miércoles, 25 de diciembre de 2019

Bradi Barth y Cristo

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Bradi Barth (1922-2007) nació en Suiza, aunque vivió en Bélgica desde los 26 años hasta su muerte. Fue maestra de niños y pintora de gran sensibilidad. Su arte brota de la fe y de la oración, por lo que refleja su profunda vida interior. 

Ella sabía que la belleza que salvará al mundo es Jesucristo y casi toda su obra lo representa a él: su vida y su obra. 

En el cuidado de los detalles refleja la influencia de los artistas flamencos del renacimiento, así como del beato Angélico. 

Pinta con mucha delicadeza las escenas del evangelio, reflejando al mismo tiempo la sencillez de la vida ordinaria y la grandeza de la salvación que se hace presente en cada momento de la vida de Cristo. 

Domina el uso de los colores y los reflejos de la luz en sus cuadros. 

No solo representa los acontecimientos, sino su significado, por lo que –si se me permite la expresión– diría que su pintura es poesía, capaz de sugerir por medio de símbolos y colores lo que las palabras y las imágenes ordinarias no son capaces de transmitir: la presencia del Infinito en la cotidianidad, de la Gracia en la vida ordinaria. 

Pueden ver casi 300 obras suyas en este enlace, especialmente en el apartado “galería”.

http://www.bradi-barth.org/


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lunes, 23 de diciembre de 2019

