sábado, 27 de enero de 2018
sábado, 13 de enero de 2018
Cómo San Francisco enseñó al hermano León en qué consiste la alegría perfecta
Iba una vez San Francisco con el hermano León de Perusa a Santa María de los Angeles en tiempo de invierno. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, llamó al hermano León, que caminaba un poco delante (5), y le habló así: -- ¡Oh hermano León!: aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo grande ejemplo de santidad y de buena edificación, escribe y toma nota diligentemente que no está en eso la alegría perfecta. Siguiendo más adelante, le llamó San Francisco segunda vez: -- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor devuelva la vista a los ciegos, enderece a los tullidos, expulse a los demonios, haga oír a los sordos, andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que aún es más, resucite a un muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta. Caminando luego un poco más, San Francisco gritó con fuerza: -- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor llegara a saber todas las lenguas, y todas las ciencias, y todas las Escrituras, hasta poder profetizar y revelar no sólo las cosas futuras, sino aun los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no es ésa la alegría perfecta. Yendo un poco más adelante, San Francisco volvió a llamarle fuerte: -- ¡Oh hermano León, ovejuela de Dios!: aunque el hermano menor hablara la lengua de los ángeles, y conociera el curso de las estrellas y las virtudes de las hierbas, y le fueran descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conociera todas las propiedades de las aves y de los peces y de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, y de las piedras, y de las raíces, y de las aguas, escribe que no está en eso la alegría perfecta. Y, caminando todavía otro poco, San Francisco gritó fuerte: -- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que llegase a convertir a todos los infieles a la fe de Jesucristo, escribe que ésa no es la alegría perfecta. Así fue continuando por espacio de dos millas.
Por fin, el hermano León, lleno de asombro, le preguntó: -- Padre, te pido, de parte de Dios, que me digas en que está la alegría perfecta.
Y San Francisco le respondió: -- Si, cuando lleguemos a Santa María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes sois vosotros?» Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León!, que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa, entre insultos y golpes, como a indeseables importunos, diciendo: «¡Fuera de aquí, ladronzuelos miserables; id al hospital, porque aquí no hay comida ni hospedaje para vosotros!» Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él más enfurecido dice: «¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido». Y sale fuera con un palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. -- Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios; por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si lo tuvieras de ti mismo? (1 Cor 4,7). Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro; por lo cual dice el Apóstol: No me quiero gloriar sino en la cruz de Cristo (Gál 6,14). A Él sea siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amén
Por fin, el hermano León, lleno de asombro, le preguntó: -- Padre, te pido, de parte de Dios, que me digas en que está la alegría perfecta.
Y San Francisco le respondió: -- Si, cuando lleguemos a Santa María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes sois vosotros?» Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León!, que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa, entre insultos y golpes, como a indeseables importunos, diciendo: «¡Fuera de aquí, ladronzuelos miserables; id al hospital, porque aquí no hay comida ni hospedaje para vosotros!» Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él más enfurecido dice: «¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido». Y sale fuera con un palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. -- Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios; por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si lo tuvieras de ti mismo? (1 Cor 4,7). Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro; por lo cual dice el Apóstol: No me quiero gloriar sino en la cruz de Cristo (Gál 6,14). A Él sea siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amén
viernes, 1 de diciembre de 2017
«Velad por tanto, ya que no sabéis cuándo el dueño de la casa regresará»
Este es uno de los grandes preceptos del Señor: el que sus discípulos sacudan como el polvo todo lo que es terrestre, para dejarse llevar por un gran impulso hacia el cielo. Él nos exhorta a vencer el sueño, a buscar las realidades de arriba (Col 3:1), a mantener sin cesar nuestro espíritu alerta, a expulsar de nuestros ojos el adormecimiento seductor. Me refiero a ese letargo y a esa somnolencia que conducen el hombre al error y le forjan imágenes de sueños: honor, riqueza, poder, grandeza, placer, éxito, ganancia o prestigio.
Para olvidar tales fantasías, el Señor nos pide que superemos ese pesado sueño: no dejemos escapar lo real por una búsqueda desenfrenada de la nada. Él nos llama a que velemos: «Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas» (Lc 12:35). La luz que resplandece nuestros ojos ahuyenta el sueño, el cinturón que ciñe nuestra cintura mantiene nuestro cuerpo alerta, expresa un esfuerzo que no tolera ninguna torpeza.
¡Como el sentido de esta imagen es claro! Ceñir la cintura de templanza, es vivir en la luz de una conciencia pura. La lámpara encendida de la franqueza ilumina el rostro, hace brillar la verdad, mantiene el alma despierta, la hace impermeable a la falsedad y extranjera a la futilidad de nuestros pobres sueños. Vivamos según la exigencia de Cristo y compartiremos la vida de los ángeles. En efecto, es a ellos a quien nos une en su precepto: «sed como ésos que esperan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle en cuanto llegue y llame» (Lc 12:36). Son ellos quienes están sentados cerca de las puertas del cielo, velando, que el Rey de gloria (Sal 23:7) pase a su regreso de la boda.
Sermones sobre el Cántico de los Cánticos, número 11
lunes, 6 de noviembre de 2017
Marcelo Van, el joven a quien hablaba Santa Teresita del Niño Jesús para conducirle al cielo
Es en ese contexto donde, el 25 de marzo de 1928, en un pueblo del Norte (Tonkín), viene al mundo un niño llamado Joaquín Nguyên Tan Van, abreviado en Van. Nace en el seno de una familia cristiana que cuenta ya con un hijo y una hija, y donde reina una atmósfera de alegría y se refleja la belleza y el amor. El padre es sastre; la madre permanece en la casa y trabaja a veces en el arrozal. Van dirá lo siguiente de su madre: «Dios la había dotado de un corazón ardiente que sabía conjugar la prudencia y la bondad« Mientras me colmaba de afecto, sabía igualmente formarme en la santidad». Desde muy niño, goza de un precoz uso de razón y de una excelente memoria, pero también tiene un carácter obstinado, dominante e inflexible, aunque hipersensible. Nunca consiente que le separen de su madre. Una día, la criada intenta llevárselo a jugar lejos, pero algunos minutos después no tiene más remedio que regresar: «Llevaba marcadas en la cara las señales de mis uñas» –precisa Van.
Una gota de agua en medio del océano
A Van le gusta mucho jugar, y también organiza «procesiones» a la Virgen. Cuando aún no tiene cuatro años, viene al mundo una hermana pequeña. Movido por el exceso de afecto hacia ella, la acapara hasta tal punto que se hace necesario alejarlo, por lo que se lo llevan a casa de una tía. Aquella separación resulta muy dura, pero después de algunos días aprecia la compañía de sus primos y primas. A la edad de seis años, regresa a casa de sus padres y se prepara para la primera comunión. De aquel bendito día, escribirá más tarde: «Ha sonado la hora, el minuto tan deseado ha llegado« Voy a sacar suavemente la lengua para recibir el Pan del Amor. Una alegría extraordinaria invade mi corazón« En un instante, me he convertido en una «gota de agua» perdida en medio del inmenso océano. Ahora sólo queda Jesús, y yo soy la insignificancia de Jesús». A partir de ese día, Van recibe todos los días la Sagrada Eucaristía. Poco después, recibe el sacramento de la Confirmación. En su corazón se va perfilando una perspectiva de futuro: «Deseaba fervientemente ser sacerdote para ir a llevar la Buena Nueva a los no cristianos».
