jueves, 17 de octubre de 2019
SALMO 136. Sermon de san agustin.
1 [v.1]. Creo que no os habréis olvidado que os recordé, y es más, os recomendé, que todo instruido en la santa Escritura debe saber de dónde somos ciudadanos y en dónde peregrinamos; y que la causa de nuestra peregrinación o destierro es el pecado, y que el don de la vuelta se debe al perdón de los pecados y a la justificación de la gracia de Dios. Oísteis y sabéis que corren, en el desenvolvimiento de los siglos hasta el fin, dos ciudades, mezcladas ahora corporalmente entre sí, pero separadas espiritualmente: una para la cual el fin es la vida eterna, y se llama Jerusalén; otra para la cual todo su gozo es la vida temporal, y se llama Babilonia. Si no me engaño, recordáis la significación de los nombres; Jerusalén quiere decir visión de paz; Babilonia, confusión. Jerusalén se hallaba cautiva en Babilonia, aunque no toda, pues conciudadanos de ella son también los ángeles. Por lo que se refiere a los hombres predestinados a la gloria de Dios, a los futuros coherederos de Cristo por adopción, a los que redimió con su sangre de la misma cautividad, a esta parte de la ciudad de Jerusalén que se hallaba cautiva en Babilonia por causa del pecado, dice que comenzó a salir de Babilonia, primeramente con el corazón por la confesión de la iniquidad y el amor de la justicia, después también, al fin del siglo, por la separación del cuerpo, conforme os lo he recordado en aquel salmo 64, que primeramente expuse aquí a vuestra caridad, el cual empieza así: A ti, ¡oh Dios!, se debe el himno en Sión y a ti se cumplirá el voto en Jerusalén1; pero hoy día hemos cantado el salmo 136, que dice: Junto a los ríos de Babilonia, allí nos hemos sentado y llorado al acordarnos de Sión.Ved que en aquél se dijo: A ti, ¡oh Dios!, se debe el himno en Sión, y en éste: Junto a los ríos de Babilonia, allí nos hemos sentado y llorado recordando a Sión; a Sión, en la que se debe el himno a Dios.
2. ¿Cuáles son los ríos de Babilonia y qué es nuestro sentarse y llorar recordando a Sión? Pues si somos ciudadanos de ella, no sólo cantaremos esto, sino que obraremos; si somos ciudadanos de Jerusalén, es decir, de Sión, y durante esta vida no habitamos como ciudadanos en esta confusión del siglo, en esta Babilonia, sino que nos hallamos detenidos cautivos, conviene que no sólo cantemos estas cosas, sino que las ejecutemos con el piadoso afecto del corazón, con el anhelo religioso de la eterna ciudad. Esta ciudad que se llama Babilonia también tiene sus propios amadores, que atienden a la paz temporal, y, no esperando otra cosa, todo su gozo lo cifran y lo circunscriben a esto, y les vemos también que trabajan sobremanera en pro de la terrena república. Pues bien, cualquiera que se ocupe lealmente en ella, si allí no va en busca de la soberbia, y de la exaltación perecedera, y de la repugnante jactancia, sino que muestra una solicitud verdadera, la que puede, mientras puede, con quienes puede, tocante a las cosas terrenas, y se dedica, en cuanto puede, a lo que pertenece a la hermosura de la ciudad, Dios no le deja perecer en Babilonia, pues le predestinó para ser ciudadano de Jerusalén. Dios conoce perfectamente su cautividad, y les muestra otra ciudad por la que deben suspirar, por la que deben hacer los mayores esfuerzos y exhortar cuanto esté de su parte a sus ciudadanos, peregrinos en ella, a conseguirla. Por eso dice nuestro Señor Jesucristo: El que es fiel en lo poco, lo es en lo mucho; y también: Si no fuisteis fieles en lo de otro, lo vuestro, ¿quién os lo dará?2
3. Sin embargo, carísimos, atended a los ríos de Babilonia. Los ríos de Babilonia son todas las cosas que se aman aquí y pasan. Un individuo amó, por ejemplo, el ejercicio de la agricultura; por ella se enriquece, en ella pone todo su empeño, de ella recibe placer; atienda al éxito y vea que lo que amó no es cimiento de Jerusalén, sino río de Babilonia. Otro dijo: "Gran cosa es ser militar; todos los agricultores los temen, los obedecen y tiemblan ante ellos. Si fuese agricultor, temeré al militar; si fuese militar, seré temido del agricultor." ¡Oh insensato!, te precipitaste en otro río de Babilonia más turbulento y arrebatador. ¿Quieres ser temido por el menor? Teme al mayor. De repente se puede hacer mayor que tú aquel que te teme, pero jamás será menor aquel a quien debes temer. "Ser abogado —dice otro— es gran cosa; poderosísima es la elocuencia, pues tiene en todos los asuntos a sus amparados pendientes de la lengua de su elocuente y diestro defensor, y de su boca esperan el daño o la ganancia, la muerte o la vida, la ruina o la salvación." No sabes a dónde te arrojas; éste es otro río de Babilonia, y suena mucho, porque el tumulto del agua hiere las peñas. Ve que corre, ve que desaparece; y, si ves que corre y desaparece, precávete, porque arrastra. Otro quiere ser navegante; también es gran cosa el negocio. Quiere conocer muchas tierras, conseguir riquezas de todas las partes, no estar sometido a ningún poderoso en la ciudad, peregrinar siempre, distraerse con la diversidad de negocios y gentes, regresar rico con el aumento de las ganancias. También éste es río de Babilonia. Tus riquezas, ¿cuánto subsistirán? ¿Cuándo presumirás, cuándo estarás seguro de las cosas que adquieres? Cuanto más rico seas, tanto más temor tendrás. En un solo naufragio quedarás desnudo, y llorarás con razón en el río babilónico, porque no quisiste sentarte y llorar junto al río de Babilonia.
4. Por el contrario, otros ciudadanos de Jerusalén, comprendiendo la cautividad, contemplan los deseos humanos y los diversos anhelos de los hombres, que los llevan de aquí para allá, que los arrastran y los arrojan al mar; ven estas cosas y no se meten en el mar de Babilonia, sino que se sientan junto a los ríos de Babilonia y lloran junto a ellos, ya a los que son arrebatados, ya a sí mismos, porque merecieron estar en Babilonia. Sin embargo, están sentados, es decir, humillados: Junto a los ríos de Babilonia, allí nos hemos sentado y llorado al recordar a Sión. ¡Oh santa Sión, en donde todo permanece y nada fluye! ¿Quién nos arrojó aquí? ¿Por qué hemos abandonado a tu Creador y tu compañía? Henos aquí establecidos entre lo que corre y desaparece. Difícilmente será arrastrado alguno por el río si pudiere agarrarse al madero. ¿Qué digo? Se verá libre. Luego, humillados en nuestra cautividad, nos sentemos junto a los ríos de Babilonia; no nos atrevamos a arrojarnos a ellos ni nos atrevamos, en el mal y en la tristeza de nuestra cautividad, a engreírnos; nos sentemos y lloremos así. Nos sentemos junto a los ríos de Babilonia, no debajo de ellos; nuestra humildad debe ser tal, que no nos sumerja; sin embargo, siéntate humilde y habla, mas no como en Jerusalén, pues allí estarás de pie; de esta esperanza habla y canta otro salmo, diciendo: Nuestros pies están firmes en los atrios de Jerusalén3. Allí serás ensalzado si aquí, arrepintiéndote y alabando, te humillas. Luego nuestros pies están firmes en los atrios de Jerusalén, pero junto a los ríos de Babilonia nos hemos sentado y llorado recordando a Sión. Por esto conviene que llores recordando a Sión.
5. Muchos, sin duda, gimen con llanto babilónico, porque se alegran también con gozo babilónico. Quienes se gozan por el lucro y lloran por la pérdida, ambos pertenecen a la ciudad de Babilonia. Tú debes llorar, pero recordando a Sión. Si lloras recordando a Sión, te conviene que llores también cuando te va bien en lo referente a Babilonia. Por eso se dice en el salmo: Hallé tribulación y dolor, e invoqué el nombre del Señor4. ¿Qué quiere decir hallé? Que hallé como buscada cierta tribulación que casi debía buscarse. Y al encontrarla, ¿con qué ganancia la hallé? Invoqué el nombre del Señor. Hay una gran diferencia entre encontrar la tribulación y ser encontrado por ella, pues en otro lugar dice: Dolores de infierno me encontraron5. ¿Qué significa dolores de infierno me encontraron y qué hallé tribulación y dolor? Cuando de repente se apodera de ti la tristeza al perder los bienes temporales con los que te deleitabas, cuando la repentina tristeza te encuentra, sin pensar que pudieras entristecerte, al sobrevenirte el entristecimiento, te encontró el dolor del infierno. Te creías estar arriba, y, sin embargo, estabas abajo; y, al encontrarte el dolor del infierno, te encontraste allí abajo tú que creías que estabas arriba, pues te hallaste afectado gravemente con el dolor, con la tristeza de algún mal que quizá presumías que no había de entristecerte: te halló el dolor del infierno. Por el contrario, cuando te va bien, es decir, cuando te sonríen todas las cosas mundanas, cuando ninguno de los tuyos murió, nada se secó, o se apedreó, o apareció estéril en tu viña, no se avinagró tu cuba, no abortó ningún ganado tuyo, no fuiste destituido de alguna dignidad de la que estabas investido en el siglo, en todas partes encuentras a tus amigos y conservan tu amistad, no te faltan protegidos, los hijos te obedecen, los siervos te temen, la esposa va acorde contigo, la casa se muestra feliz, entonces debes decir: "Aquí encontré la tribulación", para que, si algo puedes, habiendo encontrado la tribulación, invoques el nombre del Señor. La palabra divina parece enseñar algo contrario al decir: "Llora en la alegría y alégrate en la tristeza." Oye al que se alegra en la tristeza: Nos gloriamos en las tribulaciones6. Ve al que llora en la alegría si encontró la tribulación. Atienda cada uno a su felicidad, por la que se regocijó su alma y se hinchó en cierto modo por el gozo, y se engrió y dijo: "Soy feliz"; atienda y vea si no se desliza aquella felicidad, si puede estar seguro de que ella permanezca eternamente. Si no lo está y ve que corre aquello de lo que se goza, es río de Babilonia; siéntese junto a él y llore. Se sentará y llorará si se acordó de Sión. ¡Oh paz!, aquella que veremos junto a Dios; ¡oh santa igualdad!, la que tendremos con los ángeles; ¡oh visión y espectáculo sublime!: he aquí las cosas bellas que tienen en Babilonia; no retengan, no engañen. Una cosa es el solaz de los cautivos y otra el gozo de los libres. Junto a los ríos de Babilonia, allí nos hemos sentado y llorado al recordar a Sión.
