sábado, 21 de septiembre de 2019

No se puede servir a Dios y al Dinero. Lc 16,1-13.

Avergüéncese el cristiano que carece de determinación
Aquel siervo a quien su amo iba a mandarle salir de la administración, pensó en su futuro y se dijo: Mi amo me va a expulsar de la administración. ¿Qué he de hacer? Cavar no puedo, mendigar me da vergüenza. De una cosa le aparta el trabajo, de la otra la vergüenza; pero en esos apuros, no le faltó decisión. Ya sé -dijo- lo que he de hacer. Reunió a los deudores de su amo y les presentó los contratos firmados. Di tú, ¿cuál es tu deuda? Él responde:,«Cien medidas de aceite». Siéntate rápidamente y escribe cincuenta. Toma tu garantía. Y al otro: Tú, ¿cuánto debes? Cien medidas de trigo. Siéntate y escribe de prisa ochenta. Toma tu contrato (Lc 16,3-7). Éste era su razonamiento: cuando mi amo me expulse de la administración, ellos me recibirán y la necesidad no me obligará ni a cavar ni a mendigar.

¿Por qué propuso Jesucristo el Señor esta parábola? No le agradó aquel siervo fraudulento; defraudó a su amo y sustrajo cosas, no ciertamente de las suyas. Además le hurtó a escondidas, le causó daños a fin de prepararse un lugar de descanso y tranquilidad para cuando tuviera que abandonar la administración. ¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No porque el siervo aquel hubiera cometido un fraude, sino porque fue previsor para el futuro, a fin de que se avergüence el cristiano que carece de esta determinación, al ver alabado hasta el ingenio de un fraudulento. Así continuó: Ved que los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz. Cometen fraudes mirando por su futuro. ¿Mirando a qué vida tomó precauciones aquel mayordomo? Mirando a aquella vida de la que tendría que salir cuando se lo mandasen. Él se preocupó por la vida que tiene un fin y ¿no te preocupas tú por la eterna? Así, pues, no améis el fraude, sino lo que dice: Haceos amigos; haceos amigos con la mammona de iniquidad.

Mammona es el nombre hebreo de las riquezas; por eso en púnico se las llama manon., ¿Qué hemos de hacer, pues? ¿Lo que mandó el Señor? Haceos amigos con la mammona de iniquidad, para que también ellos os reciban en los tabernáculos eternos cuando comencéis a desfallecer. A partir de estas palabras, es fácil de entender que hay que hacer limosnas, que hay que dar a los necesitados, puesto que es Cristo quien recibe en ellos. Él mismo dijo: Cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. En otro lugar dijo también: Quien dé a uno de mis discípulos un vaso de agua fría sólo por ser mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa (Mt 10,42). Comprendemos que hay que dar limosnas y que no hay que perder tiempo en elegir a quién se las hemos de dar, puesto que no podemos examinar los corazones. Cuando las das a todos, entonces las das a los pocos que son dignos de ellas. Eres hospitalario; ofreces tu casa a los peregrinos; admite también al que no lo merece, para no excluir al que lo merece. No puedes juzgar ni examinar los corazones...

En aquellas palabras vemos indicado esto, porque quienes así obran se adquieren amigos que los reciban en los tabernáculos eternos, una vez que sean expulsados de esta administración. En efecto, todos somos mayordomos; a todos se nos ha confiado en esta vida algo de lo que tendremos que rendir cuentas al gran padre de familia. Y a quien más se le ha confiado, mayor cuenta tendrá que dar. El primer texto que se leyó llenó de espanto a todos y más todavía a los que presiden a los pueblos, sean ricos o pobres, sean reyes o emperadores o jueces u obispos u otros dirigentes de las Iglesias. Cada uno hemos de rendir cuentas de nuestra administración al padre de familia. Esta administración es temporal, pero la recompensa para quien la lleva es eterna. Mas si llevamos la administración de forma que podamos dar buena cuenta de ella, estamos seguros de que luego nos confiarán cosas mayores. Ponte al frente de cinco posesiones, dijo el amo al siervo que le había dado buena cuenta del dinero que le había confiado para administrarlo. Si obramos rectamente, nos llamará a cosas mayores. Mas como es difícil no faltar muchas veces en una administración de envergadura, no debe faltar nunca la limosna, para que, cuando tengamos que rendir cuentas, no sea para nosotros tanto un juez insobornable como un padre misericordioso. Pues si comienza a examinar todo, hallará muchas cosas que condenar.

Debemos socorrer en esta tierra a los necesitados para que se cumpla en nosotros lo que está escrito: Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia (Mt 5,7). Y en otro lugar: El juicio será sin misericordia para quien no practicó misericordia.

Sermón 359 A, 9-11



San Ambrosio (c. 340-397)

obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Sobre el Evangelio de Lucas, 7, 244s
“Uno sólo es vuestro Maestro,… Cristo” (Mt 23,8)

“Nadie puede servir a dos señores.” No porque él tenga dos: no hay más que un Señor. Porque aunque haya personas que sirven al dinero, éste, de suyo, no posee ningún derecho a ser señor; son ellos mismos los que se cargan con el yugo de la esclavitud. En efecto, no se trata de un justo poder, sino de una injusta esclavitud. Por eso dice: “Haceos amigos con el dinero mal ganado” para que, a través de nuestra generosidad para con los pobres, alcancemos el favor de los ángeles y de los demás santos. 
No se critica al intendente: con ello aprendemos que no somos amos sino intendentes de las riquezas de otros. Aunque haya hecho una falta, es alabado porque, contando con los otros en nombre de su amo, se gana adictos. Y Jesús ha hablado muy bien del “dinero engañoso” porque la avaricia, a través de las variadas seducciones que ofrecen las riquezas, tienta nuestras inclinaciones hasta el punto que queremos ser esclavos de los bienes. Por eso dice: “Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?” Las riquezas nos son extrañas porque están fuera de nuestra naturaleza; no nacen con nosotros, y no nos siguen en la muerte. Cristo, por el contrario, es nuestro porque él es la vida… No seamos, pues, esclavos de los bienes exteriores, porque no debemos reconocer a otro como señor sino sólo a Cristo.

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