martes, 14 de enero de 2020

Beata Laura Vicuña. 1891-1904.

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Nació en Santiago de Chile el 5 de abril de 1891. Su padre, Don José Domingo Vicuña, pertenecía a una familia de la aristocracia chilena, de gran influencia política y alto nivel social. Su madre, Doña Mercedes del Pino, provenía de una familia humilde. Esta diferencia causa tensión entre Mercedes y la familia de José Domingo desde el principio.

Son tiempos de revolución en Chile. La familia, que apoya al gobierno derrocado, se ve obligada a huir de la capital y refugiarse a 500 km. al sur de la capital chilena, en Temuco. Su padre fallece pronto y queda su madre con dos niñas, Laura (de dos años de edad) y Julia, en la indigencia. Emigran a Argentina. El viaje es muy difícil y Doña Mercedes no tiene donde residir. Su situación de miseria hace que se ponga a vivir en unión libre con Manuel Mora, un rico y bruto terrateniente que le ofrece trabajo. Él es déspota, autoritario y está corroído por la soberbia y la sensualidad. En 1900, Laura es internada en el colegio de las Hermanas Salesianas de María Auxiliadora en el colegio de Junín de los Andes, gracias a la ayuda ecnómica de Mora. Pronto destaca por su devoción y hasta sueña con ser religiosa.

Cuando escucha de una maestra que a Dios le disgustan mucho los que conviven sin casarse, la niña cae desmayada de espanto. En la próxima clase, cuando la maestra habla otra vez de unión libre, la niña empieza a palidecer. Laura, a su tierna edad, se duele muchísimo cuando Dios es ofendido. Ahora comprende la situación de pecado mortal en que se encuentra su madre. Lejos de resentirse contra ella, decide entregar su vida a Dios para salvar el almade su madre.

Laura comunica sus intenciones al confesor, el Padre Crestanello, salesiano. Él le dice: "Mira que eso es muy serio. Dios puede aceptarte tu propuesta y te puede llegar la muerte muy pronto". Ella está resuelta en su ofrenda. Recibe la comunión a los diez años. Ese día se ofrece a Dios y es admitida como "Hija de María", consagrando su pureza a la Santísima Virgen María.

En el colegio, las demás alumnas la admiran como la mejor compañera, la más amable y servicial. Las superioras se quedan maravilladas de su obediencia y del enorme amor que siente por Jesús Sacramentado y por María Auxiliadora.

Cuando vuelve a casa para pasar las vacaciones, Mora trata de abusar de Laura, pero ella se resiste, por lo que es echada de la casa, a dormir a la intemperie. Después de esto, Mora no quiere pagarle la escuela, pero las hermanas la aceptan gratuitamente. Un día, cuando la niña vuelve a casa, Mora le da a Laura una paliza salvaje.

Hay una inundación en la escuela en pleno invierno. Laura pasa muchas horas con los pies en el agua helada, ayudando a salvar a las más pequeñas. Cae enferma de los riñones con grandes dolores. La madre se la lleva a su casa pero no se recupera.

Laura le dice a su madre: "Mamá, la muerte está cerca, yo misma se la he pedido a Jesús. Le he ofrecido mi vida por ti, para que regreses a Él". Le pide que abandone a Mora y se convierta. Ella le promete cumplir su deseo. Sigue orando y ofreciendo sus sufrimientos intensos por su madre. "Señor: que yo sufra todo lo que a Ti te parezca bien, pero que mi madre se convierta y se salve".

Entra en agonía y dice: "Mamá, desde hace dos años ofrecí mi vida a Dios en sacrificio para obtener que tu no vivas más en unión libre. Que te separes de ese hombre y vivas santamente". Mamá: ¿antes de morir tendré la alegría de que te arrepientas, y le pidas perdón a Dios y empieces a vivir santamente?