6 [v.2]. En medio de ella hemos colgado en los sauces nuestros instrumentos músicos. Los ciudadanos de Jerusalén tienen propios instrumentos músicos: la Escritura, los preceptos, las promesas de Dios, la meditación de la vida futura; pero mientras se hallan en medio de Babilonia cuelgan sus instrumentos en los sauces de ella. Los sauces son árboles sin fruto, y en este lugar se aducen en mal sentido, aunque quizá en otros lugares puedan consignarse en bueno. Ahora consideradlos como árboles estériles que nacen junto a los ríos de Babilonia. Estos árboles se riegan con los ríos de Babilonia y no llevan fruto. Así como hay hombres ansiosos, avaros y estériles de toda obra buena, así los ciudadanos de Babilonia, como árboles propios de aquella región, se alimentan de los placeres de las cosas mundanas, como regados por los ríos de Babilonia. Buscas en ellos fruto, y jamás lo encuentras. Al soportar a éstos, nos encontramos con aquellos que están en medio de Babilonia. Hay mucha diferencia entre estar en medio de Babilonia y a las afueras de Babilonia. Hay quienes no están en medio de Babilonia, es decir, que no se hallan envueltos por tanta codicia y deleite mundano. Pero quienes, lo diré clara y brevemente, son perversos, se hallan en medio de Babilonia y son árboles estériles, como sauces de Babilonia. Cuando los vemos y los encontramos tan estériles que difícilmente se ve en ellos algo por donde podamos conducirlos a la verdadera fe, o a las buenas costumbres, o a la esperanza del siglo futuro, o al deseo de la liberación de la cautividad de la muerte, aun cuando conocemos la Escritura que hemos de enseñarles, como no encontramos en ellos fruto alguno por donde podamos comenzar, apartamos nuestro rostro de ellos y decimos; "Aún éstos no perciben, no comprenden; cuanto les digamos lo tendrán por funesto y adverso." Luego, retardando el toque de la Escritura, colgamos en los sauces nuestros instrumentos músicos, pues no los juzgamos dignos de llevar nuestros instrumentos. No les obligamos a llevar con ellos nuestros instrumentos músicos, sino que, retrasando, los colgamos, pues los sauces son árboles babilónicos sin fruto, alimentados con los placeres terrenos, como con los ríos de Babilonia.
7 [v.3]. Y ved si a continuación no dice esto el salmo: En medio de ella hemos colgado en los sauces nuestros instrumentos músicos. Porque allí nos pidieron quienes nos llevaron cautivos palabras de cánticos, y quienes nos llevaron forzados, himnos. Se sobrentiende nos pidieron. Cánticos e himnos de alegría nos pidieron quienes nos condujeron cautivos. ¿Quiénes nos llevaron cautivos, hermanos? ¿A qué cautivadores nuestros percibimos algunas veces? Jerusalén, sin duda, soportó a los babilónicos, a los persas, a los caldeos y a los hombres esclavizadores de aquellas gentes y regiones; pero esto aconteció después, no cuando se cantaba este salmo. Mas ya he dicho a vuestra caridad que todas las cosas que acontecían en aquella ciudad en la realidad, eran prefiguraciones nuestras, pues fácilmente puede demostrarse que nosotros estamos cautivos. Porque no respiramos ya el aire de aquella libertad, no gozamos de la pureza de la verdad y de aquella sabiduría que, permaneciendo en sí misma, renueva todas las cosas7. Somos tentados con los deleites de las cosas temporales y luchamos diariamente contra las sugestiones de los ilícitos placeres. Apenas respiramos en la oración y vemos que nos hallamos cautivos. Pero ¿quiénes nos cautivaron? ¿Qué hombre? ¿Qué nación? ¿Qué rey? Si somos redimidos, éramos cautivos. ¿Quién nos redimió? Cristo. ¿De quién nos redimió? Del diablo. Luego el diablo y sus ángeles nos hicieron cautivos, pero no nos hubieran apresado si no hubiéramos querido. Nosotros fuimos llevados cautivos. Dije quiénes son nuestros esclavizadores. Ellos son, pues, los ladrones que hirieron al viajero que bajaba de Jerusalén a Jericó, al que, maltratado, abandonaron semivivo. Viendo a este herido aquel nuestro Guardián, es decir, el Samaritano, pues samaritano significa guardián, a quien vituperaron los judíos, diciéndole: ¿No decimos nosotros que eres samaritano y que estás poseído del demonio?; pero El, rechazando uno de los dos ultrajes, retuvo el otro y dijo: Yo no tengo demonio8. No dijo: " Yo no soy samaritano"; pues, si este samaritano no custodiase, pereceríamos. Luego, pasando el samaritano, vio al maltratado y al herido abandonado por los ladrones; y, como sabéis, lo recogió9. Como alguna vez son denominados con el nombre de ladrón los que nos infligen heridas de pecados debido al consentimiento de nuestra cautividad, por lo mismo, éstos se llaman esclavizadores nuestros.
8. Luego ¿quiénes nos llevaron cautivos? El diablo y sus ángeles. ¿Cuándo nos hablaron y cuándo nos pidieron éstos palabras de cánticos? Luego por esto, ¿qué hemos de entender? Que, cuando nos piden aquellos en quienes obra el diablo, hemos de entender que nos pide el mismo diablo que obra en ellos. Pues el Apóstol dice: Y vosotros, que estabais muertos por vuestros delitos y pecados, cuando vivíais en ellos conforme a la corriente del mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, del espíritu que obra en los hijos de la incredulidad, entre los cuales también nosotros —dice— nos hallamos en otro tiempo10. Por esto demostró que, redimido de Babilonia, comenzó a salir de ella. Pero, sin embargo, ¿qué dice aún? Que todavía combatimos con nuestros enemigos. Y para que no nos airemos contra los hombres que nos proporcionan persecuciones, el Apóstol aparta nuestro ánimo del odio hacia los hombres y le endereza hacia la lucha de algunos espíritus que no vemos, pero que contra ellos combatimos, pues dice : Vuestra lucha no es contra la carne y la sangre, es decir, contra los hombres que veis, y de quienes os parece que soportáis males porque os persiguen (o suscitan persecuciones contra vosotros), ya que se nos manda rogar por ellos: Vuestra lucha no es contra la carne y la sangre, es decir, contra los hombres, sino contra los príncipes, y las potestades, y los rectores de este mundo de tinieblas11. ¿A qué llamó mundo? A los amadores del mundo. A éstos llamó también tinieblas, a saber, a los inicuos, a los carnales, a los incrédulos, a los pecadores. A éstos, ya creyentes, congratula, diciéndoles así: En otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora luz en el Señor12. Luego nos colocó para luchar con aquellos príncipes, pues ellos nos cautivaron.
9. Cuando entró el diablo en el corazón de Judas13 con el fin de que entregara al Señor, no hubiera entrado si Judas no se lo hubiera permitido; cabalmente por esto muchos hombres malos que se hallan en medio de Babilonia a causa de los carnales e ilícitos deseos, concediendo un puesto al diablo y a sus ángeles en sus corazones para que obre en ellos y por ellos, nos preguntan algunas veces y nos dicen: "Dadnos la razón de esto." Con frecuencia nos dicen esto los paganos: "Explícanos el motivo de la venida de Cristo y qué aprovechó Cristo al género humano ¿Por ventura desde que vino Cristo no han empeorado los asuntos humanos? ¿No eran antes más propicios y felices que ahora? Nos digan los cristianos qué bien proporcionó Cristo". ¿Cómo piensan que han venido a ser más prósperos los sucesos humanos con la venida de Cristo? Juzgan que, si los teatros, los anfiteatros y los circos permaneciesen incólumes; que, si nada se derribase de Babilonia; que, si afluyesen por todas partes placeres debido a los hombres que habían de cantar y de danzar al compás de cánticos lascivos; que, si la sensualidad de los entregados a las deshonestidades y a las meretrices gozase de paz y de seguridad; que, si no temiese el hambre en su casa el que clama: "Se vistan los pantomimos", y, por fin, que, si todas estas cosas se deslizasen sin ruina y sin perturbación alguna y hubiera gran seguridad en las frivolidades, entonces serían felices los tiempos y dirían que Cristo ofreció gran felicidad a los asuntos humanos. Pero como se persigue la iniquidad para que, extirpada la codicia, se implante la caridad de Jerusalén; como se mezclan amarguras a la vida temporal para que se deseen las cosas eternas; como los hombres son adoctrinados en los azotes, aceptando la corrección paterna para no recibir la sentencia penal del juez, nada bueno trajo Cristo; Cristo trajo sufrimiento y dolor. Comienzas a decir al hombre las cosas buenas que hizo Cristo, y no llega a comprenderlo. Le presentas a aquellos que hacen lo que poco ha oísteis en el evangelio; que vendieron todos sus bienes y se los dieron a los pobres con el fin de seguir al Señor14 y tener un tesoro en el reino de los cielos; le dices; "Ve lo que trajo Cristo, ve cuántos distribuyen sus bienes a los pobres y se hacen pobres no por necesidad, sino voluntariamente siguiendo al Señor, esperando el reino de los cielos", y se ríen de ellos, como si fuesen necios, pues dicen: "¿Estos bienes trajo Cristo, que el hombre pierda su hacienda y, dándola a los pobres, quede él pobre?" Pero tú, ¿qué has de pensar? No comprendes los bienes de Cristo; otro a quien aposentaste en tu corazón te llenó y es enemigo de Cristo. Diriges la mirada a los tiempos pasados, y te parecen más venturosos que los presentes, los cuales eran como aceitunas pendientes del árbol, agitadas por el viento, que gozaban, por un inconstante y peculiar deseo, de cierta libertad de la brisa. Pero llegó el tiempo de ser echada la aceituna al lagar. No siempre había de estar pendiente del árbol; ya terminó el tiempo. No sin motivo se intitulan algunos salmos Para los lagares15. En el árbol se hallaba en libertad; en la almazara, prensada. Cuando los intereses humanos se destruyen y hunden, atiendes a que crece la avaricia, atiende también a que crece la templanza. ¿Por qué eres tan ciego que ves únicamente correr por el albañal el alpechín y no ves el aceite en las tinajas o zafras? Los que obran mal son públicamente conocidos; por el contrario, los que se convierten a Dios y se purifican de las inmundicias de los malos deseos, están ocultos; como también en la misma o de la misma almazara corre a la vista el alpechín y ocultamente se licúa el aceite.
10. Aclamasteis y os alegrasteis antes estas cosas, porque ya podéis sentaros junto a los ríos de Babilonia y llorar. Pues bien, cuando entran en el corazón de los hombres los que nos llevaron cautivos y nos preguntan, valiéndose de las lenguas de aquellos a quienes poseen, y nos dicen: "Cantadnos palabras de cánticos, declaradnos el motivo de la venida de Cristo y qué es la otra vida; quiero creer. Declárame el motivo por que me mandas que crea", le respondo y le digo: "¡Oh hombre! ¿Cómo no quieres que te mande que creas? Estás repleto de malos deseos; si te declaro los bienes de Jerusalén, no los comprendes; conviene que te vacíes de lo que estás lleno para que puedas llenarte de lo que careces". Luego no le digas algo agradable; es un sauce, es un árbol estéril; no toques el órgano para que suene; más bien cuélgale. Pero él ha de decir: "Háblame, cántame, explícame la razón; ¿tú no quieres que aprenda?" No oyes con buen ánimo, no llamas de suerte que merezcas se te abra. Te llena el que a mí me hizo cautivo; él me pregunta por ti; es astuto, falazmente pregunta; no busca aprender, sino qué reprender. Luego yo no hablaré; colgaré mis instrumentos músicos.
