martes, 9 de mayo de 2017

BEATO ISIDORO BAKANJA, Mártir del Escapulario del Carmen.

                                       
                                              Resultado de imagen para martir del escapulario                                                                                             











 




Beato Isidoro Bankaja, catequista, mártir del escapulario. 12 de agosto. 

A principios del siglo xx, un joven africano permaneció fiel al escapulario hasta su sangrienta muerte. Isidoro Bakanja había nacido en Bokendela, en la actual República Democrática del Congo, hacia 1885. Su padre, Iyonzwa, procede de una familia de agricultores; la familia de su madre, Inyuka, vive de la pesca. Bakanja tiene un hermano mayor y una hermana menor. La familia es pagana, pero los valores de la moral natural, vehiculados por las mejores tradiciones africanas, ocupan un lugar de privilegio. Iyonzwa no practica la poligamia. Bakanja se muestra ejemplar en la obediencia a sus padres. Mucho después, el verdugo intentará justificar sus violencias hacia el joven acusándolo de haber robado botellas de vino, pero todos los testigos refutarán esa calumnia, ya que nadie sorprendió nunca a Isidoro Bakanja cometiendo el más mínimo robo.

En la época en que nace Bakanja, la conferencia de Berlín había reconocido la soberanía del rey de los belgas, Leopoldo II, sobre el territorio que más tarde se convertiría en el Estado independiente del Congo. A partir de ese momento, la región ha visto afluir misioneros, pero también aventureros en busca de riqueza a bajo coste. Desde entonces, diversos explotadores acumulan, a cuenta del rey, las riquezas de la cuenca congoleña, especialmente el caucho y el marfil, dirigiéndolas hacia la costa del Océano Atlántico. Las poblaciones locales suministran, para ese trabajo, una mano de obra barata. Como otros muchos jóvenes de su poblado, Bakanja sueña con ir a trabajar a Mbandaka, ciudad situada al sur, no muy lejos de allí. Poco después de cumplir la mayoría de edad, desciende el río y es contratado como albañil en Mbandaka. Allí tiene relación con unos monjes de la Trapa (cistercienses) en la misión de Bolokwa-Nsimba, descubriendo con admiración la fe cristiana. Impresionado por la acogida, la bondad y la dedicación de los misioneros para con los pobres y los enfermos, pide ser bautizado. Instruido por los padres trapenses, recibe el Bautismo en la parroquia de San Eugenio, en Bolokwa-Nsimba, el 6 de mayo de 1906, con el nombre de Isidoro. Ese mismo día es investido con el escapulario del Carmen. El 25 de noviembre siguiente, recibe la Confirmación y, el 8 de agosto de 1907, según las costumbres de la época, toma la primera Comunión. Isidoro profesa una gran devoción por el Rosario y el escapulario, que siempre lleva consigo, pues es el modo que tiene de manifestar su fe. Se constituye en apóstol de sus amigos y compañeros de trabajo, atrayéndolos a la fe cristiana mediante la palabra y el ejemplo.

Abandono de los amuletos

Una vez vencido el contrato de trabajo, Isidoro regresa a su poblado. Su padre le pregunta qué ha hecho de los amuletos que le había confiado antes de irse. Él contesta claramente que los ha abandonado porque, en adelante, goza de una protección mucho más eficaz: la de Cristo, el Hijo de Dios, y la de su Madre, la Virgen María. A pesar de las advertencias de sus amigos que temen a los europeos, Isidoro acepta un puesto de sirviente en Busira, en la casa de un vigilante de la plantación, llamado Reynders, de la S.A.B. (Sociedad Anónima Belga) que explota el caucho y el marfil. En ese puesto, es reconocido como obrero ejemplar, trabajador y concienzudo; impresionados por su cordura, muchos lo eligen como catequista. Al ser trasladado a Ikili, Reynders se lleva consigo a Isidoro, cuyas cualidades humanas aprecia. El gerente local de la S.A.B, Van Cauter, es conocido por su dureza y su feroz oposición al cristianismo y a los misioneros cristianos. Reynders aconseja a Isidoro que disimule su fe cristiana para evitar problemas. Sin embargo, Isidoro es el único cristiano en Ikili y no puede guardarse para él solo el gozo que le invade de conocer a Cristo. Van Cauter se percata de ello y le prohíbe que enseñe a rezar a sus compañeros de trabajo.

El 1 de febrero de 1909, Van Cauter ordena toscamente a Isidoro, que sirve la mesa, que se quite el escapulario. El joven responde: «Amo, exiges que me quite el hábito de la Virgen, pero no lo haré. Como cristiano que soy, tengo derecho a llevar el escapulario». Lleno de furia, el director de la plantación ordena que le propinen veinticinco azotes de chicote, látigo de cuero. Isidoro acepta con angelical paciencia ese injusto castigo, uniéndose en espíritu a Jesús en la Pasión. Más tarde, una investigación demostrará que el caso de Isidoro no era ni mucho menos aislado, pues los directivos de la S.A.B. habían organizado una verdadera persecución contra las misiones católicas. La consigna era impedir, por todos los medios, que los empleados africanos llevasen consigo un escapulario o un rosario.

Poco después, Van Cauter ordena a Isidoro que deje de difundir «las bazofias aprendidas con los padres», y añade: «¡Ya no quiero cristianos aquí! ¿Entendido?». Luego, arrancando el escapulario del cuello del joven, se lo lanza a su perro. Después, él mismo va en busca de un chicote de piel de elefante que lleva incorporados dos clavos y manda azotar a Isidoro hasta hacerlo sangrar. En un primer momento, los empleados encargados de ese cometido no quieren obedecer, pero, ante la amenaza de recibir el mismo suplicio, acaban sometiéndose mientras Van Cauter golpea a Isidoro a patadas. A pesar de todo, el joven cristiano continúa manifestando libre y abiertamente su fe, retirándose para rezar el Rosario y para meditar, ya sea solo o en compañía de algunos obreros deseosos de aprender el catecismo. Un día, durante una pausa, Van Cauter lo ve en actitud de rezar. Furioso, ordena fustigarlo en el acto. Isidoro recibe numerosos golpes de un látigo de piel de hipopótamo provisto de clavos, que le arrancan la piel y le cortan la carne. (Con motivo del proceso de beatificación, en 1913, los testigos hablarán de, al menos, doscientos golpes). A continuación, es arrastrado inconsciente hasta la prisión, donde permanece durante cuatro días, sin recibir curas ni alimentos, con los pies apretados en dos anillas metálicas cerradas con un candado y unidas a un enorme peso.

¿Qué has hecho?

En aquel momento, se anuncia en Ikili la noticia de la llegada de un inspector de la S.A.B. Aterrorizado, Van Cauter manda que trasladen a Isidoro a Isako para ocultarlo. Pero Isidoro escapa del verdugo, siendo descubierto muy pronto por un africano que lo conduce a su propio poblado. Allí lo encuentra un geólogo alemán empleado de la S.A.B, el doctor Dörpinghaus, quien intenta curarlo. El cuerpo de Isidoro no es más que una llaga; sus huesos, que están a vista, le provocan un enorme sufrimiento. «Vi a un hombre –testificará Dörpinghaus– con la espalda labrada de profundas llagas… ayudándose de dos bastones para acercarse a mí, reptando más que caminando. Interrogué al desdichado: “¿Qué has hecho para merecer semejante castigo?”. Me respondió que, como catequista de la misión católica de los trapenses de Bamanya, había querido convertir a los trabajadores de la factoría, y que por ello el blanco le había mandado azotar con una pesada fusta provista de clavos puntiagudos».

Sin embargo, la infección resultaba irreversible, declarándose una septicemia, por lo que llevan a Isidoro a casa de un primo, a Busira, para ser curado. Los días 24 y 25 de julio, dos padres trapenses acuden a administrarle los últimos sacramentos: Confesión, Unción de los enfermos y Comunión. Isidoro perdona a sus verdugos y reza por ellos. «Padre –dice a uno de los misioneros–, no estoy enfadado. El blanco me ha golpeado, pero es asunto suyo. Él sabrá lo que hace. En el Cielo rezaré por él, claro». El 15 de agosto, los cristianos del lugar se reúnen ante la casa donde yace el moribundo; éste resplandece de gozo de poder unirse a la comunidad para alabar a María en el misterio de su Asunción al Cielo. Ante el asombro de todos, se levanta y da algunos pasos, en silencio, con el rosario en la mano; luego, se vuelve a acostar, entra en agonía y se apaga, llevando en el cuello el escapulario.

El 7 de junio de 1919, sus restos se trasladan a la iglesia parroquial de la Inmaculada Concepción de Bokote. El 24 de abril de 1994, durante la asamblea especial del sínodo de los obispos para África, el Papa Juan Pablo II beatifica a Isidoro Bakanja, que será proclamado patrono de los laicos de la República Democrática del Congo en 1999.


BEATO CARLOS DE FOUCAULD


Sus orígenes e itinerario. Charles de Foucauld es una de las personalidades más apasionantes de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. El joven que pierde muy temprano su hábitat familiar (queda huérfano de sus padres a los seis años), acompañado por el prestigio de un título nobiliario y de una sociedad que propicia sus devaneos, se rebela y manifiesta su carácter trasgresor lanzándose a la aventura. La de mayor relieve y seriedad es la travesía del desierto en Marruecos, empeñado en estudios de alto nivel científico, oportunamente publicados. A su regreso, curtido física y espiritualmente, como efecto de un año de constantes peligros y de recopilación de datos para la investigación, comienza un misterioso itinerario de retorno a la fe. El joven Carlos de Foucauld, apasionado e idealista, había perdido la fe religiosa recibida de su familia y practicada en su niñez. En ese misterioso recodo de su camino de regreso se encuentra con lo mejor de su católica familia. Me refiero a su prima, la Señora María de Bondy, provista de una excepcional espiritualidad. Carlos, de la mano de ella y su familia, comienza a respirar otro clima espiritual. Un sacerdote, el Padre Huvelin, vicario de la Parroquia San Agustín de Paris, lo recibe cordialmente. Las entrevistas de de Foucauld con el Vicario se repiten. Asiste a la Misa celebrada por él y escucha con creciente interés su excelente prédica. Innumerables cuestionamientos aparecen en los diálogos informales de ambos. El P. Huvelin responde pacientemente a todos ellos. Al cabo de algunos meses, en vísperas de la Navidad de 1886, el perspicaz sacerdote sorprende a su incansable cuestionador: “Amigo mío, usted ya no tiene dudas, necesita arrodillarse y confesar sus pecados…” Aquel hombre joven y engreído cayó en tierra, como Saulo en Damasco, y al confesar sus culpas de muchos años, comprueba que su fe olvidada reaparece con misteriosa y definitiva fuerza. Entonces, y bajo la sabia y santa dirección de Huvelin, inicia un derrotero espiritual que lo lleva a la santidad.


Encuentro y conocimiento de Cristo. Su conversión es a Jesucristo. Huvelin y su prima permanecen en la penumbra, como indicadores de camino, y logran el humilde propósito de ser simples mediaciones. Ya vuelto a la fe se deja atraer por Cristo, el Dios hecho pequeño hasta una impensable situación de pobreza y abyección. Desde el primer instante se propone ir en pos de Jesús y alojarse espiritualmente en Nazaret, junto a María y a José. Así busca el silencio de la Trapa y se inicia como monje austero y observante; estudia teología y se prepara, por obediencia, a recibir las sagradas Órdenes. Su corazón inquieto busca una mayor identificación con Jesucristo en el “anonadamiento” de la Encarnación, en el silencio y el anonimato de la vida oculta en Nazaret. Orientado por un sabio sacerdote trapense y por su director espiritual, el P. Huvelin, decide viajar a Jerusalén e instalarse como jardinero del Monasterio de las monjas clarisas, habitando una pobrísima ermita. Mientras tanto intensifica su búsqueda hasta decidir trasladarse definitivamente al desierto para iniciar una vida oculta en la contemplación silenciosa de Cristo pobre e inmolado. Su director espiritual y sus amigos le recomiendan que, para centrar su vida contemplativa en la Presencia eucarística -en medio del desierto- como era su principal anhelo, debe recibir la Ordenación sacerdotal.



Sacerdote y contemplativo. Ordenado sacerdote, construye su pequeño Convento y Capilla, e inicia un proceso de identificación con Cristo oculto y presente, pobre y ofrecido por la salvación de los hombres. Alentado por la epistolar dirección del P. Huvelin avanza rápidamente en su conocimiento del Misterio de la Cruz, al mejor estilo paulino. Sin duda, a Cristo se lo conoce únicamente amándolo. La contemplación, que insume casi todas las horas de su jornada monacal, es puro amor. Para ello se aventura - el P. de Foucauld siempre se aventura - en la noche oscura de la fe y se ambienta en ella. Aunque acepta la Ordenación sacerdotal en vista a la Eucaristía, su espiritualidad, teológicamente bien fundada, se proyecta en un servicio incansable a la Iglesia de Cristo y al mundo árabe. No le es lícito ocultar los dones de la gracia a los innumerables necesitados que acuden a él (hasta cien por día). Su seguimiento de Cristo, “Pan bajado del cielo”, lo hace el más humilde servidor, capaz de darlo todo - hasta su amada soledad - por los muchos heridos postrados al borde de su camino a la santidad. En ellos está Cristo, aunque de distinta manera, tan real como en su humilde Sagrario. No puede permanecer en una beatífica adoración mientras los pobres golpean la puerta de su Oratorio. Tampoco puede identificarlos, como presencia de Cristo, sin reconocerlo y adorarlo largamente en la soledad de la sagrada Reserva.



