domingo, 6 de mayo de 2018

El nacimiento del Señor. San Agustín.

SERMÓN 369

Tema: El nacimiento del Señor.
Lugar: Cartago, basílica Restituta.
Fecha: Día de Navidad.

1. Nuestro Salvador, por quien fue hecho todo día y nacido del Padre sin día, quiso que este día que hoy celebramos fuera la fecha de su nacimiento en la tierra. Quienquiera que seas tú que te admiras de este día, admírate, más bien, del día eterno que permanece ante todo día, que crea todo día, que nace en el día y libra de la malicia del día1. Admírate aún más: la que lo dio a luz es madre y virgen; el nacido no habla, siendo la Palabra. Con razón hablaron los cielos, se congratularon los ángeles, se alegraron los pastores, se transformaron los magos, se turbaron los reyes y fueron coronados los niños. Amamanta, ¡oh madre!, a nuestro alimento; amamanta al pan que viene del cielo y ha sido puesto en un pesebre como vianda para los piadosos jumentos. Allí conoció el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo2, o sea, la circuncisión y el prepucio3, uniéndose en la piedra angular4, cuyas primicias fueron los pastores y los magos. Amamanta a quien te hizo tal que él mismo pudo hacerse en ti; a quien te otorgó el don de la fecundidad al concebirlo sin privarte al nacer de la honra de la virginidad; a quien ya antes de nacer eligió el seno y el día en que iba a nacer. El mismo creó lo que eligió, para salir de allí como esposo de su tálamo5 a fin de poder ser contemplado por ojos mortales y atestiguar, mediante el aumento de la luz en esos días del año, que había venido como luz de las mentes. Los profetas pregonaron que el creador de cielo y tierra iba a aparecer en la tierra entre los hombres6; el ángel anunció que el creador de la carne y del espíritu vendría en la carne. Juan saludó desde el seno al Salvador, que estaba también en el seno; el anciano Simeón reconoció a Dios en el niño que no hablaba; la viuda Ana, a la virgen madre. Estos son los testigos de tu nacimiento, señor Jesús, antes de que las olas se te sometiesen cuando las pisabas y las mandabas calmarse; antes de que el viento se callase por orden tuya, que el muerto volviese a la vida ante tu llamada, que el sol se oscureciese al morir tú, que la tierra se estremeciese al resucitar, que el cielo se abriese en tu ascensión; antes de que hicieses estas y otras maravillas en la edad juvenil de tu cuerpo. Aún te llevaban los brazos de tu madre y ya eras reconocido como Señor del orbe. Tú eras un niño pequeño de la raza de Israel, y tú también el Emmanuel, el Dios con nosotros7.

2. ¿Cómo será aquella generación de nuestro Salvador por la que es coeterno al Padre que lo engendra, si el mundo se llenó de pavor ante este nacimiento de la virgen que la fe piadosa reconoció y mantuvo, del que la incredulidad, en cambio, se río y al que la soberbia vencida temió? ¿Qué generación es aquella por la que en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios?8 ¿Qué palabra es aquella que, antes de pronunciarla yo, no enmudecía y, una vez dicha, no calló ante quien la pronunciaba? ¿Cómo es la palabra sin tiempo por la que fueron hechos los tiempos; la palabra para comenzar a pronunciar la cual nadie abrió los labios y nadie los cerró una vez pronunciada; la palabra que no comienza en la boca de los que hablan y abre las bocas de los mudos; la palabra que no crea las lenguas disertas de los gentiles y hace disertas las lenguas de quienes aún no hablan?9 ¿Cómo es, repito, aquel nacimiento al que el padre no cede el puesto al morir, porque no la precedió en el vivir? Levantemos nuestra alma hasta él, cuanto nos sea posible con su ayuda, desde cualquier intervalo de lugar o tiempo, desde cualquier distancia espacial que acostumbramos percibir ya en los días, ya en los cuerpos, por si podemos comprender cómo el que engendra no precede al engendrado y cómo el engendrado no sigue al que engendra, el Padre y el Hijo, sin ser ambos Padres ni ambos Hijos, pero sí ambos eternos; sin que engendren los dos, sin que los dos nazcan, pero sin que uno viva sin el otro. Consideremos, si somos capaces, que el Padre lo engendró desde siempre y que el Hijo nació también desde siempre; si no somos capaces, creámoslo. No está aquí la Palabra que queremos pronunciar, y, sin embargo, no está lejos de cada uno de nosotros: En él vivimos, nos movemos y existimos10. Trascendamos nuestra carne, en la que los padres preceden en la vida a los hijos, puesto que para que pudieran engendrarlos tuvieron que crecer, y, al crecer los hijos, ellos envejecen; los padres vivían antes de nacer los hijos, porque los hijos han de vivir aún después de que hayan muerto los padres. Trascendamos, asimismo, nuestras almas; también ellas, cuando piensan, paren algo, que conservan consigo mediante el saber; pero pueden perderlo por el olvido, porque no lo tenían antes, cuando lo ignoraban. Trascendamos todo lo corporal, temporal y mudable para ver por encima de todas las cosas al que las hizo a todas11. Nuestros ascensos se producen en el corazón, porque también está cerca aquel lugar adonde ascendemos. Estamos muy lejos de él en cuanto que somos desemejantes a él. Asciende, pues, a él su semejanza, creada y restaurada en nosotros, por la que, al no ser aún perfecta, parpadea la mirada débil y no puede contemplar el resplandor admirable de la luz eterna. ¿Quién narrará el nacimiento12 de aquel cuyo fulgor aún no lo capta la mirada de la mente? Pero la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros13.

3. Alabemos, amemos y adoremos este nacimiento, cuya fecha celebramos hoy; el nacimiento por el que se dignó venir a través de Israel y hacerse Emmanuel: Dios con nosotros en la debilidad de la carne, pero no en la maldad del corazón, acercándose a nosotros por medio de lo que tomó de nosotros y liberándonos por lo suyo en que permaneció —en efecto, el Señor visitó a sus siervos mediante la debilidad mortal para hacerlos libres mediante la inmutable verdad—; este nacimiento, capaz de ser comprendido por la fragilidad humana; no aquel que permanece sin tiempo y sin madre, por encima de todas las cosas, sino este que tuvo lugar en el tiempo, sin padre entre todas las cosas; alabemos, amemos y adoremos a este hijo de la virgen y esposo de las vírgenes nacido de madre intacta y que nutre con la incorruptible verdad, para triunfar por su misericordia de la astucia del diablo una vez vencida. El diablo se infiltró para engañarnos corrompiendo la mente de la mujer; Cristo, para librarnos, nació de carne incorrupta, también de mujer.


sábado, 5 de mayo de 2018

El último mensaje de Robert Baden-Powell.