Iconos de la Natividad en Belén



Icono superior de la Natividad de Jesús. Interior de la gruta de la natividad, Belén
El ícono de la natividad representa no sólo la escena del nacimiento de Cristo sino una serie de hechos relacionados con la fiesta, enlazándolos unos con otros para aportar a la formación espiritual del creyente que ora frente a esta imagen. El icono contiene varios momentos de la narración evangélica, conformando así un evangelio expresado en formas y colores. Sin lugar a dudas, es la imagen central la que capta la atención del espectador y en ella se encuentra la Virgen con el niño en un pesebre. Las escenas secundarias muestran a los magos de viaje siguiendo la estrella, la anunciación a los pastores,  la duda de José y el lavado del niño.
El prototipo del ícono que aquí representamos está atestiguado en obras de arte de los siglos cinco y seis aunque no llegará a su forma final hasta el siglo nueve, un siglo después de la iconoclasia. En tal período el ícono de la natividad comenzó a sintetizar el texto del condaquio de la fiesta de Navidad:
“Hoy la Virgen da a luz al que supera toda esencia; y la tierra le ofrece una gruta a Aquel, a quien nadie puede acercarse. Los ángeles y los pastores le glorifican, y los magos guiados por la estrella vienen en camino. Hoy ha nacido para nosotros un Nuevo Niño que es el Dios Eterno.”
A los elementos mencionados en este condaquio se le han agregado algunas escenas inspiradas en escritos no bíblicos tales como el lavado del niño y la escena de la duda de José que fueron agregados en las esquinas inferiores del ícono indicando así su importancia secundaria por su procedencia exterior al canon bíblico.
A continuación vamos a comentar sobre los elementos bíblicos propios de este ícono y sobre la manera en que han sido representados. Cada escena será comentada por separado para facilitar su comprensión y finalmente diremos algunas palabras de las escenas provenientes de la tradición posterior a los evangelios.
Cristo y la Virgen
Jesucristo se encuentra en el centro de la imagen por lo que se le concede todo el protagonismo de la representación. Sus rasgos no destacan la ternura de un recién nacido sino que aparece con la cabeza sostenida y la apariencia de un niño maduro. De esta manera se expresa su función como el Cristo y el Maestro de sus discípulos. Tal es el caso en los evangelios donde el nacimiento de Cristo está representado como la venida de un salvador que guiará todo el pueblo y no como un niño que simplemente llenará el calor de un hogar. Sus vestimentas en pañales se basan en Lc 2:7 donde se dice que “dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre” como asegurando su naturaleza humana y ya también como símbolo de la sepultura que recibirá en una gruta similar en la que ahora está representado.
La virgen María es el personaje de mayor tamaño y el más cercano a Cristo. Esta proximidad habla no sólo de su rol como madre sino también su importancia en la realización del plan divino. María dijo sí al Señor cuando se le anunció la encarnación del Salvador en su vientre (Lc 1:26-35) y también es aquella que “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.” (Lc 2:19).  En este ícono la Madre aparece reposada con un rostro distendido señalando que no ha sufrido en el nacimiento y afirmando así su virginidad. Además reposa sobre una roca plana frente a la gruta. Este tipo de representación tiene sus orígenes en las escuelas de íconos de Creta y del Monte Athos y se la observa a partir de obras del s. XV. Esta roca representa las profecías de Daniel:
“Estabas mirando, hasta que una piedra se desprendió sin que la cortara mano alguna, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó” (Dan 2:34)
El ícono interpreta que esta visión de la roca se cumple cuando la Virgen da a luz a Cristo quien vencerá las fuentes de todo mal y sufrimiento tal como esa roca de Daniel hizo desplomar a los reyes de este mundo. La virgen tiene también este rol principal en el Hermos de la Cuarta Oda de Navidad:
“Ha surgido un vástago del tronco de Jesé, y Tú, Cristo Dios como un retoño has brotado de sus raíces, procedes de la montaña cubierta por el vergel, pues te  encarnaste de la Virgen que no conoció hombre. ¡Oh Dios, Tú que eres ajeno a la materia, gloria a Tu Poder, Señor!”