11 [v.4]. Pero ¿qué ha de decir aún? Cantadnos palabras de cánticos; cantadnos un himno, cantadnos cánticos de Sión. ¿Qué responderemos? Babilonia te sostiene, te alimenta, te sujeta; por ti habla Babilonia. Sólo eres capaz de percibir lo que brilla temporalmente, no sabes meditar en lo eterno; no comprendes aquello que preguntas. ¿Cómo cantaremos el cántico del Señor en tierra extraña? Así es verdaderamente, hermanos. Comenzad a querer predicar la verdad más insignificante que sepáis y ved que infaliblemente soportáis a estos mofadores, falsarios y fiscalizadores de la verdad. Responded a estos que os piden lo que no pueden entender y decidles respaldados por la seguridad que proporciona vuestro cántico santo: ¿Cómo cantaremos el cántico del Señor en tierra extraña?
12. Pero ve cómo has de portarte entre ellos, ¡oh pueblo de Dios, oh Cuerpo de Cristo, oh animosa peregrinación!, pues no eres de aquí, eres de otro lugar, no sea que, cuando ellos te dicen: Cantadnos palabras de cánticos, cantadnos un himno, cantadnos cánticos de Sión, aparezca como si fuesen amados por ti, y que deseas su amistad, y que temes desagradarles; y, por tanto, comience a deleitarte Babilonia y te olvides de Jerusalén. Luego, sobrecogido por este temor, ve lo que añade, ve lo que sigue. El hombre que cantaba se vio agobiado por el peso del sufrimiento ; este hombre, si queremos, somos nosotros; este hombre soportó de todas partes a los que preguntaban tales cosas, a los lisonjeros aduladores, a los mordaces reprensores, a los falsos encomiadores, a los que piden lo que no comprenden, a los que no quieren derramar aquello de lo que están llenos; y, hallándose en peligro entre la turba de tales nombres, levantó el ánimo recordando a Sión, y se obligó con cierto juramento, diciendo entre las palabras de los que le habían cautivado, entre las voces de los aduladores, entre los gritos de los que pedían malamente, entre el murmullo de los que buscaban y no querían aprender: Si me olvidare de ti, Jerusalén...
13. Ved de dónde era el rico aquel que preguntó al Señor: Maestro bueno, ¿qué haré para conseguir la vida eterna? ¿Por ventura, al indagar acerca de la vida eterna, no pedía el cántico de Sión? Guarda —le dice el Señor— los mandamientos. Él, habiendo oído esto, con altanería dijo: Desde mi juventud los cumplí todos. El Señor le dijo algo que pertenecía a los cánticos de Sión, aunque conocía que no los comprendía; pero nos ofreció un ejemplo de cómo muchos que han de pedirnos un consejo para la vida eterna nos alabarán cuando les respondemos lo que ellos pretenden. Por Él nos dio una prueba, enseñándonos lo que debemos contestar algunas veces a estos hombres: ¿Cómo cantaremos el cantico del Señor en tierra extraña? Ved qué dice: ¿Quieres ser perfecto? Vete, vende lo que tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; ven y sígueme. Para que aprenda algunos cánticos de los cánticos de Sión, se despoje primeramente de los impedimentos, ande desembarazado, no cargue peso, y así aprenderá algo de los cánticos de Sión. Pero él, entristecido, se alejó. Digamos a su espalda: ¿Cómo cantaremos el cántico del Señor en tierra extraña? El ciertamente se apartó; sin embargo, el Señor dio esperanza a los ricos. Porque, perturbados los discípulos, dijeron: ¿Quién podrá salvarse? Mas Jesús les respondió: Lo que es imposible a los hombres, es fácil a Dios16. También tienen los ricos un módulo propio, pues recibieron el cántico de Sión, el cántico sobre el cual dice San Pablo a Timoteo: Ordena a los ricos de este mundo que no se ensoberbezcan ni pongan la esperanza en lo incierto de las riquezas, sino en Dios vivo, que nos da todas las cosas abundantemente para disfrutarlas. Y, añadiendo lo que deben hacer, toca ya el órgano, no le cuelga, pues prosigue: Sean ricos en buenas obras, sean dadivosos y limosneros; atesoren un hermoso fundamento para el futuro a fin de que consigan la verdadera vida17. Los ricos recibieron primeramente este cántico de los cantos de Sión: que no se ensoberbezcan. Las riquezas engríen, y a los que se engríen, como ríos, los arrastran. ¿Qué se manda a éstos? Ante todo, no ensoberbecerse. Eviten en las riquezas lo que engendran las riquezas; eviten en las riquezas la soberbia. Lo que primeramente ocasionan las riquezas a los hombres incautos es este mal. Pues el oro, que Dios creó, no es malo; lo que es malo es el hombre avaro, que abandona al Creador, volviéndose a la criatura. Luego evite en las riquezas ser soberbio y se siente junto a los ríos de Babilonia. Pues se le dijo que no se ensoberbezca; luego siéntese; y que no ponga la esperanza en lo incierto de las riquezas; luego siéntese junto a los ríos de Babilonia. Si pone la esperanza en lo incierto de la riqueza, es arrastrado por el río de Babilonia; si se humilla y no se ensoberbece y no pone la esperanza en lo incierto de las riquezas, se halla sentado junto al río, suspira recordando a Sión por la eterna Jerusalén; y para llegar a Sión da sus bienes. Aquí tenéis el cántico que los ricos recibieron de los cánticos de Sión. Obren, toquen el órgano, no se crucen de brazos al hallar a un hombre que le dice: "¿Qué haces? Pierdes tus cosas erogando tanto; atesora para tus hijos". Cuando ven que no comprenden y se dan cuenta que son sauces, no les digan al instante por qué obran y qué hacen, cuelguen sus instrumentos músicos en los sauces de Babilonia. Sin hacer caso de los sauces, canten, no cesen, obren, pues no pierden lo que distribuyen. ¿Lo entregan a un siervo, y está seguro; lo entregan a Cristo, y perece?
14. Oísteis el cántico de los ricos, de los cánticos de Sión; oíd el cántico de los pobres: Nada —dice el apóstol San Pablo— trajimos a este mundo, y claro es que no podemos llevar de él cosa alguna; teniendo comida y vestido, con eso nos baste. Porque los que quieren enriquecerse caen en la tentación, y en muchos deseos necios y perjudiciales, que sumergen al hombre en la ruina y perdición. Estos son los ríos de Babilonia. La raíz de todos los males es la avaricia, por la cual algunos que se prendaron de ella naufragaron en la fe y a sí mismos se echaron a cuestas dolores sin número18. Luego ¿son entre sí opuestos estos cánticos? No. Ved qué se dijo a los ricos: No os ensoberbezcáis ni pongáis la esperanza en lo incierto de las riquezas; obrad bien, distribuid, atesoraos un buen fundamento para el futuro. ¿Y qué se dijo a los pobres? Los que quieren enriquecerse caen en la tentación. No dijo: "Los que son ricos", sino: Los que quieren enriquecerse; porque, si fuesen ya ricos, oirían otro cántico. El rico oye: que distribuya; el pobre: que no desee.
15 [v.5]. Cuando os halléis entre estos que no perciben el cántico de Sión, colgad, como dije, los instrumentos músicos en los sauces en medio de Babilonia. Diferid lo que habíais de decir. Comienzan a ser árboles fructíferos, se mudan los árboles, y llevan fruto bueno; allí ya nos es lícito cantar al oído de los que escuchan. Pero, cuando os halléis entre estos atronadores, ladinos, inquisidores y opositores de la verdad, retraeos; no queráis agradarles para que no os olvidéis de Jerusalén y diga a una nuestra alma, hecha, de muchos, una sola por la paz de Cristo; diga la misma cautiva Jerusalén, que se halla aquí en la tierra: Si me olvidare de ti, Jerusalén, se olvide de mi derecha. Severamente se ata, hermanos míos; se olvide de mí mi derecha; cruelmente se obliga. Nuestra derecha es la vida eterna; nuestra izquierda, la vida temporal. Cuanto haces por la vida eterna, lo ejecuta la derecha. Si al amor de la vida eterna mezclas en tus obras el deseo de la vida temporal, o de la alabanza humana, o de algún bien pasajero, conoce tu izquierda lo que hace tu derecha. Y sabéis que existe un precepto en el Evangelio que dice: No sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha19. Si me olvidare —dice— de ti, Jerusalén, se olvide de mí mi derecha. Verdaderamente así acontece. Lo predijo, no lo deseó. A los que se olvidan de Jerusalén, les sucede esto que dijo: se olvida de ellos su derecha, pues la vida eterna permanece en sí; ellos son los que se quedan en el deleite temporal y se hacen derecho lo que es izquierdo.
16. Atended a esto, hermanos, os insinuaré, en atención a la derecha, cuanto el Señor me conceda para salud de todos. Quizá recordáis ahora que yo alguna vez traté de algunos que hacen derecho lo que es izquierdo; es decir, que tienen grandes riquezas temporales, y en ellas colocan la felicidad, ignorando cuál sea la verdadera felicidad, la verdadera derecha. La Escritura llama a éstos hijos extraños, como ciudadanos que son no de Jerusalén, sino de Babilonia; pues dice en cierto lugar un salmo: Señor, líbrame de la mano de los hijos de los extraños, cuya boca habló vanidad, y su derecha es derecha de iniquidad; y prosiguiendo añade: cuyos hijos son como fuertes retoños; y sus hijas, adornadas como simulacros del templo; sus despensas, repletas, se desbordan de una en otra; sus ovejas, fecundas, que se multiplican en cada parto; sus bueyes, gordos; no hay brecha en su cerca ni gritería en sus plazas. ¿Acaso tener esta felicidad es pecado? No, sino hacerla derecha siendo izquierda. Por eso, ¿qué dice a seguida? Bienaventurado llamaron al pueblo que posee estas cosas. Ved cómo su lengua habló vanidad, puesto que llamaron bienaventurado al pueblo que posee estas cosas. Tú eres ciudadano de Jerusalén que no te olvidas de Jerusalén para que no te olvides de tu derecha. Ve que los que hablaron vanidad llamaron bienaventurado al pueblo que posee estas cosas. Tú cántame el cántico de Sión: Bienaventurado el pueblo que tiene a Dios por Señor20. Hermanos, vosotros preguntad a vuestros corazones si deseáis los bienes de Dios, si anheláis la ciudad de Jerusalén, si codiciáis la vida eterna. Sea para vosotros izquierda toda esta felicidad terrena y sea derecha aquella que tendréis siempre; con todo, si tuvieseis izquierda, no presumáis de ella. ¿Por ventura no corriges a quien desea alimentarse de la izquierda? Si piensas que injuria tu mesa el que come alimentos de la izquierda, ¿cómo no se injuriará la mesa de Dios si lo que es derecha lo haces izquierda, y lo que es izquierda lo haces derecha? Luego ¿qué resta? Que, si me olvidare de Jerusalén, se olvide de mí mi derecha.
