viernes, 9 de junio de 2017

La Oración de Cuaresma de San Efrén el Sirio.

«La Oración de Cuaresma de San Efrén el Sirio»

Alexander Schmemann

De todos los himnos y oraciones de la cuaresma, una corta oración puede ser calificada como la oración de cuaresma. La tradición la atribuye a uno de los grandes maestros de la vida espiritual- San Efrén el Sirio. Aquí está su texto:

Señor y Soberano de mi vida.
Líbrame del espíritu de indolencia,
desaliento, vanagloria y palabra inútil.
Y concédeme a mí, tu siervo pecador
el espíritu de castidad, humildad, paciencia y amor.

Si, Rey mío y Dios mío,
concédeme de conocer mis faltas
y no juzgar a mis hermanos
porque eres bendito por siempre. Amén.

Esta oración es leída dos veces al final de cada servicio de Cuaresma de Lunes a Viernes (no los Sábados y Domingos, porque, como veremos luego, los servicios de estos días no siguen el patrón de la Cuaresma). En la primera lectura, una postración sucede a cada petición. Luego nos inclinamos doce veces diciendo: “Oh Dios purifícame a Mi pecador”. La oración completa es repetida con una última postración al final. ¿Por qué esta corta y simple oración ocupa un lugar tan importante en toda la adoración de Cuaresma? Porque enumera de un modo único todos los elementos positivos y negativos del arrepentimiento y constituye, por decirlo de algún modo, una “lista de chequeo” de nuestro esfuerzo de Cuaresma individual. Este esfuerzo apunta primero a nuestra liberación de algunas enfermedades espirituales fundamentales que dan forma a nuestra vida y que hacen virtualmente imposible para nosotros incluso comenzar a volvernos hacia Dios.

La enfermedad básica es la indolencia. Es esa extraña pereza y pasividad de nuestro completo ser que siempre nos empuja hacia “abajo” en vez de hacia “arriba” – que constantemente nos convence de que ningún cambio es posible y por lo tanto deseable. Es de hecho un cinismo profundamente enraizado el cual a cada reto espiritual responde “¿Para qué?” y hace de nuestra vida un enorme desperdicio espiritual. Es la raíz de todo pecado porque envenena la energía espiritual en su misma fuente.

El resultado de la indolencia es la pusilanimidad. Es el estado de desaliento el cual es considerado por todos los santos padres como el mayor peligro para el alma. El desaliento es la imposibilidad del hombre de ver cualquier cosa buena o positiva; es la reducción de todo al negativismo y pesimismo. Es verdaderamente un poder demoníaco en nosotros porque el Diablo es fundamentalmente un mentiroso. Él le miente al hombre sobre Dios y sobre el mundo; él llena la vida con oscuridad y negación. El desaliento es el suicidio del alma porque cuando el hombre es poseído por él es absolutamente incapaz de ver la luz y desearla.

¡Vanagloria! Por extraño que pueda parecer, es precisamente la indolencia y el desaliento los que llenan nuestra vida de vanagloria. Al viciar toda la actitud hacia la vida y hacerla sin sentido y vacía, nos fuerzan a buscar compensación en una actitud radicalmente equivocada hacia otras personas. Si mi vida no está orientada hacia Dios, no apunta hacia valores eternos, inevitablemente se volverá egoísta y egocéntrica y esto significa que todos los otros seres se volverán medios de mi propia auto-destrucción.

Si Dios no es el Señor y Maestro de mi vida, entonces yo me vuelvo mi propio señor y maestro- el centro absoluto de mi mundo, y yo comienzo a evaluar todo en términos de mis necesidades, mis ideas, mis deseos, y mis juicios.

La vanagloria es entonces una depravación fundamental en mi relación con otros seres, una búsqueda de su subordinación a mí. No es necesariamente expresada en una verdadera impulso de mandar y dominar a los “otros”.

Puede resultar también en indiferencia, desprecio, falta de interés, consideración y respeto. Es verdaderamente indolencia y desaliento dirigido esta vez a otros; completa el suicidio espiritual con el asesinato espiritual. Finalmente, palabra inútil. De todos los seres creados, solo el hombre ha sido dotado con el don de la palabra.

Todos los Padres ven en ella el verdadero “sello” de la Imagen Divina en el hombre porque Dios Mismo es revelado como Verbo (Juan 1:1).

Pero siendo el don supremo, es igualmente prueba de peligro supremo.

Siendo la misma expresión del hombre, el medio de su auto-realización, es por esta misma razón el medio de su caída y auto-destrucción, de traición y pecado. La palabra salva y la palabra mata; la palabra inspira y la palabra envenena. La palabra es el medio de la Verdad y la palabra es el medio de la mentira demoníaca. Teniendo una al al final un poder positivo, tiene por tanto un tremendo poder negativo. Verdaderamente crea positiva y negativamente. Cuando es desviada de su propósito y origen divino, la palabra se vuelve inútil. Refuerza la “indolencia”, desaliento, y la vanagloria, y transforma la vida en un infierno. Se vuelve el mismo poder del pecado.

Estos cuatro son entonces “objetos” negativos del arrepentimiento. Son los obstáculos a ser removidos. Pero solo Dios puede removerlos. Por lo tanto, es la primera parte de la oración de Cuaresma- este grito del fondo del desamparo humano. Luego la oración se mueve a las miras positivas del arrepentimiento que también son cuatro.

¡Castidad! Si uno no reduce este término, y es tan a menudo hecho de forma errónea, solo a sus connotaciones sexuales, es entendido como la contraparte positiva de la indolencia. La indolencia es, primero que todo, disipación, el rompimiento de nuestra visión y energía, la discapacidad de ver el todo. Su opuesto es precisamente plenitud. Si usualmente nos referimos a castidad como la virtud opuesta a la depravación sexual, es porque el carácter destruido de nuestra existencia es aquí mejor manifestado que en la lujuria sexual. – la alienación del cuerpo de la vida y control del espíritu.

Cristo restaura la plenitud en nosotros y El hace esto al restaurar en nosotros la verdadera escala de valores al llevarnos de vuelta a Dios.

El primer y maravilloso fruto de esta plenitud o castidad es la humildad.

Ya hablamos de ella. Está sobre todo lo demás la victoria de la verdad en nosotros, la eliminación de todas las mentiras en las que usualmente vivimos.

La humildad sola es capaz de verdad, de ver y aceptar cosas como son y por lo tanto de ver la majestad y bondad y amor de Dios en todo. Es por esto que se nos dice que Dios de gracia al humildad y se opone al orgulloso.

La castidad y la humildad nos naturalmente seguidas por la paciencia.

El hombre “natural” o “caído” es impaciente, porque al ser ciego para sí mismo es rápido para juzgar y para condenar a los otros. Habiendo puesto un conocimiento destruido, incompleto y distorsionado de todo, él mide todas las cosa por sus gustos e ideas. Siendo indiferente a todos excepto a sí mismo, él quiere que la vida sea exitosa aquí mismo y ahora. La paciencia, sin embargo, es realmente una virtud divina. Dios es paciente no porque El es “indulgente”, pero porque El ve la profundidad de todo lo que existe, porque la realidad interna de las cosa, que en nuestra ceguera no vemos, está abierta a El. Mientras más nos acercamos a Dios, más pacientes nos volvemos y más reflejamos ese infinito respeto por todos los seres que es la cualidad propia de Dios.

Finalmente, la corona y fruto de todas las virtudes, de todo crecimiento y esfuerzo, es el amor –el amor que, como ya hemos dicho, solo puede ser dado por Dios- ese don que tiene la meta de toda la preparación y práctica espiritual.

Todo esto es resumido y juntado en la concluyente petición de la oración de Cuaresma en la cual pedimos “conocer mis faltas y no juzgar a mis hermanos”. Porque en último caso solo hay un peligro: el orgullo. El orgullo es la fuente del mal, y todo mal es orgullo. Los escritos espirituales están llenos de advertencias contra las sutiles formas de seudo-piedad las cuales, en realidad, bajo la apariencia de humildad y auto-acusación pueden llevar a un orgullo verdaderamente demoníaco. Pero cuando nosotros “conocemos nuestros propios errores” y “no juzgamos a nuestros hermanos”, cuando, en otros términos, la castidad, la humildad, la paciencia, y el amor son uno solo en nosotros, entonces y solo entonces el último enemigo-el orgullo- habrá sido destruido en nosotros.

Luego de cada petición de la oración realizamos una postración.

Las postraciones no están limitadas a la oración de San Efrén sino constituyen una de las características distintivas de la adoración de cuaresma. Aquí, sin embargo, su significado es dado a conocer mejor. En el largo y difícil esfuerzo de la recuperación espiritual, la Iglesia no separa el alma del cuerpo. El hombre completo ha caído lejos de Dios; el hombre completo ha sido restaurado, el hombre completo debe regresar. La catástrofe del pecado yace precisamente en la victoria de la carne – lo animal, lo irracional, la lujuria en nosotros –sobre lo espiritual y lo divino. Pero el cuerpo es glorioso, el cuerpo es sagrado, tan sagrado que Dios Mismo se “hizo carne”.

La salvación y el arrepentimiento no son desprecio para el cuerpo o negación de éste, sino la restauración del cuerpo a su verdadera función como la expresión y la vida del espíritu, como el templo de la invaluable alma humana. El ascetismo Cristiano es una lucha, no contra pero para el cuerpo.

Por esta razón, el hombre completo –alma y cuerpo- se arrepiente. El cuerpo participa en la oración del alma así como el alma ora a través y dentro del cuerpo. Las postraciones, el signo “psico-somático” del arrepentimiento y de la humildad, de adoración y obediencia, son de esta forma el rito de Cuaresma par exellence.

miércoles, 7 de junio de 2017

Jesucristo EL Puente.

                                                                     

 


Jesucristo Puente.


Imagina el pecado de Adán como un río impetuoso que separó el cielo de la tierra. En la parte de acá desde entonces todo son males y desgracias. Dios ha sido tan bueno que para salvarnos ha tendido un puente por encima de esa impetuosa corriente. Ese puente es la gran oportunidad que se nos da para salvarnos pero debemos pasar por él, porque si no, permanecemos en nuestro pecado.

No es un puente horizontal, sino que sube en escalones, como el de Mostar, para entrar ya en directo por la otra parte. El puente es Cristo crucificado. Los que quieren subir por el puente se encuentran en el primer escalón con los pies de Cristo. En este peldaño se vive bajo la ley, se tienen buenos deseos pero no es suficiente para librarse del pecado. Hay que ejercitarse en la penitencia y en el dominio de sí. Conviene también meditar mucho en este estado para darse cuenta de la gravedad del pecado. Con ello se da un paso importante hacia la salvación.

El segundo peldaño es el corazón. Aquí ya se entra en el amor. El alma se llena de amor porque se siente amada. Lo que pasa es que las pruebas y tribulaciones son todavía capaces de enfriar este amor. Le dice el Padre: los que están en este peldaño aflojan a veces en mi servicio cuando para sacarlos de la imperfección y ejercitarlos en la virtud retiro mis consuelos y permito en ellos combates y trabajos. Obro así para que vengan a un conocimiento perfecto de sí mismos y reconozcan que sin mi ni son ni pueden hacer nada.

El tercer grado o escalón que corresponde a la intimidad de la boca es el del amor desinteresado de los hijos y amigos verdaderos. Estos ya son capaces de acoger los grandes secretos. La intimidad será muy grande. El alma aquí, aun cuando siente que yo me retiro de ella no retrocede. Persevera con humildad en la práctica de las virtudes y permanece encerrada en la casa del conocimiento de sí misma. Y allí, llena de fe viva, espera la venida del Espíritu Santo que es fuego de caridad.

Este tercer grado culmina con el amor al prójimo. Yo os pido que me améis con el mismo amor con que yo os amo. Como esto es imposible porque yo os amé sin ser amado yo os ofrezco para que compenséis mi amor a vuestros prójimos para que amándolos a ellos deis lo que no me podéis dar a mí.

Quien no pasa por este puente tiene debajo de él, el río. El agua pasa y desaparece y viene otra nueva con lo que todo se torna inestable. Nadie puede andar o permanecer en ella sin ahogarse. Es muy difícil comprender la mentalidad del que voluntariamente se ahoga en el río. Para Catalina la alternativa justos o inicuos, salvados o réprobos continúa en mil modulaciones. Reprocharé al mundano sus injusticias con los demás pero, sobre todo, consigo mismo al haber creído que su miseria es más grande que mi misericordia. Este es el pecado que no se perdona ni aquí ni allá, pues por menosprecio no ha deseado mi misericordia. Este pecado es más grave para mí que todos los demás que cometió (Diálogo, 118, cap. 37).


Doctrina del Puente en Santa Catalina de Siena.

                                                                        

jueves, 25 de mayo de 2017

San Beda, el venerable. Presbítero y doctor de la Iglesia. +735.







Escribió así:

Y es así que, muy interesado en la historia eclesiástica de Bretaña, especialmente en la raza de los ingleses, yo, Beda, sirviente de Cristo y sacerdote del monasterio de los benditos apóstoles San Pedro y San Pablo, el cual se encuentra en Wearmouth y Jarrow (en Northumbria), con la ayuda del Señor he compuesto, cuanto he logrado recabar de documentos antiguos, de las tradiciones de los ancianos y de mi propio conocimiento. Nací en el territorio del monasterio ya mencionado, y a la edad de siete años fui dado, por el interés de mis familiares, al reverendísimo abad benedictino Biscop, y después a Ceolfrid, para recibir educación. Desde entonces he permanecido toda mi vida en dicho monasterio, dedicando todas mis penas al estudio de las Escrituras, a observar la disciplina monástica y a cantar diariamente en la iglesia, siendo siempre mi deleite el aprender, enseñar o escribir. A los diecinueve años, fui admitido al diaconado, a los treinta al sacerdocio, ambas veces mediante las manos del reverendísimo obispo Juan [san Juan de Beverley], y a las órdenes del abad Ceolfrid. Desde el momento de mi admisión al sacerdocio hasta mis actuales 59 años me he esforzado por hacer breves notas sobre las sagradas Escrituras, para uso propio y de mis hermanos, ya sea de las obras de los venerables Padres de la Iglesia o de su significado e interpretación.


Después de esto, Beda inserta una lista de Indiculus, de sus anteriores escritos y, finalmente, termina su gran obra con las siguientes palabras:


Y os ruego, amoroso Jesús, que así como me habéis concedido la gracia de tomar con deleite las palabras de vuestro conocimiento, me concedáis misericordiosamente llegar a ti, la fuente de toda sabiduría, y permanecer para siempre delante de vuestro rostro.


Es evidente, en la carta de Beda al obispo Egberto, que el historiador visitaba ocasionalmente a sus amigos durante algunos días, alejándose del monasterio de Jarrow; pero salvo esas raras excepciones, su vida parece haber transcurrido como una pacífica ronda de estudios y oración dentro de su propia comunidad. El cariño que ésta le tenía queda manifiesto en el conmovedor relato de la última enfermedad y la muerte del santo, legada a nosotros por Cuthbert, uno de sus discípulos. Su búsqueda del conocimiento no fue interrumpida por su enfermedad y los hermanos le leían mientras él estaba en cama, pero la lectura era reemplazada constantemente por las lágrimas. "Puedo declarar con toda verdad," escribe Cuthbert sobre su amado maestro, "que nunca vi con mis ojos, ni oí con mis oídos a nadie que agradeciera tan incesantemente al Dios vivo. Incluso el día de su muerte (la vigilia de la Ascensión de 735) el santo estaba ocupado dictando una traducción del Evangelio de San Juan. Al atardecer, el muchacho Wilbert, que la estaba escribiendo, le dijo: "Hay todavía una oración, querido maestro, que no está escrita." Y cuando la hubo entregado, y el muchacho le dijo que estaba terminada, "Habéis hablado con verdad…", contestó Beda, "…está terminada. Tomad mi cabeza entre vuestras manos, pues es de gran placer sentarme frente a cualquier lugar sagrado donde haya orado, así sentado puedo llamar a mi Padre." Y así, sobre el suelo de su celda, cantando "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo", y el resto, exhaló su último aliento.


El calificativo Venerabilis parece haber sido agregado al nombre de Beda antes de haber transcurrido las dos generaciones posteriores a su muerte. Por supuesto, no existe una autoridad anterior que corrobore la leyenda repetida por Fuller acerca del “monje torpe” que al componer un epitafio sobre Beda se quedó sin palabras para completar la frase Hac sunt in fossa Bedae… ossa y a la mañana siguiente se encontró con que los ángeles habían llenado el espacio con la palabra venerabilis. El calificativo es utilizado por Alcuin, Amalarius y al parecer por Paulo el Diácono, y el importante Consejo de Aachen de 835 lo describe como venerabilis et modernis temporibus doctor admirabilis Beda. Este decreto se mencionaba especialmente en la petición que el Cardenal Wiseman y los obispos ingleses enviaron a la Santa Sede en 1859, rogando que Beda fuera declarado Doctor de la Iglesia. El tema ya había sido discutido antes de la época de Benedicto XIV, pero no fue hasta el 13 de noviembre de 1899 que León XIII decretó que el 27 de mayo toda la Iglesia debía celebrar la fiesta del Venerable Beda, con el título de Doctor Ecclesiae. Durante toda la Edad Media se había celebrado en York y en el Norte de Inglaterra el culto local al Santo Beda, pero la fiesta no era tan popular en el sur, donde se seguía la Liturgia de Sarum.


La influencia de Beda entre los eruditos ingleses y extranjeros fue muy grande, y probablemente habría sido mayor si los monasterios del norte no hubieran sido devastados por las invasiones Danesas menos de un siglo después de la muerte de Beda. En innumerables formas, pero especialmente por su moderación, amabilidad y gran visión, Beda se distingue entre sus contemporáneos. En lo referente a erudición, indudablemente fue el hombre más sabio de su tiempo. Una característica muy notable, observada por Plummer (I, p. xxiii), es su sentido de propiedad literaria, una particularidad extraordinaria en esa época. Él mismo anotaba escrupulosamente en sus escritos los pasajes que había tomado prestados de otros e incluso rogaba a los copistas de sus obras que conservaran las referencias, una recomendación a la que ellos pusieron muy poca atención. A pesar de lo elevado de su cultura, Beda aclara repetidamente que sus estudios están subordinados a la interpretación de las Escrituras. En su "De Schematibus" lo dice así: "Las Sagradas Escrituras están sobre todos los demás libros, no sólo por su autoridad Divina, o por su utilidad pues son una guía hacia la vida eterna, sino también por su antigüedad y su forma literaria” (positione dicendi). Tal vez el mayor tributo al genio de Beda es que con una convicción tan desprovista de compromiso y tan sincera de que la sabiduría humana es inferior, haya podido adquirir tanta cultura verdadera. Aunque el Latín fue para él una lengua todavía viva, y aunque no parece haber volteado conscientemente hacia la Era de Augusto de la Literatura Romana que preservaba modelos más puros de estilo literario que la época de Fortunato o San Agustín, ya sea por genio natural o por el contacto con los clásicos, Beda es extraordinario por la relativa pureza de su lenguaje y también por su lucidez y sobriedad, especialmente en temas de crítica histórica. En todos estos aspectos presenta un marcado contraste con san Aldhelm quien se aproxima más al tipo Celta.
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Avisos espirituales de Santa Teresa de Jesús.