En el colegio, el maestro da muestras de excesiva severidad para con los alumnos, dándoles continuamente golpes con un bastón. Van pierde la salud, según él mismo escribe: «Cada día estaba más delgado y más pálido. La causa de que cayera en tal estado de agotamiento no fue otra que la extrema dureza del sistema educativo». La madre de Van lo confía al padre José Nha, cura párroco de la parroquia de Huu-Bang. Aquel sacerdote dirige una «Casa de Dios», institución donde los jóvenes adolescentes se inician más profundamente en la religión, mientras siguen sus estudios y ayudan al sacerdote. Los más capacitados podrán ingresar en el seminario menor. Las «Casas de Dios» han producido frutos indiscutibles, pero a veces han cobijado graves escándalos. Para Van todo empieza bien; esa nueva vida le apasiona y sobresale en los estudios. Sin embargo, su conducta ejemplar inspira desconfianza a algunos catequistas negligentes. Uno de ellos, Vinh, intenta en vano abusar de él, y llega a infligirle en secreto una serie de malos tratos corporales. Después de dos semanas, la encargada de la ropa de la parroquia distingue huellas de sangre en la ropa de Van. Enterado el padre Nha, manda curar al niño y prohíbe a Vinh que aquél entre en su habitación.
Sin embargo, poco tiempo después y celosos de Van, los catequistas montan una especie de tribunal para «juzgarlo». Tras algunas escenas humillantes, le reprochan que comulgue todos los días. Este reproche le produce una crisis espiritual: «Estaba confundido y sufría horriblemente al pensar que, sin ser digno como los santos, había realizado la temeridad de comulgar todos los días« Acabé por no comulgar diariamente« Entonces aparecieron de nuevo los defectos de mi primera infancia». En medio de aquella dura tribulación, Van dirige su mirada hacia la Virgen María y reza con perseverancia el rosario.
Finalmente, Vinh abandona la «Casa de Dios» junto con otros catequistas. Vuelve la tranquilidad, pero el ambiente de la casa no ha cambiado mucho: alcohol, juegos con dinero, groserías y presencia de chicas desvergonzadas. Van debe dedicar la mayor parte del tiempo a realizar trabajos manuales. Una vez cumplidos doce años, ya posee el certificado de escolaridad, pero no se le permite seguir adelante en los estudios, y debe emplear todo su tiempo en realizar servicios. Un día se escapa para volver a casa de sus padres, pero éstos lo devuelven a Huu-Bang. Dos meses más tarde, Van se escapa de nuevo y comienza una vida de mendicidad. Sobre ello escribirá lo que sigue: «En adelante, mi oficio iba a consistir en extender la mano a los transeúntes« Después de una semana llevando esa vida, estaba irreconocible. Tenía las manos y los pies delgados, la piel morena por el sol y las mejillas hundidas« Pero no hallaba nada de penoso en aquella vida de pobre vagabundo. Al contrario, sentía un gozo apacible en sufrir por Dios. Sabía que, al evadirme, había huido del pecado, había huido de lo que aflige el corazón de Dios».
De regreso a casa tras algún tiempo de vagabundeo, es recibido como hijo degenerado: «Profundamente descontenta, mi madre me trataba como si ya no fuera hijo suyo« la puerta de mi corazón se cerró herméticamente; ya no me atrevía a dirigirle una frase afectuosa y lloraba durante largas noches». El único apoyo que le queda es Lê, su hermana mayor. Poco tiempo después, el padre Nha, que visita la familia, no duda en acusar a Van de robo. Entonces, una terrible tentación se apodera del muchacho: «Llegué a considerarme como un ser abyecto. El demonio hacía brotar en mí la siguiente idea: si los hombres ya no me soportan, ¿cómo va a soportarme Dios? Pronto moriré y tendré que ir al infierno. Felizmente, María sigue siendo su esperanza. Un día, abre su corazón a un sacerdote que le reconforta con estas palabras: «Acepta de buen corazón esas tribulaciones y ofrécelas al Señor. Si Dios te ha enviado la cruz, es señal de que te ha elegido».
Transformado en un instante
Navidad de 1940. «El significado misterioso del sufrimiento se me escapaba –escribirá Van« ¿Por qué me lo había enviado Dios?... Empieza la Misa del gallo« En mi corazón todo está oscuro y frío». Llega el momento de la comunión: «Estrecho a Jesús en mi corazón. Un gozo inmenso se apodera de mí... ¿Por qué me parecen tan hermosos mis sufrimientos? Imposible de explicar« En un instante, mi alma se transformó. Ya no tenía miedo al sufrimiento« Dios me confiaba una misión: la de cambiar el sufrimiento por felicidad« Al tomar su fuerza del Amor, en adelante mi vida no será sino fuente de felicidad». Esa gracia no es en absoluto una ilusión, pues Van ya no es el mismo de antes. También su régimen de vida cambia, pues su tía Khanh lo acoge en su casa durante varios meses, encargándole una tarea del todo humilde: llevar a pacer el buey. Pero él intensifica su unión con Dios. Escribirá lo siguiente: «Me pregunto cuántas almas, en su relación con Dios, siguen teniendo miedo de Él como si se tratara de un ser muy eminente y muy lejano. Al no percatarse de lo que es el Amor, esas personas nunca osan permitirse el menor pensamiento de intimidad con Dios».
Pero Van sigue aferrándose todavía a sus defectos. Como consecuencia de una vejación, se empeña en comer muy poco y su tía se ve obligada a devolverlo a casa de sus padres. Poco después, el padre Nha les visita para restablecer la verdad sobre el asunto del robo, declarando la inocencia de Van y solicitando su reingreso en Huu-Bang. Después de un tiempo en oración, Van acepta. Sin embargo, en Huu-Bang siguen reinando el desorden y el escándalo. «¿Por qué Dios me ha empujado a volver?» –se pregunta Van. Inspirado por la Virgen, hace el voto de virginidad. Luego, comprende que su misión consiste en oponerse a los malos ejemplos y en amar a sus compañeros, lo que se dispone a cumplir con un grupo de camaradas más jóvenes.
Jamás lo conseguiré
Gracias a un amigo, Van es admitido en el seminario menor de Lang-Son en 1942. Seis meses más tarde, la institución debe cerrar sus puertas por falta de recursos, pero Van puede continuar sus estudios en la parroquia de Santa Teresita del Niño Jesús de Quang-Uyên, bajo la dirección de dos padres dominicos. Quiere llegar a ser santo, pero no sabe cómo hacerlo: «A pesar de mi inmenso deseo por llegar a la santidad, estaba seguro de que jamás lo conseguiría, pues para ser santo hay que ayunar, mortificarse con el látigo, llevar una piedra en el cuello, cadenitas llenas de púas, una camisa de saco, soportar el frío, la roña, etc. Dios mío, si es así, renuncio« Todo eso supera con creces mis fuerzas».
Van extiende sobre la mesa varias vidas de santos. Luego, con los ojos cerrados, deja caer la mano al azar: «Cuando abrí los ojos, tenía la mano sobre un libro que aún no había leído: Historia de un alma de santa Teresita del Niño Jesús« Apenas hube leído algunas páginas, dos torrentes de lágrimas me resbalaron por las mejillas« Lo que me conmovió fue el razonamiento de la pequeña Teresa: «Si Dios sólo descendiera sobre las flores más hermosas, símbolo de los santos doctores, su amor no sería absoluto del todo, pues lo propio del Amor es descender hasta el límite extremo« Del mismo modo que el sol ilumina a la vez los cedros y cada florecilla como si fuera la única sobre la tierra, así también Nuestro Señor se ocupa de cada alma como si no tuviera semejantes»« Entonces comprendí que Dios es Amor« Puedo santificarme mediante todos mis pequeños actos« Una sonrisa, una frase o una mirada, con tal de que todo se haga por amor». Una mañana, Van dirige sus pasos hasta los pies de una colina próxima. De repente, en medio del silencio, se sobresalta al oír una voz que le llama: «¡Van, Van, querido hermanito!». No hay nadie a su alrededor. La voz repite: «¡Van, Van, querido hermanito!». Van lanza un grito de alegría: «¡Oh! Es mi hermana Teresa. – Sí, soy tu hermana, Teresa« En adelante serás mi hermanito en persona« A partir de este día, nuestras almas no serán sino una sola alma, en el único amor de Dios« Dios quiere que las lecciones de amor que me enseñó en otro tiempo en el secreto del corazón, se perpetúen en este mundo. Por eso se ha dignado elegirte como pequeño secretario para llevar a término su obra».