Su espiritualidad. Se oculta en Nazaret, compartiendo la vida familiar de Jesús, entre María y José, y sale a los caminos a socorrer a quienes están heridos de muerte por causa del pecado y de la incredulidad. Pero, esos “caminos” pasan por su casa, impregnan su clausura y reclaman mucho de su tiempo. El sacerdocio recibido, no sólo prolonga la presencia eucarística, también cura las llagas de la Iglesia y la conduce al logro de su vocación a la santidad. Así ama a Cristo, se sumerge en su ocultamiento de Nazaret y se atreve a seguirlo hasta la cruz. Su espiritualidad se nutre del Misterio de Cristo -Dios y Hombre- como lo hiciera el Apóstol Pablo. De esa manera aprende lo que enseña y, dócil a las indicaciones del P. Huvelin, pone por escrito lo que descubre en sus prolongadas meditaciones. Como los Apóstoles, Carlos de Foucauld, advierte que su amor a Cristo es la clave de la perfección apostólica. Lo sigue apasionadamente en la obediencia al Padre y, mediante el generoso olvido de sí, se despoja de lo propio para revestirse de Cristo pobre y fiel hasta la muerte. Su espiritualidad consiste en la renuncia a ser algo lejos de su Maestro y Señor. San Pablo, antes que Carlos, llega a no desear nada sino a “Cristo crucificado”.



Jesús pobre y oculto en Nazaret. Por lo tanto, la meta final de su vida no es la práctica de las virtudes sino Jesucristo. No le interesa ni entusiasma, como en otros tiempos, el cultivo de la ciencia o la aventura en los senderos peligrosos de Marruecos. Su vida es Cristo. Lo busca y lo encuentra, internándose en la densa noche de la fe, tanto en la Escritura como en la celebración y adoración de la Eucaristía; como consecuencia lo sirve incondicionalmente en sus hermanos más pobres. Su vida silenciosa y fecunda se sostiene y desarrolla en la contemplación. La vida nazarena de Jesús atrae su exclusiva atención y decide permanecer en ella adoptando sus rasgos distintivos. Así escribe en noviembre de 1897, en forma de oración: “Busco una vida conforme a la tuya, en la que pueda participar de tu abatimiento, de tu pobreza, de tu humilde trabajo, de tu enterramiento”. Al modo de Pablo, que se pone en seguimiento de Cristo crucificado, y no quiere conocerlo de otra manera, Carlos lo prefiere en la estrechez, en el silencio y en la pobreza del Hogar de Nazaret, junto a María y a José. Seres como él viven en la penumbra, por elección amorosa, pero no pueden permanecer siempre en la penumbra. Padeciéndola como una cruz, en la que acaban muriendo, atraen la mirada de la historia y, a su debido tiempo, de la Iglesia. Ciertamente. la santidad de sus hijos es el regocijo de la Iglesia, como los pecados de otros hijos suyos causan sus mayores tribulaciones.



“El último lugar”. El P. Huvelin acuñó una frase que constituye un programa de vida para Carlos de Foucauld: “Tú, Señor, escogiste de tal manera el último lugar que nadie jamás podrá arrebatártelo”. Ese deseo incontenible de ocultarse, de buscar con Jesús “el último lugar”, trae aparejado el cumplimiento de la sentenciosa expresión de Jesús: “El que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado”. La santidad hace absolutamente honestas a las personas. El santo busca estar con su Maestro en ese último lugar que nadie apetece. Se queda allí, sufriendo en silencio, dejándose crucificar. Lo decide por amor a Quien ha llegado a “anonadarse” por amor suyo. El Padre de Foucauld es un enamorado de Cristo. Sigue sus huellas, estudia sus palabras, se deja conmover por sus gestos y lo contempla largamente en la Sagrada Hostia y en la Cruz. Como sacerdote se hace Eucaristía para sus hermanos y gusta, en silencio, el sabor del martirio. No es un simple asceta, no lo pretende, se humilla con su Señor humillado, se deja consumir por la obediencia al Padre, formulando su conocida y bella oración: “Mi Padre, yo me abandono en ti, haz de mi lo que tú quieras. Lo que hagas de mi, te lo agradezco. Estoy dispuesto a todo, acepto todo. No deseo otra cosa, mi Dios, sino el cumplimiento de tu voluntad en mí y en todas tus criaturas. Pongo mi alma entre tus manos. Yo te la doy, mi Dios, con todo el amor de mi corazón, porque te amo y es una necesidad de mi amor darme, ponerme entre tus manos sin medida, con infinita confianza, porque tú eres mi Padre”. Sin buscarlo, abre un camino que conduce a la santidad sacerdotal y a su fecundidad apostólica. Con su beatificación es propuesto como modelo para el sacerdote actual. No es el caso de una copia mimética sino de captar la esencia de su santidad: el amor, que lo hace fiel discípulo de Jesucristo. Me permito transcribir un párrafo de su diario (17 de mayo de 1904): “Silenciosa, secretamente, como Jesús en Nazaret, oscuramente como Él, pasar desconocido sobre la tierra, como un viajero en la noche, pobre, laboriosa y humildemente, haciendo bien como Él… desarmado y mudo ante la injusticia como Él; dejándome, como el Cordero divino, trasquilar e inmolar sin resistir ni hablar; imitando en todo a Jesús en Nazaret y a Jesús sobre la cruz”.



Como su Maestro. El prestigio espiritual, del todo extraordinario, que lo sobrevive no es imaginado por él, pobre “hermanito de Jesús”. Permanece, hasta su inexplicable muerte (1 de diciembre de 1916), en el espacio oculto y olvidado de su Nazaret. Quiere ser como su Maestro por una sola razón: “Yo amo a Nuestro Señor Jesucristo, aunque con un corazón que quisiera amar más y mejor; pero, en fin, lo amo, y no puedo llevar vida diferente a la suya, una vida suave y honrada, cuando la suya fue la más dura y desdeñada que jamás existiera”. (Carta a H. Duveyrier, 24 de abril 1890) Es la lección principal que dicta a sus hermanos sacerdotes de todos los tiempos y condiciones. Sin un amor a Jesucristo, como el suyo, es imposible ser felices en el ejercicio del ministerio sacerdotal. La alegría de los santos no es una mueca incolora; procede de la conciencia creyente de vivir en plenitud. El amor a Cristo, que declara el Padre Carlos de Foucauld, es la vertiente de la que bebe la Vida que lo hace feliz. Descubre el secreto de la felicidad, aún por senderos que parecen contradecirla, como son los de la pobreza, del silencio, del ocultamiento y de la muerte injusta y sin relieve. Es imposible volcar en pocos párrafos la riqueza que el Beato Carlos de Foucauld despliega en la coherencia de su vida y en sus humildes y numerosas notas espirituales. Su mensaje es claro e inconfundible.



Punto final. “Tres semanas después de la muerte de Fray Carlos (Charles de Foucauld), se hallará, a unos metros del lugar donde fue asesinado, su pobre custodia, con la Hostia, casi enteramente recubierta de arena. Séanos permitido ver en el sencillo hecho de esa custodia sin valor que se arroja a un lado durante un saqueo, una imagen exacta de toda la vida y muerte de Fray Carlos de Jesús. Como la Hostia, en la que su fe veía el anuncio de salud de muchas almas -¡definición admirable de la Eucaristía!- , como Jesús, a quien deseó apasionadamente imitar, Fray Carlos quedó sepultado como el grano en la tierra. Su muerte, como toda su vida, de la que fue tan exacto signo, preparaba vivaces germinaciones”. (Último párrafo del libro de J. Francois Six)


Exposición de monseñor Domingo S. Castagna,
arzobispo emérito de Corrientes
                                                                                            http://dscastagna.com.ar/

martes, 10 de enero de 2017

BLESSED BENEDICT DASWA. Mártir de la fe por negarse a implicarse en brujería.