"¡Ay hija mía! Exclama doña Mercedes llorando, ¿entonces yo soy la causa de tu enfermedad y de tu muerte? Pobre de mí ¡Oh Laurita, qué amor tan grande has tenido hacia mí! Te lo juro ahora mismo. Desde hoy ya nunca volveré a vivir con ese hombre. Dios es testigo de mi promesa. Estoy arrepentida. Desde hoy cambiará mi vida".

Laura manda llamar al Padre Confesor. "Padre, mi mamá promete solemnemente a Dios abandonar desde hoy mismo a aquel hombre". Madre e hija se abrazan llorando.

Desde aquel momento el rostro de Laura se torna sereno y alegre. Ha cumplido su misión en la tierra. Ha sido instrumento fiel de la Divina Misericordia. Ha triunfado el amor. Recibe la unción de los enfermos y el viático. Besa repetidamente el crucifijo. A su amiga que reza junto a ella le dice: ¡Qué contenta se siente el alma a la hora de la muerte, cuando se ama a Jesucristo y a María Santísima! Lanza una última mirada a la imagen de la Virgen que está frente a su cama y exclama: "Gracias Jesús, gracias María", Muere dulcemente el 22 de enero de 1904, en Junín de los Andes (Argentina), cuando contaba sólo con 12 años.

La madre tuvo que cambiarse de nombre y salir disfrazada de aquella región para verse libre del hombre que la perseguía. Y el resto de su vida llevó una vida santa.

Los restos mortales de Laura Vicuña fueron trasladados en 1956 al Colegio Salesiano de María Auxiliadora de Bahía Blanca (Argentina).

En 1988 fue proclamada beata por el Papa Juan Pablo II, quien señaló en su homilía: "La beata Laura Vicuña, gloria purísima de Argentina y Chile, despierta un renovado compromiso espiritual en estas dos nobles naciones". La festividad de la beata Laura Vicuña se celebra el 22 de enero

San Hilario de Poitiers. 315-368.

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San Agustín dice de él: "es un ilustre Doctor de nuestra Santa Iglesia". Y San Jerónimo lo llama: "Hombre de gran elocuencia; trompeta de Dios para alertar a la verdadera religión contra la herejía" y añade "San Cipriano y San Hilario son dos inmensos cedros que Dios trasplantó del mundo hacia su Iglesia".

Nació en Poitiers (Francia) en el año 315, de familia pagana que le proporcionó una esmerada educación. Hizo sus estudios en su ciudad y en Roma y Grecia durante diez años. Se ejercitó en la poesía, aprendió elocuencia y estudió mucho la filosofía de Platón.

Durante sus años de estudio supo librarse del ambiente de corrupción que había entre los estudiantes y el llevar una vida honesta y virtuosa le sirvió muchísimo para mantener su cerebro despejado para aprender mucho y retener lo aprendido.

Los paganos decían que había muchos dioses, y esto le fastidiaba a él. Por eso cuando leyó la Biblia se entusiasmó al encontrar allí la idea de que no hay sino un solo Dios, eterno, inmutable, Todopoderoso, Principio y fin de todas las cosas.

El libro que lo convirtió fue el Evangelio de San Juan, pero él mismo cuenta en su autobiografía que el libro que lo acompañó toda su vida y que le sirvió de meditación cada día fue el evangelio de San Mateo.

A los 30 años vivía atormentado con la idea de cuál sería el destino que nos espera en la eternidad, cuando encontró el evangelio de San Juan y allí al leer que "El Hijo del Dios se hizo hombre, para salvarnos", en esa noticia encontró la respuesta a sus dudas. A él le sucedió lo que le ha pasado a muchísimos santos: que una buena lectura ha cambiado toda su vida.

Era casado y tenía una hija. En el año 345 se hizo bautizar junto con su esposa y su hija.

Desde entonces se dedicó con toda su alma a leer y estudiar la Sagrada Escritura y dejó toda lectura simplemente mundana.