Cuéntale tus juegos de canicas
Santa Teresita del Niño Jesús le instruye: «Dios nuestro Padre vela por los menores detalles de nuestras vidas« Dios es Padre y ese Padre es Amor, y es de una bondad y de una benevolencia infinitas« Pero a partir del día en que pecaron nuestros primeros padres, el temor invadió el corazón del hombre y le quitó la idea de un Dios Padre, infinitamente bueno« Entonces, Dios envió a su Hijo« Jesús vino para decir a sus hermanos los hombres que el amor del Padre es un manantial inagotable« Ser los hijos de Dios es para nosotros una inmensa felicidad. Debemos estar orgullosos de ello y no ceder jamás ante un temor excesivo« No tengas nunca miedo de Dios« No tengas miedo de mostrar familiaridad con Dios, al igual que con un amigo. Cuéntale todo lo que quieras: tus juegos de canicas, la subida a una montaña, las burlas de tus compañeros, tus enfados, tus lágrimas o los pequeños placeres de un momento cualquiera« – Pero, hermanita, Dios ya conoce todas esas cosas« – Es verdad, hermanito« Sin embargo, para dar amor y recibirlo, Él debe descender y lo hace como si olvidara que conoce todas las cosas, con la esperanza de escuchar cómo una palabra íntima brota de tu corazón».
Hace ya mucho tiempo que Van siente deseos de hacerse sacerdote: «Por ello –escribe– lo he sacrificado todo, imponiéndome enormes esfuerzos tanto espirituales como corporales». Pero un día, Teresa le dice: «Van, hermanito, tengo algo importante que decirte« Aunque es algo que te pondrá muy triste« Dios me ha hecho saber que no serás sacerdote». El joven se pone a sollozar: «Jamás podré vivir sin ser sacerdote« – Van, continua diciendo Teresa, si Dios quisiera que tu apostolado se ejerciera en otro contexto, ¿tú que pensarías?... Lo más perfecto de todo es cumplir la voluntad de nuestro Padre del Cielo« Serás ante todo apóstol mediante la oración y el sacrificio, como yo misma lo fui en otro tiempo». Teresa orienta entonces la mirada de Van hacia el siguiente pasaje tan importante de la Historia de un alma: «Comprendí que solamente el Amor mueve a los hombres de la Iglesia« Comprendí que el Amor contenía todas las vocaciones, que el Amor lo era todo, que abarcaba todas las épocas y todos los lugares« en una palabra: que es eterno».
Pero Van está intrigado: «Teresa, hermana, ¿en qué consiste esa vocación oculta, si no consigo ser sacerdote? – Entrarás en un convento, y allí te consagrarás a Dios». Una noche del invierno de 1942-43, Van tiene un sueño misterioso: «Vi que alguien se acercaba a la cabecera de mi cama« Aquel personaje iba todo vestido de negro y era bastante alto; su rostro reflejaba una gran bondad« Me hizo esta pregunta: «Hijo mío, ¿quieres?». Yo respondí espontáneamente: «sí»». Unos días más tarde, Van descubre en la casa una estatua que se parece extrañamente a su sueño: es la de san Alfonso de Ligorio, fundador de los redentoristas (1696-1787). Santa Teresa le confirma su vocación de hermano redentorista, y luego le anuncia nuevas tribulaciones: «Querido hermanito, hallarás espinas por el camino, y el cielo que ahora ves sereno se cubrirá de oscuras nubes« Derramarás lágrimas, perderás la alegría y serás como hombre entregado a la desesperanza« Pero recuerda que el mundo trató así a Jesús y que un redentorista se asemeja a su Salvador« Sin embargo, no temas. Durante esa tempestad, Jesús seguirá viviendo en la barca de tu alma« Hermanito, ya no me oirás hablar contigo con tanta familiaridad como lo he hecho hasta ahora. Pero no vayas a creer que te abandono; al contrario, permanezco sin cesar cerca de ti como debe hacerlo una hermana mayor« En este mundo, es el sufrimiento lo que constituye la prueba de tu amor, es el sufrimiento lo que confiere a tu amor todo su significado y su valor».
Hasta el final del camino
Poco tiempo después, en la parroquia de Quang-Uyên, el clima se degrada con motivo de las restricciones de comida debidas a la guerra. Tras un sinfín de novatadas, Van es expulsado de la comunidad a principios de junio de 1943. Al borde de la desesperación, exclama: «¡Oh, Dios mío! Quiero morirme y hacerlo aquí mismo para no llevar esta vergüenza ante mi familia». Pero Teresa, que ha callado durante largo tiempo, le anima de nuevo. Van dirige su mirada hacia la Santísima Virgen: «¡Oh, Madre!, me abandono por completo a ti« No tengo para ofrecerte más que mis heridas y mis lágrimas« Pero contigo, quiero llegar hasta el final del camino«». De regreso con sus padres, Van solicita ser admitido en los redentoristas de Hanoi. El 16 de julio de 1944, se presenta en el convento, pero, ante su juventud, le obligan a esperar tres años. Desmoralizado, regresa a su casa. No obstante, su madre le anima a que persevere.
De hecho, a principios de agosto, por recomendación de una persona amiga, Van es admitido en los redentoristas de Hanoi como criado y, el 17 de octubre siguiente, es admitido por fin al postulado, recibiendo el nombre de hermano Marcelo. Tras las primeras alegrías, las cruces no faltan, sobre todo las burlas de los cofrades. Ya desde su noviciado, y a requerimiento de su consejero espiritual, escribe su autobiografía. Durante dos años, Jesús, María y Teresa le favorecen con conversaciones íntimas. Sin embargo, el 9 de septiembre de 1946, el día siguiente al de su primera profesión, Jesús le dice: «Hijo mío, ahora te corresponde sacrificar los momentos de dulce intimidad conmigo, a fin de permitirme que vaya al encuentro de los pecadores« Además, pequeño Van, debes saber que tendrás que sufrir por parte de los superiores y de los hermanos; pero esas tribulaciones serán la señal de que eres agradable a mi Corazón. Te pido todos esos sufrimientos para unirte a mí en la obra de santificación de los sacerdotes».
El hermano Marcelo entra en una nueva «noche» de la fe. Todo el aspecto sensible desaparece, no quedando sino la monotonía del sacrificio, en medio de la fe pura. En 1950, el joven hermano es enviado a Saigón y, luego, a Dalat. En julio de 1954, Vietnam del Norte cae en poder de los comunistas y numerosos católicos huyen hacia el Sur. Algunos redentoristas permanecen en la casa de Hanoi para cuidar de los cristianos que se quedan. El hermano Marcelo comprende que Jesús le pide que se una a ellos, según dice: «Me voy para que haya alguien que ame a Dios en medio de los comunistas». Después de algunas semanas, escribe a su hermana Ana María: «Muy a menudo me asalta la tristeza y no hago más que pensar: ¡Ah!, si no hubiera venido a Hanoi« ¡Pero había tanta insistencia en la voz de Jesús!».
El sábado 7 de mayo de 1955, de camino al mercado, oye cómo unas personas critican al gobierno del Sur. El hermano Marcelo interviene: «Yo vengo del Sur y el gobierno nunca ha actuado de esa manera». Unos minutos después es detenido y conducido ante la policía, y luego encarcelado. Cinco meses más tarde, es trasladado a la cárcel central de Hanoi, donde encuentra a numerosos católicos y sacerdotes. Escribe a su superior: «Si quisiera vivir, me resultaría muy fácil: me bastaría con acusarle. Pero no se preocupe, nunca consentiré en ello». Y después a su confesor: «Durante los últimos meses, he tenido que luchar con todas mis fuerzas y soportar todos los suplicios de lavado de cerebro. El enemigo ha hecho uso de muchas artimañas para hacerme capitular, pero no he admitido ninguna cobardía». Y a su hermana: «Nada puede quitarme el arma del amor. Ninguna aflicción es capaz de borrar la sonrisa afable que muestro en mi delgado rostro. ¿Y para quién va a ser la caricia de mi sonrisa sino para Jesús el bienamado?... Soy la víctima del Amor y el Amor es toda mi felicidad, una felicidad indestructible».