                                                                   Resultado de imagen para Robert Baden-Powell

Queridos scouts: Si han visto alguna vez la obra Peter Pan, recordarán cómo el jefe de los piratas siempre estaba pronunciando su discurso de despedida, por temor de que, cuando le llegara su hora, no tuviera ya tiempo de compartirlo. Algo así me sucede a mí, y, aun cuando no me estoy muriendo en este momento, lo haré uno de estos días y quiero mandarles un mensaje de despedida. Recuerden, esto es lo último que oirán de mí; por tanto, medítenlo. He tenido una vida muy dichosa, y quiero que cada uno de ustedes la tenga también. Creo que Dios nos puso en este mundo maravilloso para que fuéramos felices y disfrutáramos de la vida. La felicidad no procede de ser rico, ni siquiera del éxito en la propia carrera, ni de concederse uno todos los gustos. Un paso hacia la felicidad es hacerse sano y fuerte cuando niño, para poder ser útil y así gozar de la vida cuando se es un hombre. El estudio de la naturaleza les mostrará cómo Dios ha llenado el mundo de belleza y de cosas maravillosas para que las disfruten. Contentos con lo que les haya tocado y para que saquen el mejor partido de ello. Miren el lado alegre de las cosas, en vez del lado triste. Pero el camino verdadero para conseguir la felicidad pasa por hacer felices a los demás. Intenten dejar este mundo un poco mejor de como lo encontraron, y cuando les llegue la hora de morir, podrán morir felices, sintiendo que de ningún modo habrán perdido su tiempo, sino que habrán hecho todo lo posible. Así, estén siempre listos para vivir felices y morir felices: aferrados siempre a su promesa scout, aun cuando hayan dejado de ser muchachos, y que Dios les ayude a hacerlo así.

martes, 17 de abril de 2018

Jean Thierry Ebogo




Cada día, el pequeño Jean-Thierry preparaba helados con veinte litros de zumo de limón, para venderlos en la calle. Él nunca tomaba ninguno, aunque tenía seca la garganta por el calor y el polvo. Con esas ventas ayudaba a sostener a sus padres, pues la familia era pobre. Pero en su corazón, el muchacho tenía un gran sueño: quería ser como Jesús; y para ello quería ser sacerdote.

Este joven camerunés sólo quería ser como Jesús, no pudo llegar a ser sacerdote: falleció en el año 2006 con tan solo 23 años. Gracias a él, muchos jóvenes de Camerún y países limítrofes han descubierto su vocación, pues Jean-Thierry Ebogo murió en olor de santidad. El proceso de beatificación a nivel diocesano finalizó en 2014; desde entonces, Jean-Thierry tiene el título oficial de «Siervo de Dios». Miles de personas acudieron a su entierro; innumerables personas se sienten atraídas por él, todavía hoy; a muchos les ha prestado favores. Su tumba recibe la visita de muchas personas. Antes de morir, prometió regalar a África una auténtica «lluvia» de vocaciones sacerdotales; parece que ha cumplido su palabra…

En realidad, era un muchacho normal, alegre y servicial; querido por sus amigos, pero también por las chicas. Nació el 4 de febrero de 1982 en Bamenda. Ya a los cinco años de edad se sentía atraído por los misioneros, con la cruz que llevaban al cuello. Desde entonces comenzó a crecer en él el deseo de ser sacerdote. A los 13 años escribía poesías en las que expresaba una tierna devoción: «Te confío mi vida, mi ser para siempre. ¿Dónde podría encontrar algo mejor? No, Tú eres realmente lo mejor; tengo pruebas de ello. Tú me has creado, Tú me has hecho y me has coronado con amor».

No se quedó solo en palabras bonitas, pues siguió la llamada de Dios sin vacilar. A los 21 años ingresó en el convento de los carmelitas descalzos de Nkoabang. En 2004 fue admitido en el noviciado y tomó el nombre de «Jean-Thierry del Niño Jesús y de la Pasión de Cristo». Esos dos misterios marcarían profundamente su camino: la confiada infancia ante Dios siguiendo el camino del Salvador, que se ha hecho Niño, y el doloroso calvario que sufrió con Cristo. Son dos caras de la misma medalla; el joven Jean-Thierry fue introducido profundamente en este misterio. Solo pocas semanas después de entrar en el noviciado le encontraron un tumor maligno en la pierna derecha; tuvieron que amputarle la pierna. Sin embargo, el joven religioso aceptó los fuertes dolores y todo el sufrimiento que tuvo que padecer con una profunda entrega a la voluntad de Dios, y siempre con una sonrisa. Ofreció sus dolores por las vocaciones religiosas y sacerdotales.

En 2005 se trasladó a Italia para ser tratado; pero entonces ya tenía metástasis. Cuando le llevaron a un hospital de Milán, la médico exclamó: «¿A quién me habéis traído? ¡Es un santo!»; no podía creer que alguien sufriera tanto sin quejarse. Su estado era muy serio; tenía grandes dolores. Sin embargo, su única preocupación era poder ser ordenado sacerdote. «Sólo quiero curarme para ser sacerdote», decía.