Venancio Fortunato, que escribió su biografía, cuenta que la vida de este hombre era tan virtuosa y tan de buen ejemplo, que la gente decía que más parecía un santo sacerdote que un hombre casado.

El año 350 murió el obispo de Poitiers y el pueblo aclamó como obispo a Hilario. Su esposa y su hija, que se habían vuelto muy santas, se retiraron a vivir como fervorosas religiosas, y nuestro santo fue nombrado obispo.

Desde entonces Hilario se dedica a la ocupación que va a ser el oficio principal del resto de su vida: combatir a los herejes arrianos que decían que Jesucristo no era Dios. Arrio fue un hereje que se dedicó a enseñar que Jesucristo no es Dios sino un simple hombre. Los obispos de todo el mundo se reunieron en el Concilio de Nicea (año 325) y proclamaron que Jesucristo sí es Dios, y que el que niegue esta verdad queda fuera de la Iglesia Católica. Pero el emperador Constancio se dedicó a apoyar a los arrianos y a perseguir a los verdaderos cristianos. Nombraba obispos arrianos en las ciudades principales y desterraba a los obispos que proclamaran la divinidad de Jesús.

Hilario organizó la resistencia de todos los obispos católicos de Francia, contra los obispos arrianos. En Paría reunió a los obispos católicos y éstos condenaron a los que seguían a Arrio.

Pero los arrianos lo acusaron ante el Emperador, y Constancio decretó el destierro de Hilario hasta Frigia, más allá del Mar Negro. Allá estuvo desterrado por cuatro años. Pero este destierro que le hizo sufrir mucho, le fue también muy provechoso porque allá aprendió el idioma griego y pudo leer los libros de los más grandes sabios cristianos de la antigüedad en oriente, y aprendió también la costumbre de entonar muchos cantos durante las ceremonias religiosas. Durante su estadía en Oriente adquirió una importantísima documentación para los famosos libros que luego iba a publicar en favor de la religión. Jamás despreció una ocasión para aumentar sus conocimientos religiosos.

Pero en Constantinopla fue invitado a un Concilio de los arrianos, y allá habló tan maravillosamente explicando la divinidad de Jesucristo, que los herejes pidieron al emperador que lo expulsara otra vez hacia occidente, porque podía convencer a toda esa gente de que Jesucristo sí es Dios. Y el gobernante dio el decreto de que quedaba expulsado hacia Francia. Y así pudo volver a su país. La gente decía: "Hilario fue expulsado hacia oriente por hablar muy bien de Jesucristo en occidente. Y fue expulsado hacia occidente por hablar muy bien de Jesucristo en oriente".

En el año 360 Hilario entraba otra vez triunfante a su diócesis de Poitiers, en medio del júbilo más indescriptible. San Jerónimo dice que Francia entera se volcó a los caminos a recibirlo como a un héroe que volvía victorioso después de luchar sin descanso contra los que decían que Jesucristo no era Dios. Y Nuestro Señor para demostrar la santidad del gran obispo le concedió hacer varios milagros. El más sonado fue la resurrección de un joven que ya llevaban a enterrar.

Llegado otra vez a su ciudad, el santo se dedicó sin descanso a defender la verdadera religión y a combatir la herejía de los arrianos. En uno de sus escritos pone a Dios por testigo de que el fin principal de toda su vida es emplear todas sus fuerzas en hacer conocer más a Jesucristo y hacerlo amar por el mayor número de personas que sea posible.

A las personas que iban a consultarle les recomendaba que todas sus acciones las empezaran y terminaran con alguna oración.

Y redactó luego su libro más famoso llamado "La Trinidad". Es lo mejor que se escribió en toda la antigüedad acerca de la Santísima Trinidad. También publicó un Comentario al Evangelio de San Mateo y un Comentario a los Salmos.