Este himno se encuentra en relación directa con Is 11:1-2 y señala a la Virgen como una montaña fértil de la que ha brotado el vástago de Jesé (el padre de David y el ancestro de Cristo según Mt 1:6 y Lc 3:31-32).
El color rojo es símbolo de martirio y sufrimiento y señala el sufrimiento por el que pasará la virgen al ver su propio hijo morir en la cruz. El anciano Simeón le dirá esta profecía en el evangelio de Lucas: “una espada traspasará tu misma alma” (Lucas 2:35, ver Ez 14:17 y Za 12:10). Es por ello que a la virgen se la representa con el rojo del martirio y el azul por otro lado es real y señala su nobleza al ser madre del Rey de los reyes y del Ungido que dará la salvación a todos los creyentes.
En Lc 2:12 El arcángel Gabriel le dice a los pastores: “Esto os servirá de señal: hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.” Y en Lc 2:16 se cumple tal anuncio: “Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.” El pesebre (en griego: fánte) es el recipiente en el cual se coloca el alimento de los animales domésticos. No es para nada el lugar habitual donde se coloca un recién nacido. La razón de tal suceso es que José y María no encontraron aposento donde dar a luz (“porque no había lugar para ellos en el mesón.” Lc 2:7) y tuvieron que vivir en un establo que generalmente en la zona de Belén era una gruta en la montaña.
Los Evangelios no mencionan la gruta como tal pero esta aparece en los escritos no canónicos como en el evangelio apócrifo (no canónico) de Santiago. La gruta es de color negro porque representa la oscuridad en la que está el ser humano que Jesucristo viene a iluminar con su blanca luz, por ello el color blanco de sus vestimentas. La profecía de Is 9:1 dice: “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; a los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos.”
El toro y el asno son también todo un símbolo que procede de la profecía de Isaías 1:3: “El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento.” Esta profecía denuncia la ignorancia del hombre de no reconocer quién es el verdadero Señor y amo de su vida. Aquí son ellos quienes acudieron en primer lugar en reconocimiento de su amo y señor. Además la versión griega de los Setenta de Habacuc 3:2 dice que “Tu, Señor, serás conocido por los dos seres vivientes”. En el siglo IV los grandes padres de la Iglesia tales como Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo ven en estos dos animales una representación simbólica de los judíos y las naciones. Los judíos están representados por el toro en el sentido de sus prácticas religiosas de ofrecer novillos en sacrificio mientras que el asno representa la ignorancia de las naciones acerca de toda la historia de revelación divina. Este paralelo se muestra en concordancia con el paralelo de los magos y los pastores en el que los pastores representan el pueblo judío mientras que los magos representan las naciones.
Los pastores
Los pastores están personificados como hombres humildes, tal como dice Lucas, que vivían a la intemperie (Lc 2:8).  Esta humildad les dio la posibilidad de estar en contacto directo con el mundo celestial y es así que son los primeros en recibir la noticia de la Buena Nueva por parte de los ángeles. El nacimiento no ha sido anunciado entre reyes ni tampoco entre las autoridades del Templo de Jerusalén ni siquiera aún entre los maestros de la Ley que conocen todas las profecías y las enseñan (Mt 2:4-6). Los pastores reciben la anunciación directamente de los ángeles en plena naturaleza abierta y creen sin dudas y por ello acuden a ver al recién nacido en Belén. La representación de las escenas de los pastores está en concordancia plena con la escena de Lucas 2:8-20.
Los magos
Los tres magos de oriente están representados en su camino a Belén guiados por el astro. Otra manera de representarlos es en adoración dando sus ofrendas. Tenemos imágenes muy antiguas de este tipo de escena que pueden atestiguarse desde el s. IV.