Gracias a una dispensa pudo hacer los votos perpetuos el 8 de diciembre de 2005, fiesta de la Inmaculada Concepción, en su habitación del hospital. Su madre estuvo con él. Sin embargo, no pudo recibir la ordenación sacerdotal, pues falleció poco después, el 5 de enero de 2006. Su madre no pudo estar presente, pues había caducado el permiso de residencia en Italia y había tenido que regresar a Camerún. Cuando se despidió de él el 26 de diciembre, y ambos sabían que no volverían a verse en este mundo, Jean Thierry le dijo: «Que sea la voluntad de Dios. Mamá: acuérdate de que me ofreciste a Él cuando acababa de nacer. Es como cuando se va a visitar a un amigo y le llevas un pequeño cabrito. Después no se pregunta al amigo qué ha hecho con el cabrito; puede que lo haya criado, puede que lo haya comido. Yo soy ahora como un cabrito de Dios; no le podemos preguntar qué ha hecho con el cabrito que le regalaste cuando nací». Sus últimas palabras, antes de morir, fueron: «¡Qué bello es Jesús!».

El gran sueño del joven Jean-Thierry del Niño Jesús y de la Pasión de Cristo no se cumplió. Pero, del mismo modo que el grano de trigo que cae en la tierra y muere, sus santas pasión y muerte han abierto el corazón de muchos jóvenes a la llamada de Dios. Sobre todo en Camerún y en la vecina República Centroafricana están llegando numerosas vocaciones a los carmelitas, y también los seminarios sacerdotales están llenos. Pero su ejemplo fructifica no solo en África. El cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán, en cuya archidiócesis falleció Jean Thierry, dijo el 9 de septiembre de 2014, con ocasión de la clausura de la fase diocesana del proceso de beatificación: «Después de que nosotros lleváramos el Evangelio a tantos lugares del mundo, nos da alegría que ahora lleguen evangelizadores y testigos procedentes de esos países».

A los 17 años, Jean Thierry escribió en una de sus poesías: «Tengo certeza de la alegría. Viviré». Con esa certeza y con lo que Dios hizo en su vida, el joven de Camerún se ha convertido en un regalo para la Iglesia, también en Europa.




jueves, 22 de marzo de 2018

“Entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”



« El esclavo no se quedará en la casa para siempre; el hijo, en cambio, permanece para siempre.». Esa casa, es la Iglesia, y el esclavo, es el pecador. Los pecadores entran numerosos en la Iglesia. El Señor no dice: el esclavo “no está” sino más bien “no permanece en la casa para siempre”…Cuando el rey de toda justicia esté sentado en el trono, como lo dice la Escritura (Mt 25:31), ¿quién podrá glorificarse de tener un corazón puro? ¿Quién podrá glorificarse de no estar manchado por el pecado? ¿Adónde pues está la esperanza, para nosotros quienes no estamos sin pecado?

Escucha tu esperanza: «Pero el Hijo permanece para siempre; si entonces el Hijo les da la libertad, serán realmente libres»…éramos esclavos de nuestro egoísmo; una vez liberados seremos servidores del amor. Es lo que dice el apóstol Pablo: «ustedes hermanos míos, han sido llamados a la libertad, pero que esa libertad no sea un pretexto para satisfacer su egoísmo; al contrario, pónganse, por amor, al servicio los unos por los otros» (Ga 5:13). Un cristiano no puede decir: « ¡soy libre!, fui llamado a la libertad; era un esclavo, pero fui redimido, entonces me encuentro sin obstáculos y puedo hacer lo que quiero. Que nadie se oponga a mi libertad, ¡soy libre!» No, si ocupas tu voluntad para cometer el pecado, te conviertes en esclavo del pecado. No abuses entonces de tu libertad; al contrario, sírvete de ella para evitar el pecado. Serás libre si te conviertes en servidor, exento del pecado si te conviertes en servidor de la rectitud. 



San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia 
Sermones sobre el evangelio de San Juan, nº41,8 (Trad. ©Evangelizo.org)

“Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12:32)



Deseo que sepas y que comprendas hermano…que hay muchas serpientes en el desierto que muerden la multitud de tus pensamientos, es decir las injurias, las difamaciones, las angustias, las murmuraciones, las disputas, las calumnias que son lanzadas en contra tuya…Pero si quieres escapárteles, haz lo que hacían los israelitas…: ellos miraban a la serpiente de bronce que Moisés había elevado sobre la cima de la montaña, y todos lo que obedecían y la miraban eran sanados. Tú también, cuando te veas mordido por una de estas serpientes, mira a nuestro Señor Jesucristo suspendido en la cruz…Como dijo el apóstol Pablo: «Fija los ojos en Jesús, origen y término de nuestra fe. Renunciando a la felicidad que se le ofrecía escogió la humillación de la cruz» (He 12:2)…

He aquí en pocas palabras como es que debes fijar los ojos en él cuando has sido mordido por las serpientes: cuando seas deshonrado, fija los ojos en él; quien fue deshonrado por ti, fue tildado de demonio y de Samaritano (Jn 8:48)…, fue pisoteado, abofeteado, le escupieron en la cara, le dieron vinagre de beber y también hiel, le golpearon la cabeza con una caña. Si te muerde un pensamiento de vanidad, porque se te confían tareas importantes, recuerda la palabra de nuestro Señor: «cuando hayan hecho todo lo que les ha sido mandado, digan: no somos más que unos pobres servidores » (Lc 17:10). Si tienes ganas de menospreciar a tu hermano a causa de su debilidad, fija los ojos en aquél que mostró más atención por los pecadores, los publicanos y las prostitutas para convertirlos por medio de su encuentro; más bien que por los justos que no tenían necesidad de conversión (Lc 5:30-32). Y cuando tus tendencias naturales y los demonios te agobien, fija los ojos en él, colgado en la cruz, las manos y los pies fijados por los clavos…

Sin cesar medita sobre estas cosas en tu corazón, y el veneno de las serpientes desaparecerá de tu corazón. Por su crucifixión, Jesús está más cerca de ti que lo que la serpiente de bronce estuvo de los hebreos: él vive en tu corazón, y en los pliegos secretos de tu alma la luz de su rostro glorioso resplandece.



Filomeno de Mabboug (¿-c. 523), obispo de Siria
Carta sobre la vida monástica (Trad. ©Evangelizo.org)

domingo, 18 de marzo de 2018

Un pensamiento del cardenal Sarah.

