A ellos se unirían en el siglo XIX los mártires ugandeses Carlos Lwanga y sus compañeros. Esta fotografía fue tomada en la misión de Bukumbi en Tanganyika (Mwanza), en septiembre u octubre de 1885. Los 20 futuros mártires fueron a dar la bienvenida y a felicitar al nuevo obispo de Uganda, Mons. Leon Livinhac.
1. Mukasa Kiriwawanvu 2. Andrea Kaggwa (Kahwa) 3. Yozefu Mukasa Balikuddembe 4. Anatori Kiriggwajjo 5. Mbaaga Tuzinde 6. Ponsiano Nngondwe 7. Yakobo Buuzabalyawo 8. Dionizio Ssebuggwawo 9. Atanansi Bazzekuketta 10. Adolfu Mukasa Ludigo 11. Gonzaga Gonza 12. Ambrozio Kibuuka 13. Kaeoli Lwanga 14. Akileo Kiwanuka 15. Bruno Sserunkuma 16. Matia Kalemba Mulumba 17. Luka Baanabakintu 18. Kizito 19. Muggaga 20. Gyaviira
Eran jóvenes de edades comprendidas entre los catorce y treinta años que, perteneciendo a la corte de jóvenes nobles o al cuerpo de guardia del rey Mwanga, de Uganda, y siendo neófitos o seguidores de la fe católica, murieron por no ceder a los deseos impuros del monarca. Entre ellos sobresale Carlos Lwanga, jefe de los pajes de la corte, convertido al cristianismo por los Padres Blancos, que con su testimonio de vida y su palabra atrajo a otros a la fe. Ejercía gran autoridad moral sobre los pajes, algunos de los cuales también eran cristianos y otros se preparaban para el bautismo, como el joven Kizito de 14 años.
El rey de Uganda, Mwanga II, que era homosexual, irritado al comprobar que los pajes que habían abrazado el cristianismo, no accedían a sus solicitaciones lujuriosas, emprendió una persecución contra «los que rezan», nombre que dio a los cristianos. Convocó al consejo y mandó llamar a los pajes cristianos. Los conminó a renegar de la fe con el fin de que condescendiesen a la práctica de la sodomía con él. Y ordenó que aquellos que no estuviesen dispuestos a abjurar, diesen un paso adelante. Carlos Lwanga fue el primero en adelantarse y otros le siguieron.
El rey, perplejo, les preguntó: ¿Queréis seguir siendo cristianos?. Los jóvenes respondieron con valentía: «Sí, cristianos hasta la muerte». Mwanga, lleno de ira, ordenó que fuesen conducidos a la cárcel y quemados vivos en la colina de Namugongo. «Pueden quemar nuestros cuerpos pero no nuestras almas», dijo Carlos Lwanga.
En la cárcel, Carlos Lwanga bautizó a los que aún no habían recibido el bautismo, entre ellos el niño Kizito, de 14 años, que demostró gran fortaleza y el joven Mabaga, hijo del jefe de los verdugos. El padre de Mabaga lo visitó, rogándole que apostatara. Mabaga rechazó la propuesta enérgicamente porque prefería el martirio antes que renegar de Cristo.
Unos sesenta kilómetros separaban la colina de Namugongo del palacio real, distancia que los mártires recorrieron a pie. Al llegar al lugar del martirio, fueron atados de pies y manos, y envueltos en esteras de caña, como corderos, fueron colocados sobre el fuego para ser quemados. De sus bocas no salían quejas ni lamentos sino oraciones: «el murmullo de las oraciones fue creciendo a medida que aumentaban los sufrimientos, hasta que las voces cesaron y las víctimas volaron al cielo», relataron testigos oculares.
Carlos Lwanga y sus compañeros fueron beatificados por Benedicto XV en 1920. En 1934 Carlos Lwanga fue declarado patrono de la Acción Católica y de la juventud africana. Y el 18 de octubre de 1964, Pablo VI canonizó a Carlos Lwanga y sus compañeros, fijándose su festividad el 3 de junio.
En el lugar del martirio se ha erigido un grandioso santuario. Pablo VI lo visitó y consagró el altar en julio de 1969, con ocasión de su viaje a Uganda. «Este es el lugar donde la cruz de Cristo brilla con un esplendor especial. Este era un lugar oscuro, pero la luz de Cristo lo hizo brillar con el gran incendio que consumió a san Carlos Lwanga y a sus compañeros. La luz de este holocausto nunca dejará de brillar en África», dijo el Papa.
La Iglesia de África es ahora una de las más florecientes de la cristiandad. La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos.