domingo, 3 de junio de 2018

De la carta de san Pablo Le-Bao-Tinh a los alumnos del seminario de Ke-Vinh.

SANTOS ANDRÉS DUNG-LAC, presbítero, y compañeros, mártires. (MEMORIA)

Durante el siglo XVI, varias familias religiosas anunciaron el Evangelio en las diversas regiones del Vietnam. Mucha gente del pueblo recibió con alegría la Buena Noticia del Evangelio. Esta aceptación de la fe cristiana fue enseguida probada por la persecución. Durante los siglos XVII, XVIII y XIX, a pesar de que hubo breves intervalos de paz, muchos cristianos obtuvieron el don del martirio. Entre ellos hubo obispos, presbíteros, religiosos, religiosas, catequistas, tanto hombres como mujeres, y laicos de sexo y condición diversa. El papa Juan Pablo II canonizó ciento diecisiete mártires el día 19 de junio de 1988; este grupo de mártires estaba formado por noventa y seis vietnamitas, once misioneros dominicanos españoles y diez franceses. A petición del episcopado vietnamita, el mismo Papa ha introducido en el Calendario romano la memoria del presbítero Andrés Dung-Lac y sus compañeros.



De la carta de san Pablo Le-Bao-Tinh a los alumnos del seminario de Ke-Vinh, enviada el año mil ochocientos cuarenta y tres.
(A. Launay, Le clergé tonkinois et ses pretres martyrs, MEP, Paris 1925, pp. 80-83)



LA PARTICIPACIÓN DE LOS MÁRTIRES EN LA VICTORIA DE CRISTO CABEZA

Yo, Pablo, encarcelado por el nombre de Cristo, os quiero explicar las tribulaciones en que me veo sumergido cada día, para que, enfervorizados en el amor a Dios, alabéis conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia. Esta cárcel es un verdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son grillos, cadenas de hierro y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias, palabras indecentes, peleas, actos perversos, juramentos injustos, maldiciones y, finalmente, angustias y tristeza. Pero Dios, que en otro tiempo libró a los gres jóvenes del horno de fuego, está siempre conmigo y me libra de estas tribulaciones y las convierte en dulzura, porque es eterna su misericordia.

En medio de estos tormentos, que aterrorizarían a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de gozo y alegría, porque no estoy solo, sino que Cristo está conmigo.

Él, nuestro maestro, aguanta todo el peso de la cruz, dejándome a mí solamente la parte más pequeña e insignificante. Él, no sólo es espectador de mi combate, sino que toma parte en él, vence y lleva a feliz término toda la lucha. Por esto en su cabeza lleva la corona de la victoria, de cuya gloria participan también sus miembros.

¿Cómo resistir este espectáculo, viendo cada día cómo los emperadores, los mandarines y sus cortesanos blasfeman tu santo nombre, Señor, que te sientas sobre querubines y serafines? ¡Mira, tu cruz es pisoteada por los paganos! ¿Dónde está tu gloria? Al ver todo esto, prefiero, encendido en tu amor, morir descuartizado, en testimonio de tu amor.

Muestra, Señor, tu poder, sálvame y dame tu apoyo, para que la fuerza se manifieste en mi debilidad y sea glorificada ante los gentiles, ya que, si llegara a vacilar en el camino, tus enemigos podrían levantar la cabeza con soberbia.

Queridos hermanos, al escuchar todo esto, llenos de alegría, tenéis que dar gracias incesantes a Dios, de quien procede todo bien; bendecid conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia. Proclame mi alma la grandeza del Señor, se alegre mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su siervo y desde ahora me felicitarán todas las generaciones futuras, porque es eterna su misericordia.

Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos, porque lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder, y lo despreciable, lo que no cuenta, lo ha escogido Dios para humillar lo elevado. Por mi boca y mi inteligencia humilla a los filósofos, discípulos de los sabios de este mundo, porque es eterna su misericordia.

Os escribo todo esto para que se unan vuestra fe y la mía. En medio de esta tempestad echo el ancla hasta el trono de Dios, esperanza viva de mi corazón.

En cuanto a vosotros, queridos hermanos, corred de manera que ganéis el premio, haced que la fe sea vuestra coraza y empuñad las armas de Cristo con la derecha y con la izquierda, como enseña san Pablo, mi patrono. Más os vale entrar tuertos o mancos en la vida que ser arrojados fuera con todos los miembros.


Ayudadme con vuestras oraciones para que pueda combatir como es de ley, que pueda combatir bien mi combate y combatirlo hasta el final, corriendo así hasta alcanzar felizmente la meta; en esta vida ya no nos veremos, pero hallaremos la felicidad en el mundo futuro, cuando, ante el trono del Cordero inmaculado, cantaremos juntos sus alabanzas, rebosantes de alegría por el gozo de la victoria para siempre. Amén.


RESPONSORIO Cf. Hb 12, 1-3

R. Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, * fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús.
V. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.
R. Fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús.


OREMOS,


Oh Dios, fuente y origen de toda paternidad, tú hiciste que los santos mártires Andrés y sus compañeros fueran fieles a la cruz de Cristo, con una fidelidad que llegó hasta el derramamiento de su sangre; concédenos, por su intercesión, que difundamos tu amor entre nuestros hermanos y que nos llamemos y seamos de verdad hijos tuyos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén

Cristo cura la humanidad herida.