Un simple cura de parroquia
Un año después de su detención, tranquilo y dueño de sí mismo, comparece ante el tribunal de Hanoi. Ante su negativa a confesar que ha hecho propaganda a favor del presidente de Vietnam del Sur, es condenado a quince años de reclusión en un campo de «reeducación». Es conducido al campo no 1, donde encuentra a algunos católicos «muy firmes todos en la fe». Escribe: «Estoy muy ocupado, como lo está un simple cura de parroquia. Además de las horas de trabajo obligatorio, debo recibir continuamente a personas que acuden unas tras otras a mí en busca de consuelo« Dios mismo me ha hecho saber que estoy cumpliendo su voluntad. Le he pedido muchas veces morir en este campo, pero siempre me ha respondido: estoy dispuesto a seguir tu voluntad como tu sigues la mía, pero están las almas que todavía te necesitan«».
En agosto de 1957, el hermano Marcelo Van es trasladado al campo no 2. Tras una tentativa de fuga para ir a buscar las sagradas formas, es apresado, golpeado y encerrado en una mazmorra malsana. A su alrededor todo se endurece: ya no hay ni visitas ni correo y, a principios de 1958, pasa tres meses encadenado, solo, sin ayuda, ni luz, excepto la que brilla en su corazón. Corroído por la tuberculosis y el beriberi, exhala el último suspiro el 10 de julio de 1959, a la edad de 31 años.
Al día siguiente de su profesión religiosa, el hermano Marcelo Van había oído que Jesús le decía: «Hijo mío, por amor a los hombres, ofrécete conmigo para que sean salvados». Convencido del valor del sufrimiento unido al de Cristo, escribió: «Jesús quería servirse de mi cuerpo para soportar el sufrimiento, la vergüenza y el agotamiento, a fin de que la llama del Amor que devora su divino Corazón pudiera extenderse en el corazón de todos los hombres sobre la tierra». Pidámosle que nos enseñe a transformar la tristeza de nuestros sufrimientos en alegría de participar en el amor redentor del Salvador.
El expediente informativo para la beatificación
de Van se abrió en 1997.
https://www.religionenlibertad.com/marcelo-van-joven-quien-hablaba-santa-teresita-del-nino-60200.htm
lunes, 2 de octubre de 2017
IXΘΥΣ
IXΘΥΣ: Iota I=Jesús, Ji X=Christos, Theta Θ=Theou (de Dios), Ípsilon Υ=Uios (Hijo), Sigma Σ=Soter (Salvador)
El ichtus o ichthys (en griego ΙΧΘΥΣ ijcís "pez") es un símbolo que consiste en dos arcos que se intersecan de forma que parece el perfil de un pez a modo de una vesica piscis o mandorla horizontal, y que fue empleado por los primeros cristianos como un símbolo secreto.
El acrónimo significa Ἰησοῦς Χριστὸς Θεοῦ Υἱὸς Σωτήρ "Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador".1
El uso del ichtus como símbolo secreto pudo haber sido el siguiente: una persona dibujaba unas líneas rectas y curvas en la arena de forma aparentemente aleatoria, de las que una de ellas era un arco circular (medio ichtus). Si otra persona dibujaba más líneas en el suelo y completaba la figura, los dos sabrían que ambos eran cristianos.
viernes, 22 de septiembre de 2017
“Id también vosotros a mi viña.”
Autor anónimo, siglo IX, Italia
Homilía para la Septuagésima, 4-7; SC 161, pag 173
“Id también vosotros a mi viña.”
Queridos míos, perseverad en las buenas obras que habéis comenzado.... Hombres desdichados sirven a un rey terreno con peligro de sus vidas y mediante enormes dificultades para un beneficio pasajero. ¿Por qué no serviréis vosotros al rey del cielo para obtener la bienaventuranza del Reino? Ya que, por la fe, el Señor os ha llamado a su viña, es decir, a la unidad de la Iglesia santa ¡vivid, comportaos de tal manera que, gracias a la generosidad de Dios, recibáis la moneda de plata que es la felicidad del Reino de los cielos.
Que nadie desespere a causa de la gravedad de sus pecados. No diga: numerosos son los pecados que he cometido hasta la vejez y extrema vejez, ya no podré obtener el perdón, sobre todo porque no es que yo haya dejado de pecar sino que los pecados me han abandonado a mí. Que este tal no desespere para nada de la misericordia divina, porque unos son llamados a la viña de Dios a la primera hora, otros a la tercera, otros a la sexta, otros a la novena, otros a la postrera. Es decir: unos son conducidos al servicio de Dios en la infancia, otros en la adolescencia, otros en la juventud, otros en la vejez, otros en la extrema vejez.
Que nadie, pues, sea cual fuera su edad, desespere si quiere convertirse a Dios...Trabajad fielmente en la viña de la Iglesia para recibir el salario de felicidad eterna y reinar con Cristo por los siglos de los siglos.
Queridos míos, perseverad en las buenas obras que habéis comenzado.... Hombres desdichados sirven a un rey terreno con peligro de sus vidas y mediante enormes dificultades para un beneficio pasajero. ¿Por qué no serviréis vosotros al rey del cielo para obtener la bienaventuranza del Reino? Ya que, por la fe, el Señor os ha llamado a su viña, es decir, a la unidad de la Iglesia santa ¡vivid, comportaos de tal manera que, gracias a la generosidad de Dios, recibáis la moneda de plata que es la felicidad del Reino de los cielos.
Que nadie desespere a causa de la gravedad de sus pecados. No diga: numerosos son los pecados que he cometido hasta la vejez y extrema vejez, ya no podré obtener el perdón, sobre todo porque no es que yo haya dejado de pecar sino que los pecados me han abandonado a mí. Que este tal no desespere para nada de la misericordia divina, porque unos son llamados a la viña de Dios a la primera hora, otros a la tercera, otros a la sexta, otros a la novena, otros a la postrera. Es decir: unos son conducidos al servicio de Dios en la infancia, otros en la adolescencia, otros en la juventud, otros en la vejez, otros en la extrema vejez.
Que nadie, pues, sea cual fuera su edad, desespere si quiere convertirse a Dios...Trabajad fielmente en la viña de la Iglesia para recibir el salario de felicidad eterna y reinar con Cristo por los siglos de los siglos.
domingo, 27 de agosto de 2017
Beato Francisco Javier Seelos (1819-1867).
Diez consejos prácticos para alcanzar la santidad
1. Ve a misa con la devoción más profunda.
2. Dedica media hora a reflexionar sobre tu principal debilidad y comprométete a evitarla.
3. Haz una lectura espiritual durante al menos 15 minutos al día, si no puedes media hora.
4. Di el Rosario todos los días.
5. También diariamente, si es posible, visita el Santo Sacramento; y al llegar la noche, medita sobre la Pasión de Cristo durante media hora.
6. Concluye el día con una oración nocturna y un examen de conciencia sobre todos tus fallos y pecados del día.
7. Todos los meses haz una revisión del mes en confesión.
8. Escoge un santo patrón especial cada mes e imita alguna virtud especial de ese patrón.
9. Precede toda gran fiesta con una novena, es decir, nueve días de devoción.
10. Intenta empezar y terminar toda actividad con un Ave María.
http://www.seelos.org/index.html
https://es.aleteia.org/2017/08/26/los-10-mejores-consejos-practicos-para-alcanzar-la-santidad-segun-un-santo-estadounidense/
https://es.aleteia.org/2017/08/26/los-10-mejores-consejos-practicos-para-alcanzar-la-santidad-segun-un-santo-estadounidense/
viernes, 25 de agosto de 2017
Oración de Therese. Comunidad El Arca. Jean Vanier.
Santa Catalina de Siena dijo: "Con esto y otros muchos modos, que no puedo contar, se consume y se destila mi vida en esta dulce Esposa: Yo por este camino, y los gloriosos mártires con su sangre".
