sábado, 23 de marzo de 2019

«A ver si dará fruto»: imitar la paciencia de Dios

Queridos hermanos, Jesucristo, nuestro Señor, no se contentó con enseñar la paciencia de palabra, sino que la enseño sobre todo en sus actos... En la hora de la Pasión y de la cruz ¡cuántos sarcasmos ofensivos escuchados pacientemente, cuántas burlas injuriosas no soportó hasta el punto de recibir salivazos, él, que con su propia saliva había abierto los ojos a un ciego (Jn 9,6)...; 
coronado de espinas, él, que corona a los mártires con flores eternas; 
golpeado su rostro con la palma de las manos, él, que otorga las verdaderas palmas a los vencedores; 
despojado de sus vestiduras, él, que reviste a los otros de inmortalidad; 
alimentado con hiel, él, que da una alimento celestial; dándole a beber vinagre, él, que hace participar de la copa de la salvación. 
Él, el inocente, el justo, o mejor dicho, la misma inocencia y la misma justicia, puesto en la hilera de los criminales; falsos testimonios aplastan a la Verdad; se juzga al que ha de juzgar; la Palabra de Dios, callada, es conducida al sacrificio. Después, cuando se eclipsan los astros, cuando los elementos se perturban, cuando tiembla la tierra... él no habla, no se mueve, no revela su majestad. Hasta el final lo soporta todo con una constancia inagotable para que la paciencia plena y perfecta encuentre su término en Cristo. Después de todo eso, todavía acoge a los homicidas, si se convierten y vuelven a él; gracias a su paciencia..., a nadie cierra su Iglesia. Sus adversarios, los blasfemos, los eternos enemigos de su nombre, no sólo los admite a su perdón si se arrepienten de su falta, sino que incluso les concede la recompensa del Reino de los cielos. ¿Podría alguien citar a alguno más paciente, más benévolo? El mismo que derramó la sangre de Cristo es vivificado por la sangre de Cristo. Así es la paciencia de Cristo, y si no fuera tan grande, la Iglesia no poseería al apóstol Pablo


San Cipriano (c. 200-258)

obispo de Cartago y mártir
Los beneficios de la paciencia, 7

domingo, 17 de marzo de 2019

Oración de San Patricio, llamada "la Coraza"


Me ciño hoy, como de una poderosa coraza, con la
invocación de la Trinidad,
por medio de la fe en sus Tres Personas,
por medio de la confesión de la Unidad del Creador del
universo.

Me ciño hoy con la fuerza del nacimiento de
Jesucristo y su Bautismo en el Jordán,
por medio de la fuerza de su Crucifixión y su Sepultura,
por medio de la fuerza de su Resurrección y su
Ascensión,
por medio de la fuerza de Su descenso futuro para
juzgar el mal.

Me ciño hoy con la fuerza del amor de los Querubines,
en obediencia de los Ángeles,
en servicio de los Arcángeles,
en la esperanza de que en la Resurrección encuentre
recompensa,
en las oraciones de los Patriarcas,

en las palabras de los Profetas,
en la prédica de los Apóstoles,
en la inocencia de las santas Vírgenes,
en las obras de los hombres de bien.

Me ciño hoy del poder del cielo:
de la luz del sol,
del resplandor de la luna,
del esplendor del fuego,
de la rapidez del rayo,
de la ligereza del viento,
de la profundidad de los mares,
de la estabilidad de la tierra,
de la firmeza de la roca.

Me ciño hoy de la fuerza de Dios que me conduce:
omnipotencia de Dios que me sostiene,
sabiduría de Dios que me guía,
mirada de Dios que me vigila,
oído de Dios que me escucha,
palabra de Dios que habla por mí,
mano de Dios que me guarda,
sendero de Dios tendido frente a mí,
manto de Dios que me abriga,
legiones de Dios dispuestas para salvarme de las
trampas del demonio,
de las tentaciones de los vicios,
de quienesquiera me deseen el mal,
lejanos y cercanos,
solos o en multitud.

Invoco este día todos estos poderes entre el Maligno y
yo,
contra los despiadados poderes que se oponen a mi
cuerpo y a mi alma,
contra los conjuros de los profetas mentirosos,
contra las negras leyes de los paganos,
contra las falsas doctrinas de los herejes,
contra las obras y los simulacros de la idolatría,
contra los encantamientos de brujas, alquimistas y
hechiceros,
contra cualquier conocimiento corruptor de cuerpo y
alma.

Cristo, sé tú hoy mi escudo contra filtros mágicos y
venenos,
contra las quemaduras,
contra la ola que ahoga y contra todas las llagas y
heridas,
de tal forma que pueda recibir recompensa en
abundancia.

Cristo conmigo,
Cristo frente a mí,
Cristo detrás de mí,
Cristo en mí,
Cristo a mi diestra,
Cristo a mi siniestra,
Cristo al descansar,
Cristo al levantarme,

Cristo en el corazón de cada hombre que piense en mí,
Cristo en la boca de todos los que hablen de mí,
Cristo en cada ojo que me contempla,
Cristo en cada oído que me escucha.

Me ciño hoy, como de una poderosa coraza, con la
invocación de la Trinidad,
por medio de la fe en sus Tres Personas,
por medio de la confesión de la Unidad del Creador del
universo.
Amén.