SERMÓN 369
Tema: El nacimiento del Señor.Lugar: Cartago, basílica Restituta.
Fecha: Día de Navidad.
1. Nuestro Salvador, por quien fue hecho todo día y nacido del Padre sin día, quiso que este día que hoy celebramos fuera la fecha de su nacimiento en la tierra. Quienquiera que seas tú que te admiras de este día, admírate, más bien, del día eterno que permanece ante todo día, que crea todo día, que nace en el día y libra de la malicia del día1. Admírate aún más: la que lo dio a luz es madre y virgen; el nacido no habla, siendo la Palabra. Con razón hablaron los cielos, se congratularon los ángeles, se alegraron los pastores, se transformaron los magos, se turbaron los reyes y fueron coronados los niños. Amamanta, ¡oh madre!, a nuestro alimento; amamanta al pan que viene del cielo y ha sido puesto en un pesebre como vianda para los piadosos jumentos. Allí conoció el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo2, o sea, la circuncisión y el prepucio3, uniéndose en la piedra angular4, cuyas primicias fueron los pastores y los magos. Amamanta a quien te hizo tal que él mismo pudo hacerse en ti; a quien te otorgó el don de la fecundidad al concebirlo sin privarte al nacer de la honra de la virginidad; a quien ya antes de nacer eligió el seno y el día en que iba a nacer. El mismo creó lo que eligió, para salir de allí como esposo de su tálamo5 a fin de poder ser contemplado por ojos mortales y atestiguar, mediante el aumento de la luz en esos días del año, que había venido como luz de las mentes. Los profetas pregonaron que el creador de cielo y tierra iba a aparecer en la tierra entre los hombres6; el ángel anunció que el creador de la carne y del espíritu vendría en la carne. Juan saludó desde el seno al Salvador, que estaba también en el seno; el anciano Simeón reconoció a Dios en el niño que no hablaba; la viuda Ana, a la virgen madre. Estos son los testigos de tu nacimiento, señor Jesús, antes de que las olas se te sometiesen cuando las pisabas y las mandabas calmarse; antes de que el viento se callase por orden tuya, que el muerto volviese a la vida ante tu llamada, que el sol se oscureciese al morir tú, que la tierra se estremeciese al resucitar, que el cielo se abriese en tu ascensión; antes de que hicieses estas y otras maravillas en la edad juvenil de tu cuerpo. Aún te llevaban los brazos de tu madre y ya eras reconocido como Señor del orbe. Tú eras un niño pequeño de la raza de Israel, y tú también el Emmanuel, el Dios con nosotros7.
2. ¿Cómo será aquella generación de nuestro Salvador por la que es coeterno al Padre que lo engendra, si el mundo se llenó de pavor ante este nacimiento de la virgen que la fe piadosa reconoció y mantuvo, del que la incredulidad, en cambio, se río y al que la soberbia vencida temió? ¿Qué generación es aquella por la que en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios?8 ¿Qué palabra es aquella que, antes de pronunciarla yo, no enmudecía y, una vez dicha, no calló ante quien la pronunciaba? ¿Cómo es la palabra sin tiempo por la que fueron hechos los tiempos; la palabra para comenzar a pronunciar la cual nadie abrió los labios y nadie los cerró una vez pronunciada; la palabra que no comienza en la boca de los que hablan y abre las bocas de los mudos; la palabra que no crea las lenguas disertas de los gentiles y hace disertas las lenguas de quienes aún no hablan?9 ¿Cómo es, repito, aquel nacimiento al que el padre no cede el puesto al morir, porque no la precedió en el vivir? Levantemos nuestra alma hasta él, cuanto nos sea posible con su ayuda, desde cualquier intervalo de lugar o tiempo, desde cualquier distancia espacial que acostumbramos percibir ya en los días, ya en los cuerpos, por si podemos comprender cómo el que engendra no precede al engendrado y cómo el engendrado no sigue al que engendra, el Padre y el Hijo, sin ser ambos Padres ni ambos Hijos, pero sí ambos eternos; sin que engendren los dos, sin que los dos nazcan, pero sin que uno viva sin el otro. Consideremos, si somos capaces, que el Padre lo engendró desde siempre y que el Hijo nació también desde siempre; si no somos capaces, creámoslo. No está aquí la Palabra que queremos pronunciar, y, sin embargo, no está lejos de cada uno de nosotros: En él vivimos, nos movemos y existimos10. Trascendamos nuestra carne, en la que los padres preceden en la vida a los hijos, puesto que para que pudieran engendrarlos tuvieron que crecer, y, al crecer los hijos, ellos envejecen; los padres vivían antes de nacer los hijos, porque los hijos han de vivir aún después de que hayan muerto los padres. Trascendamos, asimismo, nuestras almas; también ellas, cuando piensan, paren algo, que conservan consigo mediante el saber; pero pueden perderlo por el olvido, porque no lo tenían antes, cuando lo ignoraban. Trascendamos todo lo corporal, temporal y mudable para ver por encima de todas las cosas al que las hizo a todas11. Nuestros ascensos se producen en el corazón, porque también está cerca aquel lugar adonde ascendemos. Estamos muy lejos de él en cuanto que somos desemejantes a él. Asciende, pues, a él su semejanza, creada y restaurada en nosotros, por la que, al no ser aún perfecta, parpadea la mirada débil y no puede contemplar el resplandor admirable de la luz eterna. ¿Quién narrará el nacimiento12 de aquel cuyo fulgor aún no lo capta la mirada de la mente? Pero la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros13.
3. Alabemos, amemos y adoremos este nacimiento, cuya fecha celebramos hoy; el nacimiento por el que se dignó venir a través de Israel y hacerse Emmanuel: Dios con nosotros en la debilidad de la carne, pero no en la maldad del corazón, acercándose a nosotros por medio de lo que tomó de nosotros y liberándonos por lo suyo en que permaneció —en efecto, el Señor visitó a sus siervos mediante la debilidad mortal para hacerlos libres mediante la inmutable verdad—; este nacimiento, capaz de ser comprendido por la fragilidad humana; no aquel que permanece sin tiempo y sin madre, por encima de todas las cosas, sino este que tuvo lugar en el tiempo, sin padre entre todas las cosas; alabemos, amemos y adoremos a este hijo de la virgen y esposo de las vírgenes nacido de madre intacta y que nutre con la incorruptible verdad, para triunfar por su misericordia de la astucia del diablo una vez vencida. El diablo se infiltró para engañarnos corrompiendo la mente de la mujer; Cristo, para librarnos, nació de carne incorrupta, también de mujer.