Los magos viajan señalando el cielo, y particularmente el astro que los guía. Esta estrella que avanza tiene sus orígenes en el relato del vidente Balaam hijo de Beor quien fue llamado por el rey de los moabitas Balac para que pronuncie maldiciones contra Israel pero éste no pudo más que pronunciar bendiciones a favor de Israel (Num 22-24). En Números 24:17 tenemos una de estas bendiciones en la cual se menciona la estrella que avanza y que en la historia de la interpretación judía pasó a ser una de los vaticinios mesiánicos más importantes: “Lo veo, aunque no por ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un hombre surge de Israel.” Así por ejemplo lo demuestran los escritos de Qumrán en CD 7:18-20 y los testamentos del patriarca Levi (18:3) y del patriarca Judá (24:1.5). También el texto del Tárgum de Onkelos dice en este párrafo “surge un rey de Jacob, el Cristo de Israel será ungido”. En este marco los críticos también mencionan a Rabí Aquiba (45-135 d.C.) quien dio el título de Cristo al líder revolucionario Simeón Ben Kosiba quien fue conocido por el pueblo con el nombre de Bar Kochba que significa hijo de la estrella en referencia directa al vaticinio de Num 24:17.
Finalmente el concepto de que los magos entreguen dones al nuevo niño rey está fuertemente inspirado en la profecía de Isaías 60:1-6 y en el salmo 72:10-11 que hablan a cerca de los dones que un día ofrecerán las naciones al rey de Israel. La profecía de Isaías dice: “¡Arriba, resplandece, (Jerusalén), que ha llegado tu luz y la gloria del Señor sobre ti ha amanecido!… entonces… las riquezas de las naciones vendrán a ti. Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá vienen, portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas al Señor.” Por su parte el salmo dice: “Los reyes de Tarsis y las islas traerán presentes. Los reyes de Sabá y de Seba ofrecerán tributo; todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las naciones.” La mención del oro y el incienso como ofrendas traídas a la nueva Jerusalén por parte de las naciones y la mención de la postración frente al rey justo son elementos que llaman la atención de todos aquellos que conocen el relato mateano y el Antiguo Testamento. El gran intérprete de la Biblia Orígenes (185-254) dio un significado a cada uno de los presentes sosteniendo que el oro confiesa el linaje real de Jesús, el incienso su divinidad y la mirra su humanidad con la cual habrá de sufrir la pasión. Orígenes fundamenta esta interpretación sin lugar a dudas en textos del Antiguo Testamento como los arriba nombrados y muchos otros más.
Las parteras y el baño del niño
Esta escena tiene sus raíces en los evangelios apócrifos de Santiago y Mateo. No tiene fundamentos ni en el evangelio canónico de san Mateo ni en el de san Lucas. Las mujeres que lavan al niño se llaman Salomé (la que porta al niño) y Zelomí (la que pone el agua). Estas representaciones son tardías y se registran desde el s. XIV. Según cuenta la historia Salomé dudó de la virginidad de María y por ello se secó su mano hasta que finalmente adoró a Cristo y confesó su fe; momento en el cual su mano fue curada (Protoevangelio de Santiago 18-20). Es un relato que confirma la singularidad de este nacimiento.
La duda de José
Es otra de las escenas propias de los evangelios apócrifos. Se lo representa a José como un anciano pensativo que escucha a otro hombre anciano apoyado en un bastón. Se trata de las dudas de José en el momento del nacimiento. Como todo hombre mortal le resulta difícil aceptar la grandeza de este evento. El anciano del bastón es el demonio que intenta tentarlo para rechazar a su desposada. El fundamento evangélico de esta escena se puede encontrar en la apresurada decisión de repudio de Mateo 1:19 y en su ausencia en el momento de la llegada de los magos según Mt 2:11. Los evangelios apócrifos relatan que el demonio le decía “si este bastón seco puede dar brotes, también es posible que una virgen dé a luz un hijo” y en ese mismo momento el bastón dio brotes confirmando así la fe de José.
Conclusiones
Tal como podemos ver el ícono de la navidad tiene fuertes raíces no sólo en los relatos evangélicos sino también en las profecías del Antiguo Testamento. La imagen da lugar a una interpretación detallada de las profecías mesiánicas y revela los misterios de la fe cristiana. Los íconos son un evangelio abierto que instan al orante a preguntar por cada uno de sus detalles que posteriormente quedan grabados en la memoria y el corazón de todos aquellos que rezan con fe y creen en el mensaje salvífico de la Palabra Encarnada.