Al fin pasó un samaritano. Cristo se da adrede el nombre de samaritano. Él, de quien se había dicho, para ultrajarle: «Eres un samaritano y estás poseído de un demonio» (Jn 8,48). El samaritano viajero, que era Cristo –porque verdaderamente viajaba– vio a la humanidad que yacía en tierra. Y no hizo caso omiso, porque el fin de su viaje era «visitarnos» (Lc 1,68.78) a nosotros por quienes bajó a la tierra y se alojó en ella. Porque no solamente «apareció, sino que conversó con los hombres» en verdad (Ba 3,38).
Sobre nuestras llagas derramó vino, el vino de la Palabra, y como la gravedad de las heridas no soportaba toda su fuerza, lo mezcló con el aceite de su dulzura y su «amor por los hombres» (Tt 3,4).Seguidamente condujo al hombre al hostal. Da a la Iglesia este nombre de hostal, por llegar a ser el lugar donde habitan y se refugian todos los pueblos… Y, una vez llegados al hostal, el buen samaritano mostró al que había salvado una solicitud todavía mayor: Cristo mismo estaba en la Iglesia, concediendo toda gracia. Y al jefe del hostal, símbolo de los apóstoles, y pastores y doctores que le han sucedido, les da al marchar, es decir, al subir al Cielo, dos monedas de plata para que tengan gran cuidado del enfermo. Podemos entender que estas dos monedas son los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo, el de la Ley y los profetas, y el que nos ha sido dado con los evangelios y los escritos de los apóstoles. Los dos son del mismo Dios y llevan en sí la única imagen del único Dios de lo alto, igual que las monedas de plata llevan la imagen del rey, e imprimen en nuestros corazones, por medio de sus santas palabras, la misma imagen del rey, puesto que es uno sólo y el mismo Espíritu el que las ha pronunciado. Son las dos monedas de un solo rey, dadas por Cristo al mismo tiempo y con el mismo título al jefe del hostal.
En el último día, los pastores de las santas iglesias dirán al Amo del hostal, a su regreso: «Señor, me diste dos monedas de plata, he aquí que, empleándolas, he ganado otras dos con las que he engrandecido el rebaño». Y el Señor responderá: «Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante. Pasa al banquete de tu Señor» (Mt 25, 21).

San Severo de Antioquía Homilía 89

domingo, 6 de mayo de 2018

Alegrarse en el Señor. San Agustín.


SERMÓN 171
Traductor: Pío de Luis, OSA

Alegrarse en el Señor (Flp 4,4-6)

1. 1. El Apóstol nos manda alegrarnos, pero en el Señor, no en el mundo1. Pues —como dice la Escritura— todo el que quiera ser amigo de este mundo, será tenido por enemigo de Dios2. Como el hombre no puede servir a dos señores3, así tampoco puede gozarse al mismo tiempo en el mundo y en el Señor. Estos dos gozos son muy diferentes y hasta totalmente opuestos. Cuando uno se goza en el mundo, no se goza en el Señor, y cuando se goza en el Señor, no se goza en el mundo. Venza el gozo en el Señor hasta que desaparezca el gozarse en el mundo. Aumente siempre el gozo en el Señor y disminuya continuamente el gozo en el mundo, hasta que desaparezca. Si se dice esto, no es porque no debamos alegrarnos mientras vivimos en este mundo, sino para que, incluso mientras nos hallamos en él, nos alegremos ya en el Señor. Pero dirá alguien: «Estoy en el mundo, y sí me alegro, me alegro donde estoy». Entonces, ¿qué? ¿Acaso porque estás en el mundo ya no estás en el Señor? Escucha lo que dice el Apóstol mismo en los Hechos de los Apóstoles dirigiéndose a los atenienses y hablando de Dios, Señor y Creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos4. En efecto, ¿dónde no está el que está en todas partes? ¿No era esto a lo que nos exhortaba? El Señor está cerca, no os inquietéis por nada5. Cosa grande es ésta: que haya ascendido por encima de todos los cielos y que esté cerca de los que viven en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y cercano a la vez, sino el que por misericordia se hizo próximo a nosotros?

2. 2. Aquel hombre que yacía en el camino, abandonado medio muerto por los salteadores, a quien despreciaron el sacerdote y el levita que por allí pasaron y a quien curó y auxilió un samaritano que iba también de paso, es el género humano. ¿Cómo se llegó a esta narración? A cierta persona que le preguntó cuáles eran los mandamientos más excelentes y supremos de la ley, el Señor respondió que eran dos: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo6. Ella le replicó: ¿Y quién es mi prójimo?7 Y el Señor le narró que un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. En cierto modo ya manifestó que se trataba de un israelita. Y cayó en manos de unos salteadores. Tras haberlo despojado de todo y haberlo golpeado duramente, le abandonaron medio muerto en el camino. Pasó un sacerdote, sin duda cercano por raza al que yacía, y pasó de largo. Pasó un levita, también éste cercano por raza, e igualmente despreció al que yacía en el camino. Pasó un samaritano, lejano por raza, pero cercano por la misericordia, e hizo lo que sabéis8. Jesucristo, el Señor, quiso que le viésemos a él representado en aquel samaritano. Samaritano, en efecto, quiere decir custodio, guardián. Por eso, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere, y la muerte ya no tiene dominio sobre él9, puesto que no duerme ni dormita el guardián de Israel10. Finalmente, cuando los judíos, blasfemando, lo injuriaban, le dijeron: ¿No decimos con verdad que eres samaritano y tienes un demonio?11 Siendo dos las palabras injuriosas lanzadas contra el Señor al decirle: ¿No decimos con verdad que eres samaritano y tienes un demonio?, podía haber respondido: «Ni soy samaritano ni tengo demonio», pero respondió: Yo no tengo ningún demonio12. En su respuesta hay una refutación; en su silencio, una confirmación. Negó tener un demonio quien sabía que expulsaba a los demonios; no negó ser guardián del débil. Por tanto, el Señor está cerca, porque el Señor se nos hace cercano en el prójimo.

3. 3. ¿Qué hay más alejado y más separado entre sí que Dios y los hombres, el inmortal y los mortales, el justo y los pecadores? Lejanía que no resulta de la distancia, sino de la desemejanza. Es la misma forma de hablar que usamos cuando decimos de dos hombres de diversas costumbres: «Éste está muy lejos de aquel». Aunque esté uno junto al otro, aunque habiten más cerca todavía uno del otro, aunque se hallen atados con una misma cadena, el piadoso está lejos del impío, el inocente lejos del culpable y el justo lejos del injusto. Si esto se dice de dos hombres, ¿qué decir respecto a Dios y los hombres? A pesar de estar el inmortal y el justo lejos de nosotros en cuanto mortales y pecadores, descendió hasta nosotros para hacerse cercano a nosotros el que estaba lejano. ¿Y qué hizo? Él tenía dos bienes y nosotros dos males; sus dos bienes eran la justicia y la inmortalidad; nuestros dos males, la iniquidad y la mortalidad; si hubiese asumido nuestro doble mal, se hubiese hecho igual a nosotros y con nosotros hubiese necesitado liberador. ¿Qué hizo, pues, para estar próximo a nosotros? Próximo, es decir, no lo que nosotros, sino cerca de nosotros. Considera estas dos cosas: es justo e inmortal; en tus dos males, una cosa es la culpa y otra la pena; la culpa es lo que te hace injusto, y la pena lo que te hace mortal. Él, para estar próximo a ti, asumió tu pena, pero no tu culpa, y si la asumió fue para borrarla, no para perpetrarla. Siendo justo e inmortal, estaba lejos de los injustos y mortales. Tú, en cuanto pecador y mortal, estabas lejos del justo e inmortal. Él no se hizo pecador como lo eras tú, pero se hizo mortal como tú. Permaneciendo justo, se hizo mortal. Asumiendo la pena, sin la culpa, destruyó culpa y pena. Por tanto, el Señor está cerca, no os inquietéis por nada13. Aunque corporalmente ascendió por encima de todos los cielos, con su majestad no se alejó. Quien hizo todo está presente en todas partes.