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La tierra que no es labrada, llevará abrojos y espinas aunque sea fértil, así el entendimiento del hombre.
1. De todas las cosas espirituales decir bien, como de religiosos, sacerdotes y ermitaños.
2. Entre muchos siempre hablar poco.
3. Ser modesto en todas las cosas que hiciere y tratare.
4. Nunca porfiar mucho, especial en cosas que va poco.
5. Hablar a todos con alegría moderada.
6. De ninguna cosa hacer burla.
7. Nunca reprender a nadie sin discreción y humildad y confusión propia de sí mismo.
8. Acomodarse a la complexión de aquel con quien trata, en el alegre alegre, y con el triste triste, en fin hacerse todo a todos para ganarlos a todos.
9. Nunca hablar sin pensarlo bien y encomendarlo mucho a nuestro Señor, para que no hable cosa que le desagrade.
10. Jamás excusarse sino en muy probable causa.
11. Nunca decir cosa suya digna de loor, como de su ciencia, virtudes, linaje, si no tiene esperanza que habrá provecho y entonces sea con humildad, y con consideración que aquellos son dones de la mano de Dios.
12. Nunca encarecer mucho las cosas, sino con moderación decir lo que siente.
13. En todas las pláticas y conversaciones siempre mezcle algunas cosas espirituales, y con esto se evitarán palabras ociosas y murmuraciones.
14. Nunca afirme cosa sin saberla primero.
15. Nunca se entremeta a dar su parecer en todas las cosas, si no se lo piden, o la caridad lo demanda.
16. Cuando alguno hablare cosas espirituales, óigalas con humildad y como discípulo, y tome para sí lo bueno que dijere.
17. A tu superior y confesor, descubre todas tus tentaciones e imperfecciones y repugnancias para que te dé consejo y remedio para vencerlas.

18. No estar fuera de la celda, ni salir sin causa, y a la salida pedir favor a Dios para no ofenderle.
19. No comer ni beber sino a las horas acostumbradas, y entonces dar muchas gracias a Dios.
20. Hacer todas las cosas como si realmente estuviese viendo a su Majestad, y por esta vía gana mucho un alma.
21. Jamás de nadie oigas ni digas mal, sino de ti mismo, y cuando holgares de esto, vas bien aprovechando.
22. Cada obra que hicieres dirígela a Dios ofreciéndosela, y pídele que sea para su honra y gloria.
23. Cuando estuvieres alegre no sea con risas demasiadas, sino con alegría humilde, modesta, afable y edificativa.
24. Siempre te imagina siervo de todos y en todos considera a Cristo nuestro Señor, y así le tendrás respeto y reverencia.
25. Está siempre aparejado al cumplimiento de la obediencia como si te lo mandase Jesucristo en tu prior o prelado.
26. En cualquier obra y hora examina tu conciencia y vistas tus faltas, procura la enmienda con divino favor, y por este camino alcanzarás la perfección.
27. No pienses faltas ajenas sino las virtudes, y tus propias faltas.
28. Andar siempre con grandes deseos de padecer por Cristo en cada cosa y ocasión.
29. Haga cada día cincuenta ofrecimientos a Dios de sí, y esto haga con grande fervor y deseos de Dios.
30. Lo que medita por la mañana traiga presente todo el día y en esto ponga mucha diligencia, porque hay grande provecho.
31. Guarde mucho los sentimientos que el Señor le comunicare, y ponga por obra los deseos que allí en la oración le dieren.
32. Huya siempre la singularidad cuanto le fuere posible, que es mal grande para la comunidad.
33. Las ordenanzas y regla de su religión lea muchas veces y guárdelas de veras.
34. En todas las cosas criadas mire la providencia de Dios y sabiduría, y en todas le alabe.

35. Despegue el corazón de todas las cosas y busque y hallará a Dios.
36. Nunca muestre devoción de fuera que no haya dentro, pero bien podrá encubrir la devoción.
37. La devoción interior no la muestre sino con grande necesidad; mi secreto para mí dice S. Francisco, y S. Bernardo.
38. De la comida si está bien o mal guisada no se aqueje, acordándose de la hiel y vinagre de Jesucristo.
39. En la mesa no hable a nadie ni levante los ojos a mirar a otro.
40. Considerar la mesa del cielo, y el manjar de ella que es Dios y los convidados, que son los ángeles: alce los ojos a aquella mesa deseando verse en ella.
41. Delante de su superior (en el cual debe mirar a Jesucristo), nunca hable sino lo necesario, y con gran reverencia.
42. Jamás hagas cosa que no puedas hacer delante de todos.
43. No hagas comparación de uno a otro porque es cosa odiosa.
44. Cuando algo te reprendieren: recíbelo con humildad interior y exterior, y ruega a Dios por quien te reprendió.
45. Cuando un superior manda una cosa, no digas que lo contrario manda otro, sino piensa que todos tienen santos fines, y obecede a lo que te manda.
46. En cosas que no le va ni le viene, no sea curioso en hablarlas ni preguntarlas.
47. Tenga presente la vida pasada, para llorarla, y la tibieza presente, y lo que le falta por andar de aquí al cielo para vivir con temor, que es causa de grandes bienes.
48. Lo que le dicen los de casa haga siempre si no es contra la obediencia, y respóndales con humildad y blandura.
49. Cosa particular de comida o vestido no lo pida sino con grande necesidad.
50. Jamás deje de humillarse y mortificarse hasta la muerte en todas las cosas.
51. Use siempre a hacer muchos actos de amor, porque encienden y enternecen el alma.
52. Haga actos de todas las demás virtudes.
53. Ofrezca todas las cosas al Padre eterno, juntamente con los méritos de su Hijo Jesucristo.

54. Con todos sea manso y consigo riguroso.
55. En las fiestas de los santos piense sus virtudes y pida al Señor se las dé.
56. Con el examen de cada noche tenga gran cuidado.
57. El día que comulgare, la oración sea de ver que siendo tan miserable ha recibido a Dios, y la oración de la noche, de que le ha recibido.
58. Nunca siendo superior reprenda a nadie con ira sino cuando sea pasada, y así aprovechará la reprensión.
59. Procura mucho la perfección y devoción y con ellas hacer todas las cosas.
60. Ejercitarse mucho en el temor del Señor, que trae el alma compungida y humillada.
61. Mirar bien cuán presto se mudan las personas y cuán poco hay que fiar de ellas, y así asirse a Dios que no se muda.
62. Las cosas de su alma procure tratar con su confesor espiritual y docto, a quien las comunique y siga en todo.
63. Cada vez que comulgare, pida a Dios algún don por la gran misericordia con que ha venido a su pobre alma.
64. Aunque tenga muchos santos por abogados, séalo particular de san José, que alcanza mucho de Dios.
65. En tiempo de tristeza y turbación no dejes las buenas obras que solías hacer, de oración y penitencia, porque el demonio procura inquietarte porque las dejes: antes tengas más que solías, y verás cuán presto el Señor te favorece.
66. Tus tentaciones e imperfecciones no comuniques con los más desaprovechados de casa, que te harás daño a ti y a los otros, sino con los más perfectos.
67. Acuérdate de que no tienes más de un alma, no has de morir más de una vez, ni tienes más de una vida breve y una que es particular, ni hay más de una gloria, y esta eterna, y darás de mano a muchas cosas.
68. Tu deseo sea de ver a Dios. Tu temor si le has de perder. Tu dolor que no lo gozas. Y tu gozo de que te puede llevar allá, y vivirás con gran paz.

martes, 9 de mayo de 2017

BEATO ISIDORO BAKANJA, Mártir del Escapulario del Carmen.

                                       
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Beato Isidoro Bankaja, catequista, mártir del escapulario. 12 de agosto. 

A principios del siglo xx, un joven africano permaneció fiel al escapulario hasta su sangrienta muerte. Isidoro Bakanja había nacido en Bokendela, en la actual República Democrática del Congo, hacia 1885. Su padre, Iyonzwa, procede de una familia de agricultores; la familia de su madre, Inyuka, vive de la pesca. Bakanja tiene un hermano mayor y una hermana menor. La familia es pagana, pero los valores de la moral natural, vehiculados por las mejores tradiciones africanas, ocupan un lugar de privilegio. Iyonzwa no practica la poligamia. Bakanja se muestra ejemplar en la obediencia a sus padres. Mucho después, el verdugo intentará justificar sus violencias hacia el joven acusándolo de haber robado botellas de vino, pero todos los testigos refutarán esa calumnia, ya que nadie sorprendió nunca a Isidoro Bakanja cometiendo el más mínimo robo.

En la época en que nace Bakanja, la conferencia de Berlín había reconocido la soberanía del rey de los belgas, Leopoldo II, sobre el territorio que más tarde se convertiría en el Estado independiente del Congo. A partir de ese momento, la región ha visto afluir misioneros, pero también aventureros en busca de riqueza a bajo coste. Desde entonces, diversos explotadores acumulan, a cuenta del rey, las riquezas de la cuenca congoleña, especialmente el caucho y el marfil, dirigiéndolas hacia la costa del Océano Atlántico. Las poblaciones locales suministran, para ese trabajo, una mano de obra barata. Como otros muchos jóvenes de su poblado, Bakanja sueña con ir a trabajar a Mbandaka, ciudad situada al sur, no muy lejos de allí. Poco después de cumplir la mayoría de edad, desciende el río y es contratado como albañil en Mbandaka. Allí tiene relación con unos monjes de la Trapa (cistercienses) en la misión de Bolokwa-Nsimba, descubriendo con admiración la fe cristiana. Impresionado por la acogida, la bondad y la dedicación de los misioneros para con los pobres y los enfermos, pide ser bautizado. Instruido por los padres trapenses, recibe el Bautismo en la parroquia de San Eugenio, en Bolokwa-Nsimba, el 6 de mayo de 1906, con el nombre de Isidoro. Ese mismo día es investido con el escapulario del Carmen. El 25 de noviembre siguiente, recibe la Confirmación y, el 8 de agosto de 1907, según las costumbres de la época, toma la primera Comunión. Isidoro profesa una gran devoción por el Rosario y el escapulario, que siempre lleva consigo, pues es el modo que tiene de manifestar su fe. Se constituye en apóstol de sus amigos y compañeros de trabajo, atrayéndolos a la fe cristiana mediante la palabra y el ejemplo.

Abandono de los amuletos

Una vez vencido el contrato de trabajo, Isidoro regresa a su poblado. Su padre le pregunta qué ha hecho de los amuletos que le había confiado antes de irse. Él contesta claramente que los ha abandonado porque, en adelante, goza de una protección mucho más eficaz: la de Cristo, el Hijo de Dios, y la de su Madre, la Virgen María. A pesar de las advertencias de sus amigos que temen a los europeos, Isidoro acepta un puesto de sirviente en Busira, en la casa de un vigilante de la plantación, llamado Reynders, de la S.A.B. (Sociedad Anónima Belga) que explota el caucho y el marfil. En ese puesto, es reconocido como obrero ejemplar, trabajador y concienzudo; impresionados por su cordura, muchos lo eligen como catequista. Al ser trasladado a Ikili, Reynders se lleva consigo a Isidoro, cuyas cualidades humanas aprecia. El gerente local de la S.A.B, Van Cauter, es conocido por su dureza y su feroz oposición al cristianismo y a los misioneros cristianos. Reynders aconseja a Isidoro que disimule su fe cristiana para evitar problemas. Sin embargo, Isidoro es el único cristiano en Ikili y no puede guardarse para él solo el gozo que le invade de conocer a Cristo. Van Cauter se percata de ello y le prohíbe que enseñe a rezar a sus compañeros de trabajo.

El 1 de febrero de 1909, Van Cauter ordena toscamente a Isidoro, que sirve la mesa, que se quite el escapulario. El joven responde: «Amo, exiges que me quite el hábito de la Virgen, pero no lo haré. Como cristiano que soy, tengo derecho a llevar el escapulario». Lleno de furia, el director de la plantación ordena que le propinen veinticinco azotes de chicote, látigo de cuero. Isidoro acepta con angelical paciencia ese injusto castigo, uniéndose en espíritu a Jesús en la Pasión. Más tarde, una investigación demostrará que el caso de Isidoro no era ni mucho menos aislado, pues los directivos de la S.A.B. habían organizado una verdadera persecución contra las misiones católicas. La consigna era impedir, por todos los medios, que los empleados africanos llevasen consigo un escapulario o un rosario.

Poco después, Van Cauter ordena a Isidoro que deje de difundir «las bazofias aprendidas con los padres», y añade: «¡Ya no quiero cristianos aquí! ¿Entendido?». Luego, arrancando el escapulario del cuello del joven, se lo lanza a su perro. Después, él mismo va en busca de un chicote de piel de elefante que lleva incorporados dos clavos y manda azotar a Isidoro hasta hacerlo sangrar. En un primer momento, los empleados encargados de ese cometido no quieren obedecer, pero, ante la amenaza de recibir el mismo suplicio, acaban sometiéndose mientras Van Cauter golpea a Isidoro a patadas. A pesar de todo, el joven cristiano continúa manifestando libre y abiertamente su fe, retirándose para rezar el Rosario y para meditar, ya sea solo o en compañía de algunos obreros deseosos de aprender el catecismo. Un día, durante una pausa, Van Cauter lo ve en actitud de rezar. Furioso, ordena fustigarlo en el acto. Isidoro recibe numerosos golpes de un látigo de piel de hipopótamo provisto de clavos, que le arrancan la piel y le cortan la carne. (Con motivo del proceso de beatificación, en 1913, los testigos hablarán de, al menos, doscientos golpes). A continuación, es arrastrado inconsciente hasta la prisión, donde permanece durante cuatro días, sin recibir curas ni alimentos, con los pies apretados en dos anillas metálicas cerradas con un candado y unidas a un enorme peso.

¿Qué has hecho?

En aquel momento, se anuncia en Ikili la noticia de la llegada de un inspector de la S.A.B. Aterrorizado, Van Cauter manda que trasladen a Isidoro a Isako para ocultarlo. Pero Isidoro escapa del verdugo, siendo descubierto muy pronto por un africano que lo conduce a su propio poblado. Allí lo encuentra un geólogo alemán empleado de la S.A.B, el doctor Dörpinghaus, quien intenta curarlo. El cuerpo de Isidoro no es más que una llaga; sus huesos, que están a vista, le provocan un enorme sufrimiento. «Vi a un hombre –testificará Dörpinghaus– con la espalda labrada de profundas llagas… ayudándose de dos bastones para acercarse a mí, reptando más que caminando. Interrogué al desdichado: “¿Qué has hecho para merecer semejante castigo?”. Me respondió que, como catequista de la misión católica de los trapenses de Bamanya, había querido convertir a los trabajadores de la factoría, y que por ello el blanco le había mandado azotar con una pesada fusta provista de clavos puntiagudos».

Sin embargo, la infección resultaba irreversible, declarándose una septicemia, por lo que llevan a Isidoro a casa de un primo, a Busira, para ser curado. Los días 24 y 25 de julio, dos padres trapenses acuden a administrarle los últimos sacramentos: Confesión, Unción de los enfermos y Comunión. Isidoro perdona a sus verdugos y reza por ellos. «Padre –dice a uno de los misioneros–, no estoy enfadado. El blanco me ha golpeado, pero es asunto suyo. Él sabrá lo que hace. En el Cielo rezaré por él, claro». El 15 de agosto, los cristianos del lugar se reúnen ante la casa donde yace el moribundo; éste resplandece de gozo de poder unirse a la comunidad para alabar a María en el misterio de su Asunción al Cielo. Ante el asombro de todos, se levanta y da algunos pasos, en silencio, con el rosario en la mano; luego, se vuelve a acostar, entra en agonía y se apaga, llevando en el cuello el escapulario.

El 7 de junio de 1919, sus restos se trasladan a la iglesia parroquial de la Inmaculada Concepción de Bokote. El 24 de abril de 1994, durante la asamblea especial del sínodo de los obispos para África, el Papa Juan Pablo II beatifica a Isidoro Bakanja, que será proclamado patrono de los laicos de la República Democrática del Congo en 1999.


BEATO CARLOS DE FOUCAULD


Sus orígenes e itinerario. Charles de Foucauld es una de las personalidades más apasionantes de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. El joven que pierde muy temprano su hábitat familiar (queda huérfano de sus padres a los seis años), acompañado por el prestigio de un título nobiliario y de una sociedad que propicia sus devaneos, se rebela y manifiesta su carácter trasgresor lanzándose a la aventura. La de mayor relieve y seriedad es la travesía del desierto en Marruecos, empeñado en estudios de alto nivel científico, oportunamente publicados. A su regreso, curtido física y espiritualmente, como efecto de un año de constantes peligros y de recopilación de datos para la investigación, comienza un misterioso itinerario de retorno a la fe. El joven Carlos de Foucauld, apasionado e idealista, había perdido la fe religiosa recibida de su familia y practicada en su niñez. En ese misterioso recodo de su camino de regreso se encuentra con lo mejor de su católica familia. Me refiero a su prima, la Señora María de Bondy, provista de una excepcional espiritualidad. Carlos, de la mano de ella y su familia, comienza a respirar otro clima espiritual. Un sacerdote, el Padre Huvelin, vicario de la Parroquia San Agustín de Paris, lo recibe cordialmente. Las entrevistas de de Foucauld con el Vicario se repiten. Asiste a la Misa celebrada por él y escucha con creciente interés su excelente prédica. Innumerables cuestionamientos aparecen en los diálogos informales de ambos. El P. Huvelin responde pacientemente a todos ellos. Al cabo de algunos meses, en vísperas de la Navidad de 1886, el perspicaz sacerdote sorprende a su incansable cuestionador: “Amigo mío, usted ya no tiene dudas, necesita arrodillarse y confesar sus pecados…” Aquel hombre joven y engreído cayó en tierra, como Saulo en Damasco, y al confesar sus culpas de muchos años, comprueba que su fe olvidada reaparece con misteriosa y definitiva fuerza. Entonces, y bajo la sabia y santa dirección de Huvelin, inicia un derrotero espiritual que lo lleva a la santidad.


Encuentro y conocimiento de Cristo. Su conversión es a Jesucristo. Huvelin y su prima permanecen en la penumbra, como indicadores de camino, y logran el humilde propósito de ser simples mediaciones. Ya vuelto a la fe se deja atraer por Cristo, el Dios hecho pequeño hasta una impensable situación de pobreza y abyección. Desde el primer instante se propone ir en pos de Jesús y alojarse espiritualmente en Nazaret, junto a María y a José. Así busca el silencio de la Trapa y se inicia como monje austero y observante; estudia teología y se prepara, por obediencia, a recibir las sagradas Órdenes. Su corazón inquieto busca una mayor identificación con Jesucristo en el “anonadamiento” de la Encarnación, en el silencio y el anonimato de la vida oculta en Nazaret. Orientado por un sabio sacerdote trapense y por su director espiritual, el P. Huvelin, decide viajar a Jerusalén e instalarse como jardinero del Monasterio de las monjas clarisas, habitando una pobrísima ermita. Mientras tanto intensifica su búsqueda hasta decidir trasladarse definitivamente al desierto para iniciar una vida oculta en la contemplación silenciosa de Cristo pobre e inmolado. Su director espiritual y sus amigos le recomiendan que, para centrar su vida contemplativa en la Presencia eucarística -en medio del desierto- como era su principal anhelo, debe recibir la Ordenación sacerdotal.



Sacerdote y contemplativo. Ordenado sacerdote, construye su pequeño Convento y Capilla, e inicia un proceso de identificación con Cristo oculto y presente, pobre y ofrecido por la salvación de los hombres. Alentado por la epistolar dirección del P. Huvelin avanza rápidamente en su conocimiento del Misterio de la Cruz, al mejor estilo paulino. Sin duda, a Cristo se lo conoce únicamente amándolo. La contemplación, que insume casi todas las horas de su jornada monacal, es puro amor. Para ello se aventura - el P. de Foucauld siempre se aventura - en la noche oscura de la fe y se ambienta en ella. Aunque acepta la Ordenación sacerdotal en vista a la Eucaristía, su espiritualidad, teológicamente bien fundada, se proyecta en un servicio incansable a la Iglesia de Cristo y al mundo árabe. No le es lícito ocultar los dones de la gracia a los innumerables necesitados que acuden a él (hasta cien por día). Su seguimiento de Cristo, “Pan bajado del cielo”, lo hace el más humilde servidor, capaz de darlo todo - hasta su amada soledad - por los muchos heridos postrados al borde de su camino a la santidad. En ellos está Cristo, aunque de distinta manera, tan real como en su humilde Sagrario. No puede permanecer en una beatífica adoración mientras los pobres golpean la puerta de su Oratorio. Tampoco puede identificarlos, como presencia de Cristo, sin reconocerlo y adorarlo largamente en la soledad de la sagrada Reserva.



Su espiritualidad. Se oculta en Nazaret, compartiendo la vida familiar de Jesús, entre María y José, y sale a los caminos a socorrer a quienes están heridos de muerte por causa del pecado y de la incredulidad. Pero, esos “caminos” pasan por su casa, impregnan su clausura y reclaman mucho de su tiempo. El sacerdocio recibido, no sólo prolonga la presencia eucarística, también cura las llagas de la Iglesia y la conduce al logro de su vocación a la santidad. Así ama a Cristo, se sumerge en su ocultamiento de Nazaret y se atreve a seguirlo hasta la cruz. Su espiritualidad se nutre del Misterio de Cristo -Dios y Hombre- como lo hiciera el Apóstol Pablo. De esa manera aprende lo que enseña y, dócil a las indicaciones del P. Huvelin, pone por escrito lo que descubre en sus prolongadas meditaciones. Como los Apóstoles, Carlos de Foucauld, advierte que su amor a Cristo es la clave de la perfección apostólica. Lo sigue apasionadamente en la obediencia al Padre y, mediante el generoso olvido de sí, se despoja de lo propio para revestirse de Cristo pobre y fiel hasta la muerte. Su espiritualidad consiste en la renuncia a ser algo lejos de su Maestro y Señor. San Pablo, antes que Carlos, llega a no desear nada sino a “Cristo crucificado”.



Jesús pobre y oculto en Nazaret. Por lo tanto, la meta final de su vida no es la práctica de las virtudes sino Jesucristo. No le interesa ni entusiasma, como en otros tiempos, el cultivo de la ciencia o la aventura en los senderos peligrosos de Marruecos. Su vida es Cristo. Lo busca y lo encuentra, internándose en la densa noche de la fe, tanto en la Escritura como en la celebración y adoración de la Eucaristía; como consecuencia lo sirve incondicionalmente en sus hermanos más pobres. Su vida silenciosa y fecunda se sostiene y desarrolla en la contemplación. La vida nazarena de Jesús atrae su exclusiva atención y decide permanecer en ella adoptando sus rasgos distintivos. Así escribe en noviembre de 1897, en forma de oración: “Busco una vida conforme a la tuya, en la que pueda participar de tu abatimiento, de tu pobreza, de tu humilde trabajo, de tu enterramiento”. Al modo de Pablo, que se pone en seguimiento de Cristo crucificado, y no quiere conocerlo de otra manera, Carlos lo prefiere en la estrechez, en el silencio y en la pobreza del Hogar de Nazaret, junto a María y a José. Seres como él viven en la penumbra, por elección amorosa, pero no pueden permanecer siempre en la penumbra. Padeciéndola como una cruz, en la que acaban muriendo, atraen la mirada de la historia y, a su debido tiempo, de la Iglesia. Ciertamente. la santidad de sus hijos es el regocijo de la Iglesia, como los pecados de otros hijos suyos causan sus mayores tribulaciones.



“El último lugar”. El P. Huvelin acuñó una frase que constituye un programa de vida para Carlos de Foucauld: “Tú, Señor, escogiste de tal manera el último lugar que nadie jamás podrá arrebatártelo”. Ese deseo incontenible de ocultarse, de buscar con Jesús “el último lugar”, trae aparejado el cumplimiento de la sentenciosa expresión de Jesús: “El que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado”. La santidad hace absolutamente honestas a las personas. El santo busca estar con su Maestro en ese último lugar que nadie apetece. Se queda allí, sufriendo en silencio, dejándose crucificar. Lo decide por amor a Quien ha llegado a “anonadarse” por amor suyo. El Padre de Foucauld es un enamorado de Cristo. Sigue sus huellas, estudia sus palabras, se deja conmover por sus gestos y lo contempla largamente en la Sagrada Hostia y en la Cruz. Como sacerdote se hace Eucaristía para sus hermanos y gusta, en silencio, el sabor del martirio. No es un simple asceta, no lo pretende, se humilla con su Señor humillado, se deja consumir por la obediencia al Padre, formulando su conocida y bella oración: “Mi Padre, yo me abandono en ti, haz de mi lo que tú quieras. Lo que hagas de mi, te lo agradezco. Estoy dispuesto a todo, acepto todo. No deseo otra cosa, mi Dios, sino el cumplimiento de tu voluntad en mí y en todas tus criaturas. Pongo mi alma entre tus manos. Yo te la doy, mi Dios, con todo el amor de mi corazón, porque te amo y es una necesidad de mi amor darme, ponerme entre tus manos sin medida, con infinita confianza, porque tú eres mi Padre”. Sin buscarlo, abre un camino que conduce a la santidad sacerdotal y a su fecundidad apostólica. Con su beatificación es propuesto como modelo para el sacerdote actual. No es el caso de una copia mimética sino de captar la esencia de su santidad: el amor, que lo hace fiel discípulo de Jesucristo. Me permito transcribir un párrafo de su diario (17 de mayo de 1904): “Silenciosa, secretamente, como Jesús en Nazaret, oscuramente como Él, pasar desconocido sobre la tierra, como un viajero en la noche, pobre, laboriosa y humildemente, haciendo bien como Él… desarmado y mudo ante la injusticia como Él; dejándome, como el Cordero divino, trasquilar e inmolar sin resistir ni hablar; imitando en todo a Jesús en Nazaret y a Jesús sobre la cruz”.



Como su Maestro. El prestigio espiritual, del todo extraordinario, que lo sobrevive no es imaginado por él, pobre “hermanito de Jesús”. Permanece, hasta su inexplicable muerte (1 de diciembre de 1916), en el espacio oculto y olvidado de su Nazaret. Quiere ser como su Maestro por una sola razón: “Yo amo a Nuestro Señor Jesucristo, aunque con un corazón que quisiera amar más y mejor; pero, en fin, lo amo, y no puedo llevar vida diferente a la suya, una vida suave y honrada, cuando la suya fue la más dura y desdeñada que jamás existiera”. (Carta a H. Duveyrier, 24 de abril 1890) Es la lección principal que dicta a sus hermanos sacerdotes de todos los tiempos y condiciones. Sin un amor a Jesucristo, como el suyo, es imposible ser felices en el ejercicio del ministerio sacerdotal. La alegría de los santos no es una mueca incolora; procede de la conciencia creyente de vivir en plenitud. El amor a Cristo, que declara el Padre Carlos de Foucauld, es la vertiente de la que bebe la Vida que lo hace feliz. Descubre el secreto de la felicidad, aún por senderos que parecen contradecirla, como son los de la pobreza, del silencio, del ocultamiento y de la muerte injusta y sin relieve. Es imposible volcar en pocos párrafos la riqueza que el Beato Carlos de Foucauld despliega en la coherencia de su vida y en sus humildes y numerosas notas espirituales. Su mensaje es claro e inconfundible.



Punto final. “Tres semanas después de la muerte de Fray Carlos (Charles de Foucauld), se hallará, a unos metros del lugar donde fue asesinado, su pobre custodia, con la Hostia, casi enteramente recubierta de arena. Séanos permitido ver en el sencillo hecho de esa custodia sin valor que se arroja a un lado durante un saqueo, una imagen exacta de toda la vida y muerte de Fray Carlos de Jesús. Como la Hostia, en la que su fe veía el anuncio de salud de muchas almas -¡definición admirable de la Eucaristía!- , como Jesús, a quien deseó apasionadamente imitar, Fray Carlos quedó sepultado como el grano en la tierra. Su muerte, como toda su vida, de la que fue tan exacto signo, preparaba vivaces germinaciones”. (Último párrafo del libro de J. Francois Six)


Exposición de monseñor Domingo S. Castagna,
arzobispo emérito de Corrientes
                                                                                            http://dscastagna.com.ar/

martes, 10 de enero de 2017

BLESSED BENEDICT DASWA. Mártir de la fe por negarse a implicarse en brujería.




Se negó a pagar para contratar a un brujo porque era católico y por eso lo mataron: fue beatificado en setiembre de 2015.


El primer gran rival del Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y de Jesucristo no fue ni el poder político representado por los faraones, ni las diosas y dioses del paganismo ni la impiedad e increencia, sino la superstición y la brujería, la sensación común en casi todas las culturas de que si pasa algo malo “alguien debe haber tenido la culpa”, ya sea mediante magia o mediante el trato con entidades espirituales poderosas.

Las sociedades intentan suavizar sus problemas buscando “chivos expiatorios” a los que culpar de diversos males: pueden ser los extranjeros, o ciertas minorías extrañas, o conspiradores invisibles… o, simplemente, personas designadas como “brujos”.