martes, 17 de diciembre de 2019

S. Juan de la Cruz y la sanación del hombre

San Juan de la Cruz  nació en Fontiveros (Ávila – 1542) y murió en Úbeda (Jaén, el 14 de diciembre de 1591), fecha que conmemoramos en este año 2019. Es tenido como poeta y escritor místico genial, sobre todo por dos obras, el Cántico Espiritual y la Llama de amor viva, que después comentó ampliamente para conocimiento de los lectores de aquellos misteriosos versos que, sin su comentario en prosa, hubieran sido auténticos jeroglíficos. Los comentaristas y los lectores se admiran de la perfección literaria de los versos de los dos poemas en los que la mayoría de las palabras están transferidas a unos ultraconceptos en los que vuelca su altísima experiencia de Dios.
Aun respetando esa interpretación de los sabios sanjuanistas, encuentro más originalidad del Santo en los comentarios a otros dos poemas, la Subida del Monte Carmelo y la Noche oscura, dos títulos para una sola obra. Y es que hombres y mujeres con experiencias “místicas” parecidas a Cántico Llama las encontramos con frecuencia en la edad media y en el siglo XVI en las naciones de Europa y en la misma España. Pero un tratamiento tan amplio, tan rico en conceptos, tan “original” sobre la sanación y la transformación del ser humano en cristiano, no es fácil encontrarlo en la tradición espiritual de occidente anterior o posterior a san Juan de la Cruz. Y eso es lo que propone el Santo en las dos obras: el cambio del ser “humano” (hombre o mujer)  en “divinizado” al ejercitar las virtudes “teologales”, fe, esperanza y caridad. Veamos el proceso.
Comienza Juan de la Cruz analizando la psique humana en sus raíces más profundas y encuentra móviles o tendencias conscientes o inconscientes que llama “apetitos” cuyo cumplimiento exigen los sentidos exteriores (ver, oír, gustar, oler y tocar) o las potencias espirituales (entendimiento, memoria y voluntad). Pues bien, o es el hombre quien controla su práctica correcta (modo activo), como expone en la Subida; o Dios interviene con una sanación en raíz (modo pasivo), que expone en la Noche. Los dos modos afectan tanto a los sentidos como a las potencias espirituales. En ambos casos, el hombre se comportará de diferente manera si obra con criterios racionales o desde la fe en un Dios que guía su destino.
El lector poco formado en el pensamiento sanjuanista o informado de otras escuelas filosóficas o religiosas puede pensar que se trata de un simple proyecto ascético, de un mero control de las pasiones para conseguir la paz interior o un dominio completo de las pulsiones de los sentidos o de las potencias superiores; pero el proyecto de Juan de la Cruz es más profundo porque hace vivir al cristiano en fe, esperanza y caridad, virtudes que regulan las relaciones del hombre con Dios y son una mediación crítica de lo religioso y lo profano. Con esa propuesta Juan de la Cruz se convierte en un juez implacable del modo de vivir en su tiempo la religiosidad, especialmente la llamada “popular”, el culto a las imágenes, las romerías, las procesiones, las visitas a santuarios, y el mismo ejercicio de las prácticas ascéticas y corregiría los lamentos de muchos creyentes mediocres que se quejan de Dios porque no atiende a sus peticiones y lo abandonan “porque no les sirve para nada”.
Curiosamente, es en la Llama de amor viva -obra mística- donde el Santo condensa el proyecto corrector de la racionalidad del hombre con una operación divina: “Matando, muerte en vida la has trocado” (canción 2, 33-34). La “muerte” significa vivir con criterios meramente racionales; la “vida”, vivir en fe, esperanza y caridad, virtudes teologales, que tienen como objeto directo la relación con Dios. Aceptando el proyecto teologal, el cristiano se guiará en la vida con criterios no solo racionales, sino más allá de la razón, en un desvestimiento de sus propios criterios; amará y esperará no por motivos e intereses inmediatos, sino altruistas. Quiere decir que sus relaciones con Dios y con los seres humanos, serán más libres, más profundos, sin esperar compensaciones: los servirán no esperando una remuneración material.
En el ejercicio teologal el “hombre viejo” o “terreno” entra en crisis y aparece el “hombre nuevo” que propone san Pablo (1Cr, 15, 48; Ef, 2, 15 y 4, 24; Rm, 6, 6) y comentan los autores espirituales. La vida de relación con Dios cambia: el cristiano no espera de él el cumplimiento de la propia voluntad, sino que se abandonará en la de Dios con toda confianza. No abandonará a Dios porque “no le hace caso” cuando le pida ayuda, etc. Las estructuras de la psicología humana y sus operaciones quedan intactas, pero los criterios de acción son diferentes. Es el hombre, su racionalidad la que entra en crisis y en él nacen motivaciones nuevas para vivir en cristiano. Por el contrario, al cumplir las exigencias de los “apetitos”, de los deseos desordenados, el hombre obra aparentemente de modo racional, pero esclavizan al alma, oscurecen el pensamiento y perturban la acción. Y es aquí donde interviene la acción sanante de las virtudes teologales que ponen orden en el desorden de la razón.
Pero lo más original del proyecto de sanación sanjuanista es que lo fundamenta en un dogma de fe: la imagen de un Cristo crucificado en el momento de morir, despojado de todo consuelo divino y humano, “abandonado” del Padre, dolido en el cuerpo por los azotes, los clavos y las espinas, y en el alma por la traición de sus amigos y seguidores, menos las “tres Marías”. El diseño de ese Cristo moribundo en el Calvario que hace san Juan de la Cruz es uno de los espectáculos más dramáticos que pueden representar los pintores y los escultores de todos los tiempos. El Redentor en ese momento se siente morir a lo sensual, el amor de sus amigos, y a lo espiritual, la cercanía del Padre. Padece en el cuerpo y en el espíritu.
Y al final, sigue razonando el místico teólogo Juan de la Cruz, fundado en los relatos evangélicos y en la inspiración poética, que en ese momento Cristo “hizo la mayor obra que en toda su vida, con milagros y obras, había hecho […] que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios” (Subida, cap. 7, n. 11. Leer todo el capítulo).
Dicho esto en general, habría que descender a la práctica que desarrolla Juan de la Cruz en el libro II de la Subida, y en los dos libros de la Noche, en la que se realiza la obra de Dios consintiéndolo el hombre. Es en el libro II de la Subida donde plantea un problema fundamental en la vida de fe del cristiano: que Cristo, el Verbo Encarnado es la última y definitiva palabra del Padre después de la cual se quedó “mudo”: en él se cierra y concluye la revelación sustancial. Desde esta afirmación se pueden interpretar las “revelaciones privadas” que han tenido algunos cristianos.
Y en la segunda parte del libro III de la Subida explica cómo el cristiano tiene que purificar y dominar la pasión del gozo, según la nomenclatura de Boecio, con el ejercicio de la caridad teologal; gozos que proceden del disfrute de los distintos “bienes”: temporales, materiales, sensuales, morales, sobrenaturales y espirituales. Todos los tiene que controlar el hombre espiritual  no gozándolos indebidamente para que la sanación del espíritu se complete.