Otra gran obra de San Hilario fue reunir un grupo de personas fervorosas y enseñarles a vivir en comunidad, lejos de lo mundano, dedicándose a la oración, a la penitencia, al trabajo y a la lectura de la Sagrada Biblia. Entre las religiosas estaban su esposa y su hija. Entre los religiosos el más ilustre fue San Gregorio de Tours, que fundó después el primer monasterio de su país, Francia.

En oriente había aprendido que los arrianos y los gnósticos, para atraer gentes a sus cultos entonaban muchos cantos. Y él, que era poeta, se dedicó a componer cantos y a ensayarlos y hacerlos cantar en las ceremonias religiosas de los católicos. San Isidoro dice que el primero que introdujo en Europa la costumbre de entonar himnos cantados durante las ceremonias religiosas fue San Hilario. Años más tarde San Ambrosio introduciría esa costumbre en su catedral de Milán y los herejes lo acusarán ante el gobierno diciendo que por los cantos tan hermosos que entona en su iglesia les quita a ellos sus clientes que se van a donde los católicos porque allá cantan más y mejor.

Una gran cualidad tenía este santo: era extremadamente cortés y bondadoso. Cuando defendía la verdad cristiana contra los errores de la herejía era un retumbante polemista, pero cuando trataba de convencer a los otros para que amaran a Jesucristo, era un bondadoso padre y un dad tenía este santo: era extremadamente cortés y bondadoso. Cuando defendía la verdad cristiana contra los errores de la herejía era un retumbante polemista, pero cuando trataba de convencer a los otros para que amaran a Jesucristo, era un bondadoso padre y un buen pastor. La gente decía: en sus discursos es un león aterrador. En sus charlas personales es un manso cordero. En la lucha era muy humano, pero en la victoria era extremadamente bondadoso y muy comprensivo. Cuando un arriano dejaba sus errores, y volvía a creer como los católicos, ni siquiera permitía que le quitaran el cargo que antes tenía. No quería humillar a nadie sino salvar a todos.

Los últimos años de su vida los empleó en defender de palabra y por escrito la divinidad de Cristo y la verdadera religión en Francia e Italia. Y logró que a la muerte del emperador Constancio, la Iglesia, que estaba siendo tan perseguida, volviera a resurgir con admirable rapidez en los países de occidente.

En 1851, el Papa Pío Nono declaró a San Hilario "Doctor de la Iglesia", por la defensa heroica y llena de sabiduría que hizo de la divinidad de Jesucristo.

El año 368, cuando estaba para morir, los presentes vieron que la habitación se llenaba de una extraordinaria luz que rodeaba el lecho del moribundo. Quedaron deslumbrados, pero apenas el santo entregó su espíritu, la luz desapareció misteriosamente.

(Fuente: churchforum.org)








miércoles, 8 de enero de 2020

La triple concupiscencia. I jn 2, 16-17. San Agustín



Elegir el amor a Dios eterno sobre el amor a las cosas temporales


10. Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición mundana. El Apóstol mencionó tres cosas que no vienen del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan, pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre como también él permanece para siempre30. ¿Por qué no voy a amar lo que hizo Dios? ¿Qué prefieres? ¿Amar lo temporal y pasar con el tiempo, o no amar el mundo y vivir para siempre con Dios? El río de las realidades temporales arrastra, pero nuestro Señor Jesucristo ha nacido como si fuera un árbol al borde del río. Tomó carne, murió, resucitó, subió al cielo. En cierto modo quiso plantarse al borde del río de las realidades temporales. ¿Te sientes arrastrado hacia el abismo? Agárrate al árbol. ¿Te envuelve el amor del mundo? Agárrate a Cristo. Por ti se hizo él temporal, para que tú te hagas eterno, puesto que él se hizo temporal, pero permaneciendo eterno. Se le adhirió algo temporal, pero sin desprenderse de la eternidad. Tú, por el contrario, has nacido temporal, pero, a causa del pecado, te hiciste temporal. Tú te hiciste temporal por el pecado, él por la misericordia que perdona los pecados. ¡Qué grande es la diferencia entre el reo y el que le rinde visita, aunque ambos se hallen en la cárcel! Pues, a veces, una persona llega a donde está el amigo y entra a visitarlo, y uno y otro parece que están en la cárcel, pero distan mucho el uno del otro; es distinta su situación. A uno le tiene allí hundido la causa que tiene pendiente con la justicia; al otro le llevó allí el amor al hombre. Lo mismo acontece en esta mortalidad: a nosotros nos tenía sujetos nuestra culpa, pero él descendió por misericordia; entró a donde estaba el cautivo para rescatarle, no para hundirle. El Señor derramó su sangre por nosotros, nos redimió, nos devolvió la esperanza. Todavía llevamos la mortalidad de la carne y damos por hecho la inmortalidad futura. Aunque fluctuamos en el mar, ya hemos clavado en tierra el ancla de la esperanza.