Un mártir de 1990
El Papa Francisco acaba de firmar el decreto que reconoce la muerte como mártir de la fe de Benedict Daswa, un maestro de escuela sudafricano de 43 años, asesinado por un grupo de sus conciudadanos por negarse a contratar a un brujo, que a su vez debía “detectar” a otros brujos “culpables” de atraer rayos e incendios.

No sucedió en un siglo lejano: mataron a Daswa en 1990, en una sociedad con televisión a color y ordenadores. Benedict, como mártir y testigo de Cristo frente a la cultura de la brujería y la superstición, será el primer beato de Sudáfrica.

De los misteriosos "judíos negros"
Daswa nació en la provincia sudafricana de Limpopo en 1946. Su nombre era Tshimangadzo Samuel, y su familia y clan pertenecen a la misteriosa etnia lemba, llamados “los judíos negros”. Los lemba, que son unas decenas de miles, viven en los países del sur de África y en su cultura hay un solo Dios, un día sagrado de cada siete, prohibición de comer cerdo y otros animales que coinciden con las prohibiciones hebreas y es obligatorio circuncidar a los varones. Desaconsejan casarse fuera de la tribu y usan nombres de estilo semítico. Daswa, como vemos, se llamaba Samuel. Sus líderes tienden a reclamar su herencia judía, aunque solo como algo histórico o cultural, no religioso. Recientes investigaciones genéticas parecen confirmar su relación con linajes judíos.

La familia Daswa era conocida por ser laboriosa, emprendedora y hospitalaria.

El pequeño Samuel fue -como era costumbre en el campo- pastor antes de ir a la escuela. También atendía el huerto de la familia, con su padre.

Estudió en tres escuelas primarias distintas (una de ellas del Ejército de Salvación, una iglesia protestante) y completó sus estudios secuendarios. Después murió su padre y él se volcó en trabajar para mantener a sus hermanos pequeños.

Conociendo a los católicos
Haciendo trabajos temporales en verano en Johanesburgo se hizo amigo de un joven blanco católico, el primero al que trataba. También eran católicos compañeros de trabajo de la etnia shangaan (una etnia que tuvo tratos históricos con los portugueses en África).

El mensaje católico llamó su atención y de vuelta a su pueblo de Mbahe se apuntó a la catequesis para neófitos católicos, que se impartía bajo una higuera. Su catequista, que le impactó profundamente, se llamaba Benedict Risimati, y años después, al enviudar, sería ordenado sacerdote. Una vez al mes venía un sacerdote al pueblo y podían celebrar misa.

Después de dos años de formación, Samuel fue bautizado el 21 de abril de 1963. Tenía 17 años y eligió como nombre cristiano “Benedict”, porque le gustaba el lema de San Benito: “Ora et labora” (reza y trabaja).

Maestro y formador juvenil
Sacó luego un título de maestro y pudo hacer lo que más le gustaba: trabajar con jóvenes, tanto como maestro como de animador juvenil en la iglesia.

Le gustaba organizar grupos de chicos y chicas que se iban el fin de semana al campo y les enseñaba habilidades tradicionales. También le gustaba fomentar el deporte entre los jóvenes.

Enemigo de la brujería
Durante su aprendizaje como católico, Benedict se dio cuenta rápidamente de que la brujería (practicarla o temerla) era contraria a la relación de confianza y amor que Dios espera de sus hijos. Tanto en su vida privada como en público, asumió una fuerte posición contra la cultura de la brujería. Denunciaba también que por creer en la brujería unas personas matasen a otras acusándolas de brujos. Benedict luchó también contra el uso de amuletos y de supuestos remedios contra el mal de ojo.

En esa época era respetado por toda la comunidad. La comida de su huerto solía acabar en las mesas de los más necesitados. Los que necesitaban transporte acudían a él. Colaboraba con la construcción de la primera iglesia católica en la zona. Era popular como maestro de ceremonias y famoso por su honestidad e integridad, por lo que fue designado como secretario del consejo del jefe local.

Llegó a ser director de la escuela y se le recuerda como un buen líder, que animaba a trabajadores y estudiantes. Cuando faltaba un alumno visitaba personalmente a la familia. A veces había estudiantes que no podían pagar las cuotas escolares: él les ofrecía trabajo en sus huertos a cambio de las cuotas.

Lluvias, rayos... y superstición
En noviembre de 1989 cayeron lluvias fortísimas en la región y una gran abundancia de rayos que provocaron incendios y destrozos.

Se creó una conciencia de psicosis entre muchos habitantes que buscaban a quién echar la culpa, convencidos de que alguien (brujos) atraía ese mal.

A inicios de 1990 cayó otro aguacero con rayos abundantes y el consejo local organizó una reunión.

Antes de que llegase Benedict el consejo acordó que se contrataría a un sanador o curandero (brujo “bueno”) para que localizase a los culpables (brujos “malos”) a los que se debía castigar.

Cada miembro del consejo debía poner un poco de dinero para pagar al curandero.

Cuando llegó Benedict les explicó que los rayos son un fenómeno natural, que no tienen sentido acusar a la gente de ser brujos causantes de desastres naturales y que desde luego él no iba a pagar nada para contratar al curandero, porque, dijo, su fe católica le impedía implicarse en nada que tenga que ver con brujería.

En este momento fue cuando decidieron deshacerse de él y organizaron una emboscada.

La pasión de Benedict
El 2 de febrero, anocheciendo, volvía a casa después de dejar en un pueblo a un pasajero al que había recogido con su coche, cuando se detuvo al ver el camino bloqueado por unos árboles.

Cuando salió del vehículo, un gran grupo de jóvenes y adultos con piedras enormes surgió del bosque y le agredió, tirándole las piedras.

Ensangrentado y herido, dejó el coche y corrió. Llegó a una cabaña redonda, de las llamadas rondavels, y se ocultó en ella. Escuchó que sus perseguidores llegaban a la cabaña y amenazaban a su dueña: o les decía dónde estaba escondido el fugitivo, o la matarían.

Entonces él prefirió mostrarse. Les preguntó en voz alta por qué querían matarlo. Ellos no respondieron, pero uno se le acercó con un knobkerrie, un garrote de madera de cabeza redonda. Benedict supo que era el final y recitó rápidamente: “Señor, en tus manos encomiendo mi Espíritu”, uniéndose a la oración de Jesús así como se unía a la muerte de Jesús. El golpe del garrote le abrió el cráneo. La mujer que fue testigo y lo contó todo detalló que después derramaron agua hirviendo sobre la cabeza del cadáver.

La justicia humana no funcionó
Al día siguiente un fotógrafo y un forense policial llegaron al lugar y abrieron la investigación, y se hicieron detenciones, pero el juicio acabó con la liberación de todos los implicados por falta de pruebas.

En el entierro de Benedict ese 1990, en el que participaron numerosos sacerdotes, el clero vestía las estolas rojas que celebran a los mártires cristianos. Los cristianos del lugar sabían que había muerto por oponerse a la cultura de la brujería y por dar testimonio de Cristo. Si hubiera pagado su contribución al curandero, si hubiera sido uno más, seguiría vivo. El convencimiento de los fieles en ese entierro cuenta hoy con la firma del Sumo Pontífice que reconoce su muerte de mártir, que dará a Sudáfrica su primer ciudadano en los altares y a todo el mundo un ejemplo de entereza y fe.

Más sobre este Siervo de Dios (en inglés) en http://benedictdaswa.org.za


Beatificado 13 de setiembre de 2015. Limpopo.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Cristo, primicias de nuestra resurrección. San Ireneo de Lyon.




El Verbo de Dios se hizo hombre y el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre para que el hombre, unido íntimamente al Verbo de Dios, se hiciera hijo de Dios por adopción.

En efecto, no hubiéramos podido recibir la incorrupción y la inmortalidad, si no hubiéramos estado unidos al que es la incorrupción y la inmortalidad en persona. ¿Y cómo hubiésemos podido unirnos al que es la incorrupción y la inmortalidad, si antes él no se hubiese hecho uno de nosotros, a fin de que nuestro ser corruptible fuera absorbido por la incorrupción, y nuestro ser mortal fuera absorbido por la inmortalidad, para que recibiésemos la filiación adoptiva?

Así, pues, este Señor nuestro es Hijo de Dios y Verbo del Padre por naturaleza, y también es Hijo del hombre, ya que tuvo una generación humana, hecho Hijo del hombre a partir de María, la cual descendía de la raza humana y a ella pertenecía.

Por esto, el mismo Señor nos dio una señal en las profundidades de la tierra y en lo alto de los cielos, señal que no había pedido el hombre, porque éste no podía imaginar que una virgen concibiera y diera a luz, y que el fruto de su parto fuera Dios con nosotros, que descendiera a las profundidades de la tierra para buscar a la oveja perdida (el hombre, obra de sus manos), y que, después de haberla hallado, subiera a las alturas para presentarla y encomendarla al Padre, convirtiéndose él en primicias de la resurrección. Así, del mismo modo que la cabeza resucitó de entre los muertos, también todo el cuerpo (es decir, todo hombre que participa de su vida, cumplido el tiempo de su condena, fruto de su desobediencia) resucitará, por la trabazón y unión que existe entre los miembros y la cabeza del cuerpo de Cristo, que va creciendo por la fuerza de Dios, teniendo cada miembro su propia y adecuada situación en el cuerpo. En la casa del Padre hay muchas moradas, porque muchos son los miembros del cuerpo.

Dios se mostró magnánimo ante la caída del hombre y dispuso aquella victoria que iba a conseguirse por el Verbo. Al mostrarse perfecta la fuerza en la debilidad, se puso de manifiesto la bondad y el poder admirable de Dios.

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martes, 22 de noviembre de 2016

Beato Marie-Eugène del Niño Jesús (1894-1967)




Beatificado en Aviñón el padre María Eugenio del Niño Jesús, maestro carmelita para muchos laicos.