Se negó a pagar para contratar a un brujo porque era católico y por eso lo mataron: fue beatificado en setiembre de 2015.


El primer gran rival del Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y de Jesucristo no fue ni el poder político representado por los faraones, ni las diosas y dioses del paganismo ni la impiedad e increencia, sino la superstición y la brujería, la sensación común en casi todas las culturas de que si pasa algo malo “alguien debe haber tenido la culpa”, ya sea mediante magia o mediante el trato con entidades espirituales poderosas.

Las sociedades intentan suavizar sus problemas buscando “chivos expiatorios” a los que culpar de diversos males: pueden ser los extranjeros, o ciertas minorías extrañas, o conspiradores invisibles… o, simplemente, personas designadas como “brujos”.

Un mártir de 1990
El Papa Francisco acaba de firmar el decreto que reconoce la muerte como mártir de la fe de Benedict Daswa, un maestro de escuela sudafricano de 43 años, asesinado por un grupo de sus conciudadanos por negarse a contratar a un brujo, que a su vez debía “detectar” a otros brujos “culpables” de atraer rayos e incendios.

No sucedió en un siglo lejano: mataron a Daswa en 1990, en una sociedad con televisión a color y ordenadores. Benedict, como mártir y testigo de Cristo frente a la cultura de la brujería y la superstición, será el primer beato de Sudáfrica.

De los misteriosos "judíos negros"
Daswa nació en la provincia sudafricana de Limpopo en 1946. Su nombre era Tshimangadzo Samuel, y su familia y clan pertenecen a la misteriosa etnia lemba, llamados “los judíos negros”. Los lemba, que son unas decenas de miles, viven en los países del sur de África y en su cultura hay un solo Dios, un día sagrado de cada siete, prohibición de comer cerdo y otros animales que coinciden con las prohibiciones hebreas y es obligatorio circuncidar a los varones. Desaconsejan casarse fuera de la tribu y usan nombres de estilo semítico. Daswa, como vemos, se llamaba Samuel. Sus líderes tienden a reclamar su herencia judía, aunque solo como algo histórico o cultural, no religioso. Recientes investigaciones genéticas parecen confirmar su relación con linajes judíos.

La familia Daswa era conocida por ser laboriosa, emprendedora y hospitalaria.

El pequeño Samuel fue -como era costumbre en el campo- pastor antes de ir a la escuela. También atendía el huerto de la familia, con su padre.

Estudió en tres escuelas primarias distintas (una de ellas del Ejército de Salvación, una iglesia protestante) y completó sus estudios secuendarios. Después murió su padre y él se volcó en trabajar para mantener a sus hermanos pequeños.

Conociendo a los católicos
Haciendo trabajos temporales en verano en Johanesburgo se hizo amigo de un joven blanco católico, el primero al que trataba. También eran católicos compañeros de trabajo de la etnia shangaan (una etnia que tuvo tratos históricos con los portugueses en África).

El mensaje católico llamó su atención y de vuelta a su pueblo de Mbahe se apuntó a la catequesis para neófitos católicos, que se impartía bajo una higuera. Su catequista, que le impactó profundamente, se llamaba Benedict Risimati, y años después, al enviudar, sería ordenado sacerdote. Una vez al mes venía un sacerdote al pueblo y podían celebrar misa.

Después de dos años de formación, Samuel fue bautizado el 21 de abril de 1963. Tenía 17 años y eligió como nombre cristiano “Benedict”, porque le gustaba el lema de San Benito: “Ora et labora” (reza y trabaja).

Maestro y formador juvenil
Sacó luego un título de maestro y pudo hacer lo que más le gustaba: trabajar con jóvenes, tanto como maestro como de animador juvenil en la iglesia.

Le gustaba organizar grupos de chicos y chicas que se iban el fin de semana al campo y les enseñaba habilidades tradicionales. También le gustaba fomentar el deporte entre los jóvenes.

Enemigo de la brujería
Durante su aprendizaje como católico, Benedict se dio cuenta rápidamente de que la brujería (practicarla o temerla) era contraria a la relación de confianza y amor que Dios espera de sus hijos. Tanto en su vida privada como en público, asumió una fuerte posición contra la cultura de la brujería. Denunciaba también que por creer en la brujería unas personas matasen a otras acusándolas de brujos. Benedict luchó también contra el uso de amuletos y de supuestos remedios contra el mal de ojo.

En esa época era respetado por toda la comunidad. La comida de su huerto solía acabar en las mesas de los más necesitados. Los que necesitaban transporte acudían a él. Colaboraba con la construcción de la primera iglesia católica en la zona. Era popular como maestro de ceremonias y famoso por su honestidad e integridad, por lo que fue designado como secretario del consejo del jefe local.

Llegó a ser director de la escuela y se le recuerda como un buen líder, que animaba a trabajadores y estudiantes. Cuando faltaba un alumno visitaba personalmente a la familia. A veces había estudiantes que no podían pagar las cuotas escolares: él les ofrecía trabajo en sus huertos a cambio de las cuotas.

Lluvias, rayos... y superstición
En noviembre de 1989 cayeron lluvias fortísimas en la región y una gran abundancia de rayos que provocaron incendios y destrozos.

Se creó una conciencia de psicosis entre muchos habitantes que buscaban a quién echar la culpa, convencidos de que alguien (brujos) atraía ese mal.

A inicios de 1990 cayó otro aguacero con rayos abundantes y el consejo local organizó una reunión.

Antes de que llegase Benedict el consejo acordó que se contrataría a un sanador o curandero (brujo “bueno”) para que localizase a los culpables (brujos “malos”) a los que se debía castigar.

Cada miembro del consejo debía poner un poco de dinero para pagar al curandero.

Cuando llegó Benedict les explicó que los rayos son un fenómeno natural, que no tienen sentido acusar a la gente de ser brujos causantes de desastres naturales y que desde luego él no iba a pagar nada para contratar al curandero, porque, dijo, su fe católica le impedía implicarse en nada que tenga que ver con brujería.

En este momento fue cuando decidieron deshacerse de él y organizaron una emboscada.

La pasión de Benedict
El 2 de febrero, anocheciendo, volvía a casa después de dejar en un pueblo a un pasajero al que había recogido con su coche, cuando se detuvo al ver el camino bloqueado por unos árboles.

Cuando salió del vehículo, un gran grupo de jóvenes y adultos con piedras enormes surgió del bosque y le agredió, tirándole las piedras.

Ensangrentado y herido, dejó el coche y corrió. Llegó a una cabaña redonda, de las llamadas rondavels, y se ocultó en ella. Escuchó que sus perseguidores llegaban a la cabaña y amenazaban a su dueña: o les decía dónde estaba escondido el fugitivo, o la matarían.

Entonces él prefirió mostrarse. Les preguntó en voz alta por qué querían matarlo. Ellos no respondieron, pero uno se le acercó con un knobkerrie, un garrote de madera de cabeza redonda. Benedict supo que era el final y recitó rápidamente: “Señor, en tus manos encomiendo mi Espíritu”, uniéndose a la oración de Jesús así como se unía a la muerte de Jesús. El golpe del garrote le abrió el cráneo. La mujer que fue testigo y lo contó todo detalló que después derramaron agua hirviendo sobre la cabeza del cadáver.

La justicia humana no funcionó
Al día siguiente un fotógrafo y un forense policial llegaron al lugar y abrieron la investigación, y se hicieron detenciones, pero el juicio acabó con la liberación de todos los implicados por falta de pruebas.

En el entierro de Benedict ese 1990, en el que participaron numerosos sacerdotes, el clero vestía las estolas rojas que celebran a los mártires cristianos. Los cristianos del lugar sabían que había muerto por oponerse a la cultura de la brujería y por dar testimonio de Cristo. Si hubiera pagado su contribución al curandero, si hubiera sido uno más, seguiría vivo. El convencimiento de los fieles en ese entierro cuenta hoy con la firma del Sumo Pontífice que reconoce su muerte de mártir, que dará a Sudáfrica su primer ciudadano en los altares y a todo el mundo un ejemplo de entereza y fe.

Más sobre este Siervo de Dios (en inglés) en http://benedictdaswa.org.za


Beatificado 13 de setiembre de 2015. Limpopo.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Cristo, primicias de nuestra resurrección. San Ireneo de Lyon.




El Verbo de Dios se hizo hombre y el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre para que el hombre, unido íntimamente al Verbo de Dios, se hiciera hijo de Dios por adopción.

En efecto, no hubiéramos podido recibir la incorrupción y la inmortalidad, si no hubiéramos estado unidos al que es la incorrupción y la inmortalidad en persona. ¿Y cómo hubiésemos podido unirnos al que es la incorrupción y la inmortalidad, si antes él no se hubiese hecho uno de nosotros, a fin de que nuestro ser corruptible fuera absorbido por la incorrupción, y nuestro ser mortal fuera absorbido por la inmortalidad, para que recibiésemos la filiación adoptiva?

Así, pues, este Señor nuestro es Hijo de Dios y Verbo del Padre por naturaleza, y también es Hijo del hombre, ya que tuvo una generación humana, hecho Hijo del hombre a partir de María, la cual descendía de la raza humana y a ella pertenecía.

Por esto, el mismo Señor nos dio una señal en las profundidades de la tierra y en lo alto de los cielos, señal que no había pedido el hombre, porque éste no podía imaginar que una virgen concibiera y diera a luz, y que el fruto de su parto fuera Dios con nosotros, que descendiera a las profundidades de la tierra para buscar a la oveja perdida (el hombre, obra de sus manos), y que, después de haberla hallado, subiera a las alturas para presentarla y encomendarla al Padre, convirtiéndose él en primicias de la resurrección. Así, del mismo modo que la cabeza resucitó de entre los muertos, también todo el cuerpo (es decir, todo hombre que participa de su vida, cumplido el tiempo de su condena, fruto de su desobediencia) resucitará, por la trabazón y unión que existe entre los miembros y la cabeza del cuerpo de Cristo, que va creciendo por la fuerza de Dios, teniendo cada miembro su propia y adecuada situación en el cuerpo. En la casa del Padre hay muchas moradas, porque muchos son los miembros del cuerpo.

Dios se mostró magnánimo ante la caída del hombre y dispuso aquella victoria que iba a conseguirse por el Verbo. Al mostrarse perfecta la fuerza en la debilidad, se puso de manifiesto la bondad y el poder admirable de Dios.

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martes, 22 de noviembre de 2016

Beato Marie-Eugène del Niño Jesús (1894-1967)




Beatificado en Aviñón el padre María Eugenio del Niño Jesús, maestro carmelita para muchos laicos.

Entre este instituto y sus funciones entre los carmelitas descalzos, preparó su texto más influyente: Quiero ver a Dios (1948-1951).

viernes, 4 de noviembre de 2016

San Carlos Borromeo.





JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 4 de noviembre de 1981

El encuentro pastoral del Papa con los fieles se desarrolló en dos tiempos sucesivos. El primero, en la basílica de San Pedro, donde se hallaban congregados todos los peregrinos de lengua alemana.  El segundo tiempo de la audiencia tuvo lugar en la Sala "Pablo VI",

Sala Pablo VI
1. Hoy, 4 de noviembre, la Iglesia recuerda, como todos los años, la figura de San Carlos Borromeo, obispo y confesor. Puesto que he recibido en el bautismo precisamente el nombre de este Santo, deseo dedicarle la reflexión de la audiencia general de hoy, haciendo referencia a todas las precedentes reflexiones del mes de octubre. En ellas he tratado —tras unos meses de intervalo, a causa de la estancia en el hospital— de compartir con vosotros, queridos hermanos y hermanas, los pensamientos que nacieron en mí bajo el influjo del evento del 13 de mayo. La reflexión de hoy se inserta también en esta trama principal. A todos aquellos que en el día de mi Santo Patrono se unen a mí en la oración, deseo repetir una vez más las palabras de la Carta a los Efesios, que ya cité el miércoles pasado: Orad "por todos los santos, y por mí, a fin de que cuando hable me sean dadas palabras con que dar a conocer con libertad el misterio del Evangelio, del que soy embajador..." (Ef 6, 18-20).
2. San Carlos es precisamente uno de esos Santos, a quien le fue dada la palabra "para dar a conocer el Evangelio", del cual era "embajador", habiendo heredado su misión de los Apóstoles. El realizó esta misión de modo heroico con la entrega total de sus fuerzas. La Iglesia le miraba y, al mirarle, se edificaba: en una primera época, en el período del Concilio Tridentino, en cuyos trabajos participó activamente desde Roma, soportando el peso de una correspondencia nutrida, colaborando para llevar a feliz éxito la fatiga colegial de los padres conciliares, según las necesidades del Pueblo de Dios de entonces. Y se trataba de necesidades apremiantes. Luego, el mismo cardenal, como arzobispo de Milán, sucesor de San Ambrosio, se convierte en el incansable realizadorde las resoluciones del Concilio. traduciéndolas a la práctica mediante diversos Sínodos diocesanos.
La Iglesia —y no sólo la de Milán— le debe una radical renovación del clero, a la cual contribuyó la institución de los seminarios, cuyo origen se remonta precisamente al Concilio de Trento. Y otras muchas obras, entre las cuales la institución de las cofradías, de las pías asociaciones, de los oblatos-laicos, que prefiguraban ya a la Acción Católica, los colegios, los hospitales para pobres, y finalmente la fundación de la Universidad de Brera en 1572. Los volúmenes de las "Acta Ecclesiae Mediolanensis" y los documentos que se refieren a las visitas pastorales, atestiguan esta intensa y clarividente actividad de San Carlos, cuya vida se podría sintetizar en tres expresiones magníficas: fue un Pastor santo, un maestro iluminado, un prudente y sagaz legislador.
Cuando, algunas veces en mi vida, he tenido ocasión de celebrar el Santísimo Sacrificio en la cripta de la catedral de Milán, donde descansa el cuerpo de San Carlos, se me presentaba ante los ojos toda su actividad pastoral dedicada hasta el fin al pueblo al que había sido enviado. Concluyó esta vida el año 1584, a la edad de 46 años, después de haber prestado un heroico servicio pastoral a las víctimas de la peste que habla afligido a Milán.
3. He aquí algunas palabras pronunciadas por San Carlos, indicativas de esa total entrega a Cristo y a la Iglesia, que inflamó el corazón y toda la obra pastoral del Santo. Dirigiéndose a los obispos de la región lombarda, durante el IV Concilio Provincial de 1576, les exhortaba así: "Estas son las almas para cuya salvación Dios envió a su único Hijo Jesucristo... El nos indicó también a cada uno de los obispos, que hemos sido llamados a participar en la obra de la salvación, el motivo más sublime de nuestro ministerio y enseñó que, sobre todo, el amor debe ser el maestro de nuestro apostolado, el amor que El (Jesús) quiere expresar por medio de nosotros, a los fieles que nos han sido confiados, con la predicación frecuente, con la saludable administración de los sacramentos, con los ejemplos de una vida santa... con un celo incesante" (cf. Sancti Caroli Borromei Orationes XII, Romae 1963. Oratio IV).
Lo que inculcaba a los obispos y a los sacerdotes, lo que recomendaba a los fieles, él lo practicaba el primero de modo ejemplar.
4. En el bautismo recibí el nombre de San Carlos. Me ha sido otorgado vivir en los tiempos del Concilio Vaticano II, el cual, como antes el Concilio Tridentino, ha tratado de mostrar el sentido de la renovación de la Iglesia según las necesidades de nuestro tiempo. Pude participar en este Concilio desde el primer día hasta el último. Me fue dado también —como mi Patrono— pertenecer al Colegio Cardenalicio. Traté de imitarle, introduciendo en la vida de la archidiócesis de Cracovia las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
Hoy, día de San Carlos, medito la gran importancia que tiene el bautismo, en el que recibí precisamente su nombre. Con el bautismo, según las palabras de San Pablo, somos sumergidos en la muerte de Cristo para recibir de este modo la participación en su resurrección. He aquí las palabras que escribe el Apóstol en la Carta a los Romanos: "Con Él hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte, para que como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque, si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección" (Rom 6, 4-5).
Mediante el bautismo, cada uno de nosotros recibe la participación sacramental en esa Vida que —merecida a través de la cruz— se ha revelado en la resurrección de nuestro Señor y Redentor. Al mismo tiempo, arraigándonos con todo nuestro ser humano en el misterio de Cristo, somos consagrados por primera vez en El al Padre. Se realiza en nosotros el primero y fundamental acto de consagración, mediante el cual, el Padre acepta al hombre como su hijo adoptivo: el hombre se entrega a Dios, para que en esta filiación adoptiva realice su voluntad y se convierta de manera cada vez más madura en parte de su Reino. El sacramento del bautismo comienza en nosotros ese "sacerdocio real", mediante el cual participamos en la misión de Cristo mismo, Sacerdote, Profeta y Rey.
El Santo, cuyo nombre recibimos en el bautismo, debe hacernos constantemente conscientes de esta filiación divina que se ha convertido en nuestra parte. Debe también ayudar a cada uno a formar toda la vida humana a medida de lo que ha sido hecho por obra de Cristo: por medio de su muerte y resurrección. He aquí el papel que San Carlos realiza en mi vida y en la vida de todos los que llevan su nombre.
5. El evento del 13 de mayo me ha permitido mirar la vida de modo nuevo: esta vida, cuyo comienzo está unido a la memoria de mis padres y simultáneamente al misterio del bautismo y al nombre de San Carlos Borromeo.
¿Acaso no ha hablado Cristo del grano de trigo que, al caer en la tierra, muere para dar mucho fruto? (cf. Jn 12, 24).
¿Acaso no ha dicho Cristo: "El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará"? (Mt 16, 25).
Y además: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehenna" (Mt 10, 28).
Y también: "Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).
Todas estas palabras aluden a esa madurez interior, que la fe, la esperanza y la gracia de nuestro Señor Jesucristo hacen alcanzar en el espíritu humano.
Mirando mi vida en la perspectiva del bautismo, mirándola a través del ejemplo de San Carlos Borromeo, doy las gracias a todos los que hoy, en todo el período pasado, y continuamente, también ahora, me sostienen con la oración y a veces incluso con grandes sacrificios personales. Espero que, gracias a esta ayuda espiritual, podré alcanzar esa madurez que debe ser mi parte (así como también la de cada uno de nosotros) en Jesucristo crucificado y resucitado —para bien de la Iglesia y salvación de mi alma—, del mismo modo que ella fue la parte de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y de tantos Sucesores de San Pedro en la Sede romana, a la cual, según las palabras de San Ignacio de Antioquía, corresponde "presidir en la caridad" (Carta a los Romanos, Inscr. Funk, Patres Apostolici, I, 252).

Basílica de San Pedro
Queridos hermanos y hermanas:
Aquí junto a la tumba de San Pedro, saludo lleno de alegría a todos los grupos y peregrinos de habla alemana. Un especial y cordialísimo saludo de bienvenida a la nutrida peregrinación de minusválidos del Servicio Auxiliar de Malta. Doy las gracias a los organizadores, acompañantes y ayudantes que han hecho posible este encuentro, y quiero también animar a cuantos padecen alguna dolencia o impedimento.
A vosotros, queridos hermanos y hermanas minusválidos, querría una vez más recomendaros para vuestra reflexión y vuestra oración lo que, hace ahora casi un año, os dije en Osnabrück cuando visité Alemania: «Como se nos ha demostrado siempre, la voluntad de Dios es para nosotros en última instancia un menaje de alegría, un mensaje para nuestra salvación eterna. Esto es también válido para vosotros que, como hombres físicamente impedidos, habéis sido llamados a un modo especial de seguimiento de Cristo, el seguimiento de la cruz. Cristo os invita... a aceptar vuestras debilidades como su yugo, como la senda que sigue sus huellas... Sólo vuestro pronto "sí" a la voluntad de Dios, que a menudo se escapa a nuestro modo natural de ver las cosas, puede haceros felices y regalaros ya desde ahora una íntima alegría que no puede ser anulada por ninguna necesidad externa». Os deseo fuerza y disponibilidad para este "sí" interior a vuestra personalísima vocación, y lo pido de todo corazón para vosotros como gracia especial de vuestra peregrinación a Roma.
La fiesta de hoy atrae ahora nuestra atención hacia el gran obispo y confesor de la fe, San Carlos Borromeo, cuyo nombre yo recibí en el bautismo. A cuantos se unen en la oración conmigo en la fiesta de hoy, quiero repetirles —como ya lo hice el pasado miércoles— las palabras de San Pablo en la Carta a los Efesios: "Rezad... por todos los santos, y también por mi, para que, al abrir mi boca, se me conceda la palabra para dar a conocer con franqueza el misterio del Evangelio..." (Ef 6, 18-20). Este servicio al Evangelio de Jesucristo lo realizó heroicamente San Carlos con todas sus fuerzas. Su celo pastoral y su infatigable entrega al Pueblo de Dios a él encomendado han sido siempre un ejemplo para mí.
La fiesta onomástica nos recuerda igualmente la gracia de nuestro bautismo, a través del cual hemos sido sepultados con Cristo para resucitar también con El de entre los muertos. Sólo si estamos dispuestos a caer en tierra, como el grano de trigo, y morir con Cristo, podemos realmente dar fruto. El mismo Cristo nos ha anunciado: "El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará" (Mt 16, 25). Pidamos unos para otros el coraje necesario para arriesgar como creyentes nuestra vida por Cristo y su Reino. Para ello, con mis mejores deseos de un día feliz y dichoso en la Ciudad Eterna, os imparto cordial-mente a todos vosotros mi bendición apostólica.

Saludos
Quiero empezar estas palabras en lengua española dirigiendo un saludo cordial a cada persona, familia o grupo de dicha lengua aquí presentes, en especial al grupo procedente de Rosas (Gerona). Pido para todos la fidelidad a las exigencias del propio bautismo.
Me invita a aludir a ese tema la fiesta de San Carlos, de quien recibí el nombre el día de mi bautismo. Con este sacramento nos convertimos en hijos de Dios, lo cual nos compromete a una vida coherente, de acuerdo con las enseñanzas de Cristo.
Agradezco a todos sus plegarias. Con ellas confío llegar también a través del sufrimiento que hube de experimentar tras el 13 de mayo último, a una mayor madurez interior —que debe ser real en todos— en Cristo crucificado y resucitado.
(A los peregrinos de lengua portuguesa)
Saludos cordiales a los peregrinos y oyentes de lengua portuguesa. Hoy, fiesta litúrgica de San Carlos cuyo nombre recibí en el bautismo, acabo de hacer algunas reflexiones sobre esta gran figura de la Iglesia encuadrándolas en las reflexiones presentadas durante el mes de octubre. Puesto que el suceso del 13 de mayo me ha permitido ver la vida de modo nuevo, esta vida cuyo comienzo está vinculado al recuerdo de mi país, al misterio del bautismo y al nombre de San Carlos. Dijo el Señor: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla" (Mt 10, 28).
Os agradezco las oraciones, que me ayudan a llegar a la madurez que debe ser mi parte en Jesucristo crucificado y resucitado para bien de la Iglesia y salvación mía. A todos vosotros y a vuestros seres queridos doy la bendición apostólica.
(A los peregrinos holandeses provenientes de la diócesis de Roermond)
Muy de corazón saludo ahora al obispo de Roermond (Holanda), mons. Gijsen, y a los componentes de la segunda peregrinación de Roermond, en especial a los participantes en un curso de catequesis de adultos. Que esta visita con vuestro obispo a Roma y al Vicario de Cristo, sirva para vivificar vuestra fe y reforzar vuestra adhesión a la Iglesia de Roma. Mi bendición apostólica a todos vosotros y a los seres queridos que tenéis en Holanda.
(A los peregrinos polacos
La audiencia de hoy cae en el 4 de noviembre, día en que toda la Iglesia celebra a San Carlos Borromeo. San Carlos Borromeo es mi Patrón. He recibido la vida gracias a mis padres y recibí el nombre de San Carlos en el bautismo en la parroquia de Wadowice. Recuerdo todo esto con gratitud a Dios y a los hombres, y recuerdo al mismo tiempo cuanto ha constituido mi vida de hombre y de cristiano; y lo confronto con la trama de los designios de Dios que se iba expresando poco a poco en mi vida y sigue expresándose ahora. Sobre todo tengo en la mente lo ocurrido el 13 de mayo, que ha dado mucho que pensar a todos y, obviamente, a mí; el evento que me ha impulsado a mirar mi vida, de hombre y de cristiano aún más a la luz del Evangelio, por ejemplo a la luz de las palabras sobre el grano de trigo que debe morir para dar fruto, y también a la luz de las palabras "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que el alma no pueden matarla" (Mt 10, 28).
Estas son las reflexiones de hoy que comparto en su lengua con cada uno de los participantes en esta audiencia general, y las comparto también ahora con vosotros, queridos compatriotas. Os doy las gracias de vuestra presencia y oraciones. Me sigo encomendando a vuestras oraciones; a ellas encomiendo mi ministerio en la Sede de Pedro en Roma, mi servicio a toda la Iglesia. A estas oraciones en las que participo yo también ardientemente, encomiendo nuestra querida patria y todas sus cosas. Cuando volváis a vuestra familia, parroquia y comunidad, repetid lo que estoy diciendo; repetidlo en Polonia entera y entre los emigrados.
(En inglés)
Doy cordial bienvenida a todos los visitantes de lengua inglesa de Inglaterra y Gales, Irlanda, Suecia, Canadá y Estados Unidos. Mi reflexión de hoy versa sobre San Carlos Borromeo, cuyo nombre recibí en el bautismo. Fue obispo santo y santo maestro, y nos da ejemplo de entrega total a Cristo y a la Iglesia. Al contemplar mi vida desde la perspectiva de la consagración de mi bautismo y a través del ejemplo de mi santo Patrono, reitero mi agradecimiento a cuantos me han sostenido con sus oraciones y sacrificios durante los últimos meses. Estoy hondamente agradecido y espero alcanzar con vuestra ayuda la plena madurez en Cristo crucificado y resucitado.
De nuevo saludo otra vez a los miembros de la "Across Trust", con gratitud por su interés hacia los enfermos de Gales, a los que abrazo hoy con gran afecto. Recordad que Nuestro Señor Jesucristo está con vosotros en todos vuestros sufrimientos. El os ama profundamente y su Madre María está a vuestro lado.
(En francés)
Queridos hermanos y hermanas: Al acoger aquí muy de corazón a los peregrinos de lengua francesa, expreso mi gratitud a todos los que me han sostenido con su oración después del atentado. Les invito a seguir rezando por mí, especialmente hoy en esta fiesta de San Carlos Borromeo, cuyo nombre recibí en el bautismo. Este Santo Pastor, maestro iluminado y legislador sabio, que presidió los trabajos del Concilio de Trento en calidad de delegado y llevó a efecto la aplicación de los mismos en su gran diócesis de Milán, es ejemplo y estímulo para todos, especialmente para mí que tomé parte en el Concilio Vaticano II y procuré ponerlo por obra. Me sostenga él a través de las pruebas y entrega de mi vida como Pastor de esta Iglesia que preside en la caridad, y me obtenga llegar a la madurez plena en Cristo crucificado y resucitado.
Doy la bienvenida a los grupos varios de peregrinos, en especial a las religiosas, los jóvenes y las familias.
(A los miembros del Comité Europeo para la enseñanza católica)
Me complazco en saludar especialmente a los miembros del Comité europeo de la enseñanza católica, reunidos en Roma. Queridos amigos: Con todos los Pastores de la Iglesia y, sobre todo, con los que afrontan mayores dificultades, estoy convencido, y vosotros también, no sólo de que la escuela católica presta una aportación particular en el sostenimiento de la fe de los cristianos y en la iluminación de otros en este camino al proporcionar enseñanza profunda y adecuada en los campos varios, sino que llama a testimoniar el mensaje evangélico en las nuevas condiciones de la enseñanza y frente a los cambios del mundo; y por tanto ocupa un lugar privilegiado entre las otras escuras.
Por consiguiente, es necesario que los responsables europeos de la enseñanza católica mantengan unidad de reflexión y acción con dos metas sobre todo; por una parte, defender la libertad de enseñanza, que es uno de los derechos humanos de la persona y la familia; y por otra parte —ya que esta enseñanza tiene sus exigencias—, delinear un proyecto educativo inspirado en valores cristianos que prepare a los jóvenes a las responsabilidades de la vida y formar, al mismo tiempo, profesores que lleven a efecto en equipo este estilo educativo en los diferentes centros primarios y secundarios. Los padres, la sociedad y la Iglesia piden esta cualificación. En esta dirección van los deseos y estímulo del Papa que os bendice de todo corazón.
(En italiano)
Está presente en esta audiencia la numerosa peregrinación organizada por la congregación de Hijas del Sagrado Corazón; con ocasión del 150 aniversario de fundación. Así que saludo de corazón a las religiosas aquí presentes, con la superiora general y el consejo, y también a las profesoras y alumnas de sus centros y a los padres de éstas, juntamente con los representantes de grupos parroquiales vinculados a ellas. Me alegro de vuestra presencia y, a la vez que os encomiendo al Señor, os exhorto a una vida de testimonio cristiano cada vez más luminoso.
Un saludo particular va también a los religiosos del "consejo plenario" de la Orden de frailes menores, acompañados del ministro general; espero del Señor que su benemérito compromiso eclesial, siguiendo las huellas de San Francisco, sea todavía más fecundo.