Una sociedad sin Dios, que considera letra muerta la problemática espiritual, enmascara el vacío de su materialismo matando el tiempo para olvidar mejor la eternidad. Cuanto mas extiende su influencia la materia, más placer busca el hombre en distracciones sofisticadas, narcisistas y perversas; más se olvida el hombre de Dios y más se contempla a sí mismo. Al mirarse y ver las deformidades y la fealdad que los excesos han grabado en su rostro, se maquilla para hacerse la ilusión de que sigue siendo el ser iluminado por el resplandor original de la criatura de Dios. Pero el mal que oculta es como una brasa encendida bajo la ceniza.
Sin Dios, el hombre construye su infierno en la tierra. Las distracciones y los placeres pueden convertirse en auténticas plagas para el alma cuando se hunden en la pornografía, la droga, la violencia y en toda perversión posible. (cap. 6).

Dios o nada. Cardenal Robert Sarah.

sábado, 13 de enero de 2018

Cómo San Francisco enseñó al hermano León en qué consiste la alegría perfecta

Iba una vez San Francisco con el hermano León de Perusa a Santa María de los Angeles en tiempo de invierno. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, llamó al hermano León, que caminaba un poco delante (5), y le habló así: -- ¡Oh hermano León!: aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo grande ejemplo de santidad y de buena edificación, escribe y toma nota diligentemente que no está en eso la alegría perfecta. Siguiendo más adelante, le llamó San Francisco segunda vez: -- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor devuelva la vista a los ciegos, enderece a los tullidos, expulse a los demonios, haga oír a los sordos, andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que aún es más, resucite a un muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta. Caminando luego un poco más, San Francisco gritó con fuerza: -- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor llegara a saber todas las lenguas, y todas las ciencias, y todas las Escrituras, hasta poder profetizar y revelar no sólo las cosas futuras, sino aun los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no es ésa la alegría perfecta. Yendo un poco más adelante, San Francisco volvió a llamarle fuerte: -- ¡Oh hermano León, ovejuela de Dios!: aunque el hermano menor hablara la lengua de los ángeles, y conociera el curso de las estrellas y las virtudes de las hierbas, y le fueran descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conociera todas las propiedades de las aves y de los peces y de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, y de las piedras, y de las raíces, y de las aguas, escribe que no está en eso la alegría perfecta. Y, caminando todavía otro poco, San Francisco gritó fuerte: -- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que llegase a convertir a todos los infieles a la fe de Jesucristo, escribe que ésa no es la alegría perfecta. Así fue continuando por espacio de dos millas.


Por fin, el hermano León, lleno de asombro, le preguntó: -- Padre, te pido, de parte de Dios, que me digas en que está la alegría perfecta.
Y San Francisco le respondió: -- Si, cuando lleguemos a Santa María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes sois vosotros?» Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León!, que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa, entre insultos y golpes, como a indeseables importunos, diciendo: «¡Fuera de aquí, ladronzuelos miserables; id al hospital, porque aquí no hay comida ni hospedaje para vosotros!» Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él más enfurecido dice: «¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido». Y sale fuera con un palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. -- Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios; por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si lo tuvieras de ti mismo? (1 Cor 4,7). Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro; por lo cual dice el Apóstol: No me quiero gloriar sino en la cruz de Cristo (Gál 6,14). A Él sea siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amén

viernes, 1 de diciembre de 2017

«Velad por tanto, ya que no sabéis cuándo el dueño de la casa regresará»



Este es uno de los grandes preceptos del Señor: el que sus discípulos sacudan como el polvo todo lo que es terrestre, para dejarse llevar por un gran impulso hacia el cielo. Él nos exhorta a vencer el sueño, a buscar las realidades de arriba (Col 3:1), a mantener sin cesar nuestro espíritu alerta, a expulsar de nuestros ojos el adormecimiento seductor. Me refiero a ese letargo y a esa somnolencia que conducen el hombre al error y le forjan imágenes de sueños: honor, riqueza, poder, grandeza, placer, éxito, ganancia o prestigio.

Para olvidar tales fantasías, el Señor nos pide que superemos ese pesado sueño: no dejemos escapar lo real por una búsqueda desenfrenada de la nada. Él nos llama a que velemos: «Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas» (Lc 12:35). La luz que resplandece nuestros ojos ahuyenta el sueño, el cinturón que ciñe nuestra cintura mantiene nuestro cuerpo alerta, expresa un esfuerzo que no tolera ninguna torpeza.

¡Como el sentido de esta imagen es claro! Ceñir la cintura de templanza, es vivir en la luz de una conciencia pura. La lámpara encendida de la franqueza ilumina el rostro, hace brillar la verdad, mantiene el alma despierta, la hace impermeable a la falsedad y extranjera a la futilidad de nuestros pobres sueños. Vivamos según la exigencia de Cristo y compartiremos la vida de los ángeles. En efecto, es a ellos a quien nos une en su precepto: «sed como ésos que esperan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle en cuanto llegue y llame» (Lc 12:36). Son ellos quienes están sentados cerca de las puertas del cielo, velando, que el Rey de gloria (Sal 23:7) pase a su regreso de la boda. 


San Gregorio de Nisa (c. 335-395), monje, obispo
Sermones sobre el Cántico de los Cánticos, número 11

lunes, 6 de noviembre de 2017

Marcelo Van, el joven a quien hablaba Santa Teresita del Niño Jesús para conducirle al cielo



                         




Un autor francés escribió lo siguiente acerca del pueblo vietnamita: «A ese pueblo sólo se le infunde respeto mediante la sensatez, la sabiduría y la dignidad moral; nunca por la fuerza, en la cual ve una forma de barbarie». Semejante disposición ha favorecido la implantación de la religión católica en Vietnam, donde, desde el siglo xvi, se ha enraizado profundamente, sobre todo gracias a los numerosos misioneros mártires, como san Teófanes Vénard (†1861). A principios del siglo xx, Vietnam se halla bajo dominación francesa, pero se va desarrollando cierto nacionalismo. En 1930, Hô Chi Minh creará el Partido Comunista vietnamita y, en septiembre de 1945, se inicia una guerra entre los Viet-Minh comunistas y Francia, que desembocará en los acuerdos de Ginebra (julio de 1954), como consecuencia de los cuales el país quedará dividido en dos, cayendo el Norte bajo el régimen comunista.

Es en ese contexto donde, el 25 de marzo de 1928, en un pueblo del Norte (Tonkín), viene al mundo un niño llamado Joaquín Nguyên Tan Van, abreviado en Van. Nace en el seno de una familia cristiana que cuenta ya con un hijo y una hija, y donde reina una atmósfera de alegría y se refleja la belleza y el amor. El padre es sastre; la madre permanece en la casa y trabaja a veces en el arrozal. Van dirá lo siguiente de su madre: «Dios la había dotado de un corazón ardiente que sabía conjugar la prudencia y la bondad« Mientras me colmaba de afecto, sabía igualmente formarme en la santidad». Desde muy niño, goza de un precoz uso de razón y de una excelente memoria, pero también tiene un carácter obstinado, dominante e inflexible, aunque hipersensible. Nunca consiente que le separen de su madre. Una día, la criada intenta llevárselo a jugar lejos, pero algunos minutos después no tiene más remedio que regresar: «Llevaba marcadas en la cara las señales de mis uñas» –precisa Van.

Una gota de agua en medio del océano

A Van le gusta mucho jugar, y también organiza «procesiones» a la Virgen. Cuando aún no tiene cuatro años, viene al mundo una hermana pequeña. Movido por el exceso de afecto hacia ella, la acapara hasta tal punto que se hace necesario alejarlo, por lo que se lo llevan a casa de una tía. Aquella separación resulta muy dura, pero después de algunos días aprecia la compañía de sus primos y primas. A la edad de seis años, regresa a casa de sus padres y se prepara para la primera comunión. De aquel bendito día, escribirá más tarde: «Ha sonado la hora, el minuto tan deseado ha llegado« Voy a sacar suavemente la lengua para recibir el Pan del Amor. Una alegría extraordinaria invade mi corazón« En un instante, me he convertido en una «gota de agua» perdida en medio del inmenso océano. Ahora sólo queda Jesús, y yo soy la insignificancia de Jesús». A partir de ese día, Van recibe todos los días la Sagrada Eucaristía. Poco después, recibe el sacramento de la Confirmación. En su corazón se va perfilando una perspectiva de futuro: «Deseaba fervientemente ser sacerdote para ir a llevar la Buena Nueva a los no cristianos».

En el colegio, el maestro da muestras de excesiva severidad para con los alumnos, dándoles continuamente golpes con un bastón. Van pierde la salud, según él mismo escribe: «Cada día estaba más delgado y más pálido. La causa de que cayera en tal estado de agotamiento no fue otra que la extrema dureza del sistema educativo». La madre de Van lo confía al padre José Nha, cura párroco de la parroquia de Huu-Bang. Aquel sacerdote dirige una «Casa de Dios», institución donde los jóvenes adolescentes se inician más profundamente en la religión, mientras siguen sus estudios y ayudan al sacerdote. Los más capacitados podrán ingresar en el seminario menor. Las «Casas de Dios» han producido frutos indiscutibles, pero a veces han cobijado graves escándalos. Para Van todo empieza bien; esa nueva vida le apasiona y sobresale en los estudios. Sin embargo, su conducta ejemplar inspira desconfianza a algunos catequistas negligentes. Uno de ellos, Vinh, intenta en vano abusar de él, y llega a infligirle en secreto una serie de malos tratos corporales. Después de dos semanas, la encargada de la ropa de la parroquia distingue huellas de sangre en la ropa de Van. Enterado el padre Nha, manda curar al niño y prohíbe a Vinh que aquél entre en su habitación.

Sin embargo, poco tiempo después y celosos de Van, los catequistas montan una especie de tribunal para «juzgarlo». Tras algunas escenas humillantes, le reprochan que comulgue todos los días. Este reproche le produce una crisis espiritual: «Estaba confundido y sufría horriblemente al pensar que, sin ser digno como los santos, había realizado la temeridad de comulgar todos los días« Acabé por no comulgar diariamente« Entonces aparecieron de nuevo los defectos de mi primera infancia». En medio de aquella dura tribulación, Van dirige su mirada hacia la Virgen María y reza con perseverancia el rosario.

Finalmente, Vinh abandona la «Casa de Dios» junto con otros catequistas. Vuelve la tranquilidad, pero el ambiente de la casa no ha cambiado mucho: alcohol, juegos con dinero, groserías y presencia de chicas desvergonzadas. Van debe dedicar la mayor parte del tiempo a realizar trabajos manuales. Una vez cumplidos doce años, ya posee el certificado de escolaridad, pero no se le permite seguir adelante en los estudios, y debe emplear todo su tiempo en realizar servicios. Un día se escapa para volver a casa de sus padres, pero éstos lo devuelven a Huu-Bang. Dos meses más tarde, Van se escapa de nuevo y comienza una vida de mendicidad. Sobre ello escribirá lo que sigue: «En adelante, mi oficio iba a consistir en extender la mano a los transeúntes« Después de una semana llevando esa vida, estaba irreconocible. Tenía las manos y los pies delgados, la piel morena por el sol y las mejillas hundidas« Pero no hallaba nada de penoso en aquella vida de pobre vagabundo. Al contrario, sentía un gozo apacible en sufrir por Dios. Sabía que, al evadirme, había huido del pecado, había huido de lo que aflige el corazón de Dios».

De regreso a casa tras algún tiempo de vagabundeo, es recibido como hijo degenerado: «Profundamente descontenta, mi madre me trataba como si ya no fuera hijo suyo« la puerta de mi corazón se cerró herméticamente; ya no me atrevía a dirigirle una frase afectuosa y lloraba durante largas noches». El único apoyo que le queda es Lê, su hermana mayor. Poco tiempo después, el padre Nha, que visita la familia, no duda en acusar a Van de robo. Entonces, una terrible tentación se apodera del muchacho: «Llegué a considerarme como un ser abyecto. El demonio hacía brotar en mí la siguiente idea: si los hombres ya no me soportan, ¿cómo va a soportarme Dios? Pronto moriré y tendré que ir al infierno. Felizmente, María sigue siendo su esperanza. Un día, abre su corazón a un sacerdote que le reconforta con estas palabras: «Acepta de buen corazón esas tribulaciones y ofrécelas al Señor. Si Dios te ha enviado la cruz, es señal de que te ha elegido».

