sábado, 23 de marzo de 2019

«A ver si dará fruto»: imitar la paciencia de Dios

Queridos hermanos, Jesucristo, nuestro Señor, no se contentó con enseñar la paciencia de palabra, sino que la enseño sobre todo en sus actos... En la hora de la Pasión y de la cruz ¡cuántos sarcasmos ofensivos escuchados pacientemente, cuántas burlas injuriosas no soportó hasta el punto de recibir salivazos, él, que con su propia saliva había abierto los ojos a un ciego (Jn 9,6)...; 
coronado de espinas, él, que corona a los mártires con flores eternas; 
golpeado su rostro con la palma de las manos, él, que otorga las verdaderas palmas a los vencedores; 
despojado de sus vestiduras, él, que reviste a los otros de inmortalidad; 
alimentado con hiel, él, que da una alimento celestial; dándole a beber vinagre, él, que hace participar de la copa de la salvación. 
Él, el inocente, el justo, o mejor dicho, la misma inocencia y la misma justicia, puesto en la hilera de los criminales; falsos testimonios aplastan a la Verdad; se juzga al que ha de juzgar; la Palabra de Dios, callada, es conducida al sacrificio. Después, cuando se eclipsan los astros, cuando los elementos se perturban, cuando tiembla la tierra... él no habla, no se mueve, no revela su majestad. Hasta el final lo soporta todo con una constancia inagotable para que la paciencia plena y perfecta encuentre su término en Cristo. Después de todo eso, todavía acoge a los homicidas, si se convierten y vuelven a él; gracias a su paciencia..., a nadie cierra su Iglesia. Sus adversarios, los blasfemos, los eternos enemigos de su nombre, no sólo los admite a su perdón si se arrepienten de su falta, sino que incluso les concede la recompensa del Reino de los cielos. ¿Podría alguien citar a alguno más paciente, más benévolo? El mismo que derramó la sangre de Cristo es vivificado por la sangre de Cristo. Así es la paciencia de Cristo, y si no fuera tan grande, la Iglesia no poseería al apóstol Pablo


San Cipriano (c. 200-258)

obispo de Cartago y mártir
Los beneficios de la paciencia, 7

domingo, 17 de marzo de 2019

Oración de San Patricio, llamada "la Coraza"


Me ciño hoy, como de una poderosa coraza, con la
invocación de la Trinidad,
por medio de la fe en sus Tres Personas,
por medio de la confesión de la Unidad del Creador del
universo.

Me ciño hoy con la fuerza del nacimiento de
Jesucristo y su Bautismo en el Jordán,
por medio de la fuerza de su Crucifixión y su Sepultura,
por medio de la fuerza de su Resurrección y su
Ascensión,
por medio de la fuerza de Su descenso futuro para
juzgar el mal.

Me ciño hoy con la fuerza del amor de los Querubines,
en obediencia de los Ángeles,
en servicio de los Arcángeles,
en la esperanza de que en la Resurrección encuentre
recompensa,
en las oraciones de los Patriarcas,

en las palabras de los Profetas,
en la prédica de los Apóstoles,
en la inocencia de las santas Vírgenes,
en las obras de los hombres de bien.

Me ciño hoy del poder del cielo:
de la luz del sol,
del resplandor de la luna,
del esplendor del fuego,
de la rapidez del rayo,
de la ligereza del viento,
de la profundidad de los mares,
de la estabilidad de la tierra,
de la firmeza de la roca.

Me ciño hoy de la fuerza de Dios que me conduce:
omnipotencia de Dios que me sostiene,
sabiduría de Dios que me guía,
mirada de Dios que me vigila,
oído de Dios que me escucha,
palabra de Dios que habla por mí,
mano de Dios que me guarda,
sendero de Dios tendido frente a mí,
manto de Dios que me abriga,
legiones de Dios dispuestas para salvarme de las
trampas del demonio,
de las tentaciones de los vicios,
de quienesquiera me deseen el mal,
lejanos y cercanos,
solos o en multitud.

Invoco este día todos estos poderes entre el Maligno y
yo,
contra los despiadados poderes que se oponen a mi
cuerpo y a mi alma,
contra los conjuros de los profetas mentirosos,
contra las negras leyes de los paganos,
contra las falsas doctrinas de los herejes,
contra las obras y los simulacros de la idolatría,
contra los encantamientos de brujas, alquimistas y
hechiceros,
contra cualquier conocimiento corruptor de cuerpo y
alma.

Cristo, sé tú hoy mi escudo contra filtros mágicos y
venenos,
contra las quemaduras,
contra la ola que ahoga y contra todas las llagas y
heridas,
de tal forma que pueda recibir recompensa en
abundancia.

Cristo conmigo,
Cristo frente a mí,
Cristo detrás de mí,
Cristo en mí,
Cristo a mi diestra,
Cristo a mi siniestra,
Cristo al descansar,
Cristo al levantarme,

Cristo en el corazón de cada hombre que piense en mí,
Cristo en la boca de todos los que hablen de mí,
Cristo en cada ojo que me contempla,
Cristo en cada oído que me escucha.

Me ciño hoy, como de una poderosa coraza, con la
invocación de la Trinidad,
por medio de la fe en sus Tres Personas,
por medio de la confesión de la Unidad del Creador del
universo.
Amén.

sábado, 2 de febrero de 2019

La increíble vida de Michela, de «Nuovi Orizzonti»


De pertenecer a una secta satánica a monja, tras intentar asesinar a la que hoy es su superiora



Michela, en la actualidad religiosa de la Comunidad Nuovi Orizzonti, tiene una vida de película. Abandonada por su madre cuando era un bebé, atrapada por una peligrosa secta satánica, convencida de la necesidad de asesinar a una monja por indicación de la sacerdotisa, que a la vez era su psiquiatra... Cuenta su testimonio en ReL con una intensidad y pasión, que a más de uno le dejará pensativo...

Cuando se experimenta el amor de Dios, se aprende que no se puede guardar para uno mismo. Yo llevo diez años viviendo esta forma de amor. Llevando el amor a quienes no conocen el amor de Dios.

«Chiara, sácanos de este infierno»
La comunidad a la que pertenezco nació en 1984, fundada por Chiara Amirante, que comenzó a llevar la palabra de Dios a los puntos de muerte de la ciudad de Roma. Tantos jóvenes que no conocían la palabra de Dios le pedían: «Chiara, sácanos de este infierno».

No creía absolutamente nada en Dios
Yo llevo doce años en la comunidad. Tengo 40, pero cuando entré, no creía absolutamente nada en Dios. Creía que los sacerdotes y las religiosas se hacían sacerdotes y religiosas por falta de trabajo. Veía una Iglesia que solo daba reglas. Una Iglesia que prohibía todo.

Además, yo me hacía una pregunta: «Si es verdad que Dios es amor, ¿por qué en el mundo hay sufrimiento?». Me lo preguntaba porque con el sufrimiento tuve contacto apenas nací. Mi papá y mi mamá me abandonaron en un hospital recién nacida. Viví mis primeros seis años de vida en un orfanato. Dos meses después de que saliese de allí, el instituto fue clausurado por maltrato a menores. Yo había conocido todo menos el amor, y cuando un niño no conoce el amor, es difícil que de adulto sepa dar amor. Crecí rebelde. En la escuela era instrumento de santificación para los profesores.

El dinero era el dios de mi vida
A los 18 años ya eres mayor de edad en Italia, así que me fui de la casa en que vivía. Pude hacerlo porque tenía un trabajo, una ocupación. Yo era chef de cocina internacional, muy reconocida. Comencé a trabajar en Italia y el resto de Europa y el dinero empezó a ser el dios de mi vida. Cuanto más tenía, mas quería tener, pero a fin de mes no me quedaba nada.

Novios de usar y tirar
En lo referente a todo lo que pertenece al mundo de la afectividad, era un desastre. Tenía novios según la estación del año. Uno para el invierno, otro para el verano…. Y me decía: «Yo el corazón no lo meto en esto». Eran novios de usar y tirar, pero cada historia que pasaba, era una herida más que dejaba mi corazón muy lastimado.

Un novio católico-convencido
Finalmente me enamoré de una persona que todas las madres de familia soñarían para su propia hija. Era inteligente, bueno, perfecto. Pero tenía un pequeño defecto: era un chico católico, un católico convencido. Esto, para mí, solo suponía un defecto por una razón, porque cuando yo le preguntaba cuando nos íbamos a ir a la cama, él me respondía: «Después del matrimonio». Él empezó a hablarme de Dios, pero yo le dije: «Escucha Luca, las relaciones de tres no funcionan. Somos tú y yo. Punto. Dios debe quedar fuera». Él fingió seguirme la corriente.

¿Quieres casarte conmigo?
Cuando ya llevábamos dos años saliendo, vino sin avisar una noche a mi casa. Era la primera vez en ese tiempo que vino a mi casa, por lo que pensé: «Hoy lo hacemos». Pero él tenía otras razones muy diferentes en su cabeza y me dijo: «Escucha Michela, hablé con mi padre espiritual, porque tengo intención de casarme contigo». Yo me le quedé mirando un poco perpleja, pero por un solo motivo: no sabía qué era un padre espiritual. Yo le respondí: «Vamos al registro civil, pedimos una cita, estampamos nuestras firmas y ya estamos casados». Y me dijo: «No. Para mí es importante el sacramento del matrimonio. Nos dan la posibilidad de efectuar un matrimonio mixto donde tu declares ser no creyente, pero yo pueda casarme contigo dentro de la Iglesia». Entonces mi siguiente pregunta fue: «¿Y esto cuanto cuesta?». «Nada», respondió mi chico. Pensé que si no costaba nada y no perdía mi imagen de atea, podía aceptarlo. Sólo le puse una condición: «Organiza tú la boda».