17 [v.6]. Péguese mi lengua a mi paladar si no me acordase de ti. Es decir, enmudezca, dice, si no me acordase de ti. ¿Para qué habla, para qué toca, si no suena el cántico de Sión? Nuestra lengua es el cántico de Jerusalén. El cántico del amor de este mundo es la lengua ajena, la lengua extraña que aprendimos en la cautividad. Luego estará mudo para con Dios el que se olvidare de Jerusalén. Poco es acordarse, pues también los enemigos se acordaron de ella intentando destruirla. "¿Qué es esta ciudad —dicen—. ¿Qué son los cristianos? ¿Y cuáles son los cristianos?" ¡Oh si no hubiese cristianos! Venció la turba cautiva a sus cautivadores, y, sin embargo, murmuran, se ensañan, quieren destruir la santa ciudad que peregrina junto a ellos, así como quiso Faraón aniquilar al pueblo de Dios matando a los niños recién nacidos y dejando a las niñas: sofocando las virtudes y fomentando los vicios. Luego poco es acordarse; ve cómo te acuerdes. Recordamos algunas cosas con odio, otras con amor. Luego cuando dijo: Si me olvidare de ti, Jerusalén, se olvide de mí mi derecha. Péguese mi lengua a mi paladar si no me acordare de ti, al momento añadió: si no antepusiese a Jerusalén como principio de mi regocijo. Se da el sumo regocijo en donde nos gozamos con Dios, en donde nos hallamos seguros con la fraternidad inquebrantable y la compañía cívica. Allí ningún tentador nos corromperá, nadie podrá caer por algún hechizo; allí nada deleitará sino el bien. Allí desaparecerá toda necesidad y aparecerá la suma felicidad. Si no antepusiese a Jerusalén como principio de mi regocijo.
18 [v.7]. Dirigiéndose al Señor contra los enemigos de su ciudad, dice: Acuérdate, Señor, de los hijos de Edén. Edón es el mismo Esaú; y oísteis ahora cuando se leía el Apóstol: Amó a Jacob y odió a Esaú. Eran dos hijos gemelos que se hallaban en el mismo vientre, en el de Rebeca; hijos de Isaac y nietos de Abrahán. Nacieron ambos: el uno para heredar, el otro para ser desheredado. Esaú fue enemigo de su hermano, porque, siendo hijo menor, se antepuso por la bendición, y así se cumplió en él el mayor servirá al menor21. Luego ahora entendemos quién es el mayor y quién el menor, y quién es el mayor que sirve al menor. El pueblo judío parecía a primera vista el mayor, y el pueblo cristiano el menor. Pero ved cómo el mayor sirve al menor. Ellos son nuestros libreros, nosotros vivimos de sus códices. Pero, hermanos, para que entendáis de todos en general quién es el mayor y el menor, diré que se llama mayor el hombre carnal, y menor el hombre espiritual, porque primero es el carnal y después el espiritual. Así claramente lo atestigua el Apóstol, diciendo: El primer hombre de la tierra, terreno; el segundo del cielo, celeste. Cual es el terreno, así son los terrenos, y cual es el celeste, asimismo son los celestes. Como llevamos la imagen del hombre terreno, llevemos también la imagen de Aquel que es del cielo. Sin embargo, allí había dicho un poco antes: Pero no es primero lo espiritual, sino lo animal, y después lo espiritual22. Llama animal a lo mismo que presentó como carnal. El hombre al nacer comienza siendo animal, comienza siendo carnal. Si se encamina de la cautividad de Babilonia hacia Jerusalén, se renueva; y, haciéndose esta renovación según el nuevo hombre interior, éste se hace menor por el tiempo, pero mayor por el poder. Luego Esaú simboliza a todos los carnales, y Jacob a todos los espirituales. Los menores son elegidos, los mayores reprobados. ¿Quiere también él ser elegido? Se haga menor. Se llamó Edón por ciento alimento lenticular rojo; es decir, por ciento alimento rosáceo. Estando bien guisadas aquellas suculentas lentejas, Esaú, vencido por el deseo de comerlas, se las pidió a su hermano Jacob, cediéndole por ellas el derecho de la primogenitura. Jacob cedió el alimento del placer y percibió la dignidad del honor. Así, por pacto entre ellos, aconteció que, siendo Esaú el mayor y Jacob el menor, el mayor sirvió al menor y fue llamado el mayor Edón23. Edón significa, según dicen los que conocen la lengua hebrea, sangre; también en púnico sangre se dice Edón. No hay que extrañarse, todos los carnales pertenecen a la sangre. Y la carne y la sangre no poseerán el reino de los cielos24. Edón no pertenece a él; pertenece Jacob, que se desprendió del alimento carnal y tomó la dignidad espiritual. Edón se hizo enemigo. Todos los carnales son enemigos de los espirituales. Todos los que anhelan las cosas presentes persiguen a los que ven que meditan en las cosas eternas. Contra éstos, mirando a Jerusalén este hombre del salmo y rogando a Dios que le saque de la cautividad, ¿qué dice? Acuérdate, Señor, de los hijos de Edón. Líbranos de los carnales, y de los que imitan a aquel Edón, que son hermanos mayores y nuestros enemigos. Nacieron primero; pero los nacidos después se anticiparon en cuanto al derecho de primogenitura, porque la concupiscencia de la carne derribó a los primeros y el desprecio de ella ensalzó a los segundos. Viven, envidian y persiguen.
19. Acuérdate, Señor, de los hijos de Edón en el día de Jerusalén. ¿En el día de Jerusalén en que sufrió, en que fue hecha cautiva, o en el día de la felicidad de Jerusalén, en el que fue librada, en el que arribó y fue asociada a la eternidad? Acuérdate, Señor, dice, no te olvides de los hijos de Edón. ¿De quiénes? De los que dicen: "Suprimid, suprimid en ella hasta los cimientos". Luego acuérdate de este día, cuando querían destruir a Jerusalén. ¡Cuántas persecuciones padeció la Iglesia! ¡Cómo decían los hijos de Edón, es decir, los hombres carnales, los sometidos al diablo y a sus ángeles, los que adoraban a las piedras y a la madera, los que seguían en pos de los deseos carnales: "Extinguid a los cristianos, destronad a Cristo, no quede ni uno; arrasad hasta los cimientos!" ¿Por ventura no dijeron esto? Y, al decir esto los perseguidores, fueron reprobados, y los mártires coronados. De los que dicen: "Suprimid, suprimid en ella hasta los cimientos". Dios dice; "Servid"; los hijos de Edón dicen: Suprimid, suprimid. ¿Y qué palabras pueden sobreponerse sino las de Dios, que dijo: El mayor servirá al menor? Suprimid, suprimid en ella hasta el cimiento.
20 [v.8]. Ahora se dirige a ella el salmista y dice: Hija de Babilonia, infeliz. Eres infeliz por tu exaltación, infeliz por tu presunción, eres infeliz por tu aborrecimiento. Hija de Babilonia, infeliz. La misma ciudad se denomina Babilonia e hija de Babilonia. Como a Jerusalén se la llama Jerusalén e hija de Jerusalén, y a Sión, Sión e hija de Sión, de la misma manera se llama a la Iglesia Iglesia e hija de la Iglesia; por la sucesión se denomina hija, y por la antelación, madre. Existió una primera Babilonia. Pero ¿acaso permaneció siempre en ella el mismo pueblo o la misma gente? Por la sucesión de Babilonia se hizo hija de Babilonia. ¡Oh hija de Babilonia!, (tú eres) infeliz. Bienaventurado el que te pague tu retribución. Tú eres infeliz, él es bienaventurado.
21. [v.9]. Tú, ¿qué hiciste y qué se te dará? Oye: Bienaventurado el que te diere el pago que tú nos diste. ¿Qué pago o retribución anuncia? Con ella termina el salmo: Bienaventurado el que tomare y estrellase tus pequeñuelos contra la piedra. A ella, a Babilonia, la llama infeliz, y dichoso al que le diese el pago que ella nos dio a nosotros. Preguntamos qué pago, y dice: Bienaventurado el que tomare y estrellase a tus pequeños contra la piedra. Este es el pago. ¿Qué nos hizo esta Babilonia? Ya hemos cantado en el salmo que las palabras de los inicuos prevalecieron contra nosotros25. Al nacer nos encontró párvulos la confusión de este mundo, y nos ahogó, aún niños, con los vanos pareceres de los diversos errores. Nacido el niño, el futuro ciudadano de Jerusalén, ciudadano ya en la predestinación de Dios e interinamente cautivo, ¿qué aprende a amar? Lo que al oído le susurran sus padres. Le instruyen y le enseñan la avaricia, el robo, la mentira cotidiana, los distintos cultos de los dioses y demonios, los ilícitos preservativos de los encantamientos y amuletos. ¿Qué ha de hacer el niño, alma tierna, atendiendo a lo que hacen los mayores, sino hacer lo que ellos hacen? Luego Babilonia nos persiguió siendo niños, pero Dios nos dio ya de mayores su conocimiento para no seguir los errores de nuestros padres. Esto ya lo recordé, en el salmo 64, como anunciado por el profeta: Vendrán a ti las gentes del extremo de la tierra y dirán: "Nuestros padres ciertamente dieron culto a la mentira, a la vanidad, que de nada les sirvió.26" Los que fueron matados niños siguiendo estas vanidades, ya jóvenes demuestran, desechando estas inicuas vanidades, que aprovechan reviviendo en Dios y que retribuyen su merecido a Babilonia. ¿Qué pago le dan? El que nos dio a nosotros. Por vuelta, sean ahogados sus pequeñuelos. ¿Qué digo? En pago sean estrellados y mueran. ¿Quiénes son los pequeñuelos de Babilonia? Los malos deseos nacientes, pues hay otros que luchan contra la vieja codicia. Cuando comienza a nacer la codicia, antes de que adquiera fortaleza contra ti la mala costumbre, cuando es débil, no la dejes tomar fuerza por la mala costumbre; cuando es pequeña, estréllala. ¿Temes que estrellada no muera? Estréllala contra la piedra. La piedra era Cristo27, dice el Apóstol.
22. Hermanos, no cesen los instrumentos músicos en su obra. Cantaos mutuamente cánticos de Sión. Con el mismo buen agrado que oísteis, ejecutad lo que oísteis; si no queréis ser de los sauces infructuosos de Babilonia, no os alimentéis con sus ríos. Suspirad por la eterna Jerusalén; allí en donde está puesta vuestra esperanza, siga también vuestra vida. Allí estaremos con Cristo. Cristo ahora es nuestra Cabeza, ahora nos gobierna desde arriba. Con Él nos abrazaremos en aquella ciudad; en ella seremos iguales a los ángeles de Dios. Esto no nos atreveríamos por nuestra parte ni a sospecharlo siquiera si no nos lo hubiera prometido la Verdad. Anhelad esto, hermanos; pensad día y noche en ello. Por mucho que os sonría la felicidad del mundo, no presumáis de ella; no queráis trabar con agrado conversación con vuestras codicias. Se presenta un enemigo grande; matadle contra la piedra. A los grandes matadlos contra la piedra, a los pequeños estrelladlos contra la piedra. Venza la piedra. Edificad sobre la piedra si no queréis ser arrastrados por el torrente, o el viento, o la lluvia. Si queréis hallaros armados contra las tentaciones en el mundo, crezca y se robustezca el deseo de la eterna Jerusalén en vuestros corazones. Pasará la cautividad y vendrá la felicidad. El último enemigo será condenado y triunfaremos con el Rey, sin morir.