Transformado en un instante

Navidad de 1940. «El significado misterioso del sufrimiento se me escapaba –escribirá Van« ¿Por qué me lo había enviado Dios?... Empieza la Misa del gallo« En mi corazón todo está oscuro y frío». Llega el momento de la comunión: «Estrecho a Jesús en mi corazón. Un gozo inmenso se apodera de mí... ¿Por qué me parecen tan hermosos mis sufrimientos? Imposible de explicar« En un instante, mi alma se transformó. Ya no tenía miedo al sufrimiento« Dios me confiaba una misión: la de cambiar el sufrimiento por felicidad« Al tomar su fuerza del Amor, en adelante mi vida no será sino fuente de felicidad». Esa gracia no es en absoluto una ilusión, pues Van ya no es el mismo de antes. También su régimen de vida cambia, pues su tía Khanh lo acoge en su casa durante varios meses, encargándole una tarea del todo humilde: llevar a pacer el buey. Pero él intensifica su unión con Dios. Escribirá lo siguiente: «Me pregunto cuántas almas, en su relación con Dios, siguen teniendo miedo de Él como si se tratara de un ser muy eminente y muy lejano. Al no percatarse de lo que es el Amor, esas personas nunca osan permitirse el menor pensamiento de intimidad con Dios».

Pero Van sigue aferrándose todavía a sus defectos. Como consecuencia de una vejación, se empeña en comer muy poco y su tía se ve obligada a devolverlo a casa de sus padres. Poco después, el padre Nha les visita para restablecer la verdad sobre el asunto del robo, declarando la inocencia de Van y solicitando su reingreso en Huu-Bang. Después de un tiempo en oración, Van acepta. Sin embargo, en Huu-Bang siguen reinando el desorden y el escándalo. «¿Por qué Dios me ha empujado a volver?» –se pregunta Van. Inspirado por la Virgen, hace el voto de virginidad. Luego, comprende que su misión consiste en oponerse a los malos ejemplos y en amar a sus compañeros, lo que se dispone a cumplir con un grupo de camaradas más jóvenes.

Jamás lo conseguiré

Gracias a un amigo, Van es admitido en el seminario menor de Lang-Son en 1942. Seis meses más tarde, la institución debe cerrar sus puertas por falta de recursos, pero Van puede continuar sus estudios en la parroquia de Santa Teresita del Niño Jesús de Quang-Uyên, bajo la dirección de dos padres dominicos. Quiere llegar a ser santo, pero no sabe cómo hacerlo: «A pesar de mi inmenso deseo por llegar a la santidad, estaba seguro de que jamás lo conseguiría, pues para ser santo hay que ayunar, mortificarse con el látigo, llevar una piedra en el cuello, cadenitas llenas de púas, una camisa de saco, soportar el frío, la roña, etc. Dios mío, si es así, renuncio« Todo eso supera con creces mis fuerzas».

Van extiende sobre la mesa varias vidas de santos. Luego, con los ojos cerrados, deja caer la mano al azar: «Cuando abrí los ojos, tenía la mano sobre un libro que aún no había leído: Historia de un alma de santa Teresita del Niño Jesús« Apenas hube leído algunas páginas, dos torrentes de lágrimas me resbalaron por las mejillas« Lo que me conmovió fue el razonamiento de la pequeña Teresa: «Si Dios sólo descendiera sobre las flores más hermosas, símbolo de los santos doctores, su amor no sería absoluto del todo, pues lo propio del Amor es descender hasta el límite extremo« Del mismo modo que el sol ilumina a la vez los cedros y cada florecilla como si fuera la única sobre la tierra, así también Nuestro Señor se ocupa de cada alma como si no tuviera semejantes»« Entonces comprendí que Dios es Amor« Puedo santificarme mediante todos mis pequeños actos« Una sonrisa, una frase o una mirada, con tal de que todo se haga por amor». Una mañana, Van dirige sus pasos hasta los pies de una colina próxima. De repente, en medio del silencio, se sobresalta al oír una voz que le llama: «¡Van, Van, querido hermanito!». No hay nadie a su alrededor. La voz repite: «¡Van, Van, querido hermanito!». Van lanza un grito de alegría: «¡Oh! Es mi hermana Teresa. – Sí, soy tu hermana, Teresa« En adelante serás mi hermanito en persona« A partir de este día, nuestras almas no serán sino una sola alma, en el único amor de Dios« Dios quiere que las lecciones de amor que me enseñó en otro tiempo en el secreto del corazón, se perpetúen en este mundo. Por eso se ha dignado elegirte como pequeño secretario para llevar a término su obra».

Cuéntale tus juegos de canicas

Santa Teresita del Niño Jesús le instruye: «Dios nuestro Padre vela por los menores detalles de nuestras vidas« Dios es Padre y ese Padre es Amor, y es de una bondad y de una benevolencia infinitas« Pero a partir del día en que pecaron nuestros primeros padres, el temor invadió el corazón del hombre y le quitó la idea de un Dios Padre, infinitamente bueno« Entonces, Dios envió a su Hijo« Jesús vino para decir a sus hermanos los hombres que el amor del Padre es un manantial inagotable« Ser los hijos de Dios es para nosotros una inmensa felicidad. Debemos estar orgullosos de ello y no ceder jamás ante un temor excesivo« No tengas nunca miedo de Dios« No tengas miedo de mostrar familiaridad con Dios, al igual que con un amigo. Cuéntale todo lo que quieras: tus juegos de canicas, la subida a una montaña, las burlas de tus compañeros, tus enfados, tus lágrimas o los pequeños placeres de un momento cualquiera« – Pero, hermanita, Dios ya conoce todas esas cosas« – Es verdad, hermanito« Sin embargo, para dar amor y recibirlo, Él debe descender y lo hace como si olvidara que conoce todas las cosas, con la esperanza de escuchar cómo una palabra íntima brota de tu corazón».

Hace ya mucho tiempo que Van siente deseos de hacerse sacerdote: «Por ello –escribe– lo he sacrificado todo, imponiéndome enormes esfuerzos tanto espirituales como corporales». Pero un día, Teresa le dice: «Van, hermanito, tengo algo importante que decirte« Aunque es algo que te pondrá muy triste« Dios me ha hecho saber que no serás sacerdote». El joven se pone a sollozar: «Jamás podré vivir sin ser sacerdote« – Van, continua diciendo Teresa, si Dios quisiera que tu apostolado se ejerciera en otro contexto, ¿tú que pensarías?... Lo más perfecto de todo es cumplir la voluntad de nuestro Padre del Cielo« Serás ante todo apóstol mediante la oración y el sacrificio, como yo misma lo fui en otro tiempo». Teresa orienta entonces la mirada de Van hacia el siguiente pasaje tan importante de la Historia de un alma: «Comprendí que solamente el Amor mueve a los hombres de la Iglesia« Comprendí que el Amor contenía todas las vocaciones, que el Amor lo era todo, que abarcaba todas las épocas y todos los lugares« en una palabra: que es eterno».

Pero Van está intrigado: «Teresa, hermana, ¿en qué consiste esa vocación oculta, si no consigo ser sacerdote? – Entrarás en un convento, y allí te consagrarás a Dios». Una noche del invierno de 1942-43, Van tiene un sueño misterioso: «Vi que alguien se acercaba a la cabecera de mi cama« Aquel personaje iba todo vestido de negro y era bastante alto; su rostro reflejaba una gran bondad« Me hizo esta pregunta: «Hijo mío, ¿quieres?». Yo respondí espontáneamente: «sí»». Unos días más tarde, Van descubre en la casa una estatua que se parece extrañamente a su sueño: es la de san Alfonso de Ligorio, fundador de los redentoristas (1696-1787). Santa Teresa le confirma su vocación de hermano redentorista, y luego le anuncia nuevas tribulaciones: «Querido hermanito, hallarás espinas por el camino, y el cielo que ahora ves sereno se cubrirá de oscuras nubes« Derramarás lágrimas, perderás la alegría y serás como hombre entregado a la desesperanza« Pero recuerda que el mundo trató así a Jesús y que un redentorista se asemeja a su Salvador« Sin embargo, no temas. Durante esa tempestad, Jesús seguirá viviendo en la barca de tu alma« Hermanito, ya no me oirás hablar contigo con tanta familiaridad como lo he hecho hasta ahora. Pero no vayas a creer que te abandono; al contrario, permanezco sin cesar cerca de ti como debe hacerlo una hermana mayor« En este mundo, es el sufrimiento lo que constituye la prueba de tu amor, es el sufrimiento lo que confiere a tu amor todo su significado y su valor».

Hasta el final del camino

Poco tiempo después, en la parroquia de Quang-Uyên, el clima se degrada con motivo de las restricciones de comida debidas a la guerra. Tras un sinfín de novatadas, Van es expulsado de la comunidad a principios de junio de 1943. Al borde de la desesperación, exclama: «¡Oh, Dios mío! Quiero morirme y hacerlo aquí mismo para no llevar esta vergüenza ante mi familia». Pero Teresa, que ha callado durante largo tiempo, le anima de nuevo. Van dirige su mirada hacia la Santísima Virgen: «¡Oh, Madre!, me abandono por completo a ti« No tengo para ofrecerte más que mis heridas y mis lágrimas« Pero contigo, quiero llegar hasta el final del camino«». De regreso con sus padres, Van solicita ser admitido en los redentoristas de Hanoi. El 16 de julio de 1944, se presenta en el convento, pero, ante su juventud, le obligan a esperar tres años. Desmoralizado, regresa a su casa. No obstante, su madre le anima a que persevere.

De hecho, a principios de agosto, por recomendación de una persona amiga, Van es admitido en los redentoristas de Hanoi como criado y, el 17 de octubre siguiente, es admitido por fin al postulado, recibiendo el nombre de hermano Marcelo. Tras las primeras alegrías, las cruces no faltan, sobre todo las burlas de los cofrades. Ya desde su noviciado, y a requerimiento de su consejero espiritual, escribe su autobiografía. Durante dos años, Jesús, María y Teresa le favorecen con conversaciones íntimas. Sin embargo, el 9 de septiembre de 1946, el día siguiente al de su primera profesión, Jesús le dice: «Hijo mío, ahora te corresponde sacrificar los momentos de dulce intimidad conmigo, a fin de permitirme que vaya al encuentro de los pecadores« Además, pequeño Van, debes saber que tendrás que sufrir por parte de los superiores y de los hermanos; pero esas tribulaciones serán la señal de que eres agradable a mi Corazón. Te pido todos esos sufrimientos para unirte a mí en la obra de santificación de los sacerdotes».

El hermano Marcelo entra en una nueva «noche» de la fe. Todo el aspecto sensible desaparece, no quedando sino la monotonía del sacrificio, en medio de la fe pura. En 1950, el joven hermano es enviado a Saigón y, luego, a Dalat. En julio de 1954, Vietnam del Norte cae en poder de los comunistas y numerosos católicos huyen hacia el Sur. Algunos redentoristas permanecen en la casa de Hanoi para cuidar de los cristianos que se quedan. El hermano Marcelo comprende que Jesús le pide que se una a ellos, según dice: «Me voy para que haya alguien que ame a Dios en medio de los comunistas». Después de algunas semanas, escribe a su hermana Ana María: «Muy a menudo me asalta la tristeza y no hago más que pensar: ¡Ah!, si no hubiera venido a Hanoi« ¡Pero había tanta insistencia en la voz de Jesús!».

El sábado 7 de mayo de 1955, de camino al mercado, oye cómo unas personas critican al gobierno del Sur. El hermano Marcelo interviene: «Yo vengo del Sur y el gobierno nunca ha actuado de esa manera». Unos minutos después es detenido y conducido ante la policía, y luego encarcelado. Cinco meses más tarde, es trasladado a la cárcel central de Hanoi, donde encuentra a numerosos católicos y sacerdotes. Escribe a su superior: «Si quisiera vivir, me resultaría muy fácil: me bastaría con acusarle. Pero no se preocupe, nunca consentiré en ello». Y después a su confesor: «Durante los últimos meses, he tenido que luchar con todas mis fuerzas y soportar todos los suplicios de lavado de cerebro. El enemigo ha hecho uso de muchas artimañas para hacerme capitular, pero no he admitido ninguna cobardía». Y a su hermana: «Nada puede quitarme el arma del amor. Ninguna aflicción es capaz de borrar la sonrisa afable que muestro en mi delgado rostro. ¿Y para quién va a ser la caricia de mi sonrisa sino para Jesús el bienamado?... Soy la víctima del Amor y el Amor es toda mi felicidad, una felicidad indestructible».