Murió antes de la boda
Pusimos una fecha y él comenzó a organizar todo. Era bonito, porque de verdad que Luca era un chico fantástico. Pero nunca me llegué a casar con él. Falleció cuatro días antes de la fecha escogida.

Poco después de comenzar los preparativos, contrajo el VIH por culpa de una transfusión de sangre contaminada. Ahí entré en contacto con la primera verdad de mí vida. Porque yo, con el dinero, hasta ese día había comprado todo y a todos. Pero descubrí que había una cosa que no podía comprar: la vida de mi novio. Eso para mí fue una derrota. Luca partió para el paraíso cuatro días antes de nuestra boda y ahí se me derrumbó el mundo.

«Dios, empeñaré mi vida en destruirte»
Me enfadé con Dios por haberme quitado a mis padres. Me enfadé con Dios por haber sufrido tanta violencia desde pequeñita. Me enfadé con Dios por la muerte de Luca. La noche de su funeral, me marché a la playa y allí mismo hice un juramento: «Dios, si tú no existes, pasaré toda mi vida diciéndoselo a todo el mundo. Pero si existes de verdad, empeñaré mi vida en destruirte».

New Age y el Reiki
Ahí empezó mi guerra con Dios. Para buscar a Dios y saber si existía, me acerqué a varias filosofías. Todo lo que era la New Age y el Reiki. Pero ahí no encontré nada de la presencia de Dios. A todo esto, mi vida era triste y angustiosa. Hasta que un día me propusieron comenzar psicoterapia. Yo pensé que si había probado ya tantas cosas, podía probar eso también. Así que comencé a ir un día a la semana. Poco a poco me iba sintiendo mejor en la consulta de aquella doctora. Empecé a ir en vez de un día a la semana, dos días, luego tres, y acabé teniendo cuatro sesiones semanales con ella. La psicoterapia se convirtió en mi droga. Yo no lo sabía, pero no tenía la facultad de decidir nada de mí vida.

Una sacerdotisa satánica
Un tiempo después la doctora me dijo que tal vez necesitase sesiones de hipnosis: «Tenemos que entrar a lo más profundo de tus heridas». Le dije que sí. Desafortunadamente no estaba en grado de tomar ninguna decisión. No se lo que hicieron conmigo, pero el problema fue que esta doctora era en realidad una sacerdotisa de una de las sectas satánicas más importantes de Italia. Y yo entré a formar parte de ella, de la mano de mi doctora.

Dos años en la secta
Pasé ahí dos años de mi vida. Dos años que me llevaron a perder mi dignidad de mujer, mi dignidad de ser humano. Allí he visto muerte y violencia. Llegué a alcanzar la muerte del alma. Me convertí en una auténtica marioneta manejada por manos satánicas.

«Mata a Chiara»
La noche de Navidad de hace catorce años (1996), durante un rito, me dijeron que existía la posibilidad de ser la sacerdotisa de una secta, en una ciudad de Italia. En ese mundo solo importa el poder, el tener, por lo que yo acepté, pero para ser la sacerdotisa tenía que afrontar una prueba de filiación, de pertenencia. Me dijeron: «En Roma hay una joven, de nombre Chiara, que ha fundado hace poco tiempo una comunidad. Está muy protegida por la Iglesia y para nosotros es un obstáculo, porque acerca a muchos jóvenes a Dios. Si tú verdaderamente quieres pertenecer a nosotros y tener el poder, debes hacer una cosa: mata a Chiara». Y acepté.

Decidida al asesinato
La noche del 5 de enero partí hacia Roma. Me habían dado toda la información de donde encontrar a Chiara y yo me dirigí a su casa, a la sede de la comunidad. A las 20.00 horas llegué hasta la puerta y sin dudar, convencida de lo que iba hacer, toqué el timbre.

«Por fin has llegado a tu casa»
Lo que ocurrió entonces lo tengo que contar desde el testimonio de Chiara, quien no me conocía absolutamente de nada, como es obvio.

Chiara cuenta siempre que, en ese momento, en su corazón escuchó una voz, la voz de la Virgen María que le decía: «Abre tú la puerta, que es una hija mía que tiene una gran necesidad».

Chiara se levantó, caminó apresurada hasta la puerta a cuyo otro lado la esperaba yo, y cuando abrió la puerta hizo una sola cosa. Me abrazo y me dijo: «Bienvenida hija mía. Por fin has llegado a tu casa».

Con el cuchillo en la mano
Ese abrazo cambió mi vida. Fue un abrazo indeleble que llegó a mi corazón. Fue más allá de mi cuerpo, de mis brazos. Yo no pude reaccionar, no pude moverme, no pude hacer nada. Chiara me desarmó absolutamente con ese abrazo, con su mirada.

Me llevó dentro, a su pequeña habitación y comenzamos a hablar. Ella me preguntó cómo estaba, y yo sin decir ninguna palabra le entregué el arma con el que la iba a matar. Se lo conté y le dije: «Chiara, para mí ya no hay esperanza». Ella me respondió: «¡Sí, sí que hay esperanza, porque el amor ha vencido a la muerte! ¡Hay esperanza para ti porque hubo quien dio la vida por ti! ¡Y Jesús te ama!».

«Me matarán y te matarán a ti también»
Yo le contesté: «Chiara, yo les conozco. Sé como son. Tengo poco tiempo. Me matarán y te matarán a ti también».

«No Michela –respondió Chiara muy firme-. No lo harán, porque María te quiso en esta casa». Y en aquella casa me quedé.

Sesión de exorcismos
Obviamente, la primera cosa por hacer era una buena confesión. Llamaron a un sacerdote, pero debido a las actividades en las que había estado involucrada no me pudieron dar la absolución. Hubo que escribir a la Santa Sede, a la Congregación para la Doctrina de la Fe, toda mi historia. Un cierto cardenal Ratzinger , respondió en pocos días: «Hoy la Iglesia está de fiesta porque un Hijo ha regresado a casa».

También tuve que pasar por varias sesiones de exorcismo. Obviemos los detalles.

Comunión y consagración
Con un permiso muy especial, la noche del 27 de enero, en la capilla de las hermanas de la Madre Teresa, en Roma, pude recibir la comunión, pude consagrar mi corazón al Corazón Inmaculado de María, y hacer los votos de pobreza, obediencia y castidad, más el cuarto voto propio de la comunidad de Chiara, que es el voto de ser y llevar la alegría de Cristo Resucitado.

Un nuevo camino
Ahí comenzó mi camino. Mi camino de sanación, un camino en el que nunca nadie antes pudo sanar mis heridas, y donde sí que las pudo sanar Jesús.

Pero pasado un tiempo, hubo una herida que no había podido sanar. Esa herida era la falta de una madre, porque a mí me faltaba una madre. Me faltaba en Navidad, cuando todas la madres telefonaban a las demás y yo no recibía una llamada. Me faltaba el día que celebraba mi cumpleaños... Esa ausencia de mi madre, cada vez que pasaba esto, reabría las viejas heridas y había que empezar de nuevo.

Un grito de dolor
Un buen día, a Chiara se le ocurrió enviarme a un centro de ayuda para la vida. Se me había encargado abrir una casa de acogida para madres solteras y jóvenes embarazadas con riesgo de someterse a un aborto por miedo o por dificultad. Allí las podríamos acoger. Pero al poco tiempo empecé a recoger un grito de dolor. Era el grito de dolor de aquellas mujeres que habían abortado y que me decían: «¿Sabes? Hoy tendría un hijo de ocho años, pero lo llevé a matar».

Aprendí a no juzgar
Por las noches llegaba a casa y me ponía delante de Jesús, en el sagrario, y le entregaba todo ese dolor que llevaba de las mujeres. Una de esas noches, empecé a escuchar en mi corazón: «Michela, si hoy existes tú, es porque tu madre dijo sí a la vida». Os tengo que decir que cuando se experimenta la misericordia de Dios, la primera cosa que se aprende es a no juzgar. Y yo no tenía ningún derecho de juzgar a mi madre. Porque si una madre llega a abandonar a un hijo es porque hay un gran dolor.

A la busqueda de la madre
En ese momento comenzó a despertar en mi interior la necesidad de buscar a mi madre, no para juzgarla ni regañarla, sino para darle las gracias por mi vida.

La ley italiana permite obtener información del propio origen y después de las investigaciones pertinentes localicé a mi madre. Comenzamos a telefonearnos, y un día me sugirió conocernos personalmente. La fecha concertada fue el 2 de Junio de 2004. Esa misma mañana partí hacia la ciudad donde ella vivía para encontrarme con ella, como habíamos quedado.