SALMO 136. Extracto de comentario de san agustin.
Caducidad de lo temporal.
Así se expresa un ermitaño rumano de 84 años que vive en su celda en los montes Cárpatos.
"Todos los demonios del infierno se han congregado sobre la faz de la tierra".
sábado, 28 de septiembre de 2019
El rico y lázaro. Lc 16,19-31
Tú te jactas de ser pobre, yo te pregunto si eres fiel
¡Oh infiel, que te fijas en lo presente y sólo lo presente te aterroriza! Piensa alguna vez en lo futuro. Tras un mañana y otro, llegará alguna vez el último mañana; un día empuja a otro, pero no arrastra a quien hizo el día. En él se da el día sin ayer ni mañana; en él se da el día sin nacimiento ni ocaso; en él se halla la luz sempiterna, donde está la fuente de la vida y en cuya luz veremos la luz. Esté allí, al menos, el corazón, mientras sea necesario que la carne esté aquí; hállese allí el corazón. Si el corazón está allí, allí estará todo. Al rico vestido de púrpura y lino finísimo se le terminaron sus placeres; al pobre lleno de llagas se le acabaron sus miserias. Aquél temía el último día, éste lo deseaba. Llegó para los dos, pero no los encontró a ambos igual; y, como no los encontró a ambos igual, no vino igual para los dos. El morir fue igual en uno y otro; el acabar esta vida fue condición común para ambos. Escuchaste lo que les unió; pon atención ahora a lo que los separa: Aconteció, pues, que murió aquel pobre, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado (Lc 16,22). Aquél, quizá, hasta ni fue sepultado.
Ya conocéis lo restante. El rico era atormentado en los infiernos, el pobre descansaba en el seno de Abrahán. Pasaron los placeres y las miserias. Todo se acabó y se trasformó. Uno pasó de los placeres a los tormentos; el otro de las miserias a los placeres. Efectivamente, tanto los placeres como las miserias habían sido pasajeros; los tormentos y placeres que les siguieron no tienen fin. Ni se condena a las riquezas en la persona del rico ni se alaba la pobreza en la persona del pobre; pero en el primero se condenó la impiedad y en el segundo se alabó la piedad. Sucede a veces que los hombres escuchan estas cosas en el evangelio, y quienes nada tienen se llenan de gozo y hasta el mendigo exulta ante estas palabras. «En el seno de Abrahán -dice- estaré yo, no aquel rico». Respondamos al pobre: «Te faltan las llagas. Aplícate a conseguir méritos; desea hasta las lenguas de los perros. Tú te jactas de ser pobre, yo te pregunto si eres fiel; en efecto, la pobreza en un infiel significa tormento aquí y condenación allí».
Dirijámonos ahora al rico: «Cuando escuchaste lo que se dice en el evangelio de aquel que se vestía con púrpura y lino purísimo y que banqueteaba a diario espléndidamente, te llenaste de temor; pero has de temer más lo que allí se desaprueba. Aquél despreciaba al pobre que yacía a la puerta de su casa esperando las migas que caían de su mesa; no se le otorgaba ni abrigo, ni techo, ni misericordia alguna. Esto es lo que se castigó en la persona del rico: la crueldad, la impiedad, la soberbia, el orgullo, la infidelidad; éstas son las cosas castigadas en la persona del rico». Me dirá alguien: «¿Cómo pruebas eso? Se ha condenado precisamente a las riquezas». Si no soy capaz de probarlo, sirviéndome del mismo capítulo evangélico, que nadie me haga caso.
Cuando aquel rico se hallaba en medio de los tormentos del infierno, deseó que una gota de agua cayese en su lengua del dedo de quien había deseado las migas de su mesa. Mas fácilmente, quizá, hubiese llegado éste a las migas que aquél a la gota de agua. En efecto, se le negó esa gota. Le respondió Abrahán en cuyo seno se hallaba el pobre: Recuerda hijo que recibiste tus bienes en tu vida (Lc 16,25). Lo que me he propuesto demostrar es que en él se condenó la impiedad y la infidelidad y no las riquezas ni la abundancia de bienes temporales. Recibiste -le dijo- tus bienes en tu vida ¿Qué significa tus bienes? Los otros no los consideraste como bienes. ¿Qué significa en tu vida? No creíste que hubiera otra. Tus bienes, pues, no los de Dios; en tu vida, no en la de Cristo. Recibiste tus bienes en tu vida. Se acabó aquello en que creíste, y, en consecuencia, no recibiste los bienes mejores, puesto que, cuando te hallabas en los inferiores no quisiste creer en ellos.
Quizá estemos agraviando a este rico e interpretemos a nuestra manera el seno del padre Abrahán. Para decir algo con mayor claridad, desenvolvamos lo envuelto, iluminemos lo oscuro, abramos a los que llaman. Cuando se le negó el socorro, aquella mínima misericordia, para que se cumpliese lo escrito: El juicio será sin misericordia para quien no practicó misericordia (Sant 2,13), suplicó que fuera enviado Lázaro a sus hermanos a fin de que les informase de lo que había tras esta vida. Se le respondió que no era posible, y que, si no querían ir a parar a aquel lugar de tormentos, que escuchasen a Moisés y a los profetas. Tienen -dijo- a Moisés y a los profetas, escúchenlos (Lc 16,29). Él se conocía a sí mismo y a sus hermanos.
En efecto, los hermanos incrédulos solían charlar entre sí y mofarse de las palabras divinas. Cuando escuchaban que en la ley o los profetas se decía algo sobre los castigos eternos que debían evitarse o sobre los premios, también eternos, que habían de desearse, solían musitar entre sí: «¿quién ha resucitado? ¿Quién ha podido contarnos lo que allí se cuece? Desde que enterré a mi padre no he vuelto a oír su voz». Sabiendo él que acostumbraba a charlotear estas cosas con corazón y boca de incrédulo en compañía de sus hermanos, pedía que se realizara lo que nunca había tenido lugar, razón por la que despreciaban las palabras divinas. Dijo él: «Vaya alguien de aquí y dígales». Y el padre Abrahán: Tienen allí a Moisés y a los profetas; escúchenlos. Pero él, acordándose de sus diálogos, replicó: No, padre Abrahán. Como si dijera: «Yo sé lo que acostumbrábamos a hablar. No, padre Abrahán; sé lo que digo y lo que pido». Y el que despreció al pobre quiso, con tardía misericordia, que se hiciese a sus hermanos la misericordia que no se hizo a él mismo.
Sermón 299 E, 3-4 (Sigue)
“Dios mira el corazón” (1S 16,7)
¿Acaso aquel pobre fue transportado por los ángeles recompensando su pobreza y por el contrario, el rico fue enviado al tormento por el pecado de sus riquezas? En el pobre se patentiza glorificada la humildad, y en el rico condenada la soberbia.
Brevemente pruebo que no fue atormentada en el rico la riqueza, sino la soberbia. Sin duda que el pobre fue llevado al seno de Abraham; pero del mismo Abraham dice la Escritura que poseyó en este mundo abundante oro y plata y que fue rico en la tierra. Si el rico es llevado a los tormentos ¿cómo Abraham había precedido al pobre a fin de recibirlo en su seno? Porque Abraham en medio de las riquezas era pobre, humilde, cumplidor de todos los mandamientos y obediente. Hasta tal punto tuvo en nada las riquezas que se le ordenó por Dios inmolar a su hijo para quien las conservaba (Gn 22,4).
Aprended a ser ricos y pobres tanto los que tenéis algo en este mundo, como los que no tenéis nada. Pues también encontráis al mendigo que se ensoberbece y al acaudalado que se humilla. Dios resiste a los soberbios, ya estén vestidos de seda o de andrajos; pero da su gracia a los humildes ya tengan algunos haberes mundanos, ya carezcan de ellos. Dios mira al interior; allí pesa, allí examina.
San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Discurso sobre los salmos, Sal. 85; CCL 39, 1178
sábado, 21 de septiembre de 2019
No se puede servir a Dios y al Dinero. Lc 16,1-13.
Avergüéncese el cristiano que carece de determinación
Aquel siervo a quien su amo iba a mandarle salir de la administración, pensó en su futuro y se dijo: Mi amo me va a expulsar de la administración. ¿Qué he de hacer? Cavar no puedo, mendigar me da vergüenza. De una cosa le aparta el trabajo, de la otra la vergüenza; pero en esos apuros, no le faltó decisión. Ya sé -dijo- lo que he de hacer. Reunió a los deudores de su amo y les presentó los contratos firmados. Di tú, ¿cuál es tu deuda? Él responde:,«Cien medidas de aceite». Siéntate rápidamente y escribe cincuenta. Toma tu garantía. Y al otro: Tú, ¿cuánto debes? Cien medidas de trigo. Siéntate y escribe de prisa ochenta. Toma tu contrato (Lc 16,3-7). Éste era su razonamiento: cuando mi amo me expulse de la administración, ellos me recibirán y la necesidad no me obligará ni a cavar ni a mendigar.
¿Por qué propuso Jesucristo el Señor esta parábola? No le agradó aquel siervo fraudulento; defraudó a su amo y sustrajo cosas, no ciertamente de las suyas. Además le hurtó a escondidas, le causó daños a fin de prepararse un lugar de descanso y tranquilidad para cuando tuviera que abandonar la administración. ¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No porque el siervo aquel hubiera cometido un fraude, sino porque fue previsor para el futuro, a fin de que se avergüence el cristiano que carece de esta determinación, al ver alabado hasta el ingenio de un fraudulento. Así continuó: Ved que los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz. Cometen fraudes mirando por su futuro. ¿Mirando a qué vida tomó precauciones aquel mayordomo? Mirando a aquella vida de la que tendría que salir cuando se lo mandasen. Él se preocupó por la vida que tiene un fin y ¿no te preocupas tú por la eterna? Así, pues, no améis el fraude, sino lo que dice: Haceos amigos; haceos amigos con la mammona de iniquidad.
Mammona es el nombre hebreo de las riquezas; por eso en púnico se las llama manon., ¿Qué hemos de hacer, pues? ¿Lo que mandó el Señor? Haceos amigos con la mammona de iniquidad, para que también ellos os reciban en los tabernáculos eternos cuando comencéis a desfallecer. A partir de estas palabras, es fácil de entender que hay que hacer limosnas, que hay que dar a los necesitados, puesto que es Cristo quien recibe en ellos. Él mismo dijo: Cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. En otro lugar dijo también: Quien dé a uno de mis discípulos un vaso de agua fría sólo por ser mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa (Mt 10,42). Comprendemos que hay que dar limosnas y que no hay que perder tiempo en elegir a quién se las hemos de dar, puesto que no podemos examinar los corazones. Cuando las das a todos, entonces las das a los pocos que son dignos de ellas. Eres hospitalario; ofreces tu casa a los peregrinos; admite también al que no lo merece, para no excluir al que lo merece. No puedes juzgar ni examinar los corazones...