Actitud ante el mundo como obra de Dios


11. No amemos, pues, el mundo ni lo que hay en el mundo. Pues lo que hay en el mundo no es otra cosa que concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición mundana31. Son tres las realidades señaladas, no sea que alguien diga que lo que hay en el mundo lo hizo Dios, esto es, el cielo y la tierra, el mar, el sol, la luna, las estrellas, seres que adornan los cielos. ¿Qué es lo que embellece el mar? Todo cuanto repta. ¿Y qué adorna la tierra? Los animales, los árboles, las aves. Todos estos seres se hallan en el mundo y Dios los hizo. ¿Por qué no he de amar lo que hizo Dios? Que el Espíritu de Dios more en ti, para que veas que todos esos seres son buenos, pero ¡ay de ti si amas a la criatura y abandonas al creador! Son para ti realidades bellas, pero ¡cuánto más bello el que les dio forma! Preste atención vuestra caridad. Algunas semejanzas pueden servir para vuestra instrucción. No se os cuele Satanás diciendo lo que acostumbra: «Hallad vuestro bien en la criatura de Dios; ¿para qué las hizo, sino para que os halléis bien en ellas?». Y los hombres se embriagan y perecen y olvidan a su creador; al no usar con templanza sino con avidez las cosas creadas, desprecian al creador. De ellos dice el Apóstol: Rindieron culto y sirvieron a la criatura en vez de al creador que es bendito por los siglos32. Dios no te prohíbe amar estas cosas, sino que las ames poniendo en ellas tu felicidad; más bien, apruébalas y ámalas en modo de amar al creador. Pongamos un ejemplo, hermanos: un esposo hace a su esposa una sortija y ella ama más la sortija que al esposo que se la hizo. ¿No sería sorprendido su corazón como adúltero al amar el regalo del esposo, no obstante que ame lo que él le regaló? Sin duda alguna amaría lo que él le regaló; pero si dijese: «Me basta con esta sortija, ya no quiero volver a ver su rostro», ¿cuál sería la catadura moral de la esposa? ¿Quién no detestaría tal demencia? ¿Quién no detectaría un espíritu adulterino? En vez de amar al marido, amas el oro; amas el oro en vez de al esposo, si lo que hay en ti es el amor a la sortija en vez de a tu esposo y no quieres verlo. Entonces te donó esas arras, no para dejarte una prenda, sino para apartarte de sí. Tu esposo te entrega esa prenda para que, a través de ella, lo ames a él.


Así, pues, Dios te otorgó todas estas cosas; ámale a él que las hizo. Más es lo que quiere darte, esto es, a sí mismo que hizo tales cosas. Si, por el contrario, amas estas cosas, aunque las haya hecho Dios, y desprecias al creador y amas el mundo, ¿no habrá que tener por adúltero a tu amor?



Los amantes del mundo son también mundo


12[a]. Se denomina mundo no sólo a esta construcción levantada por Dios, es decir, el cielo y la tierra, el mar, el conjunto de seres visibles e invisibles. También se llama mundo a sus habitantes, igual que se llama casa tanto a las paredes como a quienes la habitan. A veces alabamos la casa y vituperamos a los que moran en ella. Efectivamente, no es lo mismo decir: «¡Buena casa!» refiriéndonos a la construida con mármol y con bellos artesonados, que decir: «¡Buena casa!», refiriéndonos a aquella en quien nadie sufre injusticia alguna y en la que no se dan ni rapiñas ni opresiones. Ahora no alabamos las paredes, sino a las personas que habitan en su interior aunque se llame casa a lo uno y a lo otro. Todos son, pues, amantes de este mundo porque habitan en él por amor a él; de igual manera son habitantes del cielo aquellos cuyos corazones están en lo alto, aunque con el cuerpo caminen por la tierra. Así, pues, a todos los que aman el mundo se les llama mundo. Éstos no tienen más que estas tres cosas: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la ambición del mundo.



Concupiscencia de la carne


[12b]. Desean, pues, comer, beber, concúbito, tener a mano esos placeres. ¿Acaso no hay en ellos una medida asumible? O, cuando se dice: «No améis esas cosas», ¿se dice mirando a que no comáis, no bebáis o no procreéis hijos? No es eso lo que se dice. Pero haya mesura en esas cosas en atención al creador, para que no os aten con ese amor. No améis para gozar de ello, algo que debéis tener sólo para usarlo. Sólo se os somete a prueba cuando se os propone esta alternativa: «¿Prefieres la justicia o acrecentar las ganancias?». «No tengo de qué vivir, no tengo qué comer ni qué beber». Pero ¿qué sucederá si no puedes conseguir eso que necesitas, si no es por el camino de la maldad? ¿No es mejor amar lo que no se puede perder que cometer una acción mala? Ves la ganancia en oro, no ves el daño que sufre la fe. En esto, nos dice [la carta], consiste la concupiscencia de la carne: en apetecer las cosas que pertenecen a la carne, como el alimento y la unión carnal y demás cosas semejantes.




La concupiscencia de los ojos


13. Y la concupiscencia de los ojos. Llama concupiscencia de los ojos a toda curiosidad. ¡En cuán numerosos ámbitos se manifiesta dicha curiosidad! Se halla en los espectáculos, en los teatros, en los ritos diabólicos, en las artes mágicas, en los maleficios. A veces tienta incluso a los siervos de Dios para que quieran hacer como un milagro y probar si Dios les oye gracias a los milagros: eso es curiosidad, es decir, concupiscencia de los ojos, que no viene del Padre. Si Dios te concedió el poder de hacer milagros, hazlos, pues te lo ofreció para que los hagas.Pero sabiendo que no dejarán de pertenecer al reino de los cielos quienes no los hicieron. Cuando los apóstoles se llenaron de gozo porque se les habían sometido los demonios, ¿qué les dijo el Señor? No os alegréis de eso; alegraos más bien de que vuestros nombres están inscritos en el cielo33. Quiso que los apóstoles se alegrasen de lo mismo de que te alegras tú. Pues ¡ay de ti, si tu nombre no está inscrito en el cielo! ¿Acaso hay que decir: ¡ay de ti si no resucitas muertos, si no caminas sobre el mar, si no expulsas demonios!? Si recibiste la facultad de hacer estos prodigios, usa de ella con humildad, sin orgullo. Pues el Señor dijo de algunos pseudoprofetas que habían de hacer signos y prodigios34.




Ambición mundana


No haya, pues, ambición mundana. La ambición mundana es el orgullo. Quiere jactarse en los honores. El hombre se cree grande o por sus riquezas o por cualquier otra forma de poder.