miércoles, 8 de junio de 2016

Un pensamiento del genio de Chesterton.


Impresionado, Chesterton, por una frase del Evangelio, hace que el protaganista de El poeta y los lunáticos (Grabriel Gale) diga: "¿No se ha fijado nunca de hasta que punto es verdad la frase (aplicada por san Marcos al endemoniado curado por Jesús), vestido y en su sano juicio (Mc 5, 15)?

El hombre no está en su sano juicio cuando no viste los símbolos de su dignidad social. La humanidad ni siquiera es humana cuando está desnuda".

viernes, 12 de febrero de 2016

Beata Maria Antonia de la Paz y Figueroa. Mama Antula.

     




La Venerable Madre María Antonia nos ofrece ella misma la descripción de esta preciosa figura de Nuestro Señor Jesucristo que constituye el centro de atracción:
El que yo tengo que es de piedra, no lo dejan, pues, para enfermedades, para partos, en todo anda él y yo lo ando mezquinando  porque está algo gastado. Con que luego que llegue el otro, lo pondré en el altar para que todos lo adoren; pues esta devoción no sólo es grande, sino que cada día toma más incremento. La acción del Niño es estar acostado sobre la cruz y algo inclinado sobre derecho. La mano izquierda tiene cogidos los tres clavos por sus puntas y con ellos descansa sobre el cuadrel y parte del vientre la mano derecha, estando el brazo unido al cuerpo viene a parar en la mejilla y le sirve como de reclinatorio.  La pierna izquierda recuesta sobre la derecha y está con su garganta sobre la pantorrilla de la misma derecha: los pies descansan sobre una calavera que pisa el izquierdo y toca el derecho con su empeine. Se previene que el Niño está enteramente desnudo y sin toalla o cosa que le parezca. Esta postura o figura de mi Niño Dios ha sido la que me ha robado la atención.

lunes, 18 de enero de 2016

NIÑO JESÚS DE PRAGA






Encontrábase un día el Padre Cirilo en oración, delante de la estatua, cuando oyó claramente estas palabras: "Tened piedad de mí y yo me apiadaré de vosotros. Devolvedme mis manos y yo os devolveré la paz. Cuanto más me honrareis, tanto más os bendeciré".

En efecto, le faltaban las manos, cosa que, al encontrarla no había advertido el Padre Cirilo, enajenado como estaba por el gozo.


http://www.pragjesu.cz/es/historia-y-veneracion/

lunes, 7 de diciembre de 2015

¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!




"Santa Madre de Dios, sé causa de paz para Siena y de vida para Duccio, que así te pintó". 
El artista no podía ser inmortal. 
Tal vez su obra sí.

martes, 1 de diciembre de 2015

Misericordia y Justicia.




«Quia iustitia sine misericordia crudelitas est, misericordia sine iustitia mater est dissolutionis.»

La justicia sin misericordia es crueldad, la misericordia sin justicia es madre de toda disolución.
                                                                                                              

                                                                                                  Santo Tomás de Aquino.

domingo, 8 de noviembre de 2015

En busca de la oveja perdida.



Me alejaba, me alejaba cada vez más, mi Señor y mi vida, y mi vida comenzaba a ser una muerte, o mejor aún, era ya una muerte a vuestros ojos. Y todavía en este estado de muerte Vos me conservabais... Había desaparecido del todo la fe, pero el respeto y la estima permanecían intactos. Vos me hacíais otras gracias, Dios mío, me conservabais el gusto por el estudio, las lecturas serias, las cosas bellas, el asco por el vicio y la abyección. Yo hacía el mal, pero no lo aprobaba ni me gustaba... Vos me distes esta vaga inquietud de una conciencia que, a pesar de estar adormecida, no estaba del todo muerta.

Jamás he sentido esta misma tristeza, este malestar, esta inquietud de entonces. Dios mío, era, sin duda, un don vuestro; ¡qué lejos estaba de sospecharlo! ¡Cuán bueno sois! Y al mismo tiempo que, por una invitación de vuestro amor, privabais a mi alma de ahogarse irremediablemente, guardabais mi cuerpo: porque si entonces hubiera muerto hubiera ido al infierno... ¡Cómo por milagro me habéis hecho salir de estos peligros en viajes, tan grandes y múltiples! ¡Esta inalterable salud en los lugares más malsanos, a pesar de mis grandes fatigas! ¡Oh, Dios mío, cómo teníais vuestra mano sobre mí, y qué poco la sentía yo! ¡Cómo me habéis guardado! ¡Cómo me cobijabais bajo vuestras alas siendo así que yo ni tan solo creía en vuestra existencia! Y mientras así me guardabais, pasaba el tiempo, y juzgasteis que se acercaba el momento oportuno de hacerme entrar en el redil.

A pesar de todo, habéis desatado todas mis malas ligaduras que me hubieran mantenido alejado de Vos; incluso habéis desatado los lazos buenos que me hubieran privado de ser un día vuestro del todo...Vuestra mano sola ha hecho esto al principio, en medio y al fin. ¡Cuán bueno sois! Era necesario para preparar mi alma a la verdad; el demonio es demasiado dueño de un alma que no es casta para dejar entrar en ella la verdad; Vos no podíais entrar, Dios mío, en un alma en la que el demonio de las pasiones inmundas reinaba como señor. Vos querías entrar en la mía, o buen Pastor, y Vos mismo habéis echado fuera a vuestro enemigo.




                                                                                         Beato Carlos de Foucauld (1858-1916)
                                                                                            Retiro en Nazaret, noviembre 1897

viernes, 23 de octubre de 2015

Oración de abandono.




Padre, Me pongo en tus manos. 

Haz de mí lo que quieras. 

Sea lo que fuere, te doy las gracias. 

Estoy dispuesto a todo.

Lo acepto todo, con tal de que Tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. 


No deseo nada más, Padre.

Te encomiendo mi alma, Te la entrego con todo el amor de que soy capaz, 


Porque te amo y necesito darme a Ti, Ponerme en tus manos sin medida, Con infinita confianza, 

Porque tu eres mi Padre.  


                                                        Beato Charles de Foucauld