sábado, 28 de septiembre de 2019

El rico y lázaro. Lc 16,19-31



Tú te jactas de ser pobre, yo te pregunto si eres fiel

¡Oh infiel, que te fijas en lo presente y sólo lo presente te aterroriza! Piensa alguna vez en lo futuro. Tras un mañana y otro, llegará alguna vez el último mañana; un día empuja a otro, pero no arrastra a quien hizo el día. En él se da el día sin ayer ni mañana; en él se da el día sin nacimiento ni ocaso; en él se halla la luz sempiterna, donde está la fuente de la vida y en cuya luz veremos la luz. Esté allí, al menos, el corazón, mientras sea necesario que la carne esté aquí; hállese allí el corazón. Si el corazón está allí, allí estará todo. Al rico vestido de púrpura y lino finísimo se le terminaron sus placeres; al pobre lleno de llagas se le acabaron sus miserias. Aquél temía el último día, éste lo deseaba. Llegó para los dos, pero no los encontró a ambos igual; y, como no los encontró a ambos igual, no vino igual para los dos. El morir fue igual en uno y otro; el acabar esta vida fue condición común para ambos. Escuchaste lo que les unió; pon atención ahora a lo que los separa: Aconteció, pues, que murió aquel pobre, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado (Lc 16,22). Aquél, quizá, hasta ni fue sepultado.

Ya conocéis lo restante. El rico era atormentado en los infiernos, el pobre descansaba en el seno de Abrahán. Pasaron los placeres y las miserias. Todo se acabó y se trasformó. Uno pasó de los placeres a los tormentos; el otro de las miserias a los placeres. Efectivamente, tanto los placeres como las miserias habían sido pasajeros; los tormentos y placeres que les siguieron no tienen fin. Ni se condena a las riquezas en la persona del rico ni se alaba la pobreza en la persona del pobre; pero en el primero se condenó la impiedad y en el segundo se alabó la piedad. Sucede a veces que los hombres escuchan estas cosas en el evangelio, y quienes nada tienen se llenan de gozo y hasta el mendigo exulta ante estas palabras. «En el seno de Abrahán -dice- estaré yo, no aquel rico». Respondamos al pobre: «Te faltan las llagas. Aplícate a conseguir méritos; desea hasta las lenguas de los perros. Tú te jactas de ser pobre, yo te pregunto si eres fiel; en efecto, la pobreza en un infiel significa tormento aquí y condenación allí».

Dirijámonos ahora al rico: «Cuando escuchaste lo que se dice en el evangelio de aquel que se vestía con púrpura y lino purísimo y que banqueteaba a diario espléndidamente, te llenaste de temor; pero has de temer más lo que allí se desaprueba. Aquél despreciaba al pobre que yacía a la puerta de su casa esperando las migas que caían de su mesa; no se le otorgaba ni abrigo, ni techo, ni misericordia alguna. Esto es lo que se castigó en la persona del rico: la crueldad, la impiedad, la soberbia, el orgullo, la infidelidad; éstas son las cosas castigadas en la persona del rico». Me dirá alguien: «¿Cómo pruebas eso? Se ha condenado precisamente a las riquezas». Si no soy capaz de probarlo, sirviéndome del mismo capítulo evangélico, que nadie me haga caso.

Cuando aquel rico se hallaba en medio de los tormentos del infierno, deseó que una gota de agua cayese en su lengua del dedo de quien había deseado las migas de su mesa. Mas fácilmente, quizá, hubiese llegado éste a las migas que aquél a la gota de agua. En efecto, se le negó esa gota. Le respondió Abrahán en cuyo seno se hallaba el pobre: Recuerda hijo que recibiste tus bienes en tu vida (Lc 16,25). Lo que me he propuesto demostrar es que en él se condenó la impiedad y la infidelidad y no las riquezas ni la abundancia de bienes temporales. Recibiste -le dijo- tus bienes en tu vida ¿Qué significa tus bienes? Los otros no los consideraste como bienes. ¿Qué significa en tu vida? No creíste que hubiera otra. Tus bienes, pues, no los de Dios; en tu vida, no en la de Cristo. Recibiste tus bienes en tu vida. Se acabó aquello en que creíste, y, en consecuencia, no recibiste los bienes mejores, puesto que, cuando te hallabas en los inferiores no quisiste creer en ellos.

Quizá estemos agraviando a este rico e interpretemos a nuestra manera el seno del padre Abrahán. Para decir algo con mayor claridad, desenvolvamos lo envuelto, iluminemos lo oscuro, abramos a los que llaman. Cuando se le negó el socorro, aquella mínima misericordia, para que se cumpliese lo escrito: El juicio será sin misericordia para quien no practicó misericordia (Sant 2,13), suplicó que fuera enviado Lázaro a sus hermanos a fin de que les informase de lo que había tras esta vida. Se le respondió que no era posible, y que, si no querían ir a parar a aquel lugar de tormentos, que escuchasen a Moisés y a los profetas. Tienen -dijo- a Moisés y a los profetas, escúchenlos (Lc 16,29). Él se conocía a sí mismo y a sus hermanos.

En efecto, los hermanos incrédulos solían charlar entre sí y mofarse de las palabras divinas. Cuando escuchaban que en la ley o los profetas se decía algo sobre los castigos eternos que debían evitarse o sobre los premios, también eternos, que habían de desearse, solían musitar entre sí: «¿quién ha resucitado? ¿Quién ha podido contarnos lo que allí se cuece? Desde que enterré a mi padre no he vuelto a oír su voz». Sabiendo él que acostumbraba a charlotear estas cosas con corazón y boca de incrédulo en compañía de sus hermanos, pedía que se realizara lo que nunca había tenido lugar, razón por la que despreciaban las palabras divinas. Dijo él: «Vaya alguien de aquí y dígales». Y el padre Abrahán: Tienen allí a Moisés y a los profetas; escúchenlos. Pero él, acordándose de sus diálogos, replicó: No, padre Abrahán. Como si dijera: «Yo sé lo que acostumbrábamos a hablar. No, padre Abrahán; sé lo que digo y lo que pido». Y el que despreció al pobre quiso, con tardía misericordia, que se hiciese a sus hermanos la misericordia que no se hizo a él mismo.
Sermón 299 E, 3-4 (Sigue)



“Dios mira el corazón” (1S 16,7)

¿Acaso aquel pobre fue transportado por los ángeles recompensando su pobreza y por el contrario, el rico fue enviado al tormento por el pecado de sus riquezas? En el pobre se patentiza glorificada la humildad, y en el rico condenada la soberbia.


 Brevemente pruebo que no fue atormentada en el rico la riqueza, sino la soberbia. Sin duda que el pobre fue llevado al seno de Abraham; pero del mismo Abraham dice la Escritura que poseyó en este mundo abundante oro y plata y que fue rico en la tierra. Si el rico es llevado a los tormentos ¿cómo Abraham había precedido al pobre a fin de recibirlo en su seno? Porque Abraham en medio de las riquezas era pobre, humilde, cumplidor de todos los mandamientos y obediente. Hasta tal punto tuvo en nada las riquezas que se le ordenó por Dios inmolar a su hijo para quien las conservaba (Gn 22,4). 

 Aprended a ser ricos y pobres tanto los que tenéis algo en este mundo, como los que no tenéis nada. Pues también encontráis al mendigo que se ensoberbece y al acaudalado que se humilla. Dios resiste a los soberbios, ya estén vestidos de seda o de andrajos; pero da su gracia a los humildes ya tengan algunos haberes mundanos, ya carezcan de ellos. Dios mira al interior; allí pesa, allí examina.


San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Discurso sobre los salmos, Sal. 85; CCL 39, 1178

sábado, 21 de septiembre de 2019

No se puede servir a Dios y al Dinero. Lc 16,1-13.

Avergüéncese el cristiano que carece de determinación
Aquel siervo a quien su amo iba a mandarle salir de la administración, pensó en su futuro y se dijo: Mi amo me va a expulsar de la administración. ¿Qué he de hacer? Cavar no puedo, mendigar me da vergüenza. De una cosa le aparta el trabajo, de la otra la vergüenza; pero en esos apuros, no le faltó decisión. Ya sé -dijo- lo que he de hacer. Reunió a los deudores de su amo y les presentó los contratos firmados. Di tú, ¿cuál es tu deuda? Él responde:,«Cien medidas de aceite». Siéntate rápidamente y escribe cincuenta. Toma tu garantía. Y al otro: Tú, ¿cuánto debes? Cien medidas de trigo. Siéntate y escribe de prisa ochenta. Toma tu contrato (Lc 16,3-7). Éste era su razonamiento: cuando mi amo me expulse de la administración, ellos me recibirán y la necesidad no me obligará ni a cavar ni a mendigar.