4. 4. Alegraos siempre en el Señor14. ¿Qué es gozarse en el mundo? Gozarse en la maldad, en la liviandad, en cosas que deshonran y deforman. En todas estas cosas encuentra su gozo el mundo. Cosas todas que no existirían si los hombres no las hubiesen querido. Hay cosas que hacen los hombres, y cosas que las sufren y, aunque no quieran, las soportan. ¿Qué es, pues, este mundo y cuál el gozo del mundo? Os lo voy a decir, hermanos, brevemente, en la medida de mis posibilidades y de la ayuda divina. Os lo diré con celeridad y en pocas palabras. La alegría del mundo consiste en la maldad impune. Entréguense los hombres al derroche, a la fornicación, a las bagatelas de los espectáculos; anéguense en borracheras, mancíllense con la lascivia, no sufran mal alguno: ved el gozo del mundo. Que ninguno de los males mencionados sea castigado con el hambre, o el temor de la guerra o algún otro temor, ni con ninguna enfermedad o cualquier otra adversidad; antes bien, haya abundancia de todo, paz para la carne y seguridad para la mente perversa: ved aquí el gozo del mundo. Pero Dios piensa de manera distinta al hombre; uno es el pensamiento de Dios y otro el del hombre. Fruto de una gran misericordia es no dejar impune la maldad: mas, para no verse obligada a condenar a la gehenna al final, se digna castigar ahora con el azote.

5. 5. En efecto, ¿quieres conocer cuán gran castigo es la falta de castigo, pero no para el justo, sino para el pecador, a quien se le aplica el castigo temporal para que no le sobrevenga el eterno? ¿Quieres, pues, conocer cuán gran castigo es la falta de castigo? Interroga al salmo: El pecador irritó al Señor15. ¡Impetuosa exclamación! Puso atención, reflexionó y exclamó: El pecador irritó al Señor. «¿Por qué?», te suplico. «¿Qué viste?». Quien así exclamó vio al pecador entregado impunemente al derroche, a hacer el mal, abundante en bienes, y gritó: El pecador irritó al Señor. ¿Por qué dijiste esto? ¿Qué fue lo que viste? Es tan grande su ira que no le pide cuentas16. Comprended, hermanos cristianos, la misericordia de Dios. Cuando castiga al mundo, no quiere condenarlo. Es tan grande su ira que no le pide cuentas. Y el no pedirle cuentas se debe a la magnitud de su ira. Grande es su ira. Su justa severidad es indicadora de perdón. Pues la severidad es como una verdad cruel. Si, pues, alguna vez perdona mostrándose duro, buena cosa es para nosotros el que nos socorra castigándonos. Y, con todo, si consideramos las acciones del género humano, ¿qué es lo que padecemos? No nos ha tratado en conformidad con nuestras obras17. En efecto, somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo único, para no seguir siendo único, murió por nosotros. No quiso ser único quien murió siendo único. A muchos hizo hijos de Dios el Hijo único de Dios. Con su sangre se compró hermanos; siendo él reprobado los aprobó, vendido los rescató, ultrajado los honró, muerto los vivificó. ¿Dudas de que ha de darte sus bienes quien se dignó asumir tus males? Por tanto, hermanos, alegraos en el Señor18, no en el mundo; es decir, gozaos en la verdad, no en la maldad; gozad con la esperanza de la eternidad, no en la flor de la vanidad. Sea ése vuestro gozo, y dondequiera y por todo el tiempo que os halléis aquí, el Señor está cerca, no os inquietéis por nada19.

El buen samaritano. San Ambrosio

San Ambrosio - El buen samaritano Lc. 10, 30-37)

71. Un hombre baja de Jerusalén a Jericó. Con objeto de explicar más claramente el pasaje que nos hemos propuesto, repasemos la historia antigua de la ciudad de Jericó. Recordemos, pues, que Jericó, como leemos en el libro que escribió Josué, hijo de Nave, era una gran ciudad amurallada, inexpugnable a las armas e inatacable; en ella vivía la prostituta Rahab, que fue la que hospedó a los exploradores que envió Josué, les ayudó con sus consejos, respondió, cuando la preguntaron sus conciuda­danos, que ya se habían ido, los escondió en su casa y, para sus­traerse ella y los suyos a la destrucción de la ciudad, ató el cordón de hilo de púrpura a la ventana; pero los inexpugnables muros de esa ciudad rodaron por el suelo al sonido de las siete trompetas de los sacerdotes a los que acompañaba el estruendo jubiloso del pueblo.

72. Mirad cómo cada uno tiene su propio quehacer: el ex­plorador, la vigilancia; la meretriz, el secreto; el vencedor, la fidelidad; el sacerdote, la religión; los primeros desprecian el riesgo con tal de ganar honras; aquélla ni aun en medio de pe­ligros traiciona a quienes ha recibido; el vencedor, más pre­ocupado en conservar la fidelidad que en vencer, manda ante­poner la salud de la prostituta a la ruina de la ciudad; y, por fin, el arma propia del sacerdote, que no es otra que la fuerza de la religión. ¿Quién no se admirará, y con razón, al ver que de toda la ciudad sólo se salvará el que fue ayudado por la me­retriz?