En aquellas palabras vemos indicado esto, porque quienes así obran se adquieren amigos que los reciban en los tabernáculos eternos, una vez que sean expulsados de esta administración. En efecto, todos somos mayordomos; a todos se nos ha confiado en esta vida algo de lo que tendremos que rendir cuentas al gran padre de familia. Y a quien más se le ha confiado, mayor cuenta tendrá que dar. El primer texto que se leyó llenó de espanto a todos y más todavía a los que presiden a los pueblos, sean ricos o pobres, sean reyes o emperadores o jueces u obispos u otros dirigentes de las Iglesias. Cada uno hemos de rendir cuentas de nuestra administración al padre de familia. Esta administración es temporal, pero la recompensa para quien la lleva es eterna. Mas si llevamos la administración de forma que podamos dar buena cuenta de ella, estamos seguros de que luego nos confiarán cosas mayores. Ponte al frente de cinco posesiones, dijo el amo al siervo que le había dado buena cuenta del dinero que le había confiado para administrarlo. Si obramos rectamente, nos llamará a cosas mayores. Mas como es difícil no faltar muchas veces en una administración de envergadura, no debe faltar nunca la limosna, para que, cuando tengamos que rendir cuentas, no sea para nosotros tanto un juez insobornable como un padre misericordioso. Pues si comienza a examinar todo, hallará muchas cosas que condenar.
Debemos socorrer en esta tierra a los necesitados para que se cumpla en nosotros lo que está escrito: Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia (Mt 5,7). Y en otro lugar: El juicio será sin misericordia para quien no practicó misericordia.
Sermón 359 A, 9-11
San Ambrosio (c. 340-397)
obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Sobre el Evangelio de Lucas, 7, 244s
“Uno sólo es vuestro Maestro,… Cristo” (Mt 23,8)
“Nadie puede servir a dos señores.” No porque él tenga dos: no hay más que un Señor. Porque aunque haya personas que sirven al dinero, éste, de suyo, no posee ningún derecho a ser señor; son ellos mismos los que se cargan con el yugo de la esclavitud. En efecto, no se trata de un justo poder, sino de una injusta esclavitud. Por eso dice: “Haceos amigos con el dinero mal ganado” para que, a través de nuestra generosidad para con los pobres, alcancemos el favor de los ángeles y de los demás santos.
Aquel siervo a quien su amo iba a mandarle salir de la administración, pensó en su futuro y se dijo: Mi amo me va a expulsar de la administración. ¿Qué he de hacer? Cavar no puedo, mendigar me da vergüenza. De una cosa le aparta el trabajo, de la otra la vergüenza; pero en esos apuros, no le faltó decisión. Ya sé -dijo- lo que he de hacer. Reunió a los deudores de su amo y les presentó los contratos firmados. Di tú, ¿cuál es tu deuda? Él responde:,«Cien medidas de aceite». Siéntate rápidamente y escribe cincuenta. Toma tu garantía. Y al otro: Tú, ¿cuánto debes? Cien medidas de trigo. Siéntate y escribe de prisa ochenta. Toma tu contrato (Lc 16,3-7). Éste era su razonamiento: cuando mi amo me expulse de la administración, ellos me recibirán y la necesidad no me obligará ni a cavar ni a mendigar.
¿Por qué propuso Jesucristo el Señor esta parábola? No le agradó aquel siervo fraudulento; defraudó a su amo y sustrajo cosas, no ciertamente de las suyas. Además le hurtó a escondidas, le causó daños a fin de prepararse un lugar de descanso y tranquilidad para cuando tuviera que abandonar la administración. ¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No porque el siervo aquel hubiera cometido un fraude, sino porque fue previsor para el futuro, a fin de que se avergüence el cristiano que carece de esta determinación, al ver alabado hasta el ingenio de un fraudulento. Así continuó: Ved que los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz. Cometen fraudes mirando por su futuro. ¿Mirando a qué vida tomó precauciones aquel mayordomo? Mirando a aquella vida de la que tendría que salir cuando se lo mandasen. Él se preocupó por la vida que tiene un fin y ¿no te preocupas tú por la eterna? Así, pues, no améis el fraude, sino lo que dice: Haceos amigos; haceos amigos con la mammona de iniquidad.
Mammona es el nombre hebreo de las riquezas; por eso en púnico se las llama manon., ¿Qué hemos de hacer, pues? ¿Lo que mandó el Señor? Haceos amigos con la mammona de iniquidad, para que también ellos os reciban en los tabernáculos eternos cuando comencéis a desfallecer. A partir de estas palabras, es fácil de entender que hay que hacer limosnas, que hay que dar a los necesitados, puesto que es Cristo quien recibe en ellos. Él mismo dijo: Cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. En otro lugar dijo también: Quien dé a uno de mis discípulos un vaso de agua fría sólo por ser mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa (Mt 10,42). Comprendemos que hay que dar limosnas y que no hay que perder tiempo en elegir a quién se las hemos de dar, puesto que no podemos examinar los corazones. Cuando las das a todos, entonces las das a los pocos que son dignos de ellas. Eres hospitalario; ofreces tu casa a los peregrinos; admite también al que no lo merece, para no excluir al que lo merece. No puedes juzgar ni examinar los corazones...
En aquellas palabras vemos indicado esto, porque quienes así obran se adquieren amigos que los reciban en los tabernáculos eternos, una vez que sean expulsados de esta administración. En efecto, todos somos mayordomos; a todos se nos ha confiado en esta vida algo de lo que tendremos que rendir cuentas al gran padre de familia. Y a quien más se le ha confiado, mayor cuenta tendrá que dar. El primer texto que se leyó llenó de espanto a todos y más todavía a los que presiden a los pueblos, sean ricos o pobres, sean reyes o emperadores o jueces u obispos u otros dirigentes de las Iglesias. Cada uno hemos de rendir cuentas de nuestra administración al padre de familia. Esta administración es temporal, pero la recompensa para quien la lleva es eterna. Mas si llevamos la administración de forma que podamos dar buena cuenta de ella, estamos seguros de que luego nos confiarán cosas mayores. Ponte al frente de cinco posesiones, dijo el amo al siervo que le había dado buena cuenta del dinero que le había confiado para administrarlo. Si obramos rectamente, nos llamará a cosas mayores. Mas como es difícil no faltar muchas veces en una administración de envergadura, no debe faltar nunca la limosna, para que, cuando tengamos que rendir cuentas, no sea para nosotros tanto un juez insobornable como un padre misericordioso. Pues si comienza a examinar todo, hallará muchas cosas que condenar.
Debemos socorrer en esta tierra a los necesitados para que se cumpla en nosotros lo que está escrito: Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia (Mt 5,7). Y en otro lugar: El juicio será sin misericordia para quien no practicó misericordia.
Sermón 359 A, 9-11
San Ambrosio (c. 340-397)
obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Sobre el Evangelio de Lucas, 7, 244s
“Uno sólo es vuestro Maestro,… Cristo” (Mt 23,8)
“Nadie puede servir a dos señores.” No porque él tenga dos: no hay más que un Señor. Porque aunque haya personas que sirven al dinero, éste, de suyo, no posee ningún derecho a ser señor; son ellos mismos los que se cargan con el yugo de la esclavitud. En efecto, no se trata de un justo poder, sino de una injusta esclavitud. Por eso dice: “Haceos amigos con el dinero mal ganado” para que, a través de nuestra generosidad para con los pobres, alcancemos el favor de los ángeles y de los demás santos.
No se critica al intendente: con ello aprendemos que no somos amos sino intendentes de las riquezas de otros. Aunque haya hecho una falta, es alabado porque, contando con los otros en nombre de su amo, se gana adictos. Y Jesús ha hablado muy bien del “dinero engañoso” porque la avaricia, a través de las variadas seducciones que ofrecen las riquezas, tienta nuestras inclinaciones hasta el punto que queremos ser esclavos de los bienes. Por eso dice: “Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?” Las riquezas nos son extrañas porque están fuera de nuestra naturaleza; no nacen con nosotros, y no nos siguen en la muerte. Cristo, por el contrario, es nuestro porque él es la vida… No seamos, pues, esclavos de los bienes exteriores, porque no debemos reconocer a otro como señor sino sólo a Cristo.
jueves, 11 de julio de 2019
Lc 10, 25-37: Parábola del buen samaritano
Texto Bíblico
25 En esto se levantó un maestro de la ley y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». 26 Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». 27 Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo». 28 Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». 29 Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». 30 Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. 31 Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. 32 Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. 33 Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, 34 y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. 35 Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. 36 ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». 37 Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia
Homilía: Un Dios cercano.
Homilía 171, sobre la carta a los Filipenses (Liturgia de las Horas, 26 de mayo).
«¿Cuál te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?» (cf. Lc 10,36).
El que está en todas partes, ¿en dónde no está? (…) “El Señor está cerca; nada os preocupe.” (Flp 4,5-6) Gran cosa es ésta: el mismo que asciende sobre todos los cielos está cercano a quienes se encuentran en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y próximo, sino aquel que por su benignidad se ha hecho próximo a nosotros?
Aquel hombre que cayó en manos de unos bandidos, que fue abandonado medio muerto, que fue desatendido por el sacerdote y el levita y que fue recogido, curado y atendido por un samaritano que iba de paso, representa a todo el género humano. Así, pues, como el Justo e Inmortal estuviese lejos de nosotros, los pecadores y mortales, bajó hasta nosotros para hacerse cercano quien estaba lejos.
“No nos trata como merecen nuestros pecados.” (Sal 102,10) pues somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo unigénito murió por nosotros para no ser el único hijo. No quiso ser único quien, único, murió por todos. El Hijo único de Dios ha hecho muchos hijos de Dios. Compró a sus hermanos con su sangre, quiso ser reprobado para acoger a los réprobos, vendido para redimirnos, deshonrado para honrarnos, muerto para vivificarnos. (… ) Alegraos de tal forma que sea cual sea la situación en la que os encontréis (Cf. Flp 4,4), tengáis presente que “el Señor está cerca; nada os preocupe.”
Orígenes, presbítero
Homilía: Imitemos a Cristo con hechos.
Homilías sobre el evangelio de Lucas 34, 3.7-9 : GCS 9, 201-202.204-205.
«Cristo, el buen Samaritano» (Lc 10,29-37).
Según un antiguo que quiso interpretar la parábola del buen Samaritano, el hombre que descendía de Jerusalén a Jericó representa a Adán, Jerusalén el paraíso, Jericó el mundo, los ladrones las fuerzas hostiles, el sacerdote la Ley, el levita los profetas, el Samaritano Cristo. Por otro lado, las heridas simbolizan la desobediencia, la montura el propio cuerpo del Señor….Y la promesa de volver, hecha por el samaritano, figura, según este interprete, la segunda venida del Señor…
Este Samaritano “lleva nuestros pecados” (Mt 8,17) y sufre por nosotros. El lleva al moribundo y lo conduce a un albergue, es decir dentro de la Iglesia. . Ella está abierta a todos, no niega sus auxilios a ninguna persona de todos y todos están invitados por Jesús. “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cansados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28) Después que hubo curado sus heridas, el Samaritano no se marchó enseguida, se quedó toda la jornada en el hostal cerca del moribundo. El curo sus heridas no solamente en el día , también por la noche, lo rodeo de toda su diligente solicitud….Verdaderamente este guardián de las almas se muestra más cercano de los hombres que la Ley y los Profetas “ haciendo prueba de bondad” lo contrario de “que cayo en manos de los bandidos”” el se muestra su “prójimo” tanto en palabras y en hechos.
