Una sociedad sin Dios, que considera letra muerta la problemática espiritual, enmascara el vacío de su materialismo matando el tiempo para olvidar mejor la eternidad. Cuanto mas extiende su influencia la materia, más placer busca el hombre en distracciones sofisticadas, narcisistas y perversas; más se olvida el hombre de Dios y más se contempla a sí mismo. Al mirarse y ver las deformidades y la fealdad que los excesos han grabado en su rostro, se maquilla para hacerse la ilusión de que sigue siendo el ser iluminado por el resplandor original de la criatura de Dios. Pero el mal que oculta es como una brasa encendida bajo la ceniza.
Sin Dios, el hombre construye su infierno en la tierra. Las distracciones y los placeres pueden convertirse en auténticas plagas para el alma cuando se hunden en la pornografía, la droga, la violencia y en toda perversión posible. (cap. 6).
Dios o nada. Cardenal Robert Sarah.
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