espanto a todos y más todavía a los que presiden a los pueblos, sean ricos o pobres, sean reyes o emperadores o jueces u obispos u otros dirigentes de las Iglesias. Cada uno hemos de rendir cuentas de nuestra administración al padre de familia. Esta administración es temporal, pero la recompensa para quien la lleva es eterna. Mas si llevamos la administración de forma que podamos dar buena cuenta de ella, estamos seguros de que luego nos confiarán cosas mayores. Ponte al frente de cinco posesiones, dijo el amo al siervo que le había dado buena cuenta del dinero que le había confiado para administrarlo. Si obramos rectamente, nos llamará a cosas mayores. Mas como es difícil no faltar muchas veces en una administración de envergadura, no debe faltar nunca la limosna, para que, cuando tengamos que rendir cuentas, no sea para nosotros tanto un juez insobornable como un padre misericordioso. Pues si comienza a examinar todo, hallará muchas cosas que condenar.

Debemos socorrer en esta tierra a los necesitados para que se cumpla en nosotros lo que está escrito: Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia (Mt 5,7). Y en otro lugar: El juicio será sin misericordia para quien no practicó misericordia.

Sermón 359 A, 9-11



San Ambrosio (c. 340-397)

obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Sobre el Evangelio de Lucas, 7, 244s
“Uno sólo es vuestro Maestro,… Cristo” (Mt 23,8)

“Nadie puede servir a dos señores.” No porque él tenga dos: no hay más que un Señor. Porque aunque haya personas que sirven al dinero, éste, de suyo, no posee ningún derecho a ser señor; son ellos mismos los que se cargan con el yugo de la esclavitud. En efecto, no se trata de un justo poder, sino de una injusta esclavitud. Por eso dice: “Haceos amigos con el dinero mal ganado” para que, a través de nuestra generosidad para con los pobres, alcancemos el favor de los ángeles y de los demás santos. 
No se critica al intendente: con ello aprendemos que no somos amos sino intendentes de las riquezas de otros. Aunque haya hecho una falta, es alabado porque, contando con los otros en nombre de su amo, se gana adictos. Y Jesús ha hablado muy bien del “dinero engañoso” porque la avaricia, a través de las variadas seducciones que ofrecen las riquezas, tienta nuestras inclinaciones hasta el punto que queremos ser esclavos de los bienes. Por eso dice: “Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?” Las riquezas nos son extrañas porque están fuera de nuestra naturaleza; no nacen con nosotros, y no nos siguen en la muerte. Cristo, por el contrario, es nuestro porque él es la vida… No seamos, pues, esclavos de los bienes exteriores, porque no debemos reconocer a otro como señor sino sólo a Cristo.