Así nos lo hace posible, escuchando esta palabra” “Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo” (1Co 11,1), de imitar a Cristo y de tener piedad de aquellos que “caen en las manos de los bandidos”, nos acercamos a ellos, derramamos el vino y el aceite sobre sus heridas y se las vendamos, después los cargamos sobre nuestra propia montura y llevaremos su carga. También, nos exhorta, el Hijo de Dios dirigiéndose a todos nosotros, mas que a los doctores de la Ley: “Ve, y procede tú de la misma manera”.
Comentario: Cristo no pasó de largo ante nosotros.
Comentario al Cantar de los Cantares, prólogo 2, 26-31.
«Anda, haz tú lo mismo» (Lc 10,37).
Está escrito: «Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios» (1Jn 4-7) y poco después «Dios es amor» (v.8). Aquí se nos enseña que al mismo tiempo que Dios mismo es amor, el que es de Dios es amor. Ahora bien ¿quién es de Dios sino el que dice: «Salí del Padre y he venido al mundo»? (Jn 16,28). Si Dios Padre es amor, el Hijo es también amor…; el Padre y el Hijo son uno y no difieren en nada. Por eso es con todo derecho que Cristo, por la misma razón que es Sabiduría, Poder, Justicia, Verbo, y Verdad es llamado también Amor…
Y porque Dios es amor y el que es Hijo de Dios es amor, esta verdad exige que en nosotros haya algo que nos haga semejantes a él, de manera que, por este amor, esta caridad que está en Cristo Jesús…, estemos unidos a él por una especie de parentesco gracias, a ese nombre. Como dice san Pablo, que estaba unido a él: «¿Quién nos separará del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro?» (Rm 8,39).
Ahora bien, este amor de caridad nos hace valorar el hecho que todo hombre es nuestro prójimo. Es por esta razón que el Salvador corrigió a un hombre que creía que el justo no tiene que observar, para con todos, las leyes que tratan de la condición de prójimo … Y compuso la parábola que dice: «Un hombre cayó en manos de bandidos cuando bajaba de Jerusalén a Jericó». Censura al sacerdote y al levita que, viéndole medio muerto, pasaron de largo, pero ensalza al Samaritano que practicó la misericordia con el herido. Y a través de la respuesta que dio el mismo que hizo la pregunta, confirma que el samaritano fue el prójimo del herido, y le dice: «Ves y haz tú lo mismo». En efecto, por naturaleza todos somos prójimos los unos de los otros, pero por las obras de caridad, el que puede hacer el bien se hace el prójimo del que no puede. Por eso nuestro Salvador se hace nuestro prójimo y no pasa de largo delante de nosotros cuando yacemos «medio muertos» como consecuencia de las «heridas infligidas por los bandidos».
San Gregorio de Nisa, monje y obispo
Homilía: Cristo tomó nuestro cuerpo.
Homilía 15 sobre el Cantar de los Cantares : PG 44, 1085-1087.
«El buen Samaritano» (Lc 10,29-37).
“Así es mi amado, mi amigo, muchachas de Jerusalén.” (Cant 5,16) La Esposa del Cantar señala a aquel que busca cuando dice: “Éste es el que yo busco, aquel que para hacerse hermano nuestro subió de Judá. Se hizo amigo de aquel que cayó en manos de los bandoleros, curó sus heridas con aceite y vino y las vendó. Luego lo montó en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él. Dio dos denarios al mesonero, prometió pagar a su vuelta lo que hiciera falta». Todos estos detalles tienen su significado.
El doctor de la Ley tentó al Señor queriendo estar por encima de los demás. En su orgullo hace caso omiso de toda igualdad con los demás, diciendo: “¿Quién es mi prójimo?” El Verbo le expone luego en forma de narración toda la historia santa de la misericordia: cuenta como baja el hombre a Jericó, la emboscada de los bandoleros, el despojo del vestido de la incorruptibilidad, las heridas del pecado, la amenaza de la muerte para la mitad de nuestra naturaleza (pues nuestra alma sigue inmortal), el paso inútil por la Ley (pues ni el sacerdote ni el levita se cuidaron de las heridas de aquel que había caído en manos de los bandoleros).
Era realmente imposible que la sangre de toros y de machos cabríos expiase el pecado (Hb 9,13). Sólo lo podía hacer aquel que se ha revestido de toda la naturaleza humana —de los judíos, los samaritanos, los griegos—, en una palabra, de toda la humanidad. Con su cuerpo, que es la montura, se fue al lugar de la miseria humana. Ha curado las heridas de la humanidad, se la ha cargado sobre su montura e hizo de su misericordia un hostal para ella, para que todos aquellos que gimen bajo el peso de infortunios encuentren descanso (cf Mt 11,28).
San Efrén, diácono y doctor de la Iglesia
Comentario: Mandamiento que libra de la muerte.
Comentario al Diatésaron, cap.16, 9/23 : SC 121.
«Cristo viene en ayuda de la humanidad herida» (cf. Lc 10,29-37).
«¿Cuál es el grande y primer mandamiento de la Ley?» Jesús le responde: «Amarás al Señor tu Dios, y a tu próximo como ti mismo» (Mt 22,36-39). El amor de Dios nos libera de la muerte, y el amor del hombre del pecado, ya que nadie peca contra el que ama. Pero ¿qué corazón puede poseer en plenitud el amor a su prójimo? ¿Qué alma puede hacer fructificar en ella, con respeto a todo el mundo, el amor sembrado en ella por este precepto: «Ama a tu próximo como ti mismo»? Nosotros somos incapaces por sí solos, somos los instrumentos de esta voluntad rápida y rica de Dios: es suficiente el fruto de la caridad sembrado por Dios mismo.
Dios puede, debido a su naturaleza, realizar todo lo que Él quiere; ahora bien, quiere dar la vida a los hombres. Los ángeles, los reyes y profetas… pasaron, pero los hombres no han sido salvados, hasta que desciende de los cielos el que nos tiene cogidos de la mano y nos resucita.
San Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia
Comentario: Aceptando sufrir con nosotros se hizo nuestro prójimo.
Comentario al evangelio de Lucas, 7, 74s.
«Un Samaritano… llegó donde estaba él, y al verlo sintió compasión» (Lc 10,33).
Un hombre baja de Jerusalén a Jericó.. En efecto, Jericó es figura de este mundo, a la cual descendió Adán arrojado del paraíso, es decir, de aquella Jerusalén celeste, por su prevaricadora caída, pasando de la vida a la muerte; destierro este de su naturaleza que le ocasionó un cambio, no ciertamente de lugar, pero sí de costumbres. Y así quedó un Adán bien distinto de aquel primero que gozaba de una felicidad sin ocaso, pero que tan pronto como se lanzó a los pecados de este mundo, cayó en manos de los ladrones, a los que no habría venido a parar si no se hubiese apartado del mandato divino. ¿Quiénes son estos ladrones sino los ángeles de la noche y de las tinieblas, que se transforma a veces en ángeles de luz (2 Cor. 11,14), aunque es un hecho que no puedan permanecer mucho tiempo en ese estado? Estos primero se despojan del vestido de la gracia espiritual que recibimos, y así es como de ordinario logran sus primeros impactos; pero, si guardamos intactos los vestidos recibidos, no sentiremos los golpes de los ladrones. Ten, pues, cuidado para no ser despojado, como lo fue Adán, de la protección del precepto celestial y privado del vestido de la fe, ya que a eso se debió que él fuera herido moralmente, herida mortal que se habría contagiado a todo el género humano si aquel Buen Samaritano, bajando del cielo, no hubiese curado esas peligrosas llagas.
Y no es un samaritano cualquiera este que no despreció a aquel que había sido preterido por el sacerdote y el levita. No desprecies a aquel que lleva el nombre de una secta vocablo cuyo significado te va a admirar; en efecto, el vocablo “samaritano” significa guardián Demos ahora una interpretación a todo esto. En verdad, ¿quién es un custodio verdadero, sino aquel de quien se ha escrito: el Señor guarda a los pequeños? (Ps. 114,6) Pues el mismo modo que hay un judío también se da una manera de ser samaritano que se ve y otra que yace oculta. Mientras bajaba, pues, este samaritano- ¿quién es este que bajó del cielo, sino el que sube al cielo, el Hijo de Dios que está en el cielo? (Io 3,13), habiendo visto a un hombre medio muerto, al que nadie había querido curar, se llegó a él, es decir, compadecido de nuestra miseria, se hizo íntimo y prójimo nuestro para ejercitar su misericordia con nosotros.
Y vendó sus heridas untándolas con aceite y vino. Este médico tiene infinidad de remedios, mediante los cuales lleva a cabo, de ordinario, sus curaciones. Medicamento es su palabra; ésta, unas veces, venda las heridas; otras sirven de aceite, y otras actúa como vino; venda las heridas; Otra sirve de aceite; y otras actúa como vino; venda las heridas cuando expresa un mandato de una dificultad más que regular; suaviza perdonando los pecados, y actúa como el vino anunciado el juicio.
Y lo puso-continúa el texto- sobre su cabalgadura. Observa cómo realiza esto contigo: Él tomó sobre s í nuestros pecados y cargó con nuestros dolores (Is 53, 4) Otra confirmación es la del Buen Pastor, que puso sobre sus hombros a la oveja cansada (Lc 15,5). En efecto, el hombre se ha convertido en un ser semejante a un jumento. (Ps 48, 13), pero Él nos ha colocado sobre su cabalgadura para que no fuésemos como el caballo y el mulo (Ps. 31,9) y ha tomado nuestro mismo cuerpo para suprimir las debilidades de nuestra carne.
Y, al fin, a nosotros, que éramos como jumentos, nos conduce a una posada. Una posada, como se sabe, no es más que un lugar donde suelen descansar los que se encuentran desfallecidos por un largo camino. Y por eso, el Señor, que es el que levanta del polvo al pobre, y alza del estiércol al desvalido (Ps 112,7), nos ha llevado a un mesón.
Y se preocupa con cuidado de él para que ese enfermo pueda observar los mandatos que había recibido. Pero ese enfermo pueda observar los mandatos que había recibido. Pero este samaritano no tenía tiempo de hacer una permanencia larga en la tierra; debía volver al lugar de donde había bajado.
Y al día siguiente- pero, ¿cuál es este otro día, sino el domingo de resurrección del Señor, del que fue dicho; Este es el día que hizo el Señor? (Ps 117, 24)- tomó dos denarios y se los dio al mesonero, diciéndole: cuídale.
¿Qué significan estos dos denarios sino los dos testamentos que llevan impresa la efigie del eterno Rey y con los que nuestras heridas obtienen su curación? Porque hemos sido redimidos a precio de sangre (1 Pe. 1, 19) para no ser víctimas de las heridas de la última muerte.