¿Por qué propuso Jesucristo el Señor esta parábola? No le agradó aquel siervo fraudulento; defraudó a su amo y sustrajo cosas, no ciertamente de las suyas. Además le hurtó a escondidas, le causó daños a fin de prepararse un lugar de descanso y tranquilidad para cuando tuviera que abandonar la administración. ¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No porque el siervo aquel hubiera cometido un fraude, sino porque fue previsor para el futuro, a fin de que se avergüence el cristiano que carece de esta determinación, al ver alabado hasta el ingenio de un fraudulento. Así continuó: Ved que los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz. Cometen fraudes mirando por su futuro. ¿Mirando a qué vida tomó precauciones aquel mayordomo? Mirando a aquella vida de la que tendría que salir cuando se lo mandasen. Él se preocupó por la vida que tiene un fin y ¿no te preocupas tú por la eterna? Así, pues, no améis el fraude, sino lo que dice: Haceos amigos; haceos amigos con la mammona de iniquidad.

Mammona es el nombre hebreo de las riquezas; por eso en púnico se las llama manon., ¿Qué hemos de hacer, pues? ¿Lo que mandó el Señor? Haceos amigos con la mammona de iniquidad, para que también ellos os reciban en los tabernáculos eternos cuando comencéis a desfallecer. A partir de estas palabras, es fácil de entender que hay que hacer limosnas, que hay que dar a los necesitados, puesto que es Cristo quien recibe en ellos. Él mismo dijo: Cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. En otro lugar dijo también: Quien dé a uno de mis discípulos un vaso de agua fría sólo por ser mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa (Mt 10,42). Comprendemos que hay que dar limosnas y que no hay que perder tiempo en elegir a quién se las hemos de dar, puesto que no podemos examinar los corazones. Cuando las das a todos, entonces las das a los pocos que son dignos de ellas. Eres hospitalario; ofreces tu casa a los peregrinos; admite también al que no lo merece, para no excluir al que lo merece. No puedes juzgar ni examinar los corazones...

En aquellas palabras vemos indicado esto, porque quienes así obran se adquieren amigos que los reciban en los tabernáculos eternos, una vez que sean expulsados de esta administración. En efecto, todos somos mayordomos; a todos se nos ha confiado en esta vida algo de lo que tendremos que rendir cuentas al gran padre de familia. Y a quien más se le ha confiado, mayor cuenta tendrá que dar. El primer texto que se leyó llenó de espanto a todos y más todavía a los que presiden a los pueblos, sean ricos o pobres, sean reyes o emperadores o jueces u obispos u otros dirigentes de las Iglesias. Cada uno hemos de rendir cuentas de nuestra administración al padre de familia. Esta administración es temporal, pero la recompensa para quien la lleva es eterna. Mas si llevamos la administración de forma que podamos dar buena cuenta de ella, estamos seguros de que luego nos confiarán cosas mayores. Ponte al frente de cinco posesiones, dijo el amo al siervo que le había dado buena cuenta del dinero que le había confiado para administrarlo. Si obramos rectamente, nos llamará a cosas mayores. Mas como es difícil no faltar muchas veces en una administración de envergadura, no debe faltar nunca la limosna, para que, cuando tengamos que rendir cuentas, no sea para nosotros tanto un juez insobornable como un padre misericordioso. Pues si comienza a examinar todo, hallará muchas cosas que condenar.

Debemos socorrer en esta tierra a los necesitados para que se cumpla en nosotros lo que está escrito: Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia (Mt 5,7). Y en otro lugar: El juicio será sin misericordia para quien no practicó misericordia.

Sermón 359 A, 9-11



San Ambrosio (c. 340-397)

obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Sobre el Evangelio de Lucas, 7, 244s
“Uno sólo es vuestro Maestro,… Cristo” (Mt 23,8)

“Nadie puede servir a dos señores.” No porque él tenga dos: no hay más que un Señor. Porque aunque haya personas que sirven al dinero, éste, de suyo, no posee ningún derecho a ser señor; son ellos mismos los que se cargan con el yugo de la esclavitud. En efecto, no se trata de un justo poder, sino de una injusta esclavitud. Por eso dice: “Haceos amigos con el dinero mal ganado” para que, a través de nuestra generosidad para con los pobres, alcancemos el favor de los ángeles y de los demás santos. 
No se critica al intendente: con ello aprendemos que no somos amos sino intendentes de las riquezas de otros. Aunque haya hecho una falta, es alabado porque, contando con los otros en nombre de su amo, se gana adictos. Y Jesús ha hablado muy bien del “dinero engañoso” porque la avaricia, a través de las variadas seducciones que ofrecen las riquezas, tienta nuestras inclinaciones hasta el punto que queremos ser esclavos de los bienes. Por eso dice: “Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?” Las riquezas nos son extrañas porque están fuera de nuestra naturaleza; no nacen con nosotros, y no nos siguen en la muerte. Cristo, por el contrario, es nuestro porque él es la vida… No seamos, pues, esclavos de los bienes exteriores, porque no debemos reconocer a otro como señor sino sólo a Cristo.