«Sal de mi vida»
Yo iba sola y en ese viaje había dos partes dentro de mí. Una parte era esa parte humana que se sentía entusiasmada por poder decirle por fin a alguien «mamá». Pero había otra parte más racional que me decía: «Michela, no sabes qué puedes encontrar allá». Mi error fue que en aquella duda venció la parte más humana. Pero el hombre propone y Dios dispone, porque pocos minutos después de encontrarnos, con una mirada que yo no le deseo ni a mi peor enemigo, mi madre me dijo: «Tú para mí no has existido nunca, no has existido hasta ahora, no existes hoy. Sal de mi vida». Yo no sé que siente una madre cuando un hijo dice no a su amor, pero les puedo decir lo que siente un hijo cuando una madre le dice no a su amor…

«¿Qué le hecho de malo a Jesús?»
Fue un gran dolor. Regresé a Roma, cogí a Chiara y sujetándola contra un muro le dije: «¿Pero yo qué le hecho de malo a Jesús? Trabajo para Él, ¿por qué no me puede ayudar?».

A mí pregunta de por qué Jesús me trata así, Chiara me contestó: «¿Sabes, Michela? Santa Teresa de Ávila le preguntó lo mismo a Jesús, y Jesús le dijo que así trataba Él a sus amigos». Ya sabéis lo que Santa Teresa le respondió a Jesús: «Ahora entiendo por qué tienes tan pocos».

Unas vacaciones para reflexionar
Era una situación dolorosa, de la que era difícil salir, por lo que entonces Chiara me propuso unos días de vacaciones. Yo pensé: «Estupendo, me iré a la playa y tomaré el sol», pero Chiara ya había pensado en todo: «Hay un lugar al que puedes ir. Es un pueblo en Bosnia que se llama Medjugorje. Cógete unas vacaciones y vete allí». Yo le dije a Chiara: «A Medjugorje yo no voy, Chiara. Mejor me pagas las vacaciones en Croacia, que está muy cerca y tiene un mar estupendo. Ya cuando esté allí, un día me acerco a Medjugorje. Pero yo no me voy a meter entre las colinas, las piedras y el calor. Eso no son vacaciones». Chiara me respondió: «Te recuerdo que hiciste un voto de pobreza y otro de obediencia. Elige por cual de los dos quieres ir a Medjugorje». Así que elegí el de la obediencia, y voluntariamente vine a Medjugorje.

Medjugorje
Llegué a Medjugorje ¡Me daban una pena los peregrinos! Porque yo pensaba que yo estaba allí porque me habían obligado, pero no entendía por qué ellos no iban al mar, pudiendo hacerlo.

En fin, los primeros diez días fueron un desastre. Yo no quise saber nada de peregrinos, ni del fenómeno de Medjugorje, ni de nada.

Una vidente y la aparición
El día decimoprimero, estaba tras la explanada, cerca de la carpa verde. Estaba tumbada en mi toalla, tomando el sol. En serio, pasaba de todo. Y ahí tirada me vio Marija, una de las videntes. No nos conocíamos de nada, pero a ella le llamó la atención, no sé si verme tumbada tomando el sol, o mi toalla verde chillona.

Se acercó a mí y me dijo: «Hola, ¿qué haces?». «Estoy esperando a que comience la Misa». Entonces Marija, sin más, con toda la naturalidad, me dijo: «Vente mañana conmigo a una aparición».

¡Imagínate! Era ridículo. Tanto que me dio la risa y le contesté: «Mira, va a ser mejor que la Virgen María venga a mí, porque yo de aquí no me muevo». Marija me miró un poco sorprendida, en silencio. Al cabo de unos segundos, cuando se me quitó la sonrisa de la cara, me dijo: «Tú vente mañana».

Unos días aburridos
En Medjugorje, si no vives el fenómeno, tampoco es que haya mucho que hacer. Mis primeros diez días allí fueron tan aburridos, que por muy absurdo que pareciese, asistir a una aparición suponía algo distinto en medio de aquel aburrimiento, así que el día siguiente aparecí a la hora que me había dicho Marija en el Oasis de la Paz, donde iba a vivir su aparición. Al llegar allí, aquello estaba lleno de gente.

Yo llegué a las seis y cuarto de la tarde y allí había gente que llevaba más de tres horas, con todo el calor. Yo pensé: «Qué tontería llegar tan temprano, si de toda formas a la Virgen solo la ve la vidente, pero bueno».

Al cabo de unos minutos llegó Marija. Me vio en el jardín, me cogió de la mano y me llevó dentro de la capilla con ella, delante del todo, a su lado. Me llevó hasta allí a rastras y de un empujón me puso de rodillas. Todo el mundo rezaba y yo pensaba: «Qué buenos todos estos peregrinos, mira cómo rezan», pero mi corazón estaba muy cerrado y no quería participar con ellos.

Recuerdo el momento en que comenzó la aparición. Todo el mundo se quedó en silencio y Marija se quedó mirando extasiada hacia arriba.

En medio de la aparición
En ese momento pensé: «Cualquiera desearía estar aquí a su lado, ¿cómo es posible que a mí no afecte?». La miré a Marija y vi que, sin emitir ningún sonido, movía sus labios, ¿y saben cual fue mi pensamiento en ese momento?: «Pero ella, con la Virgen, ¿habla en croata o en italiano?». Os prometo que lo pensé, de verdad, incluso quince días después de aquello se lo pregunté a ella. Me dijo que hablaban en croata.

¿Un trasplante del corazón?
Bromas a parte, en cierto momento de la aparición ocurrió algo. Y se lo cuenta la persona más racional que existe. Empecé a sentir un calor en el cuerpo. Era un calor que llegaba hasta la punta de mis dedos, hasta mis pies. Era un calor maravilloso. Sentí como si algo me abrazara, me rodeara y me cubriese entera, y entonces ocurrió lo más increíble, y es que sentí como si me hiciesen un transplante de corazón. Digo trasplante porque sentí como si algo se metía en mi pecho y me arrancara una piedra de dentro. Era un corazón herido, enfermo, y sentí como si me colocasen un corazón nuevo ahí dentro, en su lugar. Subrayo la palabra transplante, porque no fue un corazón curado, sino un corazón nuevo, que me llenaba de paz el alma, la mente y el cuerpo.

«Algo bellísimo»
Al acabar la aparición yo no entendía nada de lo que estaba sintiendo, pero era bellísimo. Empecé a darme cuenta de que tenía que marcharme y comencé a repetirme a mí misma que en realidad no pasaba nada, para ver si me calmaba, pero qué va, cada vez que lo decía mejor lo sentía.

Entonces Marija se levantó e hizo lo que hace siempre. Explicó a todos lo sucedido: «He presentado a la Virgen María todas vuestras intenciones de oración. La Virgen María ha orado por ustedes y les ha bendecido». A todo esto yo seguía de rodillas a su lado. Entonces ella, delante de todos me miró y dijo: «La Virgen María ha hecho suyo el dolor de tu corazón. A partir de hoy solo ella será tu madre».

«La Virgen te vió»
Salí de la capilla. Marija no sabía nada de mi historia. Cuando ella salió yo estaba en el jardín, desconcertada. Me cogió de nuevo por el brazo y, sin estar yo todavía muy convencida de lo que suponía que había pasado, le pregunté: «Marija, tu estabas ahí, ¿me viste durante la aparición?», y ella me respondió: «No, yo no te vi. Pero la Virgen sí».

«María me coge de la mano»
Desde aquel día hasta hoy he sentido a María en mi vida. La he sentido de una manera muy concreta. He descubierto que cada vez que tengo el rosario en las manos, es María quien me coge de la mano.

Modelo de santidad
Aquella tarde aprendí otra cosa. Era cierto que hasta ese día había trabajado para Dios, pero María quería que yo trabajase con Dios. Y otra cosa bellísima fue que si yo quería ser santa, debía tomar a la Virgen María como modelo de santidad. Os aseguro que eso, para un carácter como el mío, no es nada fácil. No es fácil vivir la obediencia. No es fácil vivir la humildad. No es fácil vivir el silencio de María. El silencio de María bajo la cruz. Pensad que María estaba bajo la cruz.

Un dolor transformado en amor
Aquella fue una experiencia bellísima, porque descubrí que el dolor puede ser transformado en amor por la humanidad.

Os digo que si aquella tarde del entierro de Luca dije que Dios no existía, después de doce años puedo deciros que Dios sí que existe.

Ocho años de silencio
Durante ocho años he vivido en silencio. Durante ocho años he estado escondida. Pero hace dos años, en un capítulo general de la familia salesiana, Chiara y algunos otros me pidieron que contara mi historia. Al principio tuve miedo. Pero cuando aprendes que la vida no te pertenece a ti, que la vida es un regalo, el miedo puede ser canjeado. Yo hice este pacto con Jesús: «Jesús, si mi vida, mi historia, sirve a un solo joven a encontrar tu misericordia, yo daré mi vida por esto».

No tener miedo del sufrimiento
Queridos jóvenes, no tengáis miedo del sufrimiento. El sufrimiento existe, sí. El mundo nos dice que no existe, nos enseña cómo cubrirlo, cómo barnizarlo con capas de cosas sin importancia. Pero Jesús nos enseña a vivirlo con Él. Lo que tiene a Jesús clavado en la cruz no son los clavos, sino el amor especial que tiene por cada uno de nosotros. Por eso os ruego, por favor, que como decía san Francisco de Asís, no permitáis que el Amor de los amores no sea amado. ¡Llevemos el amor de Dios a todas partes! Podemos hacerlo, Jesús nos ha enseñado cómo. Somos pequeños, pero seamoslo como decía la madre Teresa de Calcuta: como las gotas del mar, que hacen un océano.

Dios nos ama hasta morir
Queridos jóvenes, estáis todos callados. Hay un gran silencio, pero como decía san Pedro, yo no tengo oro ni plata. ¡Lo que yo tengo me llega de la Providencia! Mirad, ni si quiera este rosario que llevo en el bolsillo es mío. Me lo han dado. Queridos jóvenes, yo no tengo nada, y a diferencia de san Pedro yo no hago milagros. Pero os puedo decir una cosa: ¡Que hay un Dios que ha dado su vida! ¡Que hay un Dios que nos ama hasta morir! ¡Que debemos experimentar la alegría de Cristo resucitado!

Los satanistas creen más que nosotros
Mirad ese pedazo de pan. Ese pedazo de pan que nosotros adoramos, ese pedazo de pan blanco con el que nos nutrimos… ahí está realmente el cuerpo de Jesús. Y esto os lo digo con un gran dolor, porque los satanistas creen más que nosotros que ahí está el cuerpo de Jesús. Nosotros tenemos que empezar a creer. Tenemos que empezar a vivir a Jesús. Mirad san Pablo. Él decía: «No soy yo quien vive, es Jesús quien vive en mí» .

Utiliza el sufrimiento, pero no huyas de él
Os lo repito, no huyáis del sufrimiento, utilizarlo. Llevádselo a Jesús y ese sufrimiento se transformará en amor.

Me despido con una frase de Edith Stein . Cuando Edith Stein se convirtió, le preguntaron por qué se había convertido al catolicismo, y ella respondió: «Yo busqué el amor. Y encontré a Jesús». 



Carlo Acutis. (1991-2006)

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El Papa Francisco ha firmado este jueves el decreto que reconoce las virtudes heroicas de Carlo Acutis, un adolescente que ofreció su enfermedad por la Iglesia y que utilizó su pasión por la informática para evangelizar y difundir el amor a la Eucaristía.

El Pontífice recibió en audiencia hoy 5 de julio en el Vaticano al Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Angelo Amato, y firmó los decretos que declaran Venerables a cuatro Siervos de Dios, entre los cuales se encuentra Acutis.

Carlo Acutis nació el 3 de mayo de 1991 en Londres (Inglaterra), donde vivía su familia por motivos laborales. Años más tarde se trasladaron a Milán (Italia).

Hizo su Primera Comunión a los siete años y desde entonces su vida estuvo marcada por un profundo amor hacia la Eucaristía, a la que consideraba como una “autopista hacia el cielo”.

Asistía a Misa todos los días y también rezaba el Rosario, impulsado por su devoción a la Virgen María, a quien consideraba su confidente. Además, daba clases de catecismo a los niños y ayudaba a los más necesitados.

Su intensa vida espiritual lo llevó a crear lo que algunos llamaron el “kit para hacerse santo”, que estaba compuesto por la Misa, la Comunión, el Rosario, la lectura diaria de la Biblia, la confesión y el servicio a los demás.

Una biografía suya recoge las palabras que él pronunció sobre sus ideales: “Nuestra meta debe ser el infinito, no el finito. El Infinito es nuestra Patria. Desde siempre el Cielo nos espera”.

Por otro lado, Acutis desarrolló desde pequeño su talento por la informática y fue considerado un genio por los adultos que lo conocían.

Así, unió su afición por la informática con su celo evangelizador, y creó exposiciones virtuales sobre temas de fe. Una de las más destacadas la realizó cuando tenía 14 años de edad y trata sobre los milagros eucarísticos en todo el mundo.

Cuando descubrió que tenía leucemia, Acutis ofreció sus sufrimientos por el Papa y la Iglesia Católica. Murió el 12 de octubre de 2006 en la fiesta de la Virgen del Pilar, con 15 años de edad.

Según indica el sitio web Famiglia Cristiana, antes de saber que estaba enfermo, el joven grabó un video donde dijo que si moría le gustaría que lo enterraran en Asís. En ese sitio actualmente reposan sus restos.


http://www.carloacutis.com/

http://www.carloacutis.com/es/association

jueves, 11 de octubre de 2018

Santa Maravillas de Jesús



La Santa, ya anciana, escribiendo en su despacho.


“Señor, cuando tú quieras, como tú quieras, lo que tú quieras; eso es lo único que queremos y deseamos”.



domingo, 7 de octubre de 2018

CINCO PRIMEROS SÁBADOS DE REPARACIÓN

CINCO PRIMEROS SÁBADOS DE REPARACIÓN




Lucía, vidente de Fátima, era postulante en el Convento de las Doroteas en Pontevedra, España cuando tiene una aparición de la Virgen sobre una nube de luz, con el Niño Jesús a su lado. La Santísima Virgen puso su mano sobre el hombro de Lucía, mientras en la otra sostenía su corazón rodeado de espinas. El Niño le dijo: "Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre. Está cercado de las espinas que los hombres ingratos le clavan a cada momento, y no hay nadie que haga un acto de reparación para sacárselas."

Inmediatamente dijo Nuestra Señora a Lucía:
"Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme y di que a todos los que, durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan compañía durante 15 minutos meditando en los misterios del rosario con el fin de desagraviarme les prometo asistir en la hora de la muerte con las gracias necesarias para su salvación"

Lucía le habló (a Jesús) de la confesión para los primeros sábados y preguntó si valía hacerla en los ocho días. Jesús contestó: "Sí; todavía con más tiempo, con tal que me reciban en estado de gracia y tengan intención de desagraviar al Inmaculado Corazón de María".

La intención de hacer esta reparación al Inmaculado Corazón de María puede ponerse al principio.


¿Por qué 5 Sábados?

Después de haber estado Lucía en oración, Nuestro Señor le reveló la razón de los 5 sábados de reparación: "Hija mía, la razón es sencilla: se trata de 5 clases de ofensas y blasfemias proferidas contra el Inmaculado Corazón de María:

1- Blasfemias contra su Inmaculada Concepción.

2- Contra su virginidad.

3- Contra su Maternidad Divina, rehusando al mismo tiempo recibirla como Madre de los hombres.

4- Contra los que procuran públicamente infundir en los corazones de los niños, la indiferencia, el desprecio y hasta el odio hacia la Madre Inmaculada.

5- Contra los que la ultrajan directamente en sus sagradas imágenes.”


"He aquí hija mía, por que ante este Inmaculado Corazón ultrajado, se movió mi misericordia a pedir esta pequeña reparación, y, en atención a Ella, a conceder el perdón a las almas que tuvieran la desgracia de ofender a mi Madre. En cuanto a ti procura incesantemente con tus oraciones y sacrificios moverme a misericordia para con esas almas".

domingo, 3 de junio de 2018

De la carta de san Pablo Le-Bao-Tinh a los alumnos del seminario de Ke-Vinh.

SANTOS ANDRÉS DUNG-LAC, presbítero, y compañeros, mártires. (MEMORIA)

Durante el siglo XVI, varias familias religiosas anunciaron el Evangelio en las diversas regiones del Vietnam. Mucha gente del pueblo recibió con alegría la Buena Noticia del Evangelio. Esta aceptación de la fe cristiana fue enseguida probada por la persecución. Durante los siglos XVII, XVIII y XIX, a pesar de que hubo breves intervalos de paz, muchos cristianos obtuvieron el don del martirio. Entre ellos hubo obispos, presbíteros, religiosos, religiosas, catequistas, tanto hombres como mujeres, y laicos de sexo y condición diversa. El papa Juan Pablo II canonizó ciento diecisiete mártires el día 19 de junio de 1988; este grupo de mártires estaba formado por noventa y seis vietnamitas, once misioneros dominicanos españoles y diez franceses. A petición del episcopado vietnamita, el mismo Papa ha introducido en el Calendario romano la memoria del presbítero Andrés Dung-Lac y sus compañeros.



De la carta de san Pablo Le-Bao-Tinh a los alumnos del seminario de Ke-Vinh, enviada el año mil ochocientos cuarenta y tres.
(A. Launay, Le clergé tonkinois et ses pretres martyrs, MEP, Paris 1925, pp. 80-83)



LA PARTICIPACIÓN DE LOS MÁRTIRES EN LA VICTORIA DE CRISTO CABEZA

Yo, Pablo, encarcelado por el nombre de Cristo, os quiero explicar las tribulaciones en que me veo sumergido cada día, para que, enfervorizados en el amor a Dios, alabéis conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia. Esta cárcel es un verdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son grillos, cadenas de hierro y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias, palabras indecentes, peleas, actos perversos, juramentos injustos, maldiciones y, finalmente, angustias y tristeza. Pero Dios, que en otro tiempo libró a los gres jóvenes del horno de fuego, está siempre conmigo y me libra de estas tribulaciones y las convierte en dulzura, porque es eterna su misericordia.

En medio de estos tormentos, que aterrorizarían a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de gozo y alegría, porque no estoy solo, sino que Cristo está conmigo.

Él, nuestro maestro, aguanta todo el peso de la cruz, dejándome a mí solamente la parte más pequeña e insignificante. Él, no sólo es espectador de mi combate, sino que toma parte en él, vence y lleva a feliz término toda la lucha. Por esto en su cabeza lleva la corona de la victoria, de cuya gloria participan también sus miembros.

¿Cómo resistir este espectáculo, viendo cada día cómo los emperadores, los mandarines y sus cortesanos blasfeman tu santo nombre, Señor, que te sientas sobre querubines y serafines? ¡Mira, tu cruz es pisoteada por los paganos! ¿Dónde está tu gloria? Al ver todo esto, prefiero, encendido en tu amor, morir descuartizado, en testimonio de tu amor.

Muestra, Señor, tu poder, sálvame y dame tu apoyo, para que la fuerza se manifieste en mi debilidad y sea glorificada ante los gentiles, ya que, si llegara a vacilar en el camino, tus enemigos podrían levantar la cabeza con soberbia.

Queridos hermanos, al escuchar todo esto, llenos de alegría, tenéis que dar gracias incesantes a Dios, de quien procede todo bien; bendecid conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia. Proclame mi alma la grandeza del Señor, se alegre mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su siervo y desde ahora me felicitarán todas las generaciones futuras, porque es eterna su misericordia.

Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos, porque lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder, y lo despreciable, lo que no cuenta, lo ha escogido Dios para humillar lo elevado. Por mi boca y mi inteligencia humilla a los filósofos, discípulos de los sabios de este mundo, porque es eterna su misericordia.

Os escribo todo esto para que se unan vuestra fe y la mía. En medio de esta tempestad echo el ancla hasta el trono de Dios, esperanza viva de mi corazón.

En cuanto a vosotros, queridos hermanos, corred de manera que ganéis el premio, haced que la fe sea vuestra coraza y empuñad las armas de Cristo con la derecha y con la izquierda, como enseña san Pablo, mi patrono. Más os vale entrar tuertos o mancos en la vida que ser arrojados fuera con todos los miembros.


Ayudadme con vuestras oraciones para que pueda combatir como es de ley, que pueda combatir bien mi combate y combatirlo hasta el final, corriendo así hasta alcanzar felizmente la meta; en esta vida ya no nos veremos, pero hallaremos la felicidad en el mundo futuro, cuando, ante el trono del Cordero inmaculado, cantaremos juntos sus alabanzas, rebosantes de alegría por el gozo de la victoria para siempre. Amén.


RESPONSORIO Cf. Hb 12, 1-3

R. Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, * fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús.
V. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.
R. Fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús.


OREMOS,


Oh Dios, fuente y origen de toda paternidad, tú hiciste que los santos mártires Andrés y sus compañeros fueran fieles a la cruz de Cristo, con una fidelidad que llegó hasta el derramamiento de su sangre; concédenos, por su intercesión, que difundamos tu amor entre nuestros hermanos y que nos llamemos y seamos de verdad hijos tuyos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén

Cristo cura la humanidad herida.

Al fin pasó un samaritano. Cristo se da adrede el nombre de samaritano. Él, de quien se había dicho, para ultrajarle: «Eres un samaritano y estás poseído de un demonio» (Jn 8,48). El samaritano viajero, que era Cristo –porque verdaderamente viajaba– vio a la humanidad que yacía en tierra. Y no hizo caso omiso, porque el fin de su viaje era «visitarnos» (Lc 1,68.78) a nosotros por quienes bajó a la tierra y se alojó en ella. Porque no solamente «apareció, sino que conversó con los hombres» en verdad (Ba 3,38).
Sobre nuestras llagas derramó vino, el vino de la Palabra, y como la gravedad de las heridas no soportaba toda su fuerza, lo mezcló con el aceite de su dulzura y su «amor por los hombres» (Tt 3,4).Seguidamente condujo al hombre al hostal. Da a la Iglesia este nombre de hostal, por llegar a ser el lugar donde habitan y se refugian todos los pueblos… Y, una vez llegados al hostal, el buen samaritano mostró al que había salvado una solicitud todavía mayor: Cristo mismo estaba en la Iglesia, concediendo toda gracia. Y al jefe del hostal, símbolo de los apóstoles, y pastores y doctores que le han sucedido, les da al marchar, es decir, al subir al Cielo, dos monedas de plata para que tengan gran cuidado del enfermo. Podemos entender que estas dos monedas son los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo, el de la Ley y los profetas, y el que nos ha sido dado con los evangelios y los escritos de los apóstoles. Los dos son del mismo Dios y llevan en sí la única imagen del único Dios de lo alto, igual que las monedas de plata llevan la imagen del rey, e imprimen en nuestros corazones, por medio de sus santas palabras, la misma imagen del rey, puesto que es uno sólo y el mismo Espíritu el que las ha pronunciado. Son las dos monedas de un solo rey, dadas por Cristo al mismo tiempo y con el mismo título al jefe del hostal.
En el último día, los pastores de las santas iglesias dirán al Amo del hostal, a su regreso: «Señor, me diste dos monedas de plata, he aquí que, empleándolas, he ganado otras dos con las que he engrandecido el rebaño». Y el Señor responderá: «Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante. Pasa al banquete de tu Señor» (Mt 25, 21).

San Severo de Antioquía Homilía 89

domingo, 6 de mayo de 2018

Alegrarse en el Señor. San Agustín.


SERMÓN 171
Traductor: Pío de Luis, OSA

Alegrarse en el Señor (Flp 4,4-6)

1. 1. El Apóstol nos manda alegrarnos, pero en el Señor, no en el mundo1. Pues —como dice la Escritura— todo el que quiera ser amigo de este mundo, será tenido por enemigo de Dios2. Como el hombre no puede servir a dos señores3, así tampoco puede gozarse al mismo tiempo en el mundo y en el Señor. Estos dos gozos son muy diferentes y hasta totalmente opuestos. Cuando uno se goza en el mundo, no se goza en el Señor, y cuando se goza en el Señor, no se goza en el mundo. Venza el gozo en el Señor hasta que desaparezca el gozarse en el mundo. Aumente siempre el gozo en el Señor y disminuya continuamente el gozo en el mundo, hasta que desaparezca. Si se dice esto, no es porque no debamos alegrarnos mientras vivimos en este mundo, sino para que, incluso mientras nos hallamos en él, nos alegremos ya en el Señor. Pero dirá alguien: «Estoy en el mundo, y sí me alegro, me alegro donde estoy». Entonces, ¿qué? ¿Acaso porque estás en el mundo ya no estás en el Señor? Escucha lo que dice el Apóstol mismo en los Hechos de los Apóstoles dirigiéndose a los atenienses y hablando de Dios, Señor y Creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos4. En efecto, ¿dónde no está el que está en todas partes? ¿No era esto a lo que nos exhortaba? El Señor está cerca, no os inquietéis por nada5. Cosa grande es ésta: que haya ascendido por encima de todos los cielos y que esté cerca de los que viven en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y cercano a la vez, sino el que por misericordia se hizo próximo a nosotros?

2. 2. Aquel hombre que yacía en el camino, abandonado medio muerto por los salteadores, a quien despreciaron el sacerdote y el levita que por allí pasaron y a quien curó y auxilió un samaritano que iba también de paso, es el género humano. ¿Cómo se llegó a esta narración? A cierta persona que le preguntó cuáles eran los mandamientos más excelentes y supremos de la ley, el Señor respondió que eran dos: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo6. Ella le replicó: ¿Y quién es mi prójimo?7 Y el Señor le narró que un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. En cierto modo ya manifestó que se trataba de un israelita. Y cayó en manos de unos salteadores. Tras haberlo despojado de todo y haberlo golpeado duramente, le abandonaron medio muerto en el camino. Pasó un sacerdote, sin duda cercano por raza al que yacía, y pasó de largo. Pasó un levita, también éste cercano por raza, e igualmente despreció al que yacía en el camino. Pasó un samaritano, lejano por raza, pero cercano por la misericordia, e hizo lo que sabéis8. Jesucristo, el Señor, quiso que le viésemos a él representado en aquel samaritano. Samaritano, en efecto, quiere decir custodio, guardián. Por eso, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere, y la muerte ya no tiene dominio sobre él9, puesto que no duerme ni dormita el guardián de Israel10. Finalmente, cuando los judíos, blasfemando, lo injuriaban, le dijeron: ¿No decimos con verdad que eres samaritano y tienes un demonio?11 Siendo dos las palabras injuriosas lanzadas contra el Señor al decirle: ¿No decimos con verdad que eres samaritano y tienes un demonio?, podía haber respondido: «Ni soy samaritano ni tengo demonio», pero respondió: Yo no tengo ningún demonio12. En su respuesta hay una refutación; en su silencio, una confirmación. Negó tener un demonio quien sabía que expulsaba a los demonios; no negó ser guardián del débil. Por tanto, el Señor está cerca, porque el Señor se nos hace cercano en el prójimo.

3. 3. ¿Qué hay más alejado y más separado entre sí que Dios y los hombres, el inmortal y los mortales, el justo y los pecadores? Lejanía que no resulta de la distancia, sino de la desemejanza. Es la misma forma de hablar que usamos cuando decimos de dos hombres de diversas costumbres: «Éste está muy lejos de aquel». Aunque esté uno junto al otro, aunque habiten más cerca todavía uno del otro, aunque se hallen atados con una misma cadena, el piadoso está lejos del impío, el inocente lejos del culpable y el justo lejos del injusto. Si esto se dice de dos hombres, ¿qué decir respecto a Dios y los hombres? A pesar de estar el inmortal y el justo lejos de nosotros en cuanto mortales y pecadores, descendió hasta nosotros para hacerse cercano a nosotros el que estaba lejano. ¿Y qué hizo? Él tenía dos bienes y nosotros dos males; sus dos bienes eran la justicia y la inmortalidad; nuestros dos males, la iniquidad y la mortalidad; si hubiese asumido nuestro doble mal, se hubiese hecho igual a nosotros y con nosotros hubiese necesitado liberador. ¿Qué hizo, pues, para estar próximo a nosotros? Próximo, es decir, no lo que nosotros, sino cerca de nosotros. Considera estas dos cosas: es justo e inmortal; en tus dos males, una cosa es la culpa y otra la pena; la culpa es lo que te hace injusto, y la pena lo que te hace mortal. Él, para estar próximo a ti, asumió tu pena, pero no tu culpa, y si la asumió fue para borrarla, no para perpetrarla. Siendo justo e inmortal, estaba lejos de los injustos y mortales. Tú, en cuanto pecador y mortal, estabas lejos del justo e inmortal. Él no se hizo pecador como lo eras tú, pero se hizo mortal como tú. Permaneciendo justo, se hizo mortal. Asumiendo la pena, sin la culpa, destruyó culpa y pena. Por tanto, el Señor está cerca, no os inquietéis por nada13. Aunque corporalmente ascendió por encima de todos los cielos, con su majestad no se alejó. Quien hizo todo está presente en todas partes.

4. 4. Alegraos siempre en el Señor14. ¿Qué es gozarse en el mundo? Gozarse en la maldad, en la liviandad, en cosas que deshonran y deforman. En todas estas cosas encuentra su gozo el mundo. Cosas todas que no existirían si los hombres no las hubiesen querido. Hay cosas que hacen los hombres, y cosas que las sufren y, aunque no quieran, las soportan. ¿Qué es, pues, este mundo y cuál el gozo del mundo? Os lo voy a decir, hermanos, brevemente, en la medida de mis posibilidades y de la ayuda divina. Os lo diré con celeridad y en pocas palabras. La alegría del mundo consiste en la maldad impune. Entréguense los hombres al derroche, a la fornicación, a las bagatelas de los espectáculos; anéguense en borracheras, mancíllense con la lascivia, no sufran mal alguno: ved el gozo del mundo. Que ninguno de los males mencionados sea castigado con el hambre, o el temor de la guerra o algún otro temor, ni con ninguna enfermedad o cualquier otra adversidad; antes bien, haya abundancia de todo, paz para la carne y seguridad para la mente perversa: ved aquí el gozo del mundo. Pero Dios piensa de manera distinta al hombre; uno es el pensamiento de Dios y otro el del hombre. Fruto de una gran misericordia es no dejar impune la maldad: mas, para no verse obligada a condenar a la gehenna al final, se digna castigar ahora con el azote.

5. 5. En efecto, ¿quieres conocer cuán gran castigo es la falta de castigo, pero no para el justo, sino para el pecador, a quien se le aplica el castigo temporal para que no le sobrevenga el eterno? ¿Quieres, pues, conocer cuán gran castigo es la falta de castigo? Interroga al salmo: El pecador irritó al Señor15. ¡Impetuosa exclamación! Puso atención, reflexionó y exclamó: El pecador irritó al Señor. «¿Por qué?», te suplico. «¿Qué viste?». Quien así exclamó vio al pecador entregado impunemente al derroche, a hacer el mal, abundante en bienes, y gritó: El pecador irritó al Señor. ¿Por qué dijiste esto? ¿Qué fue lo que viste? Es tan grande su ira que no le pide cuentas16. Comprended, hermanos cristianos, la misericordia de Dios. Cuando castiga al mundo, no quiere condenarlo. Es tan grande su ira que no le pide cuentas. Y el no pedirle cuentas se debe a la magnitud de su ira. Grande es su ira. Su justa severidad es indicadora de perdón. Pues la severidad es como una verdad cruel. Si, pues, alguna vez perdona mostrándose duro, buena cosa es para nosotros el que nos socorra castigándonos. Y, con todo, si consideramos las acciones del género humano, ¿qué es lo que padecemos? No nos ha tratado en conformidad con nuestras obras17. En efecto, somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo único, para no seguir siendo único, murió por nosotros. No quiso ser único quien murió siendo único. A muchos hizo hijos de Dios el Hijo único de Dios. Con su sangre se compró hermanos; siendo él reprobado los aprobó, vendido los rescató, ultrajado los honró, muerto los vivificó. ¿Dudas de que ha de darte sus bienes quien se dignó asumir tus males? Por tanto, hermanos, alegraos en el Señor18, no en el mundo; es decir, gozaos en la verdad, no en la maldad; gozad con la esperanza de la eternidad, no en la flor de la vanidad. Sea ése vuestro gozo, y dondequiera y por todo el tiempo que os halléis aquí, el Señor está cerca, no os inquietéis por nada19.

El buen samaritano. San Ambrosio

San Ambrosio - El buen samaritano Lc. 10, 30-37)

71. Un hombre baja de Jerusalén a Jericó. Con objeto de explicar más claramente el pasaje que nos hemos propuesto, repasemos la historia antigua de la ciudad de Jericó. Recordemos, pues, que Jericó, como leemos en el libro que escribió Josué, hijo de Nave, era una gran ciudad amurallada, inexpugnable a las armas e inatacable; en ella vivía la prostituta Rahab, que fue la que hospedó a los exploradores que envió Josué, les ayudó con sus consejos, respondió, cuando la preguntaron sus conciuda­danos, que ya se habían ido, los escondió en su casa y, para sus­traerse ella y los suyos a la destrucción de la ciudad, ató el cordón de hilo de púrpura a la ventana; pero los inexpugnables muros de esa ciudad rodaron por el suelo al sonido de las siete trompetas de los sacerdotes a los que acompañaba el estruendo jubiloso del pueblo.

72. Mirad cómo cada uno tiene su propio quehacer: el ex­plorador, la vigilancia; la meretriz, el secreto; el vencedor, la fidelidad; el sacerdote, la religión; los primeros desprecian el riesgo con tal de ganar honras; aquélla ni aun en medio de pe­ligros traiciona a quienes ha recibido; el vencedor, más pre­ocupado en conservar la fidelidad que en vencer, manda ante­poner la salud de la prostituta a la ruina de la ciudad; y, por fin, el arma propia del sacerdote, que no es otra que la fuerza de la religión. ¿Quién no se admirará, y con razón, al ver que de toda la ciudad sólo se salvará el que fue ayudado por la me­retriz?

73. He aquí, pues, la escueta verdad histórica, que, consi­derada más profundamente, nos revela admirables misterios. En efecto, Jericó es figura de este mundo, a la cual descendió Adán arrojado del paraíso, es decir, de aquella Jerusalén celeste, por su prevaricadora caída, pasando de la vida a la muerte; destierro este de su naturaleza que le ocasionó un cambio, no ciertamente de lugar, pero sí de costumbres. Y así quedó un Adán bien distinto de aquel primero que gozaba de una felicidad sin ocaso, pero que tan pronto como se lanzó a los pecados de este mundo, cayó en manos de los ladrones, a los que no habría venido a parar si no se hubiese apartado del mandato divino. ¿Quiénes son estos ladrones sino los ángeles de la noche y de las tinieblas, que se transforman a veces en ángeles de luz (2 Co 11, 14), aunque es un hecho que no puedan permanecer mucho tiempo en ese es­tado? Estos primero nos despojan del vestido de la gracia espiri­tual que recibimos, y así es como de ordinario logran sus primeros impactos; pero, si guardamos intactos los vestidos recibidos, no sentiremos los golpes de los ladrones. Ten, pues, cuidado para no ser despojado, como lo fue Adán, de la protección del precepto celestial y privado del vestido de la fe, ya que a eso se debió que él fuera herido mortalmente, herida mortal que se habría contagiado a todo el género humano si aquel Buen Samaritano, bajando del cielo, no hubiese curado esas peligrosas llagas.

74. Y no es un samaritano cualquiera este que no des­preció a aquel que había sido preterido por el sacerdote y el levita. No desprecies a aquel que lleva el nombre de una secta cuya interpretación te va a llenar de admiración; en efecto, el vocablo "samaritano" significa guardián. Demos ahora una inter­pretación a todo esto. En verdad, ¿quién es un custodio verda­dero, sino aquel de quien se ha escrito: El Señor guarda a los pequeños? (Sal 114, 6). Pues del mismo modo que hay un judío que es tal según la letra y otro que lo es por el espíritu, así también se da una manera de ser samaritano que se ve y otra que yace oculta. Mientras bajaba, pues, este samaritano —¿quién es este que bajó del cielo, sino el que sube al cielo, el Hijo de Dios que está en el cielo? (Jn 3, 13)—, habiendo visto a un hom­bre medio muerto, al que nadie había querido curar (el mismo caso que la que padecía de flujo de sangre y había gastado en médicos toda su hacienda), se llegó a él, es decir, compadecido de nuestra miseria, se hizo íntimo y prójimo nuestro para ejercitar su misericordia con nosotros.

75. Y vendó sus heridas untándolas con aceite y vino. Este médico tiene infinidad de remedios, mediante los cuales lleva a cabo, de ordinario, sus curaciones. Medicamento es su palabra; ésta, unas veces, venda las heridas; otras sirve de aceite, y otras actúa como vino; venda las heridas cuando expresa un mandato de una dificultad más que regular; suaviza perdonando los pecados, y actúa como el vino anunciando el juicio.

76. Y lo puso —continúa el texto— sobre su cabalgadura. Observa cómo realiza esto contigo: Él tomó sobre sí nuestros pecados y cargó con nuestros dolores (Is 53, 4). Otra confirmación es la del Buen Pastor, que puso sobre sus hombros a la oveja cansada (Lc 15, 5). En efecto, el hombre se ha convertido en un ser semejante a un jumento (Sal 48,13), pero Él nos ha colocado sobre su cabalgadura para que no fuésemos como el caballo y el mulo (Sal 31, 9) y ha tomado nuestro mismo cuerpo para suprimir las debilidades de nuestra carne.

77. Y, al fin, a nosotros, que éramos como jumentos, nos conduce a una posada. Una posada, como se sabe, no es más que un lugar donde suelen descansar los que se encuentran desfallecidos por un largo camino. Y por eso, el Señor, que es el que levanta del polvo al pobre y alza del estiércol al desvalido (Sal 112, 7), nos ha llevado a un mesón.

78. Y se preocupa con cuidado de él para que ese enfermo pueda observar los mandatos que había recibido. Pero este sa­maritano no tenía tiempo de hacer una permanencia larga en la tierra; debía volver al lugar de donde había bajado.

79. Y al día siguiente —pero, ¿cuál es este otro día, sino el domingo de la resurrección del Señor, del que fue dicho: este es el día que hizo el Señor? (Sal 117, 24)— tomó dos denarios y se los dio al mesonero, diciéndole: Cuídale.

80. ¿Qué significan estos dos denarios sino los dos testa­mentos que llevan impresa la efigie del eterno Rey y con los que nuestras heridas obtienen su curación? Porque hemos sido redi­midos a precio de sangre (1 P 1, 19) para no ser víctimas de las heridas de la última muerte.

81. El mesonero recibió los dos denarios (no creo que sea absurdo entender esto con relación a los cuatro libros). Y ¿quién es este hostelero? Tal vez pueda ser aquel que dijo: Todas las cosas me parecen estiércol en comparación de ganar a Cristo (Flp 3, 8), y por este mismo Cristo tendría cuidado del hombre herido. El hostelero es, en realidad, aquel que dijo: Cristo me envió a evangelizar (1 Co 1, 17). Los hosteleros son esos hombres a los que se ha dicho: Id por el mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura, y el que creyere y se bautizare será salvo (Mc 15, 16), salvo verdaderamente de la muerte y salvo de las heri­das que le pudieran infligir los ladrones.

82. ¡Bienaventurado ese mesonero que puede curar las he­ridas del prójimo!, y ¡bienaventurado aquel a quien dice Jesús: Lo que gastes de más te lo daré a mi vuelta! El buen dispensador da siempre en demasía. Buen dispensador fue Pablo, cuyos ser­mones y epístolas son como algo que rebosa a lo que había re­cibido, cumpliendo el mandato explícito del Señor de trabajar sin descanso corporal ni espiritual, a fin de obtener, por medio de la predicación de su palabra, el preservar a muchos de la grave flaqueza del espíritu. He aquí el dueño del mesón en el que el asno conoció el pesebre de su amo (Is 1, 3) y en el cual hay un lugar seguro para los rebaños de ovejas, con el fin de que, a esos lobos rapaces que braman alrededor de los apriscos, no les resulte fácil llevar a cabo sus ataques a las ovejas.

83. Pero El, además, promete una recompensa. Y ¿cuándo vas a venir, Señor, a darla sino en el día del juicio? Porque, aun­que Tú estés siempre y en todo lugar y vivas entre nosotros, si bien no te vemos, con todo, llegará un momento en el que todo hombre te verá volver. Paga, pues, lo que debes. ¡Bienaventu­rados aquellos hombres a los que debe Dios! ¡Ojalá que nos­otros pudiéramos ser deudores dignos para poder pagar todo lo que hemos recibido, sin que nos ensoberbezca el don del sacer­docio o del ministerio! ¿Cómo pagas Tú, Señor Jesús? Pro­metiste que a los buenos les darías un premio abundante en el cielo, y lo cumples cuando dices: Muy bien, siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho; entra en el gozo de tu Señor (Mt 25, 21).

84. Por tanto, puesto que nadie es tan verdaderamente nues­tro prójimo como el que ha curado nuestras heridas, amémosle, viendo en él a nuestro Señor, y querámosle como a nuestro pró­jimo; pues nada hay tan próximo a los miembros como la ca­beza. Y amemos también al que es imitador de Cristo, y a todo aquel que se asocia al sufrimiento del necesitado por la unidad del cuerpo. No es, pues, la relación de parentesco la que hace a otro hombre nuestro prójimo, sino la misericordia, porque ésta se hace una segunda naturaleza; ya que nada hay tan conforme con la naturaleza como ayudar al que tiene nuestra misma reali­dad natural.
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.7, 71-84, BAC Madrid 1966, p. 379-84)

El nacimiento del Señor. San Agustín.

SERMÓN 369

Tema: El nacimiento del Señor.
Lugar: Cartago, basílica Restituta.
Fecha: Día de Navidad.

1. Nuestro Salvador, por quien fue hecho todo día y nacido del Padre sin día, quiso que este día que hoy celebramos fuera la fecha de su nacimiento en la tierra. Quienquiera que seas tú que te admiras de este día, admírate, más bien, del día eterno que permanece ante todo día, que crea todo día, que nace en el día y libra de la malicia del día1. Admírate aún más: la que lo dio a luz es madre y virgen; el nacido no habla, siendo la Palabra. Con razón hablaron los cielos, se congratularon los ángeles, se alegraron los pastores, se transformaron los magos, se turbaron los reyes y fueron coronados los niños. Amamanta, ¡oh madre!, a nuestro alimento; amamanta al pan que viene del cielo y ha sido puesto en un pesebre como vianda para los piadosos jumentos. Allí conoció el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo2, o sea, la circuncisión y el prepucio3, uniéndose en la piedra angular4, cuyas primicias fueron los pastores y los magos. Amamanta a quien te hizo tal que él mismo pudo hacerse en ti; a quien te otorgó el don de la fecundidad al concebirlo sin privarte al nacer de la honra de la virginidad; a quien ya antes de nacer eligió el seno y el día en que iba a nacer. El mismo creó lo que eligió, para salir de allí como esposo de su tálamo5 a fin de poder ser contemplado por ojos mortales y atestiguar, mediante el aumento de la luz en esos días del año, que había venido como luz de las mentes. Los profetas pregonaron que el creador de cielo y tierra iba a aparecer en la tierra entre los hombres6; el ángel anunció que el creador de la carne y del espíritu vendría en la carne. Juan saludó desde el seno al Salvador, que estaba también en el seno; el anciano Simeón reconoció a Dios en el niño que no hablaba; la viuda Ana, a la virgen madre. Estos son los testigos de tu nacimiento, señor Jesús, antes de que las olas se te sometiesen cuando las pisabas y las mandabas calmarse; antes de que el viento se callase por orden tuya, que el muerto volviese a la vida ante tu llamada, que el sol se oscureciese al morir tú, que la tierra se estremeciese al resucitar, que el cielo se abriese en tu ascensión; antes de que hicieses estas y otras maravillas en la edad juvenil de tu cuerpo. Aún te llevaban los brazos de tu madre y ya eras reconocido como Señor del orbe. Tú eras un niño pequeño de la raza de Israel, y tú también el Emmanuel, el Dios con nosotros7.

2. ¿Cómo será aquella generación de nuestro Salvador por la que es coeterno al Padre que lo engendra, si el mundo se llenó de pavor ante este nacimiento de la virgen que la fe piadosa reconoció y mantuvo, del que la incredulidad, en cambio, se río y al que la soberbia vencida temió? ¿Qué generación es aquella por la que en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios?8 ¿Qué palabra es aquella que, antes de pronunciarla yo, no enmudecía y, una vez dicha, no calló ante quien la pronunciaba? ¿Cómo es la palabra sin tiempo por la que fueron hechos los tiempos; la palabra para comenzar a pronunciar la cual nadie abrió los labios y nadie los cerró una vez pronunciada; la palabra que no comienza en la boca de los que hablan y abre las bocas de los mudos; la palabra que no crea las lenguas disertas de los gentiles y hace disertas las lenguas de quienes aún no hablan?9 ¿Cómo es, repito, aquel nacimiento al que el padre no cede el puesto al morir, porque no la precedió en el vivir? Levantemos nuestra alma hasta él, cuanto nos sea posible con su ayuda, desde cualquier intervalo de lugar o tiempo, desde cualquier distancia espacial que acostumbramos percibir ya en los días, ya en los cuerpos, por si podemos comprender cómo el que engendra no precede al engendrado y cómo el engendrado no sigue al que engendra, el Padre y el Hijo, sin ser ambos Padres ni ambos Hijos, pero sí ambos eternos; sin que engendren los dos, sin que los dos nazcan, pero sin que uno viva sin el otro. Consideremos, si somos capaces, que el Padre lo engendró desde siempre y que el Hijo nació también desde siempre; si no somos capaces, creámoslo. No está aquí la Palabra que queremos pronunciar, y, sin embargo, no está lejos de cada uno de nosotros: En él vivimos, nos movemos y existimos10. Trascendamos nuestra carne, en la que los padres preceden en la vida a los hijos, puesto que para que pudieran engendrarlos tuvieron que crecer, y, al crecer los hijos, ellos envejecen; los padres vivían antes de nacer los hijos, porque los hijos han de vivir aún después de que hayan muerto los padres. Trascendamos, asimismo, nuestras almas; también ellas, cuando piensan, paren algo, que conservan consigo mediante el saber; pero pueden perderlo por el olvido, porque no lo tenían antes, cuando lo ignoraban. Trascendamos todo lo corporal, temporal y mudable para ver por encima de todas las cosas al que las hizo a todas11. Nuestros ascensos se producen en el corazón, porque también está cerca aquel lugar adonde ascendemos. Estamos muy lejos de él en cuanto que somos desemejantes a él. Asciende, pues, a él su semejanza, creada y restaurada en nosotros, por la que, al no ser aún perfecta, parpadea la mirada débil y no puede contemplar el resplandor admirable de la luz eterna. ¿Quién narrará el nacimiento12 de aquel cuyo fulgor aún no lo capta la mirada de la mente? Pero la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros13.

3. Alabemos, amemos y adoremos este nacimiento, cuya fecha celebramos hoy; el nacimiento por el que se dignó venir a través de Israel y hacerse Emmanuel: Dios con nosotros en la debilidad de la carne, pero no en la maldad del corazón, acercándose a nosotros por medio de lo que tomó de nosotros y liberándonos por lo suyo en que permaneció —en efecto, el Señor visitó a sus siervos mediante la debilidad mortal para hacerlos libres mediante la inmutable verdad—; este nacimiento, capaz de ser comprendido por la fragilidad humana; no aquel que permanece sin tiempo y sin madre, por encima de todas las cosas, sino este que tuvo lugar en el tiempo, sin padre entre todas las cosas; alabemos, amemos y adoremos a este hijo de la virgen y esposo de las vírgenes nacido de madre intacta y que nutre con la incorruptible verdad, para triunfar por su misericordia de la astucia del diablo una vez vencida. El diablo se infiltró para engañarnos corrompiendo la mente de la mujer; Cristo, para librarnos, nació de carne incorrupta, también de mujer.


sábado, 5 de mayo de 2018

El último mensaje de Robert Baden-Powell.

                                                                   Resultado de imagen para Robert Baden-Powell

Queridos scouts: Si han visto alguna vez la obra Peter Pan, recordarán cómo el jefe de los piratas siempre estaba pronunciando su discurso de despedida, por temor de que, cuando le llegara su hora, no tuviera ya tiempo de compartirlo. Algo así me sucede a mí, y, aun cuando no me estoy muriendo en este momento, lo haré uno de estos días y quiero mandarles un mensaje de despedida. Recuerden, esto es lo último que oirán de mí; por tanto, medítenlo. He tenido una vida muy dichosa, y quiero que cada uno de ustedes la tenga también. Creo que Dios nos puso en este mundo maravilloso para que fuéramos felices y disfrutáramos de la vida. La felicidad no procede de ser rico, ni siquiera del éxito en la propia carrera, ni de concederse uno todos los gustos. Un paso hacia la felicidad es hacerse sano y fuerte cuando niño, para poder ser útil y así gozar de la vida cuando se es un hombre. El estudio de la naturaleza les mostrará cómo Dios ha llenado el mundo de belleza y de cosas maravillosas para que las disfruten. Contentos con lo que les haya tocado y para que saquen el mejor partido de ello. Miren el lado alegre de las cosas, en vez del lado triste. Pero el camino verdadero para conseguir la felicidad pasa por hacer felices a los demás. Intenten dejar este mundo un poco mejor de como lo encontraron, y cuando les llegue la hora de morir, podrán morir felices, sintiendo que de ningún modo habrán perdido su tiempo, sino que habrán hecho todo lo posible. Así, estén siempre listos para vivir felices y morir felices: aferrados siempre a su promesa scout, aun cuando hayan dejado de ser muchachos, y que Dios les ayude a hacerlo así.

martes, 17 de abril de 2018

Jean Thierry Ebogo




Cada día, el pequeño Jean-Thierry preparaba helados con veinte litros de zumo de limón, para venderlos en la calle. Él nunca tomaba ninguno, aunque tenía seca la garganta por el calor y el polvo. Con esas ventas ayudaba a sostener a sus padres, pues la familia era pobre. Pero en su corazón, el muchacho tenía un gran sueño: quería ser como Jesús; y para ello quería ser sacerdote.

Este joven camerunés sólo quería ser como Jesús, no pudo llegar a ser sacerdote: falleció en el año 2006 con tan solo 23 años. Gracias a él, muchos jóvenes de Camerún y países limítrofes han descubierto su vocación, pues Jean-Thierry Ebogo murió en olor de santidad. El proceso de beatificación a nivel diocesano finalizó en 2014; desde entonces, Jean-Thierry tiene el título oficial de «Siervo de Dios». Miles de personas acudieron a su entierro; innumerables personas se sienten atraídas por él, todavía hoy; a muchos les ha prestado favores. Su tumba recibe la visita de muchas personas. Antes de morir, prometió regalar a África una auténtica «lluvia» de vocaciones sacerdotales; parece que ha cumplido su palabra…

En realidad, era un muchacho normal, alegre y servicial; querido por sus amigos, pero también por las chicas. Nació el 4 de febrero de 1982 en Bamenda. Ya a los cinco años de edad se sentía atraído por los misioneros, con la cruz que llevaban al cuello. Desde entonces comenzó a crecer en él el deseo de ser sacerdote. A los 13 años escribía poesías en las que expresaba una tierna devoción: «Te confío mi vida, mi ser para siempre. ¿Dónde podría encontrar algo mejor? No, Tú eres realmente lo mejor; tengo pruebas de ello. Tú me has creado, Tú me has hecho y me has coronado con amor».

No se quedó solo en palabras bonitas, pues siguió la llamada de Dios sin vacilar. A los 21 años ingresó en el convento de los carmelitas descalzos de Nkoabang. En 2004 fue admitido en el noviciado y tomó el nombre de «Jean-Thierry del Niño Jesús y de la Pasión de Cristo». Esos dos misterios marcarían profundamente su camino: la confiada infancia ante Dios siguiendo el camino del Salvador, que se ha hecho Niño, y el doloroso calvario que sufrió con Cristo. Son dos caras de la misma medalla; el joven Jean-Thierry fue introducido profundamente en este misterio. Solo pocas semanas después de entrar en el noviciado le encontraron un tumor maligno en la pierna derecha; tuvieron que amputarle la pierna. Sin embargo, el joven religioso aceptó los fuertes dolores y todo el sufrimiento que tuvo que padecer con una profunda entrega a la voluntad de Dios, y siempre con una sonrisa. Ofreció sus dolores por las vocaciones religiosas y sacerdotales.

En 2005 se trasladó a Italia para ser tratado; pero entonces ya tenía metástasis. Cuando le llevaron a un hospital de Milán, la médico exclamó: «¿A quién me habéis traído? ¡Es un santo!»; no podía creer que alguien sufriera tanto sin quejarse. Su estado era muy serio; tenía grandes dolores. Sin embargo, su única preocupación era poder ser ordenado sacerdote. «Sólo quiero curarme para ser sacerdote», decía.

Gracias a una dispensa pudo hacer los votos perpetuos el 8 de diciembre de 2005, fiesta de la Inmaculada Concepción, en su habitación del hospital. Su madre estuvo con él. Sin embargo, no pudo recibir la ordenación sacerdotal, pues falleció poco después, el 5 de enero de 2006. Su madre no pudo estar presente, pues había caducado el permiso de residencia en Italia y había tenido que regresar a Camerún. Cuando se despidió de él el 26 de diciembre, y ambos sabían que no volverían a verse en este mundo, Jean Thierry le dijo: «Que sea la voluntad de Dios. Mamá: acuérdate de que me ofreciste a Él cuando acababa de nacer. Es como cuando se va a visitar a un amigo y le llevas un pequeño cabrito. Después no se pregunta al amigo qué ha hecho con el cabrito; puede que lo haya criado, puede que lo haya comido. Yo soy ahora como un cabrito de Dios; no le podemos preguntar qué ha hecho con el cabrito que le regalaste cuando nací». Sus últimas palabras, antes de morir, fueron: «¡Qué bello es Jesús!».

El gran sueño del joven Jean-Thierry del Niño Jesús y de la Pasión de Cristo no se cumplió. Pero, del mismo modo que el grano de trigo que cae en la tierra y muere, sus santas pasión y muerte han abierto el corazón de muchos jóvenes a la llamada de Dios. Sobre todo en Camerún y en la vecina República Centroafricana están llegando numerosas vocaciones a los carmelitas, y también los seminarios sacerdotales están llenos. Pero su ejemplo fructifica no solo en África. El cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán, en cuya archidiócesis falleció Jean Thierry, dijo el 9 de septiembre de 2014, con ocasión de la clausura de la fase diocesana del proceso de beatificación: «Después de que nosotros lleváramos el Evangelio a tantos lugares del mundo, nos da alegría que ahora lleguen evangelizadores y testigos procedentes de esos países».

A los 17 años, Jean Thierry escribió en una de sus poesías: «Tengo certeza de la alegría. Viviré». Con esa certeza y con lo que Dios hizo en su vida, el joven de Camerún se ha convertido en un regalo para la Iglesia, también en Europa.