Al escuchar a Therese en mitad de un retiro, me he dado cuenta de que la disponibilidad de algunos célibes puede ser un compromiso misterioso. Ella leyó esta oración:
Los que no nos hemos comprometido contigo, Jesús, en un celibato consagrado, ni en el matrimonio; los que no nos hemos comprometidos con nuestros hermanos en una comunidad, venimos a renovar nuestra alianza contigo.
Continuamos por este camino al que nos has llamado, pero al que no has dado nombre, llevamos esta pobreza de no saber donde nos conduces.
En este camino está la herida de no haber sido elegidos, ni amados, ni esperados, ni tocados; esta la herida de no elegir, ni amar, ni esperar, ni tocar. No pertenecemos a nadie. Nuestra casa no es un hogar, no tenemos donde reposar la cabeza.
Ante la opción de los demás solemos sentirnos impacientes, deprimidos, y malhumorados, ante su eficacia; sin embargo seguimos diciendo "si" a este camino. Creemos que es nuestra fecundidad, que hay que pasar por él para crecer en ti. Porque nuestros corazones son pobres y vacíos, están disponibles. Dejamos sitio para recibir a nuestros hermanos. Porque nuestros corazones son pobres y vacíos, están heridos. Dejamos que suba hacia ti el grito de nuestra sed.
Y te damos gracias, Señor, por el camino de fecundidad que has elegido para nosotros.
http://www.jean-vanier.org/es/sus_compromisos/las_fundaciones/el_arca
http://www.larche.org/fr/
Al escuchar a Therese en mitad de un retiro, me he dado cuenta de que la disponibilidad de algunos célibes puede ser un compromiso misterioso. Ella leyó esta oración:
Los que no nos hemos comprometido contigo, Jesús, en un celibato consagrado, ni en el matrimonio; los que no nos hemos comprometidos con nuestros hermanos en una comunidad, venimos a renovar nuestra alianza contigo.
Continuamos por este camino al que nos has llamado, pero al que no has dado nombre, llevamos esta pobreza de no saber donde nos conduces.
En este camino está la herida de no haber sido elegidos, ni amados, ni esperados, ni tocados; esta la herida de no elegir, ni amar, ni esperar, ni tocar. No pertenecemos a nadie. Nuestra casa no es un hogar, no tenemos donde reposar la cabeza.
Ante la opción de los demás solemos sentirnos impacientes, deprimidos, y malhumorados, ante su eficacia; sin embargo seguimos diciendo "si" a este camino. Creemos que es nuestra fecundidad, que hay que pasar por él para crecer en ti. Porque nuestros corazones son pobres y vacíos, están disponibles. Dejamos sitio para recibir a nuestros hermanos. Porque nuestros corazones son pobres y vacíos, están heridos. Dejamos que suba hacia ti el grito de nuestra sed.
Y te damos gracias, Señor, por el camino de fecundidad que has elegido para nosotros.
http://www.jean-vanier.org/es/sus_compromisos/las_fundaciones/el_arca
http://www.larche.org/fr/
miércoles, 23 de agosto de 2017
martes, 1 de agosto de 2017
EL PERDON DE ASIS (indulgencia de la Porciúncula).
2 de agosto. Nuestra Señora de los Angeles.
Oprimido por el pensamiento de ser indigno ante la misión de fundar la orden religiosa, subió a una cueva en las montañas. Ahí, durante una tormenta se echó al piso y, con una perfecta contricción, rogó a su Salvador que le perdonara los pecados de su vida pasada. En la angustia de su alma el gritaba: "¿Quien eres tu mi querido Señor y Dios, y quien soy yo vuestro miserable gusano de siervo? Mi querido Señor quiero amarte. Mi Señor y mi Dios, te entrego mi corazón y mi cuerpo y yo quisiera, si tan solo supiera como, hacer mas por amor a ti!. Repetía: "Señor ten misericordia de mi que soy un pobre pecador."
Luego, una dulce y gentil paz, la maravillosa paz del Señor llegó a su pura y penitente alma y le dijo: "Francisco, tus pecados has sido borrados." Desde entonces, por la gratitud que sentía, ardía en un deseo apasionado de obtener el mismo favor celestial por todos los pecadores arrepentidos. Y por eso oraba y pedía fervientemente esa noche en la cueva del bosque.
De repente el sintió un impulso irresistible de ir a la pequeña Iglesia, la Porciúncula. En cuanto entró, como siempre, se arrodillo, inclinó su cabeza y dijo esta oración: "Te alabamos, Señor Jesucristo, en todas las iglesias del mundo entero. Y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo." Luego al alzar su mirada, en su asombro Francisco vio una luz brillante arriba del pequeño altar y en unos rayos misteriosos el vio al Señor con su Santísima Madre con muchos ángeles.
Con pleno gozo y profunda reverencia, Francisco se postró en el piso ante esta gloriosa visión y Jesús le dijo: "Francisco pide lo que quieras para la salvación de los hombres". Sobrecogido al escuchar estas palabras inesperadas y consumido por un amor angelical por su misericordioso Salvador y por su Santísima Madre, Francisco exclamo: "Aunque yo soy un miserable pecador, yo te ruego querido Jesús, que le des esta gracia a la humanidad: dale a cada uno de los que vengan a esta Iglesia con verdadera contricción y confiesen sus pecados, el perdón completo e indulgencias de todos sus pecados".
Viendo que el Señor se mantenía en silencio, Francisco se dirigio con un confiado amor a Maria, refugio de los pecadores, y le suplicó: "Te ruego, a Ti, Santísima Madre, la abogada de la raza humana, que intercedas conmigo, por esta petición". Entoces Jesús miro a Maria, y Francisco se alegró al ver a Ella sonreir a su Divino Hijo, como que si dijera: "por favor, concedele a Francisco lo que te pide, ya que esa petición me hace feliz a mi".
Inmediatamente Nuestro Señor le dijo a Francisco: "Te concedo lo que pides, pero debes de ir a mi Vicario, el Papa, y pídele que apruebe esta indulgencia". La visión, entonces, se desvaneció dejando a Francisco en el piso de la capilla, llorando de alegría, con profundo amor y agradecimiento.
Temprano en la mañana, Francisco salio con el Hermano Maceo, a la cercana ciudad de Perugia, donde un nuevo Papa había sido electo, Honorio III. En el camino, Francisco empezó a preocuparse, ya que iba a pedirle al Papa, un privilegio muy grande para una capilla desconocida. Ese tipo de indulgencia solo se le había concedido a la tumba de Cristo, a la de San Pedro y San Pablo y a los que participaban en las cruzadas. Entonces Francisco oró arduamente a Nuestra Señora de los Angeles.
Cuando llegó el turno de hablar con el Papa, Francisco se dirigió con gran humildad: "Su santidad, unos años atrás reparé una pequeña Iglesia en honor a la Santísima Virgen. Le suplico le conceda recibir indulgencias, pero sin tener que dar ninguna ofrenda" (Francisco pensaba en los pobres).
-El Papa replicó:"No es muy razonable lo que pides, pues quien desea una indulgencia debe hacer un sacrificio. Pero, bueno, ¿de cuantos años quieres que sea esta indulgencia?
-Francisco respondió: "Santo Padre, podría usted no darle años específicos, sino almas?
-¿Que significa eso de almas, Francisco?
Ahora Francisco tuvo que elevar una oración ferviente a Nuestra Señora, ya que debía explicarle al Papa lo que significaba su petición. Con mucha humildad pero con firmeza hizo su extraordinaria petición, la que ha sido conocida como la indulgencia de la Porciúncula.
-"Yo deseo, si le parece a su Santidad, por las gracias que Dios concede en esa pequeña Iglesia, que todo el que entre en ella, habiéndose arrepentido sinceramente, confesado y habiendo recibido la absolución, que se le borren todos los pecados y las penas temporales de ellos en este mundo y en el purgatorio, desde el día de su Bautismo hasta la hora en que entren en esa iglesia."