73. He aquí, pues, la escueta verdad histórica, que, consi­derada más profundamente, nos revela admirables misterios. En efecto, Jericó es figura de este mundo, a la cual descendió Adán arrojado del paraíso, es decir, de aquella Jerusalén celeste, por su prevaricadora caída, pasando de la vida a la muerte; destierro este de su naturaleza que le ocasionó un cambio, no ciertamente de lugar, pero sí de costumbres. Y así quedó un Adán bien distinto de aquel primero que gozaba de una felicidad sin ocaso, pero que tan pronto como se lanzó a los pecados de este mundo, cayó en manos de los ladrones, a los que no habría venido a parar si no se hubiese apartado del mandato divino. ¿Quiénes son estos ladrones sino los ángeles de la noche y de las tinieblas, que se transforman a veces en ángeles de luz (2 Co 11, 14), aunque es un hecho que no puedan permanecer mucho tiempo en ese es­tado? Estos primero nos despojan del vestido de la gracia espiri­tual que recibimos, y así es como de ordinario logran sus primeros impactos; pero, si guardamos intactos los vestidos recibidos, no sentiremos los golpes de los ladrones. Ten, pues, cuidado para no ser despojado, como lo fue Adán, de la protección del precepto celestial y privado del vestido de la fe, ya que a eso se debió que él fuera herido mortalmente, herida mortal que se habría contagiado a todo el género humano si aquel Buen Samaritano, bajando del cielo, no hubiese curado esas peligrosas llagas.

74. Y no es un samaritano cualquiera este que no des­preció a aquel que había sido preterido por el sacerdote y el levita. No desprecies a aquel que lleva el nombre de una secta cuya interpretación te va a llenar de admiración; en efecto, el vocablo "samaritano" significa guardián. Demos ahora una inter­pretación a todo esto. En verdad, ¿quién es un custodio verda­dero, sino aquel de quien se ha escrito: El Señor guarda a los pequeños? (Sal 114, 6). Pues del mismo modo que hay un judío que es tal según la letra y otro que lo es por el espíritu, así también se da una manera de ser samaritano que se ve y otra que yace oculta. Mientras bajaba, pues, este samaritano —¿quién es este que bajó del cielo, sino el que sube al cielo, el Hijo de Dios que está en el cielo? (Jn 3, 13)—, habiendo visto a un hom­bre medio muerto, al que nadie había querido curar (el mismo caso que la que padecía de flujo de sangre y había gastado en médicos toda su hacienda), se llegó a él, es decir, compadecido de nuestra miseria, se hizo íntimo y prójimo nuestro para ejercitar su misericordia con nosotros.

75. Y vendó sus heridas untándolas con aceite y vino. Este médico tiene infinidad de remedios, mediante los cuales lleva a cabo, de ordinario, sus curaciones. Medicamento es su palabra; ésta, unas veces, venda las heridas; otras sirve de aceite, y otras actúa como vino; venda las heridas cuando expresa un mandato de una dificultad más que regular; suaviza perdonando los pecados, y actúa como el vino anunciando el juicio.

76. Y lo puso —continúa el texto— sobre su cabalgadura. Observa cómo realiza esto contigo: Él tomó sobre sí nuestros pecados y cargó con nuestros dolores (Is 53, 4). Otra confirmación es la del Buen Pastor, que puso sobre sus hombros a la oveja cansada (Lc 15, 5). En efecto, el hombre se ha convertido en un ser semejante a un jumento (Sal 48,13), pero Él nos ha colocado sobre su cabalgadura para que no fuésemos como el caballo y el mulo (Sal 31, 9) y ha tomado nuestro mismo cuerpo para suprimir las debilidades de nuestra carne.

77. Y, al fin, a nosotros, que éramos como jumentos, nos conduce a una posada. Una posada, como se sabe, no es más que un lugar donde suelen descansar los que se encuentran desfallecidos por un largo camino. Y por eso, el Señor, que es el que levanta del polvo al pobre y alza del estiércol al desvalido (Sal 112, 7), nos ha llevado a un mesón.

78. Y se preocupa con cuidado de él para que ese enfermo pueda observar los mandatos que había recibido. Pero este sa­maritano no tenía tiempo de hacer una permanencia larga en la tierra; debía volver al lugar de donde había bajado.

79. Y al día siguiente —pero, ¿cuál es este otro día, sino el domingo de la resurrección del Señor, del que fue dicho: este es el día que hizo el Señor? (Sal 117, 24)— tomó dos denarios y se los dio al mesonero, diciéndole: Cuídale.

80. ¿Qué significan estos dos denarios sino los dos testa­mentos que llevan impresa la efigie del eterno Rey y con los que nuestras heridas obtienen su curación? Porque hemos sido redi­midos a precio de sangre (1 P 1, 19) para no ser víctimas de las heridas de la última muerte.

81. El mesonero recibió los dos denarios (no creo que sea absurdo entender esto con relación a los cuatro libros). Y ¿quién es este hostelero? Tal vez pueda ser aquel que dijo: Todas las cosas me parecen estiércol en comparación de ganar a Cristo (Flp 3, 8), y por este mismo Cristo tendría cuidado del hombre herido. El hostelero es, en realidad, aquel que dijo: Cristo me envió a evangelizar (1 Co 1, 17). Los hosteleros son esos hombres a los que se ha dicho: Id por el mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura, y el que creyere y se bautizare será salvo (Mc 15, 16), salvo verdaderamente de la muerte y salvo de las heri­das que le pudieran infligir los ladrones.

82. ¡Bienaventurado ese mesonero que puede curar las he­ridas del prójimo!, y ¡bienaventurado aquel a quien dice Jesús: Lo que gastes de más te lo daré a mi vuelta! El buen dispensador da siempre en demasía. Buen dispensador fue Pablo, cuyos ser­mones y epístolas son como algo que rebosa a lo que había re­cibido, cumpliendo el mandato explícito del Señor de trabajar sin descanso corporal ni espiritual, a fin de obtener, por medio de la predicación de su palabra, el preservar a muchos de la grave flaqueza del espíritu. He aquí el dueño del mesón en el que el asno conoció el pesebre de su amo (Is 1, 3) y en el cual hay un lugar seguro para los rebaños de ovejas, con el fin de que, a esos lobos rapaces que braman alrededor de los apriscos, no les resulte fácil llevar a cabo sus ataques a las ovejas.

83. Pero El, además, promete una recompensa. Y ¿cuándo vas a venir, Señor, a darla sino en el día del juicio? Porque, aun­que Tú estés siempre y en todo lugar y vivas entre nosotros, si bien no te vemos, con todo, llegará un momento en el que todo hombre te verá volver. Paga, pues, lo que debes. ¡Bienaventu­rados aquellos hombres a los que debe Dios! ¡Ojalá que nos­otros pudiéramos ser deudores dignos para poder pagar todo lo que hemos recibido, sin que nos ensoberbezca el don del sacer­docio o del ministerio! ¿Cómo pagas Tú, Señor Jesús? Pro­metiste que a los buenos les darías un premio abundante en el cielo, y lo cumples cuando dices: Muy bien, siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho; entra en el gozo de tu Señor (Mt 25, 21).

84. Por tanto, puesto que nadie es tan verdaderamente nues­tro prójimo como el que ha curado nuestras heridas, amémosle, viendo en él a nuestro Señor, y querámosle como a nuestro pró­jimo; pues nada hay tan próximo a los miembros como la ca­beza. Y amemos también al que es imitador de Cristo, y a todo aquel que se asocia al sufrimiento del necesitado por la unidad del cuerpo. No es, pues, la relación de parentesco la que hace a otro hombre nuestro prójimo, sino la misericordia, porque ésta se hace una segunda naturaleza; ya que nada hay tan conforme con la naturaleza como ayudar al que tiene nuestra misma reali­dad natural.
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.7, 71-84, BAC Madrid 1966, p. 379-84)

El nacimiento del Señor. San Agustín.

SERMÓN 369

Tema: El nacimiento del Señor.
Lugar: Cartago, basílica Restituta.
Fecha: Día de Navidad.

1. Nuestro Salvador, por quien fue hecho todo día y nacido del Padre sin día, quiso que este día que hoy celebramos fuera la fecha de su nacimiento en la tierra. Quienquiera que seas tú que te admiras de este día, admírate, más bien, del día eterno que permanece ante todo día, que crea todo día, que nace en el día y libra de la malicia del día1. Admírate aún más: la que lo dio a luz es madre y virgen; el nacido no habla, siendo la Palabra. Con razón hablaron los cielos, se congratularon los ángeles, se alegraron los pastores, se transformaron los magos, se turbaron los reyes y fueron coronados los niños. Amamanta, ¡oh madre!, a nuestro alimento; amamanta al pan que viene del cielo y ha sido puesto en un pesebre como vianda para los piadosos jumentos. Allí conoció el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo2, o sea, la circuncisión y el prepucio3, uniéndose en la piedra angular4, cuyas primicias fueron los pastores y los magos. Amamanta a quien te hizo tal que él mismo pudo hacerse en ti; a quien te otorgó el don de la fecundidad al concebirlo sin privarte al nacer de la honra de la virginidad; a quien ya antes de nacer eligió el seno y el día en que iba a nacer. El mismo creó lo que eligió, para salir de allí como esposo de su tálamo5 a fin de poder ser contemplado por ojos mortales y atestiguar, mediante el aumento de la luz en esos días del año, que había venido como luz de las mentes. Los profetas pregonaron que el creador de cielo y tierra iba a aparecer en la tierra entre los hombres6; el ángel anunció que el creador de la carne y del espíritu vendría en la carne. Juan saludó desde el seno al Salvador, que estaba también en el seno; el anciano Simeón reconoció a Dios en el niño que no hablaba; la viuda Ana, a la virgen madre. Estos son los testigos de tu nacimiento, señor Jesús, antes de que las olas se te sometiesen cuando las pisabas y las mandabas calmarse; antes de que el viento se callase por orden tuya, que el muerto volviese a la vida ante tu llamada, que el sol se oscureciese al morir tú, que la tierra se estremeciese al resucitar, que el cielo se abriese en tu ascensión; antes de que hicieses estas y otras maravillas en la edad juvenil de tu cuerpo. Aún te llevaban los brazos de tu madre y ya eras reconocido como Señor del orbe. Tú eras un niño pequeño de la raza de Israel, y tú también el Emmanuel, el Dios con nosotros7.

2. ¿Cómo será aquella generación de nuestro Salvador por la que es coeterno al Padre que lo engendra, si el mundo se llenó de pavor ante este nacimiento de la virgen que la fe piadosa reconoció y mantuvo, del que la incredulidad, en cambio, se río y al que la soberbia vencida temió? ¿Qué generación es aquella por la que en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios?8 ¿Qué palabra es aquella que, antes de pronunciarla yo, no enmudecía y, una vez dicha, no calló ante quien la pronunciaba? ¿Cómo es la palabra sin tiempo por la que fueron hechos los tiempos; la palabra para comenzar a pronunciar la cual nadie abrió los labios y nadie los cerró una vez pronunciada; la palabra que no comienza en la boca de los que hablan y abre las bocas de los mudos; la palabra que no crea las lenguas disertas de los gentiles y hace disertas las lenguas de quienes aún no hablan?9 ¿Cómo es, repito, aquel nacimiento al que el padre no cede el puesto al morir, porque no la precedió en el vivir? Levantemos nuestra alma hasta él, cuanto nos sea posible con su ayuda, desde cualquier intervalo de lugar o tiempo, desde cualquier distancia espacial que acostumbramos percibir ya en los días, ya en los cuerpos, por si podemos comprender cómo el que engendra no precede al engendrado y cómo el engendrado no sigue al que engendra, el Padre y el Hijo, sin ser ambos Padres ni ambos Hijos, pero sí ambos eternos; sin que engendren los dos, sin que los dos nazcan, pero sin que uno viva sin el otro. Consideremos, si somos capaces, que el Padre lo engendró desde siempre y que el Hijo nació también desde siempre; si no somos capaces, creámoslo. No está aquí la Palabra que queremos pronunciar, y, sin embargo, no está lejos de cada uno de nosotros: En él vivimos, nos movemos y existimos10. Trascendamos nuestra carne, en la que los padres preceden en la vida a los hijos, puesto que para que pudieran engendrarlos tuvieron que crecer, y, al crecer los hijos, ellos envejecen; los padres vivían antes de nacer los hijos, porque los hijos han de vivir aún después de que hayan muerto los padres. Trascendamos, asimismo, nuestras almas; también ellas, cuando piensan, paren algo, que conservan consigo mediante el saber; pero pueden perderlo por el olvido, porque no lo tenían antes, cuando lo ignoraban. Trascendamos todo lo corporal, temporal y mudable para ver por encima de todas las cosas al que las hizo a todas11. Nuestros ascensos se producen en el corazón, porque también está cerca aquel lugar adonde ascendemos. Estamos muy lejos de él en cuanto que somos desemejantes a él. Asciende, pues, a él su semejanza, creada y restaurada en nosotros, por la que, al no ser aún perfecta, parpadea la mirada débil y no puede contemplar el resplandor admirable de la luz eterna. ¿Quién narrará el nacimiento12 de aquel cuyo fulgor aún no lo capta la mirada de la mente? Pero la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros13.