Cristo vencedor de las tres concupiscencias


14. Ha mencionado tres realidades y no hallarás ninguna otra cosa en que sea puesta a prueba la malsana apetencia humana que no sea la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos o la ambición mundana. De estas tres apetencias se sirvió el diablo para poner a prueba al Señor. Se sirvió de la concupiscencia de la carne para ponerlo a prueba cuando, al sentir hambre, tras el período de ayuno, le dijo: Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan35. Pero ¿cómo rechazó al que le ponía a prueba? ¿Cómo enseñó a combatir al soldado? Presta atención a lo que le respondió: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios36.


El Señor fue puesto a prueba también por medio de la concupiscencia de los ojos. El diablo reclamaba de él un milagro cuando le dijo: Arrójate abajo, pues está escrito: Mandará a sus ángeles, pensando en ti, para que te reciban, no sea que tu pie tropiece en alguna piedra37. El Señor ofrece resistencia al tentador. En efecto, si hubiese hecho el milagro, habría dado la impresión o de que cedió al tentador, o que actuó movido por el deseo de suscitar la curiosidad. El milagro lo hizo cuando quiso como Dios, mas para curar a los enfermos. Pues si lo hubiese hecho entonces se habría pensado que únicamente quiso hacer el milagro por el milagro. Mas considera con atención qué respondió para que los hombres no lo viesen así y, cuando te sobrevenga una tentación semejante, responde también tú lo mismo: Retírate, Satanás, pues está escrito: No pondrás a prueba al Señor tu Dios38. Es decir, si hiciera lo que me sugieres, pondría a prueba a Dios. Dijo él lo que quiso que dijeras tú. Cuando el enemigo te sugiere: «¡Vaya hombre! ¡Vaya cristiano más vulgar! No has hecho ni un simple milagro, ni han resucitado los muertos por tus oraciones ni has curado fiebres. Si en verdad tuvieses alguna categoría, harías algún milagro», respóndele con estas palabras: Está escrito: No pondrás a prueba al Señor tu Dios39; no solicitaré de Dios una prueba como si sólo perteneciera a él en el caso de hacer algún milagro y no perteneciera en caso de no hacerlo. Si la realidad fuera ésa, dónde quedan sus palabras: Alegraos de que vuestros nombres estén escritos en el cielo.


¿Cómo se sirvió el diablo de la ambición mundana para poner a prueba al Señor? Lo llevó a un lugar elevado y le dijo: Todo esto te daré, si te postras ante mí y me adoras40. Quiso tentar al rey de los siglos recurriendo al encumbramiento que significa ser rey en la tierra. Pero el Señor, que hizo cielo y tierra, pisoteaba al diablo. ¿Qué le respondió entonces, sino lo que te enseñó a responderle? Está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y a él solo servirás41.


Observando este modo de proceder, careceréis de la concupiscencia del mundo; al carecer de la concupiscencia del mundo, no os dominará ni el deseo de la carne, ni el deseo de los ojos, ni la ambición mundana, y haréis espacio a la caridad que llega a vosotros para que améis a Dios. Puesto que, si estuviese allí presente el amor del mundo, no lo estará el amor de Dios. Aferrad más bien el amor de Dios a fin de que, como Dios es eterno, también vosotros permanezcáis eternamente, pues cada cual es según es su amor. ¿Amas la tierra? Eres tierra. ¿Amas a Dios? ¿Qué puedo decir? ¿Que serás Dios? No me atrevo a decirlo por mi propia autoridad. Escuchemos las Escrituras: Yo dije: dioses sois e hijos del Altísimo todos42. Por tanto, si queréis ser dioses e hijos del Altísimo, no améis el mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama el mundo, la caridad del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne y concupiscencia de los ojos y ambición mundana que no proviene del Padre, sino del mundo, es decir, de los hombres que aman el mundo. Pero el mundo y todas sus concupiscencias pasan, mas quien hace la voluntad de Dios permanece para siempre como también Dios permanece para siempre43.