Impresionado por esta firme y sincera petición, el Papa exclamo: "Estas pidiendo algo muy grande Francisco, ya que no es la costumbre de la Corte Romana conceder ese tipo de indulgencia"
Reconociendo que esta oportunidad de traer gracias a la humanidad, podía desvanecerse en aquel instante, Francisco añadió con fervor y vehemencia, y con una serenidad devastadora: "Reverendísimo Santo Padre, yo no le pido esto por mi mismo, lo pido en nombre de Aquel que me ha enviado, Nuestro Señor Jesucristo".
En ese momento el Papa recordó que su gran predecesor Inocencio III, estaba convencido que Cristo se le aparecía y guiaba de manera especial a este pequeño y santo poverelo. Movido, por el Espíritu Santo, el vicario de Cristo solemnemente declaró tres veces: es mi deseo que se te sea concedida tu petición. Pero los cardenales que estaban presente al escuchar esta innovación revolucionaria, protestaron y reclamaron al Papa que esta rica y nueva indulgencia debilitaría las cruzadas. En términos fuertísimos le exigieron que la cancelara. Pero el Papa les dijo, "yo no cancelo lo que he concedido". -"Entonces restríngela lo mas posible".
El Santo Padre llamó a Francisco y le dijo: "nosotros te concedemos esta indulgencia y debe ser válida perpetuamente, pero solo en un día cada año, desde las vísperas, a través de la noche, hasta las vísperas del siguiente día."
Francisco sumisamente bajo la cabeza y después de agradecer al Papa, se levanto y comenzó a salir. Pero el Papa le llamo: "¿Adonde vas, tu pequeño poverelo? No tienes garantía sobre esta indulgencia". Francisco se volvió hacia el y con su simpática y confiada sonrisa le dijo: "Santo Padre su Palabra es suficiente para mi, si esta es la obra de Dios es El quien hará su obra manifiesta. No necesito ningún otro documento. La Santísima Virgen María habrá de ser la garantía, Cristo el notario, y los ángeles los testigos." (recordando la visión)
Francisco escucho estas palabras en su oración: "Francisco quiero que sepas que esta indulgencia, que ha sido concedida a ti en la tierra, ha sido confirmada en el cielo". Con gran gozo compartió esta revelación al hno. Maceo, y juntos aligeraron el paso para ir a darle gracias a Nuestra Señora de los Angeles en la Porciúncula.
Para la solemne inauguración de este perdón en la Porciúncula, Francisco escogió Agosto 2, porque fue el primer aniversario de la consagración de esta santa capilla, y porque Agosto 1, era la fiesta de la liberación de San Pedro de las cadenas que tenía en la cárcel (Agosto 2, es el día de Nuestra Señora de los Angeles).
En presencia de los obispos de Asís, Perugia, Todi, Spoleto, Gubbio, Nocera y Foligno, anunció Francisco a la multitud la gran noticia: «Quiero mandaros a todos al paraíso anunciándoos la indulgencia que me ha sido otorgada por el Papa Honorio. Sabed, pues, que todos los aquí presentes, como también cuantos vinieren a orar en esta iglesia, obtendrán la remisión de todos sus pecados».
Jesús y María confirmaron su aprobación del Gran Perdón de la Porciúncula. Una vez a un santo fraile franciscano, Beato Conrado de Ofida, la Virgen Santísima se le apareció envuelta en un rallo de luz, con el niño Jesús en sus brazos, en la puerta de la Porciúncula. El niño bendecía a todos los peregrinos que entraban en la capilla de su Madre para adquirir el perdón de los pecados.
Mas tarde los obispos de Asis y otros Papas promulgaron documentos confirmando "El gran Perdón de la Porciúncula". La pequeña iglesia dedicada a la Santísima Virgen se convirtió en uno de los mas famosos santuarios de peregrinación de toda Europa. Mas tarde Gregorio XV hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las Iglesias Franciscanas del mundo. En 1921, el Papa Benedicto XV canceló la restricción de manera que se pueda obtener indulgencias cualquier día. Según el decreto de la Penitenciaría Apostólica del 15 de julio de 1988 («Portiuncolae sacrae aedes»), se puede ganar la indulgencia en La Porciúncula durante todo el año, una sola vez al día. Cada año una multitud de fieles acude allí para recibir el «Perdón de Asís» también llamado «Indulgencia de la Porciúncula». Sin embargo, a partir de
Condiciones para obtener la indulgencia
El Perdón de Asís se puede obtener para uno mismo o por los difuntos. Las condiciones son las prescritas para las indulgencias plenarias.
1) Visita al Santuario con la recitación de un Padrenuestro y un Credo
2) Confesión sacramental y Santa Comunión
3) Rezar según las intenciones del Sumo Pontífice.
Los peregrinos pueden obtener la indulgencia todos los días del año.
lunes, 19 de junio de 2017
He aquí, estoy a la puerta y llamo.
San Pablo nos dice que "el amor es paciente". Usualmente interpretamos eso como la comprensión de nuestros amigos y familiares, para abstenerse con sus deficiencias particulares. Pero creo que parte de la paciencia del amor está esperando. Lo vemos en la paciente búsqueda de Cristo hacia nosotros:
He aquí, estoy a la puerta y llamo; Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo.
Iconos y pinturas de esta escena siempre tienden a imaginar una puerta sin mango. La puerta que Jesús llama, la puerta del corazón humano, sólo se abre desde dentro. Él nunca nos obliga. Él invita, El golpea, El llama.
Y él espera.
El pasaje de San. Juan Crisostomo, hoy resonó con esta paciente llamada de amor:
Así que también nos ocupemos de los pecadores: con condescendencia, con amor. Porque el amor es un gran maestro, capaz de apartar al hombre del error, de reformar el carácter y de conducirlo por la mano a la abnegación, y de piedras para hacer hombres.
El Amor divino que de piedras, porque estan endurecidos por el pecado, hace hombres.
domingo, 18 de junio de 2017
Mártir por amor a la Eucaristía. La pequeña Li.
https://www.youtube.com/watch?v=MUuwn7qYpX8
Cuando en 1979 Dios llamó a su servidor, Fulton Sheen, millones de americanos lo lloraron y se sintieron huérfanos. Durante años, por todos los instrumentos mediáticos posibles, habían estado pendientes de sus palabras. Provisto de un carisma especialísimo, monseñor Sheen combinaba a la vez la elocuencia natural con el poder del Espíritu Santo. Al escucharlo se sabía entonces que Dios estaba vivo, que era magnífico y deseable. El obispo Sheen propagaba tal luz que todas las radios se lo peleaban, seguras que él les haría sobrepasar por mucho sus ratings de audiencia registrados hasta entonces. Su famosa serie televisiva "La vida vale la pena de ser vivida” contaba con unos treinta millones de telespectadores por semana.
Este gran arzobispo, este gigante de la evangelización, tenía un secreto. Como todos los grandes hombres, los verdaderos, conservaba en su fuero íntimo un episodio de su vida en que la gracia lo había fulminado; y ni por todo m del mundo se desviaba del compromiso asumido entonces. Pero para prender este episodio tenemos que trasladarnos a China, en la época más dura de la represión comunista, en los años cincuenta...
Pasitos de chinita…
En una escuela parroquial, los niños recitan a conciencia sus oraciones. La hermana Euphrasie está contenta: muchos pudieron hacer su primera comunión dos meses atrás y la han hecho con seriedad, desde lo profundo del corazón. Sonríe ante la pregunta de la pequeña Li, de diez años:
¿Por qué el Señor Jesús no nos ha enseñado a decir: "Danos arroz de cada día"?
Los niños comen arroz mañana, tarde y noche; ¿cómo responder a tal pregunta?
- Es que... pan quiere decir Eucaristía –había respondido religiosa. ¡Por cierto, la hermana Euphrasie brillaba más por su corazón que por su teología!
–Le pides al buen Jesús la Comunión cotidiana. Para tu cuerpo arroz. ¡Pero tu alma, que vale más que tu cuerpo, tiene hambre de ese pan que es el Pan de Vida!
