jueves, 17 de septiembre de 2015

“Sus pecados, sus muchos pecados están perdonados”

                                                             
Rubens 1618


Cuando ella [una mujer de la ciudad] ha visto que las palabras de Cristo se propagaban por todas partes como los aromas, la pecadora…se ha puesto a detestar la pestilencia de sus actos…: “No he tenido en cuenta la misericordia con la que Cristo me envuelve, buscándome cuando yo me extraviaba por mi culpa. Porque es a mi a quien busca por todas partes; es por mí que come en casa del fariseo, él que alimenta al mundo entero. Él hace de la mesa un altar del sacrificio en el que él mismo se ofrece devolviendo la deuda a sus deudores para que éstos se acerquen con confianza diciendo: ‘Señor, líbrame del abismo de mis obras.’”

    Ávidamente, corre hacia él, desdeñando las migajas, ha cogido el pan; más hambrienta que la Cananea (Mc 7,24s), ha saciado su alma vacía porque su fe era tan grande como su hambre. No es su llamada que la ha rescatado sino su silencio, porque en un sollozo ha dicho: “Señor, líbrame del abismo de mis obras”…

    Ella se ha apresurado a ir a la casa del fariseo, precipitándose en la penitencia. “¡Vamos, alma mía, dice, este es el tiempo que pedías! El que purifica está aquí, ¿por qué quedarte en el abismo de tus obras? Me voy a él  porque es por mí que ha venido. Dejo mis viejos amigos porque el que ahora está aquí lo deseo apasionadamente; y puesto que él me ama, son para él mi perfume y mis lágrimas… El deseo del deseado me transfigura y yo amo a aquel que me ama como él quiere ser amado. Me arrepiento y me prosterno, es eso lo que él espera; busco el silencio y el retiro, es lo que a él le place. Rompo con el pasado; renuncio al abismo de mis obras.

    “Así pues, iré a él para ser iluminada, como dice la Escritura, me acercaré a Cristo y no quedaré avergonzada (Sl 33,6; 1P 2,6). Nada me va a reprochar; no me dirá: ‘Hasta este momento tú estabas en tinieblas y has venido a verme a mi, que soy el sol.’ Por eso tomaré el perfume y haré de la casa del fariseo un baptisterio donde lavaré mis faltas y me purificaré de mi pecado. Con lágrimas de aceite y de perfume, llenaré la pila bautismal en la que me lavaré, en la que me purificaré, y escaparé del abismo de mis obras.”

                                                                   San Romano el Melódico (?-c. 560),  Himno 21