El mesonero recibió dos denarios… ¿Quiénes son estos hosteleros? Son esos hombres a los que se ha dicho: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura, y el que creyere y se bautizare será salvo. (Mc 15, 16) salvo verdaderamente de la muerte y salvo de las heridas que le pudieran infligir los ladrones.
¡Bienaventurado ese mesonero que puede curar las heridas del prójimo!, Y ¡Bienaventurado aquel a quien dice Jesús: Lo que gastes de más te lo daré a mi vuelta! El buen dispensador da siempre en demasía. Buen dispensador fue Pablo, cuyos sermones y epístolas son como algo que rebosa a lo que había recibido, cumpliendo el mandato explícito del Señor de trabajar sin descanso corporal ni espiritual, a fin de obtener, por medio de la predicación de su palabra, el perseverar a muchos de la grave flaqueza de espíritu. He aquí el dueño del mesón en el que el asno conoció el pesebre de su amo (Is 1,3) y en el cual hay un lugar seguro para los rebaños de ovejas, con el fin de que, a esos lobos rapaces que braman alrededor de los apriscos, no les resulte fácil llevar a cabo sus ataques a las ovejas.
Pero Él además, promete una recompensa. Y ¿cuándo vas a venir, Señor, a darla sino en el día del juicio? Porque, aunque Tú estés siempre y en todo lugar y vivas entre nosotros, si bien no te vemos, con todo, llegará un momento en el que todo hombre te verá volver. Paga, pues lo que debes. ¡Bienaventurados aquellos hombres a los que debe Dios! ¡Ojalá que nosotros pudiésemos ser deudores dignos para poder pagar todo lo que hemos recibido, sin que nos ensoberbezca el don del sacerdocio o del ministerio! ¿Cómo pagas Tú, Señor Jesús? Prometiste que a los buenos les darías un premio abundante en el cielo, y lo cumples cando dices: Muy bien, siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho, entra en gozo de tu Señor (Mt 25, 21).
Por tanto, puesto que nadie es tan verdaderamente nuestro prójimo como el que ha curado nuestras heridas, amémosle, viendo en él a nuestro Señor, y querámosle como a nuestro prójimo; pues nada hay tan próximo a los miembros como la cabeza.
San Severo de Antioquia, obispo
Homilía: Cristo se hace samaritano y nos visita.
Homilía 89.
«Cristo cura la humanidad herida» (cf. Lc 10,29-37).
Al fin pasó un samaritano… Cristo se da adrede el nombre de samaritano…, él, de quien se había dicho, para ultrajarle: “Eres un samaritano y estás poseído de un demonio” (Jn 8,48)… El samaritano viajero, que era Cristo –porque verdaderamente viajaba – vio a la humanidad que yacía en tierra. Y no hizo caso omiso, porque el fin de su viaje era “visitarnos” (Lc 1,68.78) a nosotros por quienes bajó a la tierra y se alojó en ella. Porque no solamente “apareció, sino que conversó con los hombres” en verdad (Ba 3,38)…
Sobre nuestras llagas derramó vino, el vino de la Palabra, y como la gravedad de las heridas no soportaba toda su fuerza, lo mezcló con el aceite de su dulzura y su “amor por los hombres” (Tt 3,4)… Seguidamente condujo al hombre al hostal. Da a la Iglesia este nombre de hostal, por llegar a ser el lugar donde habitan y se refugian todos los pueblos… Y, una vez llegados al hostal, el buen samaritano mostró al que había salvado una solicitud todavía mayor: Cristo mismo estaba en la Iglesia, concediendo toda gracia… Y al jefe del hostal, símbolo de los apóstoles, y pastores y doctores que le han sucedido, les da al marchar, es decir, al subir al cielo, dos monedas de plata para que tengan gran cuidado del enfermo. Podemos entender que estas dos monedas son los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo, el de la Ley y los profetas, y el que nos ha sido dado con los evangelios y los escritos de los apóstoles. Los dos son del mismo Dios y llevan en sí la única imagen del único Dios de lo alto, igual que las monedas de plata llevan la imagen del rey, e imprimen en nuestros corazones, por medio de sus santas palabras, la misma imagen del rey, puesto que es uno sólo y el mismo Espíritu el que las ha pronunciado… Son las dos monedas de un solo rey, dadas por Cristo al mismo tiempo y con el mismo título al jefe del hostal…
En el último día, los pastores de las santas iglesias dirán al Amo del hostal, a su regreso: “Señor, me diste dos monedas de plata, he aquí que, empleándolas, he ganado otras dos” con las que he engrandecido el rebaño. Y el Señor responderá: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante. Pasa al banquete de tu Señor” (Mt 25, 21).
San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia
Exposición: Caes de lo alto a nuestra bajeza.
Exposición sobre los 7 salmos penitenciales, PL 79, 581.
«Le vio y se compadeció de él» (Lc 10,33).
Oh, Señor Jesús, ten la bondad de acercarte a mí, movido por la compasión. Bajando de Jerusalén a Jericó , caes desde lo alto hasta nuestros bajos fondos, desde un lugar donde los seres están llenos de vida, a un país de enfermos. Mira: he caído en manos de los ángeles de las tinieblas y no sólo me han quitado el vestido de la gracia, sino que después de haberme molido a palos, me han dejado medio muerto. Cura las llagas de mis pecados, después de haberme dado la esperanza de volver a encontrar la salud; por miedo a que empeoraran llegué a perder la esperanza de curar. ¡Si pudieras ungirme con el óleo de tu perdón y derramar sobre mi el vino de la compunción! ¡Si me cargaras sobre tu misma cabalgadura, entonces «levantarías de la tierra al desvalido», «sacarías al pobre de la basura»!
domingo, 21 de abril de 2019
¿Qué hacemos al pie de la Cruz?
“Yo he meditado muchas veces sobre un pequeño dato de los evangelios que siempre me desconcierta: aquel en el que se cuenta que cuando Cristo murió, los soldados que le habían crucificado se sortaeron la túnica.
¿Se la sortearon? ¿Con qué? Probablemente con unas tabas, que era el juego de la época. ¿Y qué hacían unas tabas al pie de la cruz?
Es muy simple: los soldados sabían que los reos tardaban en morir. Así que iban prevenidos: llevaban sus juegos para entretenerse mientras duraba la guardia y la agonía de los ajusticiados. Es decir, a la misma hora en que Cristo moría, en el momento en el que giraba la página más decisiva de la historia, había, al pie mismo de ese hecho tremendo, unos hombres jugando a las tabas.
Y lo último que Cristo vio antes de morir fue la estupidez humana: que un grupo de los que estaban siendo redimidos con su sangre se aburrían allí, a medio metro.
De todo lo que los evangelistas cuentan de aquella hora me parece este detalle lo más dramático y también, desgraciadamente, lo más humano de cuanto allí aconteció”.
“Los hombres estaban ciegos. Ciegos de egoísmo voluntario. Y uno no puede pensar sino con tristeza en el día del juicio de aquellos soldados, cuando se les preguntara lo que hicieron aquel viernes tremendo y tuviesen que confesar que no se enteraron de nada, porque estaban jugando a las tabas”.
“Pero ellos no eran más mediocres que nosotros: todos vivimos jugando a las canicas, encerrados en nuestro pequeño corazoncito, creyendo que no hay más problemas en el mundo que ese terrible dolor de nuestro dedo meñique”. (José Luís Martín Descalzo)
¿Se la sortearon? ¿Con qué? Probablemente con unas tabas, que era el juego de la época. ¿Y qué hacían unas tabas al pie de la cruz?
Es muy simple: los soldados sabían que los reos tardaban en morir. Así que iban prevenidos: llevaban sus juegos para entretenerse mientras duraba la guardia y la agonía de los ajusticiados. Es decir, a la misma hora en que Cristo moría, en el momento en el que giraba la página más decisiva de la historia, había, al pie mismo de ese hecho tremendo, unos hombres jugando a las tabas.
Y lo último que Cristo vio antes de morir fue la estupidez humana: que un grupo de los que estaban siendo redimidos con su sangre se aburrían allí, a medio metro.
De todo lo que los evangelistas cuentan de aquella hora me parece este detalle lo más dramático y también, desgraciadamente, lo más humano de cuanto allí aconteció”.
“Los hombres estaban ciegos. Ciegos de egoísmo voluntario. Y uno no puede pensar sino con tristeza en el día del juicio de aquellos soldados, cuando se les preguntara lo que hicieron aquel viernes tremendo y tuviesen que confesar que no se enteraron de nada, porque estaban jugando a las tabas”.
“Pero ellos no eran más mediocres que nosotros: todos vivimos jugando a las canicas, encerrados en nuestro pequeño corazoncito, creyendo que no hay más problemas en el mundo que ese terrible dolor de nuestro dedo meñique”. (José Luís Martín Descalzo)
Chemin de Croix (Vía Crucis)
¿Dónde está el Rey?
Está de pie en su trono, con los brazos tendidos al cielo que la Voz de su Padre acaba de abandonar.
Abarca el vacío.
¿Qué hace el Rey?
Saluda al pueblo reunido a sus pies en masa dislocada; unos vocean satisfechos su ira, otros su
desesperación, algunos se mofan y ríen mientras otros sollozan sin entender nada. Con los brazos
extendidos, bendice al pueblo que clama desarticuladamente, asume su discordancia, la eleva a la
altura del silencio boquiabierto de un cielo que le estruja el corazón.
¿Qué des-hace el Rey?
Desliga para siempre los lazos de sangre para que la energía del amor circule en completa libertad.
Entrega su madre al amigo y el amigo a su madre, fraterniza con el compañero de suplicio, un
ladronzuelo de poca monta. No juzga a nadie, ni siquiera a sus verdugos que sudan para darle
muerte y que no saben lo que hacen. Deja que el mundo se desangre...
¿Qué está murmurando el Rey?
Dice que tiene sed, y alguien le da a beber vinagre. Ya hace dos milenios que tratamos de
calmársela con rudezas y acritudes...
Chemin de Croix (Vía Crucis), Sylvie Germain, Ediciones Bayard, páginas 45-46.
Está de pie en su trono, con los brazos tendidos al cielo que la Voz de su Padre acaba de abandonar.
Abarca el vacío.
¿Qué hace el Rey?
Saluda al pueblo reunido a sus pies en masa dislocada; unos vocean satisfechos su ira, otros su
desesperación, algunos se mofan y ríen mientras otros sollozan sin entender nada. Con los brazos
extendidos, bendice al pueblo que clama desarticuladamente, asume su discordancia, la eleva a la
altura del silencio boquiabierto de un cielo que le estruja el corazón.
¿Qué des-hace el Rey?
Desliga para siempre los lazos de sangre para que la energía del amor circule en completa libertad.
Entrega su madre al amigo y el amigo a su madre, fraterniza con el compañero de suplicio, un
ladronzuelo de poca monta. No juzga a nadie, ni siquiera a sus verdugos que sudan para darle
muerte y que no saben lo que hacen. Deja que el mundo se desangre...
¿Qué está murmurando el Rey?
Dice que tiene sed, y alguien le da a beber vinagre. Ya hace dos milenios que tratamos de
calmársela con rudezas y acritudes...
Chemin de Croix (Vía Crucis), Sylvie Germain, Ediciones Bayard, páginas 45-46.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)