En el mes de mayo, cuando Li hizo su primera Comunión le dijo a Jesús en su corazón:
"Dame siempre ese Pan de cada día, ¡para que mi alma viva y goce de buena salud!"
Desde entonces, Li comulga a diario. Pero es consciente que “los malos" (los comunistas sin Dios) pueden impedirle en cualquier momento que reciba a Jesús en la Comunión. Entonces ora ardientemente para que eso no ocurra jamás. Un día entraron en el aula y de inmediato se dirigieron a los niños:
- ¡Entréguennos enseguida todos sus ídolos!
Li sabía bien a qué se referían. Aterrados, los niños habían entregado sus imágenes piadosas cuidadosamente pintadas. Luego con un gesto de cólera, el comisario había arrancado el crucifijo de la pared y lo había arrojado al piso, pisoteándolo a la vez que gritaba:
- ¡La nueva China no tolerará más estas groseras supersticiones!
La pequeña Li, que amaba tanto su estampita del Buen Pastor, intentó esconderla dentro de su blusa; ¡era la estampita de su primera comunión! Una sonora cachetada la hizo tambalear y cayó a tierra. El comisario llamó al padre de la niña, poniendo empeño en humillarlo antes de maniatarlo-
Aquel mismo día, toda la gente del pueblo, llevada a la fuerza por la policía, se abarrotó en la iglesia para una nueva clase de “sermón” por el comisario, que ridiculizaba a los misioneros y a los “agentes del imperialismo americano"... Luego, con voz de trueno ordenó a que forzaran el tabernáculo. La asamblea contuvo el aliento y oró ardientemente.
De cara a la gente, el hombre gritó:
- Ahora vamos a ver si su Cristo sabe defenderse. Esto es lo que hago con su "Presencia Real". ¡Trucos del Vaticano para explotarlos mejor!
Mientras hablaba, tomó el copón y arrojó todas las hostias sobre las balsas. Los fieles, atónitos, retrocedieron ahogando un grito.
La pequeña Li queda tiesa en su lugar. ¡Oh! ¿Qué hicieron con el Pan? Su corazoncito recto e inocente comienza a sangrar ante las hostias diseminadas por el suelo. ¿Nadie va a defender a Jesús? El comisario se burla; una burda risa entrecorta sus blasfemias. Li llora silenciosamente.
–Y ahora todos afuera; ¡lárguense de aquí!, –aúlla el comisario. ¡Y guay el que se atreva a volver a este antro de supersticiones!
La iglesia se vacía. Pero además de los ángeles adoradores que están siempre en torno a Jesús Hostia, un testigo permanece en el lugar, sin perderse nada de la escena que se desenvuelve ante sus ojos. Es el padre Luc, de las Misiones Extranjeras, escondido por los parroquianos en un reducto del coro, provisto de un tragaluz que da sobre la iglesia. Está sumido en oración reparadora y sufre por no poder moverse de allí: un gesto de su parte y los parroquianos que lo han camuflado serían arrestados por traición.
"Señor Jesús, ten piedad de ti mismo, oraba, angustiado, ¡impide este sacrilegio! ¡Señor Jesús!".
De repente, un crujido quiebra el pesado silencio de la iglesia. La puerta se abre con suavidad. ¡Es la pequeña Li! Tiene apenas diez años y hela aquí que se acerca al altar, con sus pasitos de chinita... El padre Luc tiembla por ella, ¡pueden matarla en cualquier momento! Pero, imposibilitado de hablarle, puede tan sólo mirar y suplicar a todos los santos del Cielo que protejan a la criatura. La pequeña se arrodilla y adora en silencio, como sor Euphrasie le ha enseñado. Sabe que debe preparar su corazón antes de recibir a Jesús. Con las manos juntas dirige una misteriosa plegaria a su querido Jesús maltratado y abandonado. Luego el padre Luc ve que se inclina y a gatas, toma una hostia con su lengua. Ahora está nuevamente de rodillas, con los ojos cerrados, dirigiendo una mirada interior hacia su visitante celestial. Cada segundo pesa una enormidad; el padre Luc teme lo peor... ¡Si solamente pudiera hablarle! Pero la niña se retira tan suavemente como había venido, casi dando saltitos.
Las "depuraciones" continúan y la brigada volante de los servicios del orden requisa todo el pueblo y sus alrededores. Tal es la suerte de la "nueva China". Entre los campesinos, nadie se atreve a moverse. Confinados en sus cabañas de bambú, lo ignoran todo sobre el porvenir.
Sin embargo, todas las mañanas, nuestra pequeña Li se escapa para ir al encuentro de su Pan Vivo en la iglesia y, reproduciendo con exactitud la escena del día anterior, toma una hostia con la lengua y desaparece. El padre Luc contiene su congoja con dificultad, ¿por qué no las toma todas de una vez? Él conoce la cantidad de hostias: treinta y dos. ¿No sabe que puede tomar varias de ellas a la vez? No, no lo sabe. Sor Euphrasie había sido clara: "Una sola hostia por día es suficiente. Y no se toca la hostia; ¡se la recibe en la lengua!". La pequeña respeta las reglas.
Ya no queda más que una sola hostia. Aquel día, al alba, la niña se escabulle como de costumbre y se aproxima al altar. Se arrodilla y ora muy cerca de la hostia. Entonces el padre Luc ahoga un grito.
Un miliciano, parado en el dintel de la puerta, carga su revólver. Se oye un golpe seco, seguido de una gran carcajada. La niña se desploma de inmediato.
El padre Luc la cree muerta, pero no, la ve reptar con dificultad hacia la hostia y pegarla a la boca. Algunos sobresaltos convulsivos, seguidos de una repentina distensión. La pequeña Li está muerta. ¡Ha salvado todas las hostias!
Cada día una "hora santa"
Dos meses antes de morir, a los ochenta y cuatro años de edad, Fulton Sheen revela finalmente su secreto al gran público, en ocasión de entrevista de un canal de televisión nacional.
–Su Excelencia, –le pregunta el periodista, –usted ha inspirado a miles de personas en el mundo entero. Pero usted mismo, ¿por quién ha sido inspirado? ¿Por un Papa?
–Ni por un Papa, –respondió, –ni por un cardenal ¡Ni siquiera por un sacerdote o una religiosa! Una chinita de diez fue quien me ha inspirado.
Fue entonces cuando monseñor Sheen contó la historia de la pequeña Li. Nos estaba entregando su testamento íntimo. El amor de esta criatura a Jesús en la Eucaristía, agregó, lo había impresionado tanto que el día en que la descubrió le hizo la siguiente promesa al Señor: cada día de su vida, hasta su muerte, pasare lo que pasare, haría una hora de adoración ante el Santísimmo. Y monseñor Sheen no sólo cumplió con su promesa, sino que no perdió oportunidad alguna para promover el amor de Jesús en la Eucaristía. Sin tomarse tregua, invitaba a los creyentes a hacer diariamente "una hora santa” ante el Santísimo.
Cuando en 1979 Dios llamó a su servidor, Fulton Sheen, millones de americanos lo lloraron y se sintieron huérfanos. Durante años, por todos los instrumentos mediáticos posibles, habían estado pendientes de sus palabras. Provisto de un carisma especialísimo, monseñor Sheen combinaba a la vez la elocuencia natural con el poder del Espíritu Santo. Al escucharlo se sabía entonces que Dios estaba vivo, que era magnífico y deseable. El obispo Sheen propagaba tal luz que todas las radios se lo peleaban, seguras que él les haría sobrepasar por mucho sus ratings de audiencia registrados hasta entonces. Su famosa serie televisiva "La vida vale la pena de ser vivida” contaba con unos treinta millones de telespectadores por semana.
Este gran arzobispo, este gigante de la evangelización, tenía un secreto. Como todos los grandes hombres, los verdaderos, conservaba en su fuero íntimo un episodio de su vida en que la gracia lo había fulminado; y ni por todo m del mundo se desviaba del compromiso asumido entonces. Pero para prender este episodio tenemos que trasladarnos a China, en la época más dura de la represión comunista, en los años cincuenta...
Pasitos de chinita…
En una escuela parroquial, los niños recitan a conciencia sus oraciones. La hermana Euphrasie está contenta: muchos pudieron hacer su primera comunión dos meses atrás y la han hecho con seriedad, desde lo profundo del corazón. Sonríe ante la pregunta de la pequeña Li, de diez años:
¿Por qué el Señor Jesús no nos ha enseñado a decir: "Danos arroz de cada día"?
Los niños comen arroz mañana, tarde y noche; ¿cómo responder a tal pregunta?
- Es que... pan quiere decir Eucaristía –había respondido religiosa. ¡Por cierto, la hermana Euphrasie brillaba más por su corazón que por su teología!
–Le pides al buen Jesús la Comunión cotidiana. Para tu cuerpo arroz. ¡Pero tu alma, que vale más que tu cuerpo, tiene hambre de ese pan que es el Pan de Vida!
En el mes de mayo, cuando Li hizo su primera Comunión le dijo a Jesús en su corazón:
"Dame siempre ese Pan de cada día, ¡para que mi alma viva y goce de buena salud!"
Desde entonces, Li comulga a diario. Pero es consciente que “los malos" (los comunistas sin Dios) pueden impedirle en cualquier momento que reciba a Jesús en la Comunión. Entonces ora ardientemente para que eso no ocurra jamás. Un día entraron en el aula y de inmediato se dirigieron a los niños:
- ¡Entréguennos enseguida todos sus ídolos!
Li sabía bien a qué se referían. Aterrados, los niños habían entregado sus imágenes piadosas cuidadosamente pintadas. Luego con un gesto de cólera, el comisario había arrancado el crucifijo de la pared y lo había arrojado al piso, pisoteándolo a la vez que gritaba:
- ¡La nueva China no tolerará más estas groseras supersticiones!
La pequeña Li, que amaba tanto su estampita del Buen Pastor, intentó esconderla dentro de su blusa; ¡era la estampita de su primera comunión! Una sonora cachetada la hizo tambalear y cayó a tierra. El comisario llamó al padre de la niña, poniendo empeño en humillarlo antes de maniatarlo-
Aquel mismo día, toda la gente del pueblo, llevada a la fuerza por la policía, se abarrotó en la iglesia para una nueva clase de “sermón” por el comisario, que ridiculizaba a los misioneros y a los “agentes del imperialismo americano"... Luego, con voz de trueno ordenó a que forzaran el tabernáculo. La asamblea contuvo el aliento y oró ardientemente.
De cara a la gente, el hombre gritó:
- Ahora vamos a ver si su Cristo sabe defenderse. Esto es lo que hago con su "Presencia Real". ¡Trucos del Vaticano para explotarlos mejor!
Mientras hablaba, tomó el copón y arrojó todas las hostias sobre las balsas. Los fieles, atónitos, retrocedieron ahogando un grito.
La pequeña Li queda tiesa en su lugar. ¡Oh! ¿Qué hicieron con el Pan? Su corazoncito recto e inocente comienza a sangrar ante las hostias diseminadas por el suelo. ¿Nadie va a defender a Jesús? El comisario se burla; una burda risa entrecorta sus blasfemias. Li llora silenciosamente.
–Y ahora todos afuera; ¡lárguense de aquí!, –aúlla el comisario. ¡Y guay el que se atreva a volver a este antro de supersticiones!
La iglesia se vacía. Pero además de los ángeles adoradores que están siempre en torno a Jesús Hostia, un testigo permanece en el lugar, sin perderse nada de la escena que se desenvuelve ante sus ojos. Es el padre Luc, de las Misiones Extranjeras, escondido por los parroquianos en un reducto del coro, provisto de un tragaluz que da sobre la iglesia. Está sumido en oración reparadora y sufre por no poder moverse de allí: un gesto de su parte y los parroquianos que lo han camuflado serían arrestados por traición.
"Señor Jesús, ten piedad de ti mismo, oraba, angustiado, ¡impide este sacrilegio! ¡Señor Jesús!".
De repente, un crujido quiebra el pesado silencio de la iglesia. La puerta se abre con suavidad. ¡Es la pequeña Li! Tiene apenas diez años y hela aquí que se acerca al altar, con sus pasitos de chinita... El padre Luc tiembla por ella, ¡pueden matarla en cualquier momento! Pero, imposibilitado de hablarle, puede tan sólo mirar y suplicar a todos los santos del Cielo que protejan a la criatura. La pequeña se arrodilla y adora en silencio, como sor Euphrasie le ha enseñado. Sabe que debe preparar su corazón antes de recibir a Jesús. Con las manos juntas dirige una misteriosa plegaria a su querido Jesús maltratado y abandonado. Luego el padre Luc ve que se inclina y a gatas, toma una hostia con su lengua. Ahora está nuevamente de rodillas, con los ojos cerrados, dirigiendo una mirada interior hacia su visitante celestial. Cada segundo pesa una enormidad; el padre Luc teme lo peor... ¡Si solamente pudiera hablarle! Pero la niña se retira tan suavemente como había venido, casi dando saltitos.
Las "depuraciones" continúan y la brigada volante de los servicios del orden requisa todo el pueblo y sus alrededores. Tal es la suerte de la "nueva China". Entre los campesinos, nadie se atreve a moverse. Confinados en sus cabañas de bambú, lo ignoran todo sobre el porvenir.
Sin embargo, todas las mañanas, nuestra pequeña Li se escapa para ir al encuentro de su Pan Vivo en la iglesia y, reproduciendo con exactitud la escena del día anterior, toma una hostia con la lengua y desaparece. El padre Luc contiene su congoja con dificultad, ¿por qué no las toma todas de una vez? Él conoce la cantidad de hostias: treinta y dos. ¿No sabe que puede tomar varias de ellas a la vez? No, no lo sabe. Sor Euphrasie había sido clara: "Una sola hostia por día es suficiente. Y no se toca la hostia; ¡se la recibe en la lengua!". La pequeña respeta las reglas.
Ya no queda más que una sola hostia. Aquel día, al alba, la niña se escabulle como de costumbre y se aproxima al altar. Se arrodilla y ora muy cerca de la hostia. Entonces el padre Luc ahoga un grito.
Un miliciano, parado en el dintel de la puerta, carga su revólver. Se oye un golpe seco, seguido de una gran carcajada. La niña se desploma de inmediato.
El padre Luc la cree muerta, pero no, la ve reptar con dificultad hacia la hostia y pegarla a la boca. Algunos sobresaltos convulsivos, seguidos de una repentina distensión. La pequeña Li está muerta. ¡Ha salvado todas las hostias!
Cada día una "hora santa"
Dos meses antes de morir, a los ochenta y cuatro años de edad, Fulton Sheen revela finalmente su secreto al gran público, en ocasión de entrevista de un canal de televisión nacional.
–Su Excelencia, –le pregunta el periodista, –usted ha inspirado a miles de personas en el mundo entero. Pero usted mismo, ¿por quién ha sido inspirado? ¿Por un Papa?
–Ni por un Papa, –respondió, –ni por un cardenal ¡Ni siquiera por un sacerdote o una religiosa! Una chinita de diez fue quien me ha inspirado.
Fue entonces cuando monseñor Sheen contó la historia de la pequeña Li. Nos estaba entregando su testamento íntimo. El amor de esta criatura a Jesús en la Eucaristía, agregó, lo había impresionado tanto que el día en que la descubrió le hizo la siguiente promesa al Señor: cada día de su vida, hasta su muerte, pasare lo que pasare, haría una hora de adoración ante el Santísimmo. Y monseñor Sheen no sólo cumplió con su promesa, sino que no perdió oportunidad alguna para promover el amor de Jesús en la Eucaristía. Sin tomarse tregua, invitaba a los creyentes a hacer diariamente "una hora santa” ante el Santísimo.
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