3. Alabemos, amemos y adoremos este nacimiento, cuya fecha celebramos hoy; el nacimiento por el que se dignó venir a través de Israel y hacerse Emmanuel: Dios con nosotros en la debilidad de la carne, pero no en la maldad del corazón, acercándose a nosotros por medio de lo que tomó de nosotros y liberándonos por lo suyo en que permaneció —en efecto, el Señor visitó a sus siervos mediante la debilidad mortal para hacerlos libres mediante la inmutable verdad—; este nacimiento, capaz de ser comprendido por la fragilidad humana; no aquel que permanece sin tiempo y sin madre, por encima de todas las cosas, sino este que tuvo lugar en el tiempo, sin padre entre todas las cosas; alabemos, amemos y adoremos a este hijo de la virgen y esposo de las vírgenes nacido de madre intacta y que nutre con la incorruptible verdad, para triunfar por su misericordia de la astucia del diablo una vez vencida. El diablo se infiltró para engañarnos corrompiendo la mente de la mujer; Cristo, para librarnos, nació de carne incorrupta, también de mujer.


sábado, 5 de mayo de 2018

El último mensaje de Robert Baden-Powell.

                                                                   Resultado de imagen para Robert Baden-Powell

Queridos scouts: Si han visto alguna vez la obra Peter Pan, recordarán cómo el jefe de los piratas siempre estaba pronunciando su discurso de despedida, por temor de que, cuando le llegara su hora, no tuviera ya tiempo de compartirlo. Algo así me sucede a mí, y, aun cuando no me estoy muriendo en este momento, lo haré uno de estos días y quiero mandarles un mensaje de despedida. Recuerden, esto es lo último que oirán de mí; por tanto, medítenlo. He tenido una vida muy dichosa, y quiero que cada uno de ustedes la tenga también. Creo que Dios nos puso en este mundo maravilloso para que fuéramos felices y disfrutáramos de la vida. La felicidad no procede de ser rico, ni siquiera del éxito en la propia carrera, ni de concederse uno todos los gustos. Un paso hacia la felicidad es hacerse sano y fuerte cuando niño, para poder ser útil y así gozar de la vida cuando se es un hombre. El estudio de la naturaleza les mostrará cómo Dios ha llenado el mundo de belleza y de cosas maravillosas para que las disfruten. Contentos con lo que les haya tocado y para que saquen el mejor partido de ello. Miren el lado alegre de las cosas, en vez del lado triste. Pero el camino verdadero para conseguir la felicidad pasa por hacer felices a los demás. Intenten dejar este mundo un poco mejor de como lo encontraron, y cuando les llegue la hora de morir, podrán morir felices, sintiendo que de ningún modo habrán perdido su tiempo, sino que habrán hecho todo lo posible. Así, estén siempre listos para vivir felices y morir felices: aferrados siempre a su promesa scout, aun cuando hayan dejado de ser muchachos, y que Dios les ayude a hacerlo así.

martes, 17 de abril de 2018

Jean Thierry Ebogo




Cada día, el pequeño Jean-Thierry preparaba helados con veinte litros de zumo de limón, para venderlos en la calle. Él nunca tomaba ninguno, aunque tenía seca la garganta por el calor y el polvo. Con esas ventas ayudaba a sostener a sus padres, pues la familia era pobre. Pero en su corazón, el muchacho tenía un gran sueño: quería ser como Jesús; y para ello quería ser sacerdote.

Este joven camerunés sólo quería ser como Jesús, no pudo llegar a ser sacerdote: falleció en el año 2006 con tan solo 23 años. Gracias a él, muchos jóvenes de Camerún y países limítrofes han descubierto su vocación, pues Jean-Thierry Ebogo murió en olor de santidad. El proceso de beatificación a nivel diocesano finalizó en 2014; desde entonces, Jean-Thierry tiene el título oficial de «Siervo de Dios». Miles de personas acudieron a su entierro; innumerables personas se sienten atraídas por él, todavía hoy; a muchos les ha prestado favores. Su tumba recibe la visita de muchas personas. Antes de morir, prometió regalar a África una auténtica «lluvia» de vocaciones sacerdotales; parece que ha cumplido su palabra…

En realidad, era un muchacho normal, alegre y servicial; querido por sus amigos, pero también por las chicas. Nació el 4 de febrero de 1982 en Bamenda. Ya a los cinco años de edad se sentía atraído por los misioneros, con la cruz que llevaban al cuello. Desde entonces comenzó a crecer en él el deseo de ser sacerdote. A los 13 años escribía poesías en las que expresaba una tierna devoción: «Te confío mi vida, mi ser para siempre. ¿Dónde podría encontrar algo mejor? No, Tú eres realmente lo mejor; tengo pruebas de ello. Tú me has creado, Tú me has hecho y me has coronado con amor».

No se quedó solo en palabras bonitas, pues siguió la llamada de Dios sin vacilar. A los 21 años ingresó en el convento de los carmelitas descalzos de Nkoabang. En 2004 fue admitido en el noviciado y tomó el nombre de «Jean-Thierry del Niño Jesús y de la Pasión de Cristo». Esos dos misterios marcarían profundamente su camino: la confiada infancia ante Dios siguiendo el camino del Salvador, que se ha hecho Niño, y el doloroso calvario que sufrió con Cristo. Son dos caras de la misma medalla; el joven Jean-Thierry fue introducido profundamente en este misterio. Solo pocas semanas después de entrar en el noviciado le encontraron un tumor maligno en la pierna derecha; tuvieron que amputarle la pierna. Sin embargo, el joven religioso aceptó los fuertes dolores y todo el sufrimiento que tuvo que padecer con una profunda entrega a la voluntad de Dios, y siempre con una sonrisa. Ofreció sus dolores por las vocaciones religiosas y sacerdotales.