Un simple cura de parroquia

Un año después de su detención, tranquilo y dueño de sí mismo, comparece ante el tribunal de Hanoi. Ante su negativa a confesar que ha hecho propaganda a favor del presidente de Vietnam del Sur, es condenado a quince años de reclusión en un campo de «reeducación». Es conducido al campo no 1, donde encuentra a algunos católicos «muy firmes todos en la fe». Escribe: «Estoy muy ocupado, como lo está un simple cura de parroquia. Además de las horas de trabajo obligatorio, debo recibir continuamente a personas que acuden unas tras otras a mí en busca de consuelo« Dios mismo me ha hecho saber que estoy cumpliendo su voluntad. Le he pedido muchas veces morir en este campo, pero siempre me ha respondido: estoy dispuesto a seguir tu voluntad como tu sigues la mía, pero están las almas que todavía te necesitan«».

En agosto de 1957, el hermano Marcelo Van es trasladado al campo no 2. Tras una tentativa de fuga para ir a buscar las sagradas formas, es apresado, golpeado y encerrado en una mazmorra malsana. A su alrededor todo se endurece: ya no hay ni visitas ni correo y, a principios de 1958, pasa tres meses encadenado, solo, sin ayuda, ni luz, excepto la que brilla en su corazón. Corroído por la tuberculosis y el beriberi, exhala el último suspiro el 10 de julio de 1959, a la edad de 31 años.

Al día siguiente de su profesión religiosa, el hermano Marcelo Van había oído que Jesús le decía: «Hijo mío, por amor a los hombres, ofrécete conmigo para que sean salvados». Convencido del valor del sufrimiento unido al de Cristo, escribió: «Jesús quería servirse de mi cuerpo para soportar el sufrimiento, la vergüenza y el agotamiento, a fin de que la llama del Amor que devora su divino Corazón pudiera extenderse en el corazón de todos los hombres sobre la tierra». Pidámosle que nos enseñe a transformar la tristeza de nuestros sufrimientos en alegría de participar en el amor redentor del Salvador.

El expediente informativo para la beatificación

de Van se abrió en 1997.


https://www.religionenlibertad.com/marcelo-van-joven-quien-hablaba-santa-teresita-del-nino-60200.htm

lunes, 2 de octubre de 2017

IXΘΥΣ




IXΘΥΣIota I=Jesús, Ji X=Christos, Theta Θ=Theou (de Dios), Ípsilon Υ=Uios (Hijo), Sigma Σ=Soter (Salvador)
El ichtus o ichthys (en griego ΙΧΘΥΣ ijcís "pez") es un símbolo que consiste en dos arcos que se intersecan de forma que parece el perfil de un pez a modo de una vesica piscis o mandorla horizontal, y que fue empleado por los primeros cristianos como un símbolo secreto.

El acrónimo significa Ἰησοῦς Χριστὸς Θεοῦ Υἱὸς Σωτήρ "Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador".1

El uso del ichtus como símbolo secreto pudo haber sido el siguiente: una persona dibujaba unas líneas rectas y curvas en la arena de forma aparentemente aleatoria, de las que una de ellas era un arco circular (medio ichtus). Si otra persona dibujaba más líneas en el suelo y completaba la figura, los dos sabrían que ambos eran cristianos.


viernes, 22 de septiembre de 2017

“Id también vosotros a mi viña.”



Autor anónimo, siglo IX, Italia
Homilía para la Septuagésima, 4-7; SC 161, pag 173

“Id también vosotros a mi viña.”

Queridos míos, perseverad en las buenas obras que habéis comenzado.... Hombres desdichados sirven a un rey terreno con peligro de sus vidas y mediante enormes dificultades para un beneficio pasajero. ¿Por qué no serviréis vosotros al rey del cielo para obtener la bienaventuranza del Reino? Ya que, por la fe, el Señor os ha llamado a su viña, es decir, a la unidad de la Iglesia santa ¡vivid, comportaos de tal manera que, gracias a la generosidad de Dios, recibáis la moneda de plata que es la felicidad del Reino de los cielos.

Que nadie desespere a causa de la gravedad de sus pecados. No diga: numerosos son los pecados que he cometido hasta la vejez y extrema vejez, ya no podré obtener el perdón, sobre todo porque no es que yo haya dejado de pecar sino que los pecados me han abandonado a mí. Que este tal no desespere para nada de la misericordia divina, porque unos son llamados a la viña de Dios a la primera hora, otros a la tercera, otros a la sexta, otros a la novena, otros a la postrera. Es decir: unos son conducidos al servicio de Dios en la infancia, otros en la adolescencia, otros en la juventud, otros en la vejez, otros en la extrema vejez.

Que nadie, pues, sea cual fuera su edad, desespere si quiere convertirse a Dios...Trabajad fielmente en la viña de la Iglesia para recibir el salario de felicidad eterna y reinar con Cristo por los siglos de los siglos.

domingo, 27 de agosto de 2017

Beato Francisco Javier Seelos (1819-1867).




Diez consejos prácticos para alcanzar la santidad

1. Ve a misa con la devoción más profunda.

2. Dedica media hora a reflexionar sobre tu principal debilidad y comprométete a evitarla.

3. Haz una lectura espiritual durante al menos 15 minutos al día, si no puedes media hora.

4. Di el Rosario todos los días.

5. También diariamente, si es posible, visita el Santo Sacramento; y al llegar la noche, medita sobre la Pasión de Cristo durante media hora.

6. Concluye el día con una oración nocturna y un examen de conciencia sobre todos tus fallos y pecados del día.

7. Todos los meses haz una revisión del mes en confesión.

8. Escoge un santo patrón especial cada mes e imita alguna virtud especial de ese patrón.

9. Precede toda gran fiesta con una novena, es decir, nueve días de devoción.

10. Intenta empezar y terminar toda actividad con un Ave María.