     Daniel de Pablo Maroto, ocd

ERO CRAS. Las 7 antífonas Oh, del adviento.



Desde hoy, 17 de diciembre, hasta la vigilia anterior a la de Navidad, en el momento que se recita el Magnificat, en la oración de Vísperas del rito romano, se cantan siete antífonas, una por día, cada una de las cuales comienza con una invocación a Jesús, quien en este caso nunca es llamado por su nombre.

Este septenario es muy antiguo, se remite a la época del papa Gregorio Magno, alrededor del año 600.

Al comienzo de cada antífona, en ese orden diario, Jesús es invocado como Sabiduría, Señor, Raíz, Llave, Sol, Rey, Emmanuel. En latín: Sapientia, Adonai, Radix, Clavis, Oriens, Rex, Emmanuel.



Leídas a partir de la última, las iniciales latinas de esas palabras forman un acróstico: «ERO CRAS”, es decir, “Estaré [aquí] mañana». Es el anuncio del Señor que viene. La última antífona, que completa el acróstico, se canta el 23 de diciembre y al día siguiente, con las primeras vísperas, comienza la fiesta de Navidad.

Las antífonas están en latín y se inspiran en textos del Antiguo Testamento que anuncian al Mesías. Pero con una particularidad: las tres últimas incluyen algunas expresiones que se explican únicamente a la luz del Nuevo Testamento.

La antífona «O Oriens» del 21 de diciembre incluye una clara referencia al «Benedictus», el cántico de Zacarías inserto en el capítulo 1 del Evangelio de san Lucas: «Nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombras de muerte».

La antífona «O Rex» del 22 de diciembre incluye un pasaje del himno a Jesús del capítulo 2 de la epístola de san Pablo a los Efesios: «El que de dos [es decir, judíos y paganos] ha hecho una sola cosa».

La antífona «O Emmanuel» del 23 de diciembre se concluye al final con la invocación «Dominus Deus noster»: una invocación exclusivamente cristiana,

Aquí entonces, a continuación, los textos íntegros de las siete antífonas, en latín y en español, con entre paréntesis las principales referencias al Antiguo y al Nuevo Testamento:



I – 17 de diciembre

O SAPIENTIA, quae ex ore Altissimi prodiisti,
attingens a fine usque ad finem fortiter suaviterque disponens omnia:
veni ad docendum nos viam prudentiae.



Oh Sabiduría que sales de la boca del Altísimo (Eclesiástico 24, 3),
te extiendes hasta los confines del mundo y dispones todo con suavidad y firmeza (Sabiduría 8, 1):
ven a enseñarnos el camino de la prudencia (Proverbios 9, 6).

II – 18 de diciembre

O ADONAI, dux domus Israel,
qui Moysi in igne flammae rubi apparuisti, et in Sina legem dedisti:
veni ad redimendum nos in brachio extenso.

Oh Señor (Éxodo 6, 2 Vulgata), guía de la casa de Israel, que apareciste ante Moisés en la zarza ardiente (Éxodo 3, 2) y en el Monte Sinaí le diste la Ley (Éxodo 20): ven a liberarnos con brazo poderoso (Éxodo 15, 12-13).

III – 19 de diciembre

O RADIX Iesse, qui stas in signum populorum,
super quem continebunt reges os suum, quem gentes deprecabuntur:
veni ad liberandum nos, iam noli tardare.

Oh Raíz de Jesé, que te elevas como bandera de los pueblos (Isaías 11, 10), callan ante ti los reyes de la tierra (Isaías 52, 15) y las naciones te invocan: ven a liberarnos, no tardes (Habacuc 2, 3).

IV – 20 de diciembre

O CLAVIS David et sceptrum domus Israel,
qui aperis, et nemo claudit; claudis, et nemo aperit:
veni et educ vinctum de domo carceris, sedentem in tenebris et umbra mortis.

Oh Llave de David (Isaías 22, 22), cetro de la casa de Israel (Génesis 49, 10), que abres y nadie puede cerrar; que cierras y nadie puede abrir: ven, libera de la cárcel al hombre prisionero, que yace en tinieblas y en sombras de muerte (Salmo 107, 10.14).

V – 21 de diciembre

O ORIENS, splendor lucis aeternae et sol iustitiae:
veni et illumina sedentem in tenebris et umbra mortis.

Oh Sol que naces de lo alto (Zacarías 3, 8; Jeremías 23, 5), esplendor de la luz eterna (Sabiduría 7, 26) ysol de justicia (Malaquías 3, 20): ven e ilumina a quien yace en tinieblas y en sombras de muerte (Isaías 9, 1; Evangelio según san Lucas 1, 79).

VI – 22 de diciembre

O REX gentium et desideratus earum,
lapis angularis qui facis utraque unum:
veni et salva hominem quem de limo formasti.

Oh Rey de los gentiles (Jeremías 10, 7), esperado por todas las naciones (Ageo 2, 7), piedra angular(Isaías 28, 16) que reúnes en uno a judíos y paganos (Epístola a los Efesios 2, 14): ven y salva al hombre que has creado usando el polvo de la tierra (Génesis 2, 7).

VII – 23 de diciembre

O EMMANUEL, rex et legifer noster,
expectatio gentium et salvator earum:
veni ad salvandum nos, Dominus Deus noster.

Oh Emmanuel (Isaías 7, 14), nuestro rey y legislador (Isaías 33, 22), esperanza y salvación de los pueblos (Génesis 49, 10; Evangelio según san Juan 4, 42): ven a salvarnos, oh Señor Dios nuestro (Isaías 37, 20).