En 2005 se trasladó a Italia para ser tratado; pero entonces ya tenía metástasis. Cuando le llevaron a un hospital de Milán, la médico exclamó: «¿A quién me habéis traído? ¡Es un santo!»; no podía creer que alguien sufriera tanto sin quejarse. Su estado era muy serio; tenía grandes dolores. Sin embargo, su única preocupación era poder ser ordenado sacerdote. «Sólo quiero curarme para ser sacerdote», decía.

Gracias a una dispensa pudo hacer los votos perpetuos el 8 de diciembre de 2005, fiesta de la Inmaculada Concepción, en su habitación del hospital. Su madre estuvo con él. Sin embargo, no pudo recibir la ordenación sacerdotal, pues falleció poco después, el 5 de enero de 2006. Su madre no pudo estar presente, pues había caducado el permiso de residencia en Italia y había tenido que regresar a Camerún. Cuando se despidió de él el 26 de diciembre, y ambos sabían que no volverían a verse en este mundo, Jean Thierry le dijo: «Que sea la voluntad de Dios. Mamá: acuérdate de que me ofreciste a Él cuando acababa de nacer. Es como cuando se va a visitar a un amigo y le llevas un pequeño cabrito. Después no se pregunta al amigo qué ha hecho con el cabrito; puede que lo haya criado, puede que lo haya comido. Yo soy ahora como un cabrito de Dios; no le podemos preguntar qué ha hecho con el cabrito que le regalaste cuando nací». Sus últimas palabras, antes de morir, fueron: «¡Qué bello es Jesús!».

El gran sueño del joven Jean-Thierry del Niño Jesús y de la Pasión de Cristo no se cumplió. Pero, del mismo modo que el grano de trigo que cae en la tierra y muere, sus santas pasión y muerte han abierto el corazón de muchos jóvenes a la llamada de Dios. Sobre todo en Camerún y en la vecina República Centroafricana están llegando numerosas vocaciones a los carmelitas, y también los seminarios sacerdotales están llenos. Pero su ejemplo fructifica no solo en África. El cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán, en cuya archidiócesis falleció Jean Thierry, dijo el 9 de septiembre de 2014, con ocasión de la clausura de la fase diocesana del proceso de beatificación: «Después de que nosotros lleváramos el Evangelio a tantos lugares del mundo, nos da alegría que ahora lleguen evangelizadores y testigos procedentes de esos países».

A los 17 años, Jean Thierry escribió en una de sus poesías: «Tengo certeza de la alegría. Viviré». Con esa certeza y con lo que Dios hizo en su vida, el joven de Camerún se ha convertido en un regalo para la Iglesia, también en Europa.




jueves, 22 de marzo de 2018

“Entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”



« El esclavo no se quedará en la casa para siempre; el hijo, en cambio, permanece para siempre.». Esa casa, es la Iglesia, y el esclavo, es el pecador. Los pecadores entran numerosos en la Iglesia. El Señor no dice: el esclavo “no está” sino más bien “no permanece en la casa para siempre”…Cuando el rey de toda justicia esté sentado en el trono, como lo dice la Escritura (Mt 25:31), ¿quién podrá glorificarse de tener un corazón puro? ¿Quién podrá glorificarse de no estar manchado por el pecado? ¿Adónde pues está la esperanza, para nosotros quienes no estamos sin pecado?

Escucha tu esperanza: «Pero el Hijo permanece para siempre; si entonces el Hijo les da la libertad, serán realmente libres»…éramos esclavos de nuestro egoísmo; una vez liberados seremos servidores del amor. Es lo que dice el apóstol Pablo: «ustedes hermanos míos, han sido llamados a la libertad, pero que esa libertad no sea un pretexto para satisfacer su egoísmo; al contrario, pónganse, por amor, al servicio los unos por los otros» (Ga 5:13). Un cristiano no puede decir: « ¡soy libre!, fui llamado a la libertad; era un esclavo, pero fui redimido, entonces me encuentro sin obstáculos y puedo hacer lo que quiero. Que nadie se oponga a mi libertad, ¡soy libre!» No, si ocupas tu voluntad para cometer el pecado, te conviertes en esclavo del pecado. No abuses entonces de tu libertad; al contrario, sírvete de ella para evitar el pecado. Serás libre si te conviertes en servidor, exento del pecado si te conviertes en servidor de la rectitud. 



San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia 
Sermones sobre el evangelio de San Juan, nº41,8 (Trad. ©Evangelizo.org)

“Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12:32)



Deseo que sepas y que comprendas hermano…que hay muchas serpientes en el desierto que muerden la multitud de tus pensamientos, es decir las injurias, las difamaciones, las angustias, las murmuraciones, las disputas, las calumnias que son lanzadas en contra tuya…Pero si quieres escapárteles, haz lo que hacían los israelitas…: ellos miraban a la serpiente de bronce que Moisés había elevado sobre la cima de la montaña, y todos lo que obedecían y la miraban eran sanados. Tú también, cuando te veas mordido por una de estas serpientes, mira a nuestro Señor Jesucristo suspendido en la cruz…Como dijo el apóstol Pablo: «Fija los ojos en Jesús, origen y término de nuestra fe. Renunciando a la felicidad que se le ofrecía escogió la humillación de la cruz» (He 12:2)…

He aquí en pocas palabras como es que debes fijar los ojos en él cuando has sido mordido por las serpientes: cuando seas deshonrado, fija los ojos en él; quien fue deshonrado por ti, fue tildado de demonio y de Samaritano (Jn 8:48)…, fue pisoteado, abofeteado, le escupieron en la cara, le dieron vinagre de beber y también hiel, le golpearon la cabeza con una caña. Si te muerde un pensamiento de vanidad, porque se te confían tareas importantes, recuerda la palabra de nuestro Señor: «cuando hayan hecho todo lo que les ha sido mandado, digan: no somos más que unos pobres servidores » (Lc 17:10). Si tienes ganas de menospreciar a tu hermano a causa de su debilidad, fija los ojos en aquél que mostró más atención por los pecadores, los publicanos y las prostitutas para convertirlos por medio de su encuentro; más bien que por los justos que no tenían necesidad de conversión (Lc 5:30-32). Y cuando tus tendencias naturales y los demonios te agobien, fija los ojos en él, colgado en la cruz, las manos y los pies fijados por los clavos…

Sin cesar medita sobre estas cosas en tu corazón, y el veneno de las serpientes desaparecerá de tu corazón. Por su crucifixión, Jesús está más cerca de ti que lo que la serpiente de bronce estuvo de los hebreos: él vive en tu corazón, y en los pliegos secretos de tu alma la luz de su rostro glorioso resplandece.



Filomeno de Mabboug (¿-c. 523), obispo de Siria
Carta sobre la vida monástica (Trad. ©Evangelizo.org)

domingo, 18 de marzo de 2018

Un pensamiento del cardenal Sarah.

Una sociedad sin Dios, que considera letra muerta la problemática espiritual, enmascara el vacío de su materialismo matando el tiempo para olvidar mejor la eternidad. Cuanto mas extiende su influencia la materia, más placer busca el hombre en distracciones sofisticadas, narcisistas y perversas; más se olvida el hombre de Dios y más se contempla a sí mismo. Al mirarse y ver las deformidades y la fealdad que los excesos han grabado en su rostro, se maquilla para hacerse la ilusión de que sigue siendo el ser iluminado por el resplandor original de la criatura de Dios. Pero el mal que oculta es como una brasa encendida bajo la ceniza.
Sin Dios, el hombre construye su infierno en la tierra. Las distracciones y los placeres pueden convertirse en auténticas plagas para el alma cuando se hunden en la pornografía, la droga, la violencia y en toda perversión posible. (cap. 6).

Dios o nada. Cardenal Robert Sarah.

sábado, 13 de enero de 2018

Cómo San Francisco enseñó al hermano León en qué consiste la alegría perfecta

Iba una vez San Francisco con el hermano León de Perusa a Santa María de los Angeles en tiempo de invierno. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, llamó al hermano León, que caminaba un poco delante (5), y le habló así: -- ¡Oh hermano León!: aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo grande ejemplo de santidad y de buena edificación, escribe y toma nota diligentemente que no está en eso la alegría perfecta. Siguiendo más adelante, le llamó San Francisco segunda vez: -- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor devuelva la vista a los ciegos, enderece a los tullidos, expulse a los demonios, haga oír a los sordos, andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que aún es más, resucite a un muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta. Caminando luego un poco más, San Francisco gritó con fuerza: -- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor llegara a saber todas las lenguas, y todas las ciencias, y todas las Escrituras, hasta poder profetizar y revelar no sólo las cosas futuras, sino aun los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no es ésa la alegría perfecta. Yendo un poco más adelante, San Francisco volvió a llamarle fuerte: -- ¡Oh hermano León, ovejuela de Dios!: aunque el hermano menor hablara la lengua de los ángeles, y conociera el curso de las estrellas y las virtudes de las hierbas, y le fueran descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conociera todas las propiedades de las aves y de los peces y de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, y de las piedras, y de las raíces, y de las aguas, escribe que no está en eso la alegría perfecta. Y, caminando todavía otro poco, San Francisco gritó fuerte: -- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que llegase a convertir a todos los infieles a la fe de Jesucristo, escribe que ésa no es la alegría perfecta. Así fue continuando por espacio de dos millas.


Por fin, el hermano León, lleno de asombro, le preguntó: -- Padre, te pido, de parte de Dios, que me digas en que está la alegría perfecta.
Y San Francisco le respondió: -- Si, cuando lleguemos a Santa María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes sois vosotros?» Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León!, que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa, entre insultos y golpes, como a indeseables importunos, diciendo: «¡Fuera de aquí, ladronzuelos miserables; id al hospital, porque aquí no hay comida ni hospedaje para vosotros!» Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él más enfurecido dice: «¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido». Y sale fuera con un palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. -- Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios; por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si lo tuvieras de ti mismo? (1 Cor 4,7). Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro; por lo cual dice el Apóstol: No me quiero gloriar sino en la cruz de Cristo (Gál 6,14). A Él sea siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amén

viernes, 1 de diciembre de 2017

«Velad por tanto, ya que no sabéis cuándo el dueño de la casa regresará»



Este es uno de los grandes preceptos del Señor: el que sus discípulos sacudan como el polvo todo lo que es terrestre, para dejarse llevar por un gran impulso hacia el cielo. Él nos exhorta a vencer el sueño, a buscar las realidades de arriba (Col 3:1), a mantener sin cesar nuestro espíritu alerta, a expulsar de nuestros ojos el adormecimiento seductor. Me refiero a ese letargo y a esa somnolencia que conducen el hombre al error y le forjan imágenes de sueños: honor, riqueza, poder, grandeza, placer, éxito, ganancia o prestigio.

Para olvidar tales fantasías, el Señor nos pide que superemos ese pesado sueño: no dejemos escapar lo real por una búsqueda desenfrenada de la nada. Él nos llama a que velemos: «Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas» (Lc 12:35). La luz que resplandece nuestros ojos ahuyenta el sueño, el cinturón que ciñe nuestra cintura mantiene nuestro cuerpo alerta, expresa un esfuerzo que no tolera ninguna torpeza.

¡Como el sentido de esta imagen es claro! Ceñir la cintura de templanza, es vivir en la luz de una conciencia pura. La lámpara encendida de la franqueza ilumina el rostro, hace brillar la verdad, mantiene el alma despierta, la hace impermeable a la falsedad y extranjera a la futilidad de nuestros pobres sueños. Vivamos según la exigencia de Cristo y compartiremos la vida de los ángeles. En efecto, es a ellos a quien nos une en su precepto: «sed como ésos que esperan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle en cuanto llegue y llame» (Lc 12:36). Son ellos quienes están sentados cerca de las puertas del cielo, velando, que el Rey de gloria (Sal 23:7) pase a su regreso de la boda. 


San Gregorio de Nisa (c. 335-395), monje, obispo
Sermones sobre el Cántico de los Cánticos, número 11