Entre este instituto y sus funciones entre los carmelitas descalzos, preparó su texto más influyente: Quiero ver a Dios (1948-1951).

viernes, 4 de noviembre de 2016

San Carlos Borromeo.





JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 4 de noviembre de 1981

El encuentro pastoral del Papa con los fieles se desarrolló en dos tiempos sucesivos. El primero, en la basílica de San Pedro, donde se hallaban congregados todos los peregrinos de lengua alemana.  El segundo tiempo de la audiencia tuvo lugar en la Sala "Pablo VI",

Sala Pablo VI
1. Hoy, 4 de noviembre, la Iglesia recuerda, como todos los años, la figura de San Carlos Borromeo, obispo y confesor. Puesto que he recibido en el bautismo precisamente el nombre de este Santo, deseo dedicarle la reflexión de la audiencia general de hoy, haciendo referencia a todas las precedentes reflexiones del mes de octubre. En ellas he tratado —tras unos meses de intervalo, a causa de la estancia en el hospital— de compartir con vosotros, queridos hermanos y hermanas, los pensamientos que nacieron en mí bajo el influjo del evento del 13 de mayo. La reflexión de hoy se inserta también en esta trama principal. A todos aquellos que en el día de mi Santo Patrono se unen a mí en la oración, deseo repetir una vez más las palabras de la Carta a los Efesios, que ya cité el miércoles pasado: Orad "por todos los santos, y por mí, a fin de que cuando hable me sean dadas palabras con que dar a conocer con libertad el misterio del Evangelio, del que soy embajador..." (Ef 6, 18-20).
2. San Carlos es precisamente uno de esos Santos, a quien le fue dada la palabra "para dar a conocer el Evangelio", del cual era "embajador", habiendo heredado su misión de los Apóstoles. El realizó esta misión de modo heroico con la entrega total de sus fuerzas. La Iglesia le miraba y, al mirarle, se edificaba: en una primera época, en el período del Concilio Tridentino, en cuyos trabajos participó activamente desde Roma, soportando el peso de una correspondencia nutrida, colaborando para llevar a feliz éxito la fatiga colegial de los padres conciliares, según las necesidades del Pueblo de Dios de entonces. Y se trataba de necesidades apremiantes. Luego, el mismo cardenal, como arzobispo de Milán, sucesor de San Ambrosio, se convierte en el incansable realizadorde las resoluciones del Concilio. traduciéndolas a la práctica mediante diversos Sínodos diocesanos.
La Iglesia —y no sólo la de Milán— le debe una radical renovación del clero, a la cual contribuyó la institución de los seminarios, cuyo origen se remonta precisamente al Concilio de Trento. Y otras muchas obras, entre las cuales la institución de las cofradías, de las pías asociaciones, de los oblatos-laicos, que prefiguraban ya a la Acción Católica, los colegios, los hospitales para pobres, y finalmente la fundación de la Universidad de Brera en 1572. Los volúmenes de las "Acta Ecclesiae Mediolanensis" y los documentos que se refieren a las visitas pastorales, atestiguan esta intensa y clarividente actividad de San Carlos, cuya vida se podría sintetizar en tres expresiones magníficas: fue un Pastor santo, un maestro iluminado, un prudente y sagaz legislador.
Cuando, algunas veces en mi vida, he tenido ocasión de celebrar el Santísimo Sacrificio en la cripta de la catedral de Milán, donde descansa el cuerpo de San Carlos, se me presentaba ante los ojos toda su actividad pastoral dedicada hasta el fin al pueblo al que había sido enviado. Concluyó esta vida el año 1584, a la edad de 46 años, después de haber prestado un heroico servicio pastoral a las víctimas de la peste que habla afligido a Milán.
3. He aquí algunas palabras pronunciadas por San Carlos, indicativas de esa total entrega a Cristo y a la Iglesia, que inflamó el corazón y toda la obra pastoral del Santo. Dirigiéndose a los obispos de la región lombarda, durante el IV Concilio Provincial de 1576, les exhortaba así: "Estas son las almas para cuya salvación Dios envió a su único Hijo Jesucristo... El nos indicó también a cada uno de los obispos, que hemos sido llamados a participar en la obra de la salvación, el motivo más sublime de nuestro ministerio y enseñó que, sobre todo, el amor debe ser el maestro de nuestro apostolado, el amor que El (Jesús) quiere expresar por medio de nosotros, a los fieles que nos han sido confiados, con la predicación frecuente, con la saludable administración de los sacramentos, con los ejemplos de una vida santa... con un celo incesante" (cf. Sancti Caroli Borromei Orationes XII, Romae 1963. Oratio IV).
Lo que inculcaba a los obispos y a los sacerdotes, lo que recomendaba a los fieles, él lo practicaba el primero de modo ejemplar.
4. En el bautismo recibí el nombre de San Carlos. Me ha sido otorgado vivir en los tiempos del Concilio Vaticano II, el cual, como antes el Concilio Tridentino, ha tratado de mostrar el sentido de la renovación de la Iglesia según las necesidades de nuestro tiempo. Pude participar en este Concilio desde el primer día hasta el último. Me fue dado también —como mi Patrono— pertenecer al Colegio Cardenalicio. Traté de imitarle, introduciendo en la vida de la archidiócesis de Cracovia las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
Hoy, día de San Carlos, medito la gran importancia que tiene el bautismo, en el que recibí precisamente su nombre. Con el bautismo, según las palabras de San Pablo, somos sumergidos en la muerte de Cristo para recibir de este modo la participación en su resurrección. He aquí las palabras que escribe el Apóstol en la Carta a los Romanos: "Con Él hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte, para que como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque, si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección" (Rom 6, 4-5).
Mediante el bautismo, cada uno de nosotros recibe la participación sacramental en esa Vida que —merecida a través de la cruz— se ha revelado en la resurrección de nuestro Señor y Redentor. Al mismo tiempo, arraigándonos con todo nuestro ser humano en el misterio de Cristo, somos consagrados por primera vez en El al Padre. Se realiza en nosotros el primero y fundamental acto de consagración, mediante el cual, el Padre acepta al hombre como su hijo adoptivo: el hombre se entrega a Dios, para que en esta filiación adoptiva realice su voluntad y se convierta de manera cada vez más madura en parte de su Reino. El sacramento del bautismo comienza en nosotros ese "sacerdocio real", mediante el cual participamos en la misión de Cristo mismo, Sacerdote, Profeta y Rey.
El Santo, cuyo nombre recibimos en el bautismo, debe hacernos constantemente conscientes de esta filiación divina que se ha convertido en nuestra parte. Debe también ayudar a cada uno a formar toda la vida humana a medida de lo que ha sido hecho por obra de Cristo: por medio de su muerte y resurrección. He aquí el papel que San Carlos realiza en mi vida y en la vida de todos los que llevan su nombre.
5. El evento del 13 de mayo me ha permitido mirar la vida de modo nuevo: esta vida, cuyo comienzo está unido a la memoria de mis padres y simultáneamente al misterio del bautismo y al nombre de San Carlos Borromeo.
¿Acaso no ha hablado Cristo del grano de trigo que, al caer en la tierra, muere para dar mucho fruto? (cf. Jn 12, 24).
¿Acaso no ha dicho Cristo: "El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará"? (Mt 16, 25).
Y además: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehenna" (Mt 10, 28).
Y también: "Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).
Todas estas palabras aluden a esa madurez interior, que la fe, la esperanza y la gracia de nuestro Señor Jesucristo hacen alcanzar en el espíritu humano.
Mirando mi vida en la perspectiva del bautismo, mirándola a través del ejemplo de San Carlos Borromeo, doy las gracias a todos los que hoy, en todo el período pasado, y continuamente, también ahora, me sostienen con la oración y a veces incluso con grandes sacrificios personales. Espero que, gracias a esta ayuda espiritual, podré alcanzar esa madurez que debe ser mi parte (así como también la de cada uno de nosotros) en Jesucristo crucificado y resucitado —para bien de la Iglesia y salvación de mi alma—, del mismo modo que ella fue la parte de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y de tantos Sucesores de San Pedro en la Sede romana, a la cual, según las palabras de San Ignacio de Antioquía, corresponde "presidir en la caridad" (Carta a los Romanos, Inscr. Funk, Patres Apostolici, I, 252).

Basílica de San Pedro
Queridos hermanos y hermanas:
Aquí junto a la tumba de San Pedro, saludo lleno de alegría a todos los grupos y peregrinos de habla alemana. Un especial y cordialísimo saludo de bienvenida a la nutrida peregrinación de minusválidos del Servicio Auxiliar de Malta. Doy las gracias a los organizadores, acompañantes y ayudantes que han hecho posible este encuentro, y quiero también animar a cuantos padecen alguna dolencia o impedimento.
A vosotros, queridos hermanos y hermanas minusválidos, querría una vez más recomendaros para vuestra reflexión y vuestra oración lo que, hace ahora casi un año, os dije en Osnabrück cuando visité Alemania: «Como se nos ha demostrado siempre, la voluntad de Dios es para nosotros en última instancia un menaje de alegría, un mensaje para nuestra salvación eterna. Esto es también válido para vosotros que, como hombres físicamente impedidos, habéis sido llamados a un modo especial de seguimiento de Cristo, el seguimiento de la cruz. Cristo os invita... a aceptar vuestras debilidades como su yugo, como la senda que sigue sus huellas... Sólo vuestro pronto "sí" a la voluntad de Dios, que a menudo se escapa a nuestro modo natural de ver las cosas, puede haceros felices y regalaros ya desde ahora una íntima alegría que no puede ser anulada por ninguna necesidad externa». Os deseo fuerza y disponibilidad para este "sí" interior a vuestra personalísima vocación, y lo pido de todo corazón para vosotros como gracia especial de vuestra peregrinación a Roma.
La fiesta de hoy atrae ahora nuestra atención hacia el gran obispo y confesor de la fe, San Carlos Borromeo, cuyo nombre yo recibí en el bautismo. A cuantos se unen en la oración conmigo en la fiesta de hoy, quiero repetirles —como ya lo hice el pasado miércoles— las palabras de San Pablo en la Carta a los Efesios: "Rezad... por todos los santos, y también por mi, para que, al abrir mi boca, se me conceda la palabra para dar a conocer con franqueza el misterio del Evangelio..." (Ef 6, 18-20). Este servicio al Evangelio de Jesucristo lo realizó heroicamente San Carlos con todas sus fuerzas. Su celo pastoral y su infatigable entrega al Pueblo de Dios a él encomendado han sido siempre un ejemplo para mí.
La fiesta onomástica nos recuerda igualmente la gracia de nuestro bautismo, a través del cual hemos sido sepultados con Cristo para resucitar también con El de entre los muertos. Sólo si estamos dispuestos a caer en tierra, como el grano de trigo, y morir con Cristo, podemos realmente dar fruto. El mismo Cristo nos ha anunciado: "El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará" (Mt 16, 25). Pidamos unos para otros el coraje necesario para arriesgar como creyentes nuestra vida por Cristo y su Reino. Para ello, con mis mejores deseos de un día feliz y dichoso en la Ciudad Eterna, os imparto cordial-mente a todos vosotros mi bendición apostólica.

Saludos
Quiero empezar estas palabras en lengua española dirigiendo un saludo cordial a cada persona, familia o grupo de dicha lengua aquí presentes, en especial al grupo procedente de Rosas (Gerona). Pido para todos la fidelidad a las exigencias del propio bautismo.
Me invita a aludir a ese tema la fiesta de San Carlos, de quien recibí el nombre el día de mi bautismo. Con este sacramento nos convertimos en hijos de Dios, lo cual nos compromete a una vida coherente, de acuerdo con las enseñanzas de Cristo.
Agradezco a todos sus plegarias. Con ellas confío llegar también a través del sufrimiento que hube de experimentar tras el 13 de mayo último, a una mayor madurez interior —que debe ser real en todos— en Cristo crucificado y resucitado.
(A los peregrinos de lengua portuguesa)
Saludos cordiales a los peregrinos y oyentes de lengua portuguesa. Hoy, fiesta litúrgica de San Carlos cuyo nombre recibí en el bautismo, acabo de hacer algunas reflexiones sobre esta gran figura de la Iglesia encuadrándolas en las reflexiones presentadas durante el mes de octubre. Puesto que el suceso del 13 de mayo me ha permitido ver la vida de modo nuevo, esta vida cuyo comienzo está vinculado al recuerdo de mi país, al misterio del bautismo y al nombre de San Carlos. Dijo el Señor: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla" (Mt 10, 28).
Os agradezco las oraciones, que me ayudan a llegar a la madurez que debe ser mi parte en Jesucristo crucificado y resucitado para bien de la Iglesia y salvación mía. A todos vosotros y a vuestros seres queridos doy la bendición apostólica.
(A los peregrinos holandeses provenientes de la diócesis de Roermond)
Muy de corazón saludo ahora al obispo de Roermond (Holanda), mons. Gijsen, y a los componentes de la segunda peregrinación de Roermond, en especial a los participantes en un curso de catequesis de adultos. Que esta visita con vuestro obispo a Roma y al Vicario de Cristo, sirva para vivificar vuestra fe y reforzar vuestra adhesión a la Iglesia de Roma. Mi bendición apostólica a todos vosotros y a los seres queridos que tenéis en Holanda.
(A los peregrinos polacos
La audiencia de hoy cae en el 4 de noviembre, día en que toda la Iglesia celebra a San Carlos Borromeo. San Carlos Borromeo es mi Patrón. He recibido la vida gracias a mis padres y recibí el nombre de San Carlos en el bautismo en la parroquia de Wadowice. Recuerdo todo esto con gratitud a Dios y a los hombres, y recuerdo al mismo tiempo cuanto ha constituido mi vida de hombre y de cristiano; y lo confronto con la trama de los designios de Dios que se iba expresando poco a poco en mi vida y sigue expresándose ahora. Sobre todo tengo en la mente lo ocurrido el 13 de mayo, que ha dado mucho que pensar a todos y, obviamente, a mí; el evento que me ha impulsado a mirar mi vida, de hombre y de cristiano aún más a la luz del Evangelio, por ejemplo a la luz de las palabras sobre el grano de trigo que debe morir para dar fruto, y también a la luz de las palabras "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que el alma no pueden matarla" (Mt 10, 28).
Estas son las reflexiones de hoy que comparto en su lengua con cada uno de los participantes en esta audiencia general, y las comparto también ahora con vosotros, queridos compatriotas. Os doy las gracias de vuestra presencia y oraciones. Me sigo encomendando a vuestras oraciones; a ellas encomiendo mi ministerio en la Sede de Pedro en Roma, mi servicio a toda la Iglesia. A estas oraciones en las que participo yo también ardientemente, encomiendo nuestra querida patria y todas sus cosas. Cuando volváis a vuestra familia, parroquia y comunidad, repetid lo que estoy diciendo; repetidlo en Polonia entera y entre los emigrados.
(En inglés)
Doy cordial bienvenida a todos los visitantes de lengua inglesa de Inglaterra y Gales, Irlanda, Suecia, Canadá y Estados Unidos. Mi reflexión de hoy versa sobre San Carlos Borromeo, cuyo nombre recibí en el bautismo. Fue obispo santo y santo maestro, y nos da ejemplo de entrega total a Cristo y a la Iglesia. Al contemplar mi vida desde la perspectiva de la consagración de mi bautismo y a través del ejemplo de mi santo Patrono, reitero mi agradecimiento a cuantos me han sostenido con sus oraciones y sacrificios durante los últimos meses. Estoy hondamente agradecido y espero alcanzar con vuestra ayuda la plena madurez en Cristo crucificado y resucitado.
De nuevo saludo otra vez a los miembros de la "Across Trust", con gratitud por su interés hacia los enfermos de Gales, a los que abrazo hoy con gran afecto. Recordad que Nuestro Señor Jesucristo está con vosotros en todos vuestros sufrimientos. El os ama profundamente y su Madre María está a vuestro lado.
(En francés)
Queridos hermanos y hermanas: Al acoger aquí muy de corazón a los peregrinos de lengua francesa, expreso mi gratitud a todos los que me han sostenido con su oración después del atentado. Les invito a seguir rezando por mí, especialmente hoy en esta fiesta de San Carlos Borromeo, cuyo nombre recibí en el bautismo. Este Santo Pastor, maestro iluminado y legislador sabio, que presidió los trabajos del Concilio de Trento en calidad de delegado y llevó a efecto la aplicación de los mismos en su gran diócesis de Milán, es ejemplo y estímulo para todos, especialmente para mí que tomé parte en el Concilio Vaticano II y procuré ponerlo por obra. Me sostenga él a través de las pruebas y entrega de mi vida como Pastor de esta Iglesia que preside en la caridad, y me obtenga llegar a la madurez plena en Cristo crucificado y resucitado.
Doy la bienvenida a los grupos varios de peregrinos, en especial a las religiosas, los jóvenes y las familias.
(A los miembros del Comité Europeo para la enseñanza católica)
Me complazco en saludar especialmente a los miembros del Comité europeo de la enseñanza católica, reunidos en Roma. Queridos amigos: Con todos los Pastores de la Iglesia y, sobre todo, con los que afrontan mayores dificultades, estoy convencido, y vosotros también, no sólo de que la escuela católica presta una aportación particular en el sostenimiento de la fe de los cristianos y en la iluminación de otros en este camino al proporcionar enseñanza profunda y adecuada en los campos varios, sino que llama a testimoniar el mensaje evangélico en las nuevas condiciones de la enseñanza y frente a los cambios del mundo; y por tanto ocupa un lugar privilegiado entre las otras escuras.
Por consiguiente, es necesario que los responsables europeos de la enseñanza católica mantengan unidad de reflexión y acción con dos metas sobre todo; por una parte, defender la libertad de enseñanza, que es uno de los derechos humanos de la persona y la familia; y por otra parte —ya que esta enseñanza tiene sus exigencias—, delinear un proyecto educativo inspirado en valores cristianos que prepare a los jóvenes a las responsabilidades de la vida y formar, al mismo tiempo, profesores que lleven a efecto en equipo este estilo educativo en los diferentes centros primarios y secundarios. Los padres, la sociedad y la Iglesia piden esta cualificación. En esta dirección van los deseos y estímulo del Papa que os bendice de todo corazón.
(En italiano)
Está presente en esta audiencia la numerosa peregrinación organizada por la congregación de Hijas del Sagrado Corazón; con ocasión del 150 aniversario de fundación. Así que saludo de corazón a las religiosas aquí presentes, con la superiora general y el consejo, y también a las profesoras y alumnas de sus centros y a los padres de éstas, juntamente con los representantes de grupos parroquiales vinculados a ellas. Me alegro de vuestra presencia y, a la vez que os encomiendo al Señor, os exhorto a una vida de testimonio cristiano cada vez más luminoso.
Un saludo particular va también a los religiosos del "consejo plenario" de la Orden de frailes menores, acompañados del ministro general; espero del Señor que su benemérito compromiso eclesial, siguiendo las huellas de San Francisco, sea todavía más fecundo.


miércoles, 8 de junio de 2016

Un pensamiento del genio de Chesterton.


Impresionado, Chesterton, por una frase del Evangelio, hace que el protaganista de El poeta y los lunáticos (Grabriel Gale) diga: "¿No se ha fijado nunca de hasta que punto es verdad la frase (aplicada por san Marcos al endemoniado curado por Jesús), vestido y en su sano juicio (Mc 5, 15)?

El hombre no está en su sano juicio cuando no viste los símbolos de su dignidad social. La humanidad ni siquiera es